20 Las pruebas

 

Bajamos los escalones de piedra con precaución, dependiendo por completo de la débil iluminación de mi diminuta linterna. Cuando llegamos al fondo, los ojos de Fanindra empezaron a brillar, lo que dio al lugar un espeluznante tono verde azulado.
Detuve a Ren y volví a leer en voz alta la profecía de Durga.

 

Para lograr su protección, buscad su templo
y recibid la bendición de Durga.
Viajad al oeste y encontrad Kishkindha,
donde los simios gobiernan.
Gada golpea en el reino de Hanuman
y persigue la rama cargada.
Espinosos peligros acechan arriba
y deslumbrante peligros esperan abajo,
Estrangulando y engañando a los que amáis...
y atrapándolos en la salobre resaca del mar.
Morbosos fantasmas entorpecerán vuestra ruta
y guardianes os bloquearán el camino.
Cuidado cuando empiecen la caza
para no abrazar su mohosa decadencia.
Pero todo lo superaréis
si las serpientes encuentran el fruto prohibido
y el hombre de la India sacian...
O todo su pueblo morirá sin remedio.

 

Al final de la hoja estaban las notas del señor Kadam, escritas con su elegante caligrafía de siempre. También las leí en voz alta:

 

Señorita Kelsey,

Tendrá que enfrentarse a muchas pruebas cuando entre en Kishkindha, así que sea precavida. También he incluido las advertencias de Durga tal como usted me las describió. La diosa dijo que debería intentar permanecer junto a Ren. Si por algún motivo se separan, correrían grave peligro. También dijo que no deben confiar en sus ojos. Sus corazones y sus almas los ayudarán a diferenciar entre la fantasía y la realidad. Lo último que mencionó fue que, cuando consigan el fruto, deben esconderlo bien.
¡Bhagyashalin!
¡Que la suerte esté de su lado!
Anik Kadam

 

—No tengo ni idea de qué clase de peligros serán. Con suerte, los espinosos se referirán a algún tipo de planta.
Empezamos a caminar mientras yo parloteaba sobre animales que pudieran tener espinas.
—Veamos, está el estegosauro. No, el estegosaurio. Aunque puede que se diga stegosaurus... Bueno, da igual, el caso es que existe ese tipo de dinosaurio. También están los dragones, los erizos, y no podemos olvidarnos de los lagartos cornudos. Si tengo que elegir a un animal con espinas o con cuernos, esa sería mi primera elección. Ah, pero ¿y si son de tamaño gigante con bocas enormes? Nos podrían tragar de un bocado. A lo mejor deberíamos sacar ya el gada de la mochila, ¿eh?
Me detuve para sacarlo. Seguro que su peso no ayudaba a aligerar la marcha, que ya era mala de por sí, pero me sentía mejor con él en la mano.
El túnel pronto se convirtió en un camino de piedras y, cuanto más caminábamos, más luz había. Los ojos de Fanindra bajaron de intensidad y se apagaron hasta volver a ser relucientes esmeraldas. Estaba pasando algo extraño. En las últimas semanas, mi sensor de cosas raras había adquirido más tolerancia de la habitual, pero aquello era raro incluso para mí.
No sabía de dónde venía la luz, era como si llegara desde un punto delante de nosotros. Estábamos siguiendo la luz al final del túnel, literalmente. Era como si estuviera en una de mis pesadillas en las que no había luz, aunque tampoco estaba oscuro. Recordé algo malvado que me acechaba y una fuerza poderosa que me perseguía, que me impedía avanzar y hacía daño a mis seres queridos.
La niebla parecía seguirnos. Mientras caminábamos, se adelantaba un poco para ocultarnos el sendero. Cuando nos deteníamos, se reunía y circulaba a nuestro alrededor como unas nubecitas desdibujadas en órbita. La niebla, fría y gris, nos exploraba la piel con dedos helados, como si buscara nuestro talón de Aquiles.
El pasillo empezó a cambiar. En vez de caminar sobre piedra, los pies se me hundían un poco en un suelo húmero, y oía crujir hierba bajo los zapatos. Las paredes se llenaron de musgo y después de hierba, y al cabo de un rato estábamos cubiertos de unas plantas que parecían helechos. Me preguntaba cómo sobrevivían en un entorno tan oscuro y húmedo.
El pasadizo se ensanchó tanto que ya no podía ver las paredes. El techo dio paso a un cielo gris. Aunque no se notaba sensación de profundidad, no veía el final. Me recordaba a un IMAX o a la cúpula de una biosfera cerrada, aunque no era artificial. Era como entrar en otro planeta.
El camino empezó a descender y tuve que concentrarme en mis pies. Llegamos a un bosque lleno de plantas y árboles extraños. Se mecían sobre sus raíces como si el viento los empujara, pero no corría ni una chispa de brisa. Los árboles estaban tan pegados y la maleza era tan densa que resultaba difícil distinguir el camino. Después, el camino desapareció por completo.
Ren siguió andando delante y abriendo paso con su cuerpo. Los árboles tenían largas ramas que caían hasta el suelo como si fueran sauces llorones. Las hojas eran como plumas y me hacían cosquillas al pasar. Al rascarme el cuello, noté que estaba húmedo.
«Debo de estar sudando. Qué raro, no me siento cansada. A lo mejor es algo que ha caído de la rama.»
Algo me manchó la mano, y la luz verdosa le daba al líquido un aspecto marrón.
«¿Qué es esto? ¿Savia de árbol? ¡No! ¡Es sangre!»
Arranqué una hoja para verla mejor. Al hacerlo, me sorprendió descubrir unas agujas diminutas en la parte de abajo. Acerqué un dedo para tocarlas, y las agujas se hincharon y se estiraron hacia él. Moví el dedo adelante y atrás, y las agujas se movieron para seguirlo, como si fuera un imán.
—¡Ren, para! Las ramas nos están arañando. Tienen agujas que siguen nuestros movimientos. ¡Este es el peligro espinoso!
Cuando se detuvo, las vaporosas ramas se deslizaron lentamente hacia el suelo, y se le enrollaron en el cuello y la cola. Él dio un salto y las arrancó del árbol con furia.
—¡Hay que correr para que no nos atrapen! —grité.
Ren redobló sus esfuerzos para atravesar la maleza y yo corrí tras él. El bosque parecía no tener fin, los árboles no desaparecían. Al cabo de quince minutos, frené, muy, muy cansada. No podía seguir corriendo.
—Ren —le dije, entre jadeos—, te estoy retrasando. Sigue adelante sin mí, deja atrás los árboles. Puedes hacerlo.
Él se detuvo, se volvió y corrió rápidamente a mi lado. Las ramas empezaron a bajar y a enrollarlo.
El tigre rugió, rodó y destrozó las ramas con las zarpas, lo que hizo que se retiraran un segundo. Noté que una se me enroscaba en el brazo y supe que todo había terminado. Los ojos se me llenaron de lágrimas y me arrodillé para acariciar la cara de Ren.
—Por favor, por favor, déjame aquí —le supliqué.
Él cambió de forma y puso su mano sobre la mía.
—Tenemos que permanecer juntos, ¿no te acuerdas? No te abandonaré, Kelsey. Nunca —añadió, esbozando una triste sonrisa.
Tragué saliva y asentí con la cabeza mientras él me quitaba la rama del brazo y golpeaba otra que intentaba ir a por mi cuello.
—Vamos.
Me quitó el gada y empezó a golpear con él las ramas, pero solo servía para que intentaran arrebatarle el arma, no se veían afectadas por su poder. Después se dirigió a un tronco y lo golpeó con fuerza.
De inmediato, el árbol se replegó, las ramas rodearon el tronco para protegerlo. Ren se colocó delante de mí y me pidió que esperara junto al árbol herido. Se alejó un poco y levantó el gada.
Se dedicó a destrozar los troncos, dejando heridas abiertas y pulposas a su paso. Yo lo seguía de lejos y lo veía abrirse paso a través del bosque. Las ramas parecían saber qué pretendía y le arañaban ferozmente, pero Ren tenía una reserva de energía inagotable, al parecer.
Hice una mueca al ver los cortes y arañazos que le cubrían cada centímetro de piel. La espalda también acabó lacerada, con la camisa rota y empapada en sangre. Era como si le hubieran dado una brutal paliza con un látigo.
Por fin llegamos al final del bosque de agujas y paramos en un claro. Me apartó del alcance de las ramas y se desplomó, sudando y sin aliento. Saqué agua de mi mochila y se la ofrecí. Él se bebió la botella entera de un trago.
Me agaché para examinarle el brazo; tenía el cuerpo resbaladizo por culpa de la sangre y el sudor. Saqué otra botella de agua y una camiseta vieja, y empecé a limpiarle la suciedad de los cortes y las magulladuras. Apreté el trapo húmedo contra cara y espalda, y él empezó a relajarse y a respirar con más calma mientras yo le atendía. Los cortes se empezaron a curar rápidamente y, conforme disminuía mi preocupación por Ren, me di cuenta de una cosa.
—¡Ren! Llevas transformado en hombre mucho más de veinticuatro minutos. ¿Estás bien... aparte de los arañazos?
Él se restregó el pecho.
—Me siento... bien. No siento la necesidad de volver a mi forma de tigre.
—Quizá ya hayamos hecho lo que teníamos que hacer. ¡A lo mejor hemos roto la maldición!
—No, creo que no —respondió tras pensarlo un momento—. Me da la impresión de que tenemos que seguir.
—¿Por qué no haces la prueba? Mira a ver si puedes transformarte en tigre o no.
Se transformó en tigre y volvió a transformarse en hombre, y su ropa rota y ensangrentada se convirtió en ropa blanca y limpia.
—Puede que solo sea la magia de este lugar lo que me permite ser humano.
Debió de notárseme la decepción en la cara, porque Ren se rio y me besó los dedos.
—No te preocupes, Kells, pronto seré humano del todo. Por ahora, disfrutaré de este regalo mientras pueda.
Me guiñó un ojo y sonrió, y después se agachó para acercarme a él y examinar mis heridas. Me miró los brazos, las piernas y el cuello, me pasó el trapo húmedo por los brazos y me limpió los cortes con una ternura capaz de curar por sí sola. Yo sabía que sus heridas eran mucho más graves que las mías, así que intenté disuadirlo, sin éxito.
—Todo está bien —afirmó—. Tienes un arañazo bastante feo en el cuello, pero creo que se curará sin problemas.
Me mojó la nuca con la toalla y presionó con ella un momento. Después tiró del cuello de mi camiseta con el dedo.
—¿Quieres que te examine alguna otra cosa?
—No, gracias —respondí, apartándole la mano—. Lo demás lo puedo examinar yo sola.
Se rio de buen humor, se levantó y me ayudó a hacer lo mismo. Se colgó mi mochila y apoyó el gada en un hombro. Tras ofrecerme la mano, empezamos a caminar.
Pasamos cerca de otros árboles de agujas, pero estaban más separados entre sí y se mezclaban con otros tipos de árboles menos asesinos, así que pudimos mantenernos lejos de ellos. Ren entrelazó sus dedos con los míos.
—Es agradable dar un paseo contigo sin preocuparme por el tiempo que me queda, ¿sabes?
—Sí —respondí tímidamente.
Parecía contento, a pesar de nuestra situación. Pensé en lo difícil que tenía que ser para él saber que solo disponía de unos minutos al día para ser un hombre e intentar aprovecharlos lo mejor posible. Por eso creía que aquel lugar espeluznante era casi un regalo. Al final logró contagiarme su buen humor.
Aunque era consciente de que seguramente nos esperaban desafíos aún mayores, caminar a su lado hacía que no me importara. Me permití disfrutar de mi tiempo con él.
Encontramos otro sendero de tierra y lo seguimos. El sendero llevaba a unas colinas y a un largo túnel que, supusimos, las atravesaba. No había otro sitio al que ir, así que entramos despacio, prestando mucha atención a lo que nos rodeaba. En las paredes había antorchas encendidas y un montón de túneles que se desviaban del principal. Di un respingo cuando vi algo pasar por un pasadizo secundario.
—¡Ren! He visto algo ahí dentro.
—Yo también.
Al parecer, estábamos en un enorme enjambre de túneles y, por el rabillo del ojo, captábamos una especie de figuras. Me apreté contra Ren y él me echó un brazo sobre los hombros.
—¿Ren? ¿Ren? ¿Ren? ¿Ren? —oí decir en voz baja a una mujer llorosa; el eco retumbaba en el túnel.
—¡Estoy aquí, Kells! ¡Kells! ¡Kells!
Ren puso cara de recelo y me apretó el hombro. Las voces eran nuestras. Me soltó y sacó el gada para tenerlo preparado. Se puso delante y observó con atención los demás túneles.
Oí gritos y pasos corriendo, gruñidos de tigres y chillidos. Me detuve un momento y me coloqué frente a uno de los túneles.
—¡Kelsey! ¡Ayúdame! —exclamó Ren al aparecer por el túnel lateral.
Luchaba contra un grupo de monos que lo arañaban y mordían. Se transformó en tigre, les clavó los dientes y los destrozó. ¡Era asqueroso!
Di un paso atrás, asustada, hasta que recordé la advertencia de Durga: teníamos que permanecer juntos. Me volví y vi dos túneles que antes no estaban allí. Dos Ren caminaban por ellos con su gada, cada uno en un túnel. «¿Cuál es el túnel principal? ¿Cuál es el verdadero Ren?»
Oí a alguien correr detrás de mí, así que elegí a toda prisa el de la derecha. Me apresuré para alcanzar a Ren, pero daba la impresión de que, cuanto más me acercaba, más se alejaba él. Sabía que me había equivocado de camino.
—¡Ren! —lo llamé.
No se volvió para mirarme. Me detuve y miré en los otros túneles por si lo encontraba. En uno vi a Kishan y a Ren peleando como tigres. En otro, el señor Kadam luchaba con una espada contra un hombre que se parecía mucho al tipo de mi pesadilla.
Corrí de túnel en túnel. En algunos pasillos se veían escenas de mi vida. Mi abuela me llamaba para que la ayudara a plantar flores. Mi profesora del instituto me hacía preguntas. Incluso había una con mis padres, que me llamaban. Ahogué un grito y se me llenaron los ojos de lágrimas.
—¡No, no, no! ¡Esto no está pasando! —grité en voz alta—. ¿Dónde está Ren?
—¿Kelsey? ¡Kelsey! ¿Dónde estás?
—¡Ren! ¡Estoy aquí! —me oí decir, aunque yo no había dicho nada.
Miré en otro túnel y allí estaba Ren, corriendo a... abrazarme. Solo que no era yo. Yo era yo. Ren se acercaba a la cosa que se parecía a mí y le acariciaba la cara.
—¿Kelsey, estás bien?
—Sí, estoy bien —la oí responder.
Entonces se volvió hacia mí para mirarme mientras Ren le besaba la mejilla. La imagen se transformó y, con un ruido agudo y ensordecedor, la cara se convirtió en una máscara de muerte que me dedicaba una sonrisa insidiosa. Me estremecí de asco cuando el cadáver sonriente se llenó de gusanos.
Me acerqué a la entrada del túnel y grité a Ren que parara, pero no me oía. Había una especie de barrera que me impedía la entrada. El cadáver se rio de mí y me saludó con una mano. Después, la imagen se oscureció y dejé de distinguirlo.
Enfurecida, golpeé la barrera, aunque no servía para nada. Al cabo de unos minutos desapareció la barrera, y me quedé mirando un túnel largo y negro iluminado por antorchas, como los otros por los que había pasado antes.
Me rendí y seguí avanzando. Pasé junto a un Ren acurrucado en el suelo, desesperado y culpándose de todos sus males. Sollozaba y gemía, lamentando todo lo que había perdido, hablando de los errores que había cometido y de lo mal que había hecho todo. Suplicaba perdón, pero nadie lo absolvía. Las cosas que decía haber hecho eran horribles, tremendas, cosas que yo sabía que Ren nunca había hecho y nunca sería capaz de hacer. Tenía el cuerpo roto, famélico, no hay palabras para describir lo mucho que me destrozaba verlo así.
Era indignante. ¡Ya estaba bien! Me puso furiosa que retrataran de aquella manera a alguien que me importaba. Algo o alguien jugaba con nosotros, y no me gustaba nada. Lo peor era saber que lo mismo le pasaba a Ren, estuviera donde estuviese. ¡A saber cómo me estaban representando!
Pasé a otro túnel, y vi a un Ren erguido y orgulloso dándome la espalda.
—¿Ren? ¿Eres tú de verdad? —pregunté con cautela.
Él se volvió, esbozó una de sus maravillosas sonrisas, extendió los brazos y me llamó.
—¡Kelsey! ¡Por fin! ¿Por qué has tardado tanto? ¿Dónde estabas?
Lo abracé con gran alivio y él me estrechó con fuerza, acariciándome la espalda.
Sorprendida, me eché un poco atrás para mirarlo a la cara y le pregunté:
—Ren, ¿dónde están la mochila y el gada?
—Ya no los necesitamos. Chisss, quédate aquí conmigo un minuto.
Me aparté rápidamente y di unos pasos atrás.
—Tú no eres Ren.
—Claro que sí, Kelsey —respondió entre risas—. ¿Qué tengo que hacer para probarlo?
—No, algo va mal. ¡No eres él!
Salí corriendo del túnel y seguí corriendo hasta notar los pulmones a punto de estallar, aunque no llegué a ninguna parte, solamente pasaba un túnel tras otro. Me detuve, respiré hondo e intenté pensar en qué hacer. Ren tenía el gada y la mochila, nunca los tiraría. Al menos él tenía algo, mientras que yo no tenía nada. No, eso no era cierto, ¡sí que tenía algo! Saqué el papel del bolsillo de los vaqueros y volví a leer las advertencias.

 

Si os separáis, no confiéis en vuestros ojos, sino en vuestros corazones. Ellos os dirán qué es real y qué no.

 

«¿Que no confíe en mis ojos? Bueno, eso ha quedado claro. Así que mi corazón me ayudará a distinguir lo real de la fantasía... Vale, escucharé a mi corazón. ¿Y eso cómo se hace?»
Decidí seguir andando y mantener la mente abierta. En cada túnel me detenía a esperar un minuto, cerraba los ojos e intentaba sentir cuál era la decisión correcta. Normalmente, la cosa o criatura que estuviera allí redoblaba sus esfuerzos. Hablaba, engatusaba, me tentaba para que la siguiera. Seguí así, dejando atrás varios túneles, y ninguno de aquellos lugares parecía el correcto.
Llegué a otro pasadizo y me detuve a examinar la escena. Me vi muerta, tumbada en el suelo, con Ren arrodillado a mi lado. Estaba inclinado sobre mi cadáver, investigándolo. Oí un suave susurro:
—¿Kelsey? ¿Eres tú? Kelsey, por favor, háblame. Necesito saber si eres tú de verdad.
Levantó mi cuerpo en brazos y lo acunó con cariño. Busqué con la mirada el gada y la mochila, y los llevaba, pero ya me habían engañado antes. Entonces dijo:
—No me dejes, Kells.
Cerré los ojos y presté atención a la voz que suplicaba que estuviera viva. El corazón empezó a latirme con fuerza, una reacción muy distinta a la que había tenido en visiones anteriores. Di un paso y volví a golpearme contra una barrera.
—¿Ren? Estoy aquí, no te rindas —susurré.
Él levantó la cabeza, como si me hubiera oído.
—¿Kelsey? Te oigo, pero no te veo. ¿Dónde estás?
Me dejó en el suelo, o dejó en el suelo el cadáver que se parecía a mí, y el cuerpo desapareció.
—Cierra los ojos y déjate guiar por lo que sientas —le dije.
Se levantó despacio y cerró los ojos.
Yo hice lo mismo e intenté concentrarme no en su voz, sino en su corazón. Me imaginé tocar su pecho, notar el fuerte latido de su corazón bajo los dedos. Mi cuerpo pareció moverse con voluntad propia, dando unos pasos adelante. Me concentré en Ren, en su risa, en su sonrisa, en cómo me sentía con él y, de repente, toqué su pecho y noté el latido de su corazón. Estaba allí. Abrí los ojos poco a poco y lo miré.
Él fue a tocarme el pelo, pero retiró la mano.
—¿De verdad eres tú esta vez, Kells?
—Bueno, no soy ningún cadáver agusanado, si es lo que preguntas.
—Qué alivio —respondió, sonriendo—. No creo que exista ningún cadáver agusanado tan sarcástico.
—Bueno, ¿y cómo sé si eres tú de verdad? —contraataqué.
Se quedó pensándolo un momento y agachó la cabeza para besarme. Me apretó contra su pecho más de lo que creía posible y después nuestros labios se tocaron. Su beso empezó siendo cálido y suave, pero rápidamente pasó a ser apasionado y exigente. Me recorrió los brazos con las manos hasta llegar a los hombros y me sujetó el cuello. Yo le rodeé la cintura y disfruté del beso. Cuando por fin se apartó, el corazón me latía en respuesta al suyo.
—Bueno —dije al recuperar el habla—, aunque no seas tú de verdad, creo que me quedo contigo.
Se rio, y los dos respiramos aliviados.
—Kells, creo que será mejor que no me sueltes la mano durante el resto del camino.
—No hay problema —repuse alegremente.
Estaba encantada de haber recuperado a mi Ren, así que no me costó hacer caso omiso de las llamadas y ruegos que me llegaban desde los pasadizos laterales.
Vimos una luz al final del túnel y nos dirigimos a ella. Ren siguió agarrado a mi mano con fuerza hasta que salimos por la abertura y nos alejamos todo lo posible de ella. Se detuvo al lado de un riachuelo serpenteante que se metía por detrás de los árboles.
Daba la impresión de ser mediodía en aquel lugar desconocido, así que decidimos parar a descansar y comer algo.
Mientras masticaba una barrita energética, Ren comentó:
—Preferiría evitar los árboles y permanecer cerca del cauce del río. Creo que, si lo seguimos, nos llevará a Kishkindha.
Asentí con la cabeza y me pregunté qué más nos esperaría a la vuelta de la esquina.
Más relajados después de nuestro breve descanso, nos levantamos y seguimos el curso del río. El agua avanzaba en nuestra misma dirección, lo que, según Ren, quería decir que caminábamos río abajo. La orilla estaba llena de guijarros y lisas rocas de río.
Escogí una piedra gris, y me dediqué a lanzarla al aire y recogerla, perdida en mis pensamientos. El peso y la textura de la roca cambiaron. Abrí la mano y la miré: se había transformado en una esmeralda suave y reluciente. Me detuve y miré las rocas que tenía bajo los pies. Seguían siendo grises y opacas pero, una vez bajo el agua, eran relucientes piedras preciosas.
—¡Ren! Mira ahí, bajo el agua —dije, señalando las gemas; cuanto más cerca del centro del río estaban, más grandes eran—. ¿Has visto eso? ¡Hay un rubí del tamaño de un huevo de avestruz!
Justo cuando me agachaba para sacar un gran diamante del agua, Ren me agarró por detrás y me apartó de allí.
—Mira eso —dijo susurrándome al oído mientras señalaba el río—. Por el rabillo del ojo. ¿Qué ves?
—No veo nada.
—Utiliza tu visión periférica.
Justo al lado del diamante distinguí algo que brillaba bajo el agua. Era como un mono blanco, aunque sin pelo. Tenía los brazos estirados hacia arriba, hacia mí.
—Estaba intentando atraparte.
Lancé rápidamente la esmeralda al riachuelo. Se formó un remolino, el agua hirvió y después se calmó hasta quedar de nuevo como una balsa de aceite. Cuando miraba directamente a las gemas, no los veía, pero, si miraba por el rabillo del ojo, los monos del agua estaban por todas partes, flotando bajo la superficie. Era como si usaran las colas para anclarse a las raíces de los árboles y las plantas submarinas, como si fueran caballitos de mar.
—Me pregunto si serán kappa.
—¿Qué es eso?
—Un demonio asiático del que me hablaba mi madre. Acechan bajo el agua con la esperanza de capturar niños a los que chupar la sangre.
—¿Monos caballitos de mar vampiros? ¿En serio?
—Al parecer, son reales —repuso, encogiéndose de hombros—. Mi madre me lo contó cuando era pequeño. Decía que los niños de la China debían inclinar la cabeza para mostrar respeto a sus mayores. Les decían que, si no lo hacían, los kappa irían a buscarlos. Verás, los kappa tienen unos huecos llenos de agua en la parte de arriba de la cabeza. Necesitan agua en la cabeza para sobrevivir. La única forma de salvarte si uno va a por ti es inclinarte.
—¿Y eso de qué sirve?
—Si inclinas la cabeza ante un kappa, él hará lo mismo. Cuando lo hace, el agua se derrama y se queda indefenso.
—Bueno, si pueden salir del agua, ¿por qué no nos han atacado?
—Normalmente atacan a los niños —meditó él—, o eso decía mi madre. Me contó que su abuela tallaba los nombres de los niños en piezas de fruta o pepinos y los tiraba al agua antes de que se bañaran. Así los kappa se comían la fruta, se quedaban satisfechos y no hacían daño a los niños que se bañaban.
—¿Tu madre seguía esa tradición?
—No. En primer lugar, formábamos parte de la realeza, así que nos preparaban el baño. En segundo lugar, mi madre no se creía la historia. Solo la compartía con nosotros para que comprendiéramos la idea, que era que todas las personas y cosas merecen respeto.
—Alguna vez me gustaría que me contaras más sobre tu madre. Parece una persona muy interesante.
—Lo era —respondió en voz baja—. También me habría gustado que te conociera —añadió; después examinó con atención el agua y señaló al demonio que esperaba—. Ese intentaba atraparte, a pesar de que, en teoría, solo atacan a los niños. Puede que su tarea sea proteger las piedras preciosas. Si te hubieras llevado una, seguramente te habrían metido en el agua.
—¿En el agua? ¿Y por qué no saltar sobre mí?
—Los kappa suelen ahogar a sus víctimas antes de chuparles la sangre. Se quedan en el agua todo el tiempo que pueden para estar protegidos.
Retrocedí, dejando que Ren se quedara entre el río y yo.
—Entonces, ¿deberíamos volver a los árboles o seguir el curso del río?
Tras pasarse una mano por el pelo, se echó de nuevo el gada al hombro y lo mantuvo listo para el ataque.
—¿Y si nos quedamos en el centro? Por ahora, los kappa parecen conformarse con estar en el agua, pero es mejor evitar también las ramas de los árboles.
Caminamos otro par de horas. Logramos esquivar tanto a los kappa como a los árboles, aunque estos últimos hicieron todo lo posible por atraparnos. El riachuelo trazó una larga curva que nos llevó demasiado cerca de los árboles para nuestro gusto, pero Ren tenía el gada a punto y unos cuantos golpes en los troncos cercanos se encargaron de las ramas díscolas.
Al final llegamos a un enorme árbol que estaba justo en medio de nuestro camino. Sus largas y serpenteantes ramas tenían un alcance casi imposible, y las agujas se estiraban hacia nosotros. Ren se agachó y, tomando un impulso espectacular, corrió y saltó sobre el tronco. El espinoso abrazo de las hojas lo engulló de inmediato.
Oí un golpetazo, y el árbol tembló y lo soltó. Ren salió arañado de pies a cabeza, aunque con una sonrisa en la cara. Su expresión se transformó rápidamente en una de preocupación al ver que yo tenía la boca abierta y miraba a un punto por encima de su cabeza. El árbol nos había tapado la vista. Una vez doblegado, logré ver el fantasmal reino gris de Kishkindha.