24
Desenlaces
A la mañana siguiente hice rápidamente la
maleta y esperé al señor Kadam. Me senté en el sillón y me puse a
dar golpecitos nerviosos con el pie en el suelo. La noche anterior
me había quedado claro que debía hacer algo con Ren. Su presencia
me resultaba abrumadora.
Sabía que si pasaba más tiempo con él
acabaría convenciéndome de iniciar algo serio, y eso no podía
permitirlo de ninguna manera.
Acabaría destrozada. Bueno, durante un
tiempo sería genial, genial de verdad, pero no duraría. Él era
Adonis y yo no era Helena de Troya, no lo lograríamos. Tenía que
ser realista y recuperar el control de mi vida. Decidí que, cuando
llegáramos a nuestro destino, él y yo mantendríamos una charla de
mujer a tigre.
Después, si seguía sin rendirse, me iría a
casa, como había sugerido el señor Kadam. Quizá la distancia
ayudara, quizá Ren solo necesitaba pasar un tiempo sin mí para
darse cuenta de que nuestra relación era un error. Tras tomar esa
decisión, me preparé para volver a verlo a la salida del
hotel.
Esperé un buen rato al señor Kadam. Estaba a
punto de llamar a su habitación cuando, por fin, llamaron a la
puerta. Era él, solo.
—¿Está lista, señorita Kelsey? Siento que
salgamos tan tarde.
—No pasa nada. El señor maravilloso se
estaba tomando un tiempo, ¿no?
—No, en realidad esta mañana ha sido culpa
mía. Estaba ocupado con... papeleo.
—Oh, vale, no pasa nada. No se preocupe.
¿Qué clase de papeleo?
—Nada importante —repuso, sonriendo.
Me sujetó la puerta para que saliera y
recorrimos juntos el pasillo vacío. Estaba ya casi relajada, junto
a las puertas del ascensor, cuando oí que una puerta se cerraba.
Ren caminaba por el pasillo hacia nosotros. Se había comprado ropa
nueva y, por supuesto, estaba impresionante. Di un paso atrás e
intenté evitar mirarlo a los ojos.
Ren llevaba unos vaqueros añil oscuro de
diseño, desgastados y rotos a posta. La camisa era de manga larga,
con botones, elegante y, obviamente, de buena calidad. Era de color
azul con finas rayas blancas, a juego con sus ojos. La llevaba
remangada, sin remeter en el pantalón y con el cuello abierto.
También tenía corte atlético, así que le quedaba pegada al
musculoso torso y no pude evitar suspirar ante tanto esplendor
masculino.
«Parece un modelo de pasarela. ¿Cómo voy a
ser capaz de rechazarlo? El mundo es muy injusto. De verdad, es
como rechazar una cita con Brad Pitt. La chica que lo hiciera
ganaría el premio a idiota del siglo.»
Repasé de nuevo mi lista de razones para no
estar con él me dije unos cuantos: «No es para mí». Lo bueno de ver
a su suculenta persona y observarlo caminar como un hombre normal
era que me ayudaba a mantenerme firme en mi decisión. Sí, sería
difícil hacerlo porque era un tío increíble, pero me resultaba más
obvio que nunca que no estábamos hechos el uno para el otro.
Cuando se unió a nosotros en el ascensor
sacudí la cabeza y mascullé entre dientes.
—Hay que ver. El tío se pasa trescientos
cincuenta años siendo un tigre y sale de su maldición con un gusto
impecable por la ropa cara. ¡Asombroso!
—¿Qué decía, señorita Kelsey? —preguntó el
señor Kadam.
—Nada.
Ren arqueó una ceja y sonrió.
«Seguro que me ha entendido. Estúpido oído
de tigre...»
Las puertas del ascensor se abrieron, entré
y me puse en una esquina, con la esperanza de poner al señor Kadam
entre los dos, pero, por lo visto, el señor Kadam no recibía las
señales mentales que le enviaba como loca. Se quedó al lado de la
botonera del ascensor y Ren se colocó junto a mí, muy cerca. Me
miró de arriba abajo lentamente y me dedicó una sonrisa cómplice.
Bajamos en silencio.
Cuando las puertas se abrieron, él me
detuvo, me quitó la bolsa que llevaba al hombro y se la echó al
suyo, dejándome sin nada con lo que cargar. Se puso a caminar al
lado del señor Kadam mientras yo los seguía muy despacio, poniendo
distancia entre nosotros, sin quitar ojo de encima a su alta
figura.
En el coche, el señor Kadam habló tanto que
comenzó nuestro silencio. Estaba muy emocionado con que Ren pudiera
ser hombre de nuevo, debía de ser un gran alivio para él. En cierto
modo, el señor Kadam estaba tan maldito como Ren y Kishan, no podía
vivir su propia vida. Su único objetivo era dedicar tiempo y
atención a los dos hermanos, así que era tan esclavo de la
maldición como los tigres.
Se me ocurrió que yo también corría el
peligro de convertirme en esclava de los tigres.
«¡Ja! Y me gustaría, seguro —pensé, poniendo
los ojos en blanco—. Qué asco me doy, ¡cómo puedo ser tan
débil!»
Odiaba la idea de que Ren solo tuviera que
hacerme una señal con el dedo para que yo acudiera corriendo. La
parte de mí que daba gran importancia a la independencia, se
encendió.
«¡Eso es! ¡Se acabó! Voy a hablarlo todo con
él cuando volvamos y espero que podamos seguir siendo
amigos.»
En eso más o menos estuve pensando durante
todo el viaje de vuelta a casa. Soñaba despierta, me detenía, me
regañaba y repetía mi estúpido mantra. Intenté leer, pero releía el
mismo párrafo una y otra vez. Al final me rendí y dormí un
poco.
Llegamos por fin a casa bien entrada la
noche. Eché un vistazo a las luces del maravilloso hogar de Ren y
suspiré. Era como volver a casa. Me costaría mucho irme cuando
llegara el momento y tenía la desagradable sensación de que dicho
momento llegaría muy pronto.
Aunque había dormido algo durante el viaje,
supuse que debía intentar descansar un poco. Me obligué a dejar de
dar vueltas a mi elección, me cepillé los dientes y me puse el
pijama. Saqué con cuidado a Fanindra de la mochila, coloqué una
almohadita en la mesa de noche y puse a la serpiente enroscada
encima para que estuviera lo más cómoda posible, mirando hacia la
piscina. Si yo fuera una serpiente paralizada, es lo que me
gustaría mirar.
Después saqué el gada y el Fruto Dorado, envolví el fruto en una
toalla suave, y lo metí con el gada en un
cajón de mi cómoda. Al mirar la fruta me di cuenta de que tenía
hambre; quería un tentempié de medianoche, aunque me daba demasiada
pereza bajar a por uno. Tenía que recordar pedir al señor Kadam que
guardara el fruto y el gada con el sello
de la familia de Ren, dondequiera que estuviese. Había que
asegurarse de que estuviera a salvo.
Al meterme en la cama vi un platito con
galletas saldas, queso y trozos de manzana en la mesita de noche,
al lado de Fanindra. No lo había visto antes.
«Vaya, el señor Kadam lo habrá puesto
mientras yo estaba en el cuarto de baño.»
Agradecida por su consideración, me comí el
tentempié y apagué la luz, pero no me dormía. La cabeza no me
dejaba descansar. Me daba miedo enfrentarme a Ren al día siguiente,
me daba miedo no poder decir lo que tenía que decir. Me dormí por
fin a las cuatro de la mañana y no me desperté hasta las
doce.
Me tomé mi tiempo para levantarme, así que
al final lo hice por la tarde. Sabía que evitaba a Ren y la
discusión, pero no me importaba. Me duché y vestí tranquilamente, y
cuando reuní el valor suficiente para bajar las escaleras, el
estómago me gruñía de hambre.
Bajé en silencio y oí a alguien moviendo
cacharros en la cocina. Suponiendo con alivio que se trataría del
señor Kadam, doblé la esquina y, horrorizada, me encontré con Ren,
solo, intentando hacerse un sándwich. Tenía los ingredientes
repartidos por toda la cocina: todas las verduras del frigorífico y
casi todos los condimentos estaban sobre la encimera. Él estaba
allí de pie, muy concentrado, intentando averiguar si debía usar
kétchup o chile en su sándwich de pavo y berenjena. Llevaba puesto
uno de los delantales del señor Kadam y se lo había manchado de
mostaza. A pesar de mi intención de guardar silencio, se me escapó
una risita.
Sonrió, aunque siguió centrado en el
sándwich.
—Te oí levantarte. Te has tomado tu tiempo
para bajar. Se me ocurrió que tendrías hambre, así que me he puesto
a prepararte un sándwich.
—Puaj, uno de esos no —respondí, riéndome
con sorna—. Mejor uno de mantequilla de cacahuate.
—Vale, hmmm... ¿Cuál de estos tarros es la
mantequilla de cacahuate?
Señaló un grupo de condimentos. Los había
clasificado por idiomas, en un lado las botellas con etiquetas en
inglés y el resto a su lado.
—No sabes leer inglés, ¿no? —pregunté al
acercarme.
—No —respondió, frunciendo el ceño—. Puedo
leer unos quince idiomas y hablar más o menos treinta, pero no
tengo ni idea de qué hay en estas botellas.
—Seguro que lo averiguarías si las olieras,
nariz de tigre —repuse, sonriendo.
Él levantó la cabeza, sonrió, dejó las dos
botellas en la encimera, se acercó a mí y me besó en la boca.
—¿Ves? Por eso te necesito cerca: me viene
bien tener una novia lista.
Regresó a su sándwich y empezó a abrir las
botellas para olerlas.
—¡Ren! ¡Yo no soy tu novia!
Él se limitó a sonreír, localizó la
mantequilla de cacahuate y me hizo el sándwich más gordo que había
visto en mi vida. Le di un bocado y fui incapaz de abrir la
boca.
—¿Me pfones arfgo
de lesshe?
—¿Qué? —preguntó, riéndose.
—¡Lesshe,
leeessshe! —insistí, haciendo como que bebía.
—¡Ah, leche! Vale, espera un segundo.
Tuvo que abrir todas las puertas de la
cocina para localizar una taza y, por supuesto, estaba en el último
armario en el que miró. Me sirvió un vaso de leche espumoso, y yo
me bebí la mitad de inmediato para limpiarme la pegajosa
mantequilla de cacahuate de la boca. Tras abrir el sándwich, escogí
la mitad con menos mantequilla, la doblé y me la comí.
Ren se sentó frente a mí con el sándwich más
grande y estrafalario del planeta. Lo miré y me reí.
—Te estás comiendo un Dagwood.
—¿Qué es un Dagwood?
—Un sándwich gigante sacado de un personaje
de tiras cómicas.
Él gruñó y le dio otro mordisco. Decidí que
era un buen momento para hablar, ya que no podía responderme.
—Oye, Ren, tenemos que hablar de algo
importante. Reúnete conmigo en la terraza cuando se ponga el sol,
¿vale?
Él se quedó paralizado, con el sándwich a
medio camino de la boca.
—¿Un encuentro secreto? ¿En la terraza? ¿Al
ponerse el sol? —repitió, arqueando una ceja—. Kelsey, ¿no estarás
intentando seducirme?
—No lo creo —mascullé, muy fría.
—Bueno, pues soy todo tuyo —respondió entre
risas—. Pero trátame con cariño esta noche, bella dama, que soy
nuevo en esto de ser humano.
—No soy tu bella dama —solté,
exasperada.
Él no hizo caso de mi comentario y siguió
devorando su comida. También se llevó la otra mitad de mi sándwich
de mantequilla de cacahuate y se lo comió.
—¡Oye! Está bastante bueno —comentó.
Como yo ya había terminado, me acerqué a la
encimera del centro de la cocina y empecé a limpiar todo lo que Ren
había dejado en medio. Cuando acabó de comer, se levantó para
ayudarme. Trabajábamos bien juntos, era casi como si supiéramos lo
que el otro iba a hacer antes de que lo hiciera. La cocina quedó
impecable en un segundo. Ren se quitó el delantal y lo tiró a la
cesta de ropa sucia. Después se puso detrás de mí mientras yo
guardaba unos vasos y me rodeó la cintura para apretarme contra
él.
Me olió el pelo, me besó en el cuello y me
susurró suavemente al oído:
—Hmmm, melocotones con nata, sin duda, pero
con un toque de especias. Me transformaré en tigre un rato y me
daré una siesta, así te guardaré todas mis horas para esta
noche.
Hice una mueca. Seguramente esperaba una
sesión de morreo, cuando lo que yo pretendía era romper. Él quería
pasar el rato con una novia, mientras que mi intención era
explicarle que no podíamos seguir juntos. Aunque tampoco era que
estuviéramos saliendo oficialmente. Sin embargo, me sentía como si
fuese a romper con él.
«¿Por qué tiene que ser tan difícil?»
—«¡Cuán suave y argentada suena la voz de
los amantes en la noche, como dulcísima música para el oído
atento!» —susurró Ren, meciéndome en sus brazos.
Me volví hacia él, sorprendida.
—¿Cómo te acuerdas de eso? ¡Es de Romeo y Julieta!
—Prestaba atención cuando me leías algo
—respondió, encogiéndose de hombros—. Me gustaba.
Acto seguido me dio un beso en la mejilla y
se despidió con un:
—Nos vemos esta noche, iadala.
No logré concentrarme en nada durante el
resto de la tarde. Nada lograba retener mi atención durante más de
unos cuantos minutos. Ensayé varias frases delante del espejo, pero
todas me sonaban bastante tontas: «No eres tú, soy yo», «Hay muchos
peces en el mar», «Necesito encontrarme a mí misma», «Somos
demasiado diferentes», «No soy la mujer que buscas», «Hay otra
persona»... En fin, incluso intenté lo de: «Soy alérgica a los
gatos».
Ninguna de las excusas que se me ocurrían
funcionaría con Ren, así que decidí que lo mejor era ser directa y
decirle la verdad. Esa era yo, me enfrentaba a las cosas, superaba
las difíciles y seguía con mi vida.
El señor Kadam pasó fuera todo el día. El
todoterreno no estaba en la casa. Había albergado la esperanza de
tenerlo por allí para que me distrajera un poco, incluso para que
me aconsejara, pero estaba desaparecido en combate.
La puesta de sol llegó demasiado deprisa, y
yo corrí escaleras arriba, muerta de nervios. Me metí en el baño,
me deshice de las trenzas y me cepillé el pelo hasta que me cayó
suelto sobre la espalda. Me puse un poco de brillo de labios y
lápiz de ojos, y busqué en mi armario algo que no fuese una simple
camiseta. Al parecer, alguien había estado añadiendo bonitas
prendas de diseño a mi colección. Salí con una blusa morada de
algodón de cuadritos con bordes de seda negra y unos pantalones
tobilleros de pitillo negros.
Lo más caritativo habría sido ir lo menos
atractiva posible, ya que seguro así se lo ponía más fácil, pero no
quería que su último recuerdo de mí fuera el de una chica hecha un
desastre y vestida con ropa de marimacho.
«Al fin y al cabo, tengo un poco de orgullo
femenino. Quiero que le duela, aunque sea un poquito.»
Satisfecha con mi aspecto, pasé junto a
Fanindra, le di unas cuantas palmaditas en la cabeza y le pedí que
me deseara suerte. Abrí la puerta de cristal y salí. El aire era
cálido y fragante, olía a jazmín y a los árboles de la jungla. El
sol se metió bajo el horizonte y dejó el cielo teñido de rosa
clavel y mandarina. La piscina y las luces de la fuente se
encendieron abajo, mientras yo me sentaba en el pequeño sofá con
balancín y me mecía suavemente, disfrutando de la agradable y dulce
brisa que me acariciaba la piel.
—Lo único que falta es una de esas bebidas
tropicales de fruta con piña, cerezas y una sombrillita —dije en
voz alta, suspirando.
De repente, oí un burbujeo a mi lado, en una
mesita. Era un vaso curvo helado con una bebida de frutas de color
naranja rojizo, ¡con sombrillita y cerezas! La levanté para ver si
era real. Lo era. La bebí con cautela, y el zumo dulce y
efervescente era perfecto.
«Aquí está pasando algo raro. No hay nadie
más, ¿cómo ha llegado la bebida?»
Justo entonces apareció Ren y se me olvidó
lo de la bebida misteriosa. Iba descalzo, vestido con una camisa de
seda verde mar y pantalones negros con un fino cinturón. Tenía el
pelo mojado y se lo había peinado hacia atrás. Se sentó a mi lado
en el sofá y me puso un brazo sobre los hombros. Olía de maravilla,
a su veraniego perfume de sándalo mezclado con el del jazmín.
«Así debe de oler el cielo.»
Ren apoyó el pie en una mesita y empezó a
mecer el asiento. Parecía satisfecho tal cual, sentado, relajado, y
disfrutando de la brisa y la puesta de sol, así que nos quedamos
como estábamos un rato, cómodamente. Era agradable. A lo mejor
podíamos ser amigos más adelante. Eso esperaba. Me gustaba estar
con él.
Me tomó de la mano y nuestros de dos se
entrelazaron. Jugueteó con los míos unos minutos, y después se
llevó mi mano a los labios y los besó despacio, uno a uno.
—¿De qué querías hablar esta noche,
Kelsey?
—Bueno...
«¿De qué leches quería hablar? Por más que
lo intento, no me acuerdo... Ah, sí.»
Desperté de mi ensueño y me preparé.
—Ren, preferiría que te sentaras frente a mí
para que pueda verte. Ahí sentado me distraes.
—Vale, Kells —respondió, riéndose—. Lo que
tú digas.
Puso una silla frente a mí y se sentó.
Después se echó hacia delante, me levantó el pie y se lo puso en el
regazo.
—¿Qué haces? —pregunté, moviendo la
pierna.
—Relájate, estás tensa.
Empezó a darme masajes en el pie, y yo
empecé a protestar, pero se limitó a lanzarme una mirada.
Me giró el pie a un lado y a otro.
—Tienes ampollas por todas partes. Tenemos
que buscarte unos zapatos nuevos si vas a estar caminando por la
jungla a este ritmo.
—Las botas de senderismo también me hicieron
ampollas. Seguramente da igual qué zapatos me compres. En estas
semanas he andado más que en toda mi vida. Mis pies no están
acostumbrados.
Frunció el ceño y recorrió suavemente con un
dedo el arco de mi pie, lo que me produjo una especie de cosquilleo
por toda la pierna. Después me rodeó el pie con ambas manos y
empezó a masajearlo, procurando evitar cualquier punto dolorido.
Aunque estuve a punto de volver a protestar, sentaba bien. Además,
podía ser una buena distracción durante una conversación incómoda,
así que lo dejé continuar. Lo miré a la cara; me estudiaba con
curiosidad.
«¿En qué estaría yo pensando? Creía que
tenerlo delante haría que fuera más sencillo, ¡qué estúpida! Ahora
tengo que mirar a mi arcángel guerrero intentando no
desconcentrarme —pensé y cerré los ojos un minuto—. Vamos, Kells,
céntrate, céntrate. ¡Puedes hacerlo!»
—Vale, Ren, tenemos que hablar de una
cosa.
—Adelante, te escucho.
—Verás —dije tras respirar hondo—. No
puedo... corresponder a tus sentimientos. Ni a tu... afecto.
—¿De qué estás hablando? —preguntó,
riéndose.
—Bueno, lo que quiero decir es que...
—Kelsey —me interrumpió; se había echado
hacia delante y hablaba con voz baja y llena de significado—, sé
que me correspondes. No sigas fingiendo que no es así.
«¿Cómo lo ha averiguado? A lo mejor cuando
estabas besándolo como una idiota, Kells.»
Tenía la esperanza de haberlo engañado, pero
era capaz de ver dentro de mí. Decidí hacerme la tonta y fingir que
no sabía de qué me hablaba.
—¡Vale, sí! Reconozco que me siento atraída
por ti.
«¿Y quién no?»
—Pero no funcionará —concluí.
«Ea, ya está dicho.»
—¿Por qué no? —preguntó él, perplejo.
—Porque me siento demasiado atraída por
ti.
—No entiendo lo que dices. ¿Cómo puede eso
ser malo? Diría que es algo bueno.
—Para la gente normal..., sí.
—¿Y yo no soy normal?
—No. Deja que te lo explique. Es así... Un
hombre hambriento se comería con ganas un rábano, ¿verdad? De
hecho, un rábano sería un banquete si no tuviera ninguna otra cosa.
Pero, si tuviera delante un bufé, jamás escogería el rábano.
—No lo entiendo, ¿qué quieres decir?
—preguntó Ren tras una pausa.
—Quiero decir que... yo soy el rábano.
—¿Y qué soy yo? ¿El bufé?
—No... —respondí, intentando explicárselo
mejor—. Tú eres el hombre. En realidad, yo no quiero ser el rábano,
en fin, ¿quién quiere serlo? Pero soy lo bastante realista como
para saber lo que soy, y no soy un bufé. Es decir, podrías comer
pasteles de chocolate si quisieras, por amor de Dios.
—Pero no rábanos.
—No.
—¿Y... si me gustan los rábanos? —preguntó,
pensativo.
—No te gustan. Es que no conoces otra cosa.
Siento muchísimo haber sido tan grosera contigo. No soy así
normalmente. No sé dónde viene tanto sarcasmo —aseguré, y él arqueó
una ceja—. Vale, tengo un lado cínico y malvado que suelo esconder.
Solo sale cuando estoy bajo una gran tensión o extremadamente
desesperada.
Él me bajó el pie, levantó el otro y se puso
a masajearlo. No dijo nada, así que seguí hablando.
—Lo único que se me ocurría para apartarte
de mí era ser fría y desagradable. Era una especie de mecanismo de
defensa.
—Así que reconoces que intentabas
apartarme.
—Sí, claro.
—Y es porque eres un rábano.
—¡Sí! —exclamé, frustrada—. Ahora que
vuelves a ser hombre encontrarás a alguien mejor para ti, alguien
que te complemente. No es culpa tuya. Quiero decir que llevas tanto
tiempo siendo tigre que no sabes cómo funciona el mundo.
—Vale. ¿Y cómo funciona el mundo,
Kelsey?
Aunque captaba el tono de frustración, seguí
insistiendo.
—Bueno, hablando claro, podrías estar
saliendo con alguna supermodelo reconvertida en actriz. ¿Es que no
has presado atención?
—¡Oh, sí! —gritó, enfadado—. ¡Claro que
estoy prestando atención! Lo que me estás diciendo es que debería
ser un libertino rico, superficial y estirado al que solo le
importa la riqueza, el poder y subir de estatus social. Que debería
salir con una mujer superficial, caprichosa, pretenciosa y
descerebrada a la que le importasen más mis contactos que yo. ¡Y
que encima, no soy lo bastante listo o estoy demasiado anticuado
para saber qué o a quién quiero en mi vida! ¿Lo he resumido
bien?
—Sí —grazné, bajito.
—¿De verdad es lo que sientes?
—Sí —repetí, encogiéndome.
—Bueno, pues te equivocas, Kelsey —repuso,
inclinándose de nuevo—. ¡Te equivocas sobre ti y te equivocas sobre
mí!
Estaba furioso; me moví, incómoda mientras
él seguía hablando.
—Sé lo que quiero. No me hago ninguna falsa
ilusión. Llevo siglos estudiando a la gente desde mi jaula y eso me
ha dado tiempo de sobra para tener claras mis prioridades. Desde el
primer momento en que te vi, desde la primera vez que oí tu voz,
supe que eras distinta. Que eras especial. La primera vez que
metiste la mano en la jaula pera tocarme me hiciste sentir vivo de
un modo que no había experimentado nunca antes.
—A lo mejor no es más que una parte de la
maldición, ¿no lo has pensado? Puede que no sean tus verdaderos
sentimientos, puede que sintieras que yo era la que te ayudaría y,
de algún modo, malinterpretaras tus emociones.
—Lo dudo mucho. Nunca me había sentido así
con nadie, ni siquiera antes de la maldición.
Aquello no iba como yo lo tenía planeado.
Estaba desesperada por escapar de allí antes de decir algo que lo
arruinase todo. Ren era el lado oscuro, la fruta prohibida, mi
Dalila personal, la tentación final... La pregunta era: ¿podría
resistirme?
Le di una palmadita amistosa en la rodilla y
jugué mi única baza.
—Me voy.
—¿Que qué?
—Me voy a Oregón. El señor Kadam cree que
será más seguro para mí, teniendo en cuenta que Lokesh está por ahí
intentando matarnos y tal. Además, necesitas tiempo para
aclararte... las ideas.
—Si te vas, ¡me voy contigo!
—Entonces no tendría mucho sentido que me
fuera, ¿no? —repuse, esbozando una sonrisa irónica.
Él se echó el pelo hacia atrás, suspiró, me
tomó de la mano y me miró a los ojos.
—Kells, ¿cuándo vas a aceptar que estamos
hechos el uno para el otro?
Me sentía fatal, como si le diera patadas a
un fiel cachorrito que solo pedía cariño. Miré hacia la
piscina.
AL cabo de un momento volvió a apoyar
espalda en la silla, frunció el ceño y dijo, con aire
amenazador:
—No dejaré que te vayas.
Por dentro estaba deseando agarrarle una
mano y suplicarle que me perdonara, que me quisiera. Sin embargo,
me armé de valor, bajé las manos al regazo e imploré:
—Ren, por favor, tienes que dejarme marchar.
Necesito..., me da miedo... Es que no puedo seguir aquí, cerca de
ti, cuando cambies de idea.
—Eso no va a pasar.
—Podría pasar. Es muy probable.
—¡No es nada probable! —gruñó,
enfadado.
—Bueno, pues mi corazón no puede correr ese
riesgo, y no quiero ponerte en una posición incómoda. Lo siento,
Ren, de verdad. Quiero ser tu amiga, aunque entiendo que tú no
quieras. Por supuesto, regresaré cuando me necesites, si me
necesitas, para ayudarte a encontrar los otros tres regalos. No te
abandonaría de ese modo, ni tampoco a Kishan. Es que no puedo
quedarme aquí y ver que te sientes obligado a salir conmigo por
pena, porque me necesitas. Pero nunca abandonaré tu causa. Siempre
estaré ahí para los dos, pase lo que pase.
—¡Salir por pena! ¿Contigo? —soltó él—.
¡Kelsey, no lo dirás en serio!
—Sí, muy, muy en serio. Le pediré al señor
Kadam que prepare todo para enviarme a casa dentro de unos
días.
No dijo ni una palabra más, se quedó sentado
en su silla. Era consciente de que estaba furioso, aunque me daba
la impresión de que después de un par de semanas, cuando empezara a
salir al mundo, agradecería mi gesto.
—Ahora estoy muy cansada —dije, apartando la
mirada—. Me gustaría irme a la cama.
Me levanté y me dirigí a mi habitación.
Antes de cerrar la puerta corredera, pregunté:
—¿Puedo pedirte una última cosa?
Él siguió sentado sin decir nada, con los
brazos cruzados sobre el pecho, tenso y enfadado.
Suspiré. «Hasta furioso está guapo.»
Como no respondió, seguí hablando.
—Me resultaría mucho más sencillo no verte,
es decir, no verte como hombre. Intentaré evitar casi todas las
habitaciones de la casa. Al fin y al cabo, es tuya, así que me
quedaré en mi cuarto. Si ves al señor Kadam, dile que quiero hablar
con él, por favor.
No respondió.
—Bueno, adiós, Ren. Cuídate.
Aparté como pude los ojos de él, cerré la
puerta y corrí las cortinas.
«¿Cuídate?» Qué despedida más tonta. Las
lágrimas me enturbiaron la vista. Me enorgullecía de haber pasado
por todo sin demostrar ninguna emoción, aunque en aquellos momentos
era como si me hubiera atropellado una apisonadora.
No podía respirar. Entré en el cuarto de
baño y abrí el grifo de la ducha para ahogar los sonidos. Cerré la
puerta, atrapando dentro todo el vapor, y sollocé, presa de unos
espasmos desgarradores. Todo me goteaba a la vez, los ojos, la
nariz y la boca, y me permití regodearme en la hueca desesperación
de mi pérdida.
Me dejé caer en el suelo hasta quedar tirada
con la mejilla sobre el frío mármol. Mis emociones me dominaron
hasta vaciarme del todo. Notaba las extremidades sin vida,
entumecidas, y el pelo encrespado y pegado a las lágrimas húmedas
de la cara.
Al cabo de un buen rato me levanté despacio,
apagué la ducha que ya estaba fría, me lavé la cara y me metí en la
cama. Pensé de nuevo en Ren y de nuevo me cayeron las lágrimas por
las mejillas. Consideré la posibilidad de poner a Fanindra en mi
almohada para abrazarla, tan necesitada de consuelo me sentía.
Lloré hasta dormirme, con la esperanza de sentirme mejor al día
siguiente.
Al día siguiente volví a despertarme tarde,
hambrienta y entumecida. Estaba emocionalmente exhausta. No quería
arriesgarme a bajar a la cocina, ya que no quería encontrarme con
Ren. Me senté en la cama, me abracé las rodillas y me pregunté qué
debía hacer.
Decidí escribir en mi diario; descargar
todos mis pensamientos y emociones en el papel me ayudó a sentirme
algo mejor. Me gruñía el estómago.
«Ojalá pudiera comerme los creps con bayas
del señor Kadam.»
Por el rabillo del ojo vi que algo se movía,
me volví y vi un desayuno preparado sobre la mesita de noche. Me
acerqué para examinarlo: ¡creps con bayas! Estaba
boquiabierta.
«Eso es demasiado oportuno.»
De repente recordé el zumo efervescente que
me había tomado la noche anterior: había deseado tener algo para
beber y había aparecido.
Decidí probar aquel extraño fenómeno.
—También me gustaría tomar un batido de
chocolate —dije en voz alta.
Un alto vaso de chocolate surgió de la nada,
así que decidí pensar otra cosa.
«Ojalá tuviera unos zapatos nuevos.»
No pasó nada, así que lo dije en voz
alta.
—Ojalá tuviera unos zapatos nuevos.
Nada.
«Quizá solo funcione con comida —pensé—. Me
gustaría tomar un batido de fresa.»
Acto seguido vi aparecer un vaso alto lleno
hasta arriba de un espeso batido de fresa con nata montada y una
fresa cortada encima.
«¿Qué está haciendo esto? ¿El gada? ¿Durga? ¿El fruto? ¡El Fruto Dorado de la
India! El señor Kadam dijo que saciaría el hambre de la India. ¡El
Fruto Dorado proporciona comida!»
Saqué el fruto del cajón y lo sostuve en la
mano mientras de deseaba otra cosa.
—Un... rábano, por favor.
El fruto brilló y resplandeció como un
diamante dorado, y un rábano apareció sobre mi mano libre. Lo
examiné con atención y después lo tiré a la papelera.
—¿Ves? —mascullé en tono irónico—. Ni
siquiera yo quiero un rábano.
De inmediato deseé compartir aquel
emocionante descubrimiento con Ren, así que corrí hacia la puerta.
Llegué a tocar el pomo, pero vacilé, no quería desbaratar todo lo
dicho la noche anterior. Decía en serio lo de ser amigos, aunque,
irónicamente, en aquel momento era yo la que no podía ser su amiga.
Necesitaba tiempo para superarlo.
Decidí esperar a que volviera el señor
Kadam; entonces le contaría a Ren lo del fruto.
Me abalancé sobre los creps y disfruté de la
comida, sobre todo porque era mágica. Después me vestí y decidí
leer en mi cuarto. Al cabo de un rato, alguien llamó a la
puerta.
—¿Puedo entrar, señorita Kelsey? —preguntó
el señor Kadam.
—Sí, la puerta está abierta.
Entró cerró la puerta y se sentó en uno de
los sillones.
—Señor Kadam, no se mueva de ahí, ¡tengo que
enseñarle una cosa!
Me levanté, emocionada, y corrí a la cómoda.
Saqué el Fruto Dorado, lo desenvolví y lo coloqué en la mesa.
—¿Tiene hambre? —pregunté.
—No, acabo de comer —respondió entre
risas.
—Bueno, pues desee algo de comer de todos
modos.
—¿Por qué?
—Usted inténtelo.
—De acuerdo —dijo, y le brillaron los ojos—.
Deseo un cuenco del estofado de mi madre.
El fruto brilló y un cuenco blanco apareció
delante de nosotros. El penetrante aroma de un estofado de cordero
con hierbas llenó la habitación.
—¿Qué es esto?
—Adelante, señor Kadam, desee otra cosa. De
comida, quiero decir.
—Deseo un yogur de mango.
El fruto volvió a brillar y apareció un
platito con yogur de mango.
—¿No se da cuenta? ¡Es el fruto! Sacia el
hambre de la India, ¿lo entiende?
Él tomó la fruta y la observó con
cuidado.
—¡Es un descubrimiento asombroso! ¿Se lo ha
contado a Ren?
—No, todavía no —contesté, y la culpa hizo
que me ruborizara—. Pero cuénteselo usted.
Él asintió, pasmado, y dio vueltas al fruto
en sus manos, mirándolo desde todos los ángulos.
—Hmmm..., ¿señor Kadam? Quería hablar con
usted de otra cosa.
Dejó el fruto con cuidado en su sitio y me
dedicó toda su atención.
—Por supuesto, señorita Kelsey, ¿De qué se
trata?
—Creo que ha llegado el momento de... volver
a casa —respondí, después de respirar hondo.
Él apoyó le espalda en el sillón, juntó las
manos y me miró con aire pensativo.
—¿Por qué lo cree?
—Bueno, como me dijo, está lo de Lokesh, y
hay otras... cosas.
—¿Otras cosas?
—Sí.
—¿Como cuáles?
—Como... Bueno, no quiero aprovecharme
demasiado de su hospitalidad.
—Qué tontería, es usted una más de la
familia. Tenemos con usted una deuda eterna que nunca conseguiremos
saldar. Esta casa es tan suya como nuestra.
—Gracias —respondí, sonriendo para demostrar
mi agradecimiento—. Pero no es solo eso, también está... Ren.
—¿Ren? ¿Me lo puede contar?
Me senté en el borde del sofá y abrí la boca
para decir que no quería hablar del tema. Sin embargo, lo largué
todo. Antes de darme cuenta, estaba llorando y él se había sentado
a mi lado para darme palmaditas en la mano y consolarme, como si
fuera mi abuelo.
No dijo palabra, dejó que soltara todo el
dolor y la confusión, mezclados con aquel nuevo sentimiento más
delicado. Cuando terminé, me dio palmaditas en la espalda mientras
yo hipaba y lloraba. Me pasó un caro pañuelo de tela, sonrió y
deseó que apareciera una taza de manzanilla.
Me reí entre lágrimas al ver su expresión de
alegría cuando me dio la infusión: después me soné la nariz y me
calmé. Me horrorizaba habérselo confesado todo. «¿Qué pensará de
mí? —pensé, y después más desesperada aún—. ¿Se lo contará a
Ren?»
Como si me leyera el pensamiento,
dijo:
—Señorita Kelsey, no se sienta mal por
habérmelo contado.
—No se lo diga a Ren, por favor, por favor
—supliqué.
—No se preocupe, jamás traicionaría su
confianza —contestó y después se rio un poco—. Se me da muy bien
guardar secretos, querida. No desespere, en la vida a menudo surgen
situaciones que parecen desesperadas y demasiado complicadas para
extraer de ellas un final feliz. Solo espero poder ofrecerle algo
de la paz y la armonía que usted me ha proporcionado a mí.
Apoyó la espalda en el sofá y, pensativo, se
acarició la corta barba.
—A lo mejor ha llegado el momento de que
vuelva a Oregón. Tiene razón, Ren necesita tiempo para aprender a
ser hombre de nuevo, aunque no de la forma que usted cree. Además,
tengo que seguir con mi investigación antes de ir a buscar el
segundo regalo de Durga —afirmó, e hizo una pausa—. Por supuesto,
lo organizaré todo para su regreso a casa. Sin embargo, no olvide
nunca que esta casa también es suya y que puede llamarme en
cualquier momento para que la traiga de vuelta. Espero no ser
demasiado atrevido, pero debo decir que es usted como una hija para
mí. O quizá como una nieta, para ser más exacto —añadió entre
risas.
Esbocé una sonrisa trémula, le rodeé el
cuello con los brazos y sollocé sobre su hombro.
—Gracias, muchas gracias. Usted también es
como de mi familia. Lo echaré muchísimo de menos.
—Y yo a usted —repuso, devolviéndome el
abrazo—. Ahora, basta de lágrimas. ¿Por qué no va a darse un baño
en la piscina y a tomar el aire mientras hago los
preparativos?
—Buena idea —dije, limpiándome una
reluciente lágrima del ojo—. Creo que lo haré.
Me apretó la mano y se fue de la habitación,
cerrando la puerta con cuidado.
Decidí seguir su consejo: me puse el bañador
y me dirigí a la piscina. Nadé unos cuántos largos para intentar
invertir mi energía en algo que no fuera mis emociones. Cuando me
dio hambre, probé a desear un sándwich completo y uno apareció al
lado de la piscina.
«¡Qué útil! ¡Ni siquiera tengo que estar en
la misma habitación! ¿Cuál será el radio de acción de esa
cosa?»
Me comí el sándwich y me tumbé sobre una
toalla hasta que la piel se me calentó. Después volví a meterme en
la piscina y floté tranquilamente un rato para refrescarme.
Un hombre alto se acercó al borde de la
piscina, justo delante del sol. Aunque me hice visera con la mano,
no logré verle la cara, pero sabía quién era.
—¡Ren! —exclamé, frunciendo el ceño—. ¿Es
que no puedes dejarme en paz? No quiero hablar contigo ahora.
El hombre se apartó del sol y entrecerré los
ojos para mirarlo.
—¿No quieres verme? ¿Después de un viaje tan
largo? —preguntó, y chasqueó la lengua—. Vaya, vaya, vaya, alguien
necesita enseñarte modales, señorita.
—¿Kishan? —pregunté, ahogando un
grito.
—¿Quién si no, bilauta? —dijo él, sonriente.
Chillé, subí corriendo los escalones de la
piscina y corrí hacia él. Kishan se rio cuando lo empapé con un
gran abrazo.
—¡No puedo creerme que estés aquí! ¡Qué
bien!
Él me miró de arriba abajo con sus ojos
dorados, tan distinto de los de Ren,
—Bueno, de haber sabido que esta era la
bienvenida que me esperaba, habría venido mucho antes.
—Deja de tomarme el pelo —repuse, riéndome—.
¿Cómo has llegado? ¿También tienes seis horas? ¡Cuentéamelo
todo!
—Espera, espera —dijo levantando una mano
entre risas—. En primer lugar, ¿quién te está tomando el pelo? Y,
en segundo, por qué no te cambias y nos sentamos a hablar
tranquilamente.
—Vale —respondí, aunque después vacilé—.
Pero ¿podemos quedarnos aquí, junto a la piscina?
—Claro, si tú quieres. Te esperaré aquí
—respondió, aunque ladeó la cabeza, algo perplejo.
—Vale, no te muevas, ¡vuelvo en
seguida!
Corrí escaleras arriba hasta mi cuarto, me
duché rápidamente, me vestí y me cepille el pelo. También pedí dos
zarzaparrillas con helado, cortesía del Fruto Dorado y me las llevé
a la piscina.
Cuando llegué, Kishan había colocado dos
tumbonas a la sombra y se había echado en una, con las manos detrás
de la cabeza y los ojos cerrados. Llevaba una camiseta negra,
vaqueros y los pies descalzos. Me dejé caer en la otra tumbona y le
pasé una bebida.
—¿Qué es esto?
—Se llama zarzaparrilla con helado.
Pruébalo.
Dio un trago y tosió.
—¿Se te han metido las burbujas en la nariz?
—pregunté, riéndome.
—Creo que sí. Pero está bueno, muy dulce. Me
recuerda a ti. ¿Es de tu país?
—Sí.
—Si quiero responder a todas tus preguntas
antes de que se haga de noche, será mejor que empiece ya.
Le dio otro trago a la zarzaparrilla y
siguió hablando:
—En primer lugar, me preguntaste si había
recuperado las seis horas. La respuesta es sí. Es extraño, ¿sabes?
Me he pasado siglos bastante satisfecho siendo un tigre, pero
después de que tú y Dhiren me visitarais, me sentí incómodo dentro
de mi negra piel. Por primera vez en mucho tiempo, quería estar
vivo de nuevo, no como animal, sino como yo mismo.
—Lo entiendo. ¿Cómo descubriste que tenías
seis horas? ¿Y cómo llegaste hasta aquí?
—Había empezado a transformarme en hombre un
rato todos los días y también a meterme en las aldeas cercanas para
observar a la gente y ver lo que el mundo moderno podía ofrecerme
—contestó, suspirando con tristeza—. El mundo ha cambiado mucho
desde la última vez que formé parte de él. —Asentí, y él siguió
hablando—. Un día, más o menos hace una semana, me transformé en
hombre y me puse a ver cómo jugaban unos niños en la plaza del
pueblo. Sabía que me quedaba sin tiempo, así que volví a la jungla
y esperé a que empezaran los temblores que anuncian la
transformación. Pero no aparecieron.
»Esperé una hora, dos, y nada. Sabía que
había sucedido algo. Volví a atravesar la jungla y esperé hasta que
noté de nuevo la necesidad de transformarme en tigre. Lo probé al
día siguiente y al siguiente, y el tiempo era el mismo todas las
veces.
»Por eso supe que Ren y tú habíais tenido
éxito, al menos en parte. Después regresé al pueblo como hombre y
pedí a unas personas que me ayudaran a llamar al señor Kadam. Por
fin alguien averiguó cómo localizarlo, y el señor Kadam vino a
buscarme.
—Por eso no ha estado por aquí los últimos
dos días.
Kishan me miró de arriba abajo, se recostó y
siguió bebiendo su refresco. Después alzó el vaso hacia mí.
—Debo decir que no tenía ni idea de lo que
me perdía.
Sonrió, estiró sus largas piernas en la
tumbona y cruzó los tobillos.
—Bueno, me alegro de que estés aquí. Es tu
hogar, este es tu sitio —le dije.
—Supongo que sí —respondió, mirando a lo
lejos con expresión seria—. Durante mucho tiempo creía no tener
dentro de mí ni una chispa de humanidad. Mi alma era oscura. Pero
tú, querida —añadió, tomándome la mano para besarla—, me has
devuelto a la luz.
—Echabas de menos a Yesubai, eso es todo
—respondí, poniéndole la mano en el brazo—. No creo que tu alma
fuera oscura, ni que hubieras perdido tu humanidad. Es que hace
falta tiempo para curar el corazón cuando te lo rompen.
—Puede que tengas razón —dijo, y le
brillaban los ojos—. Ahora, ¡cuéntame tus aventuras! El señor Kadam
me contó lo básico, pero quiero oír los detalles.
Le conté lo de las armas de Durga, y él
expresó mucho interés en el gada. Se rio
cuando le conté lo de los monos que atacaron a Ren y me miró con
cara de horror cuando describí a los kappa que casi me comen. Era
fácil hablar con él; escuchaba con interés, y yo no sentía las
mariposas en estómago que aparecían cuando hablaba con Ren.
Cuando llegué al final de la historia, me
quedé mirando la piscina mientras Kishan me examinaba la
cara.
—Tengo curiosidad por otra cosa,
Kelsey.
—Claro, ¿qué más quieres saber?
—¿Qué pasa exactamente entre Ren y tú?
—¿A qué te refieres? —pregunté, intentando
no darle importancia, a pesar de que tenía el corazón en un
puño.
—¿Sois algo más que compañeros de viaje?
¿Estáis juntos?
—No. Definitivamente, no —respondí al
instante.
—¡Bien! —exclamó, sonriendo; me tomó de
nuevo la mano y la besó—. Eso significa que puedes salir conmigo.
De todos modos, ninguna chica en su sano juicio querría estar con
Ren. Es muy... estirado. Frío, al menos en sus relaciones.
Se me quedó la boca abierta un minuto, del
pasmo, y después noté que el enfado sustituía a la sorpresa.
—En primer lugar, no voy a estar con ninguno
de los dos. En segundo, hay que estar muy loca para no querer a
Ren. Te equivocas con él, no es ni estirado ni frío. De hecho, es
considerado, cálido, despampanante, de confianza, leal, dulce y
encantador.
Kishan arqueó una ceja y me examinó durante
un minuto. Me encogí bajo su mirada, ya que sabía que me había ido
de la lengua y había dicho demasiado.
—Ya veo —comentó—. Puede que tengas razón.
Está claro que el Dhiren que conocía ha cambiado en estos últimos
doscientos años. Sin embargo, a pesar de esto y de que insistas en
que no quieres estar con ninguno de los dos, me gustaría proponerte
que saliéramos a celebrarlo esta noche, aunque no sea una... ¿Cuál
es la palabra correcta?
—Cita.
—Cita. Aunque no sea una cita, sino como
amigos.
Hice una mueca, y él continuó,
insistente.
—Imagino que no querrás dejarme solo en mi
primera noche de vuelta al mundo real, ¿no?
Me sonrió para animarme a aceptar. Yo quería
ser su amiga, pero no estaba segura de cómo contestar y, por un
instante, me pregunté qué le parecería a Ren y cuáles podrían ser
las consecuencias.
—¿Adónde exactamente quieres ir a
celebrarlo?
—El señor Kadam dice que hay un club en un
pueblo cercano en el que se puede cenar y bailar. Se me ocurrió que
podríamos celebrarlo allí, comer algo y que me enseñaras a
bailar.
—Es mi primera vez en la India, no tengo ni
idea de qué se baila y se escucha por aquí —respondí, dejando
escapar una risa nerviosa.
A Kishan pareció encantarle oírlo.
—¡Fantástico! Pues aprenderemos juntos. No
aceptaré un no por respuesta.
Se levantó de un salto para alejarse a toda
prisa.
—¡Espera, Kishan! —grité—. ¡Ni siquiera sé
qué ponerme!
—¡Pregúntale a Kadam! —respondió él,
volviéndose—. ¡Lo sabe todo!
Desapareció dentro de la casa y yo me hundí
en la depresión. No quería intentar ser feliz cuando por dentro
estaba emocionalmente destrozada, aunque me gustaba tener a Kishan
de vuelta y de buen humor.
Al final decidí que, a pesar de que no me
apeteciera celebrarlo, no quería acabar con el recién nacido
entusiasmo de Kishan por la vida. Cuando fui a llevarme los vasos
de los refrescos, vi que habían desaparecido.
«¡Genial! ¡No solo proporciona comida, sino
que también lava los platos!»
Al levantarme para entrar en la casa noté
algo y la piel de los brazos se me puso de gallina. Miré a mi
alrededor, pero ni vi ni oí nada. Entonces sentí un cosquilleo
eléctrico que me atravesaba, y algo tiró de mí y me hizo mirar la
terraza. Ren estaba allí, apoyado en una columna con los brazos
cruzados sobre el pecho, observándome.
Nos miramos durante un minuto sin decir
nada, pero percibí un cambio en el aire que nos rodeaba: se volvió
denso, bochornoso y tangible, como antes de una tormenta, y su
poder me envolvía al rozarme la piel. Aunque no lo veía, sentía que
se avecinaba una tormenta.
El bochornoso aire tiraba de mí como un mar
embravecido, intentaba devolverme al vacío de poder que Ren había
abierto entre nosotros. Era como si tuviera que usar mi fuerza
física real para apartarme de él. Cerré los ojos para no hacer caso
y seguí andando.
Cuando por fin me soltó, noté dentro una
horrible sensación de desgarro y empecé a dar vueltas yo sola
anaquel vacío. Después de arrastrarme a mi cuarto y cerrar la
puerta, todavía sentía sus ojos encima, abriéndome un agujero entre
los omóplatos. Entré en una habitación a oscuras con el cuerpo
tenso, arrastrando tras de mí los hilos rotos de nuestra
desconexión.
Me quedé en mi cuarto el resto de la tarde.
El señor Kadam fue a verme, encantado de que fuera a salir con
Kishan por la noche. Me sugirió que, efectivamente, había que
celebrarlo y que debíamos ir todos.
—Entonces, ¿Ren y usted también quieren
ir?
—No veo por qué no. Se lo preguntaré.
—Señor Kadam, puede que sea mejor que pasen
una noche solo de chicos. Yo estorbaría.
—Qué tontería, señorita Kelsey. Todos
tenemos algo que celebrar. Me aseguraré de que Ren se porte
bien.
—¡Espere! —dije cuando ya se marchaba—. ¿Qué
me pongo?
—Puede elegir de lo que desee. Puede ponerse
ropa moderna o algo más tradicional. ¿Por qué no se pone su
sharara?
—¿No cree que estaría fuera de lugar?
—No, hay muchas mujeres que los visten en
las celebraciones. Sería completamente apropiado.
Puse cara larga y él añadió:
—Si no quiere ponérselo, puede llevar ropa
normal; cualquiera de las dos opciones es adecuada.
Se fue y yo gruñí. Estar sola e intentar ir
de celebración con Kishan ya era malo, pero al menos él no me hacía
sentir como si me ahogara en un maremoto emocional. Encima, Ren
estaría allí. Me sentiría fatal.
Me estresaba pensar en salir. Quería
vestirme con mi ropa normal, pero sabía que los chicos se pondrían
algo de Armani o similar, y no quería aparecer a su lado en
vaqueros y zapatillas, así que opté por el vestido sharara.
Saqué la pesada falda y el top del armario,
acaricié las perlas y suspiré. Era precioso. Pasé un rato
peinándome y maquillándome. Resalté los ojos con más rímel y lápiz
de ojos de lo normal, me eché un poco de sombra morado grisáceo
sobre los párpados y usé una plancha para aliarme el pelo. El
movimiento de pasarla de la raíz a las puntas de cada mechón era
terapéutico y me ayudó a relajarme.
Cuando terminé, mi pelo castaño dorado
estaba liso y resplandeciente, y me caía como una cortina por la
espalda. Me puse con cuidado el cuerpo del vestido y después
levanté la pesada falda. Me la centré en las caderas, alineé los
relucientes pliegues y disfruté de su peso. Tras seguir con el dedo
el intrincado patrón de perlas con forma de lágrima, no pude evitar
una sonrisa.
Estaba lamentándome de que el Fruto Dorado
no pudiera crear zapatos cuando alguien llamó a la puerta. El señor
Kadam me esperaba.
—¿Está lista, señorita Kelsey?
—Bueno, no del todo, no tengo zapatos.
—Ah, a lo mejor Nilima tiene algo en su
armario. Se lo puede tomar prestado.
Lo seguí al cuarto de Nilima; allí abrió el
armario y sacó unas sandalias doradas. Eran un poquito grandes,
pero me las ajusté bien y pude andar con ellas. El señor Kadam me
ofreció un brazo.
—Espere un momento, se me ha olvidado una
cosa.
Salí corriendo a mi cuarto y recogí la
bufanda dupatta para echármela sobre los
hombros.
Me sonrió y me ofreció el brazo de nuevo.
Fuimos a la entrada principal donde esperaba ver el todoterreno,
pero lo que había aparcado en la puerta era un reluciente
Rolls-Royce Phantom de color platino. Me abrió la puerta y entré en
el lujoso interior de cuero gris claro.
—¿De quién es el coche? —pregunté mientras
acariciaba el salpicadero.
—¿Este? Es mío —respondió el señor Kadam,
esbozando una sonrisa de orgullo y de amor por su vehículo—. La
mayoría de los coches de la India son pequeños y económicos. De
hecho, solo el uno por ciento de la población, aproximadamente,
tiene coche. Si compara los coches de la India con los
estadounidenses...
Se puso a parlotear sobre los aspectos
técnicos de los coches antes de encender el motor, y yo sonreí y me
hundí en el asiento para escucharlo con atención.
Cuando por fin arrancó, el motor no rugió,
sino que ronroneó. «Muy agradable.»
—Kishan está bajando y Ren... ha decidido no
venir.
—Ya veo.
Debería haberme alegrado, pero me sorprendió
descubrir que estaba decepcionada. Sabía que lo mejor era no pasar
tiempo juntos hasta que aquel enamoramiento o lo que fuera se
pasara, y él no hacía más que satisfacer mi deseo de no verlo. Sin
embargo, una parte de mí quería estar con él al menos una vez
más.
Reprimí aquellas emociones y sonreí al señor
Kadam.
—No hay problema. Nos lo pasaremos bien sin
él.
Kishan salió corriendo por la puerta.
Llevaba un ligero jersey burdeos con cuellos de picos y unos
pantalones informales de color caqui. Se había cortado más el pelo
en capas desfiladas y en ángulo, con un estilo que le hacía parecer
un ídolo de Hollywood. El fino jersey resaltaba su músculo cuerpo.
Estaba muy guapo.
Abrió la puerta de atrás del coche y
subió.
—Siento haber tardado tanto. Oye, Kelsey
—dijo, asomándose entre los asientos delanteros—, te has perdido...
—Entonces se interrumpió y silbó—. ¡Eh, Kelsey! ¡Estás increíble!
¡Voy a tener que alejar a los chicos con un palo!
—Venga ya —respondí, ruborizándome—. Ni
siquiera vas a poder acercarte a mí con las hordas de mujeres que
te van a rodear.
Me sonrió y se echó atrás en el
asiento.
—Me alegro de que Ren decidiera no venir.
Así serás toda para mí.
—Hmmm —dije, sentándome bien y abrochándome
el cinturón.
Paramos al lado de un bonito restaurante con
un porche exterior que lo rodeaba, y Kishan salió a toda prisa para
abrirme la puerta. Me ofreció el brazo esbozando una sonrisa
cautivadora. Me reí y acepté el brazo, decidida a disfrutar de la
noche.
Nos sentamos en una mesa al fondo del
restaurante. La camarera se acercó y yo me tomé la libertad de
pedir colas de cereza para Kishan y para mí. A él no parecía
importarle que le sugiriera comida.
Nos lo pasamos bien repasando juntos el
menú. Me preguntó cuáles eran mis comidas favoritas y qué debería
probar. Él tradujo lo que decía la carta y yo le di mi opinión. El
señor Kadam pidió una infusión y se la bebió en silencio, oyéndonos
hablar. Después de pedir la comida, nos acomodamos en las sillas y
observamos a las parejas bailar.
La música era suave y lenta, clásicos de
siempre, aunque en otro idioma. Dejé que melancolía se adueñara de
mí y guardé silencio. Cuando llegó la comida, Kishan se abalanzó
sobre ella, encantando, y terminó lo que sobró de la mía. Parecía
fascinado con todo: la gente, el idioma, la música y, sobre todo,
la comida. Hizo miles de preguntas al señor Kadam, como: «¿Cómo se
paga?», «¿De dónde viene el dinero?», «¿Cuánta propina le doy al
camarero?».
Escuché y sonreí, aunque mi cabeza estaba en
otra parte. Una vez retirados los platos, seguimos bebiendo y
observando a la gente que nos rodeaba.
—Señorita Kelsey, ¿me concedería este baile?
—preguntó el señor Kadam después de aclararse la garganta.
Se levantó y me ofreció un brazo. Le
brillaban los ojos y me sonreía. Lo miré con una sonrisa llorosa y
pensé en lo mucho qué echaría de menos a aquel hombre tan
encantador.
—Por supuesto, amable caballero.
Me dio una palmadita en el brazo y me
condujo a la pista. Era un gran bailarín. Yo solo había bailado con
chicos en los bailes del instituto, y normalmente se limitaban a
moverse en círculos hasta que terminaba la canción. No era ni
interesante ni emocionante. Sin embargo, bailar con el señor Kadam
resultaba mucho más estimulante. Me condujo por toda la pista
haciéndome girar y, de camino, permitiéndome ver el vuelo de la
falda. Reí y disfruté. Me esperaba de él dando vueltas y después me
traía de nuevo hacía él con gran habilidad. Era tan bueno que me
hacía parecer buena a mí.
Cuando terminó la canción, regresamos a la
mesa. El señor Kadam actuaba como si estuviera viejo y cansado,
aunque, en realidad, a mí era a la que le costaba respirar. Kishan
estaba dando pataditas en el suelo, impaciente, y, en cuanto
regresamos, se levantó, me agarró de las manos y me condujo de
vuelta a la pista.
Esta vez, la canción era más rápida. Kishan
aprendía deprisa, observando y copiando los movimientos de los
demás bailarines. Tenía buen sentido del ritmo, aunque se esforzaba
demasiado en parecer natural. De todos modos, nos lo pasamos bien y
yo me pasé toda la canción riendo.
La siguiente era más lenta, así que empecé a
volver a la mesa, pero Kishan me sujetó y dijo:
—Espera un momento, Kelsey. Quiero probar
esta.
Se quedó mirando unos segundos a una pareja
que teníamos cerca; después, me puso los brazos alrededor de su
cuello mientras me rodeaba la cintura con los suyos. Siguió mirando
unos segundos a las otras parejas y después a mí, con una sonrisa
maliciosa.
—Ya entiendo las ventajas de este tipo de
bailes —comentó, apretándome un poco más contra él—. Sí —murmuró—,
es muy agradable.
Suspiré y dejé mis pensamientos vagar
durante un momento. De repente, una vibración me recorrió todo el
cuerpo, algo que retumbaba. No, un gruñido grave, apenas audible
por encima de la música. Miré a Kishan y me pregunté si lo habría
oído, pero él miraba algo encima de mi cabeza.
—Creo que este es mi baile —dijo una voz
tranquila, pero indomable, detrás de mí.
Era Ren, notaba su presencia. Su calor se me
metía por la espalda, y me estremecí como las hojas de primavera
con la brisa.
Kishan entrecerró los ojos y repuso:
—Me parece que eso debe decidirlo la
dama.
Después me miró. No quería provocar una
escena, así que asentí con la cabeza y aparté los brazos del cuello
de Kishan, que miró con odio a su sustituto y se alejó enfadado de
la pista de baile.
Ren se puso frente a mí, me colocó con
delicadeza las manos en torno a su cuello y puso su cara
dolorosamente cerca de la mía. Pasó las manos muy despacio por mis
brazos desnudos y las bajó por mis costados hasta rodearme con
ellas la cintura. Se dedicó a dibujar circulitos sobre la parte de
la espalda que me quedaba al descubierto, me apretó la cintura y me
acercó más a él.
Me guio como un experto durante todo el
baile. No dijo nada, al menos con palabras, pero me enviaba muchas
señales. Apoyó la frente en la mía y se inclinó para acariciarme la
oreja con la nariz. Enterró la cara en mi pelo y levantó la mano
para acariciarlo. Bajó los dedos por mi brazo desnudo y por mi
cintura.
Cuando terminó la canción, los dos tardamos
un minuto en recuperar el sentido y recordar dónde estábamos.
Recorrió la curva de mi labio inferior con el dedo, bajó mi mano de
su cuello y me condujo al porche.
Creía que se detendría allí, pero bajó las
escaleras y me llevó a una zona arbolada con bancos de piedra. La
luna hacía que le brillara la piel. Llevaba una camisa blanca con
pantalones informales negros. El color blanco me hizo pensar en el
tigre.
Paró bajo la sombra de un árbol, y yo me
quedé muy quieta y callada; temía decir algo que después
lamentara.
Me levantó la barbilla para que pudiera
mirarlo a los ojos.
—Kelsey, tengo que decirte algo, así que no
hables y escucha.
Asentí con la cabeza, vacilante.
—En primer lugar, quiero que sepas que
presté atención a todo lo que me dijiste la otra noche y que he
estado pensando mucho sobre tus palabras. Es importante que lo
entiendas.
Se movió y me puso un mechón de pelo detrás
de la oreja para después bajar los dedos de mi mejilla a mis
labios. Esbozó una dulce sonrisa y yo noté que mi plantita del amor
revivía y se volvía hacia ella, como si lanzara rayos de sol.
—Kelsey —dijo pasándose una mano por el
pelo, y su sonrisa se torció un poco—, el caso es que... estoy
enamorado de ti, lo estoy desde hace tiempo.
Yo contuve el aliento.
Me tomó de la mano y se puso a juguetear con
mis dedos.
—No quiero que te vayas —dijo, besándolos
sin dejar de mirarme a los ojos, hipnotizándome; después sacó algo
del bolsillo—. Quiero darte una cosa —añadió, y me ofreció una
cadena dorada con unos colgantitos de campanillas—. Es para el
tobillo. Aquí son muy populares, así que te compré esta para no
tener que volver a buscar ninguna campana.
Se agachó, me rodeó la pantorrilla con la
mano, bajó la palma hasta el tobillo y me cerró la pulsera. Yo
empecé a balancearme, a punto de caer desmayada. Ren rozó las
campanas con los dedos antes de levantarse, me puso las manos en
los hombros, los apretó y me acercó más a él.
—Kells, por favor —suplicó, besándome en la
sien, en la frente y en la mejilla; entre beso y beso, seguía
suplicando—. Por favor, por favor, por favor. Dime que te quedarás
conmigo —Cuando sus labios rozaron los míos, añadió—: Te
necesito.
Y apretó sus labios contra los míos.
No té que me fallaba la voluntad. Quería
estar con él, estaba desesperada por seguir con él. Y también lo
necesitaba. Casi cedí, estuve a punto de decirle que estar con él
era lo que más deseaba, que no me veía capaz de abandonarlo, que
era lo más importante del mundo para mí, que habría dado cualquier
cosa por estar con él.
Sin embargo, en aquel momento me apretó más
contra él y me dijo suavemente al oído:
—Por favor, no me dejes, priya. Creo que no podría sobrevivir sin ti.
Se me llenaron los ojos de lágrimas, y las
relucientes gotas me bajaron por las mejillas. Le toqué la
cara.
—¿Es que no te das cuenta, Ren? Justamente
por eso tengo que irme. Tienes que darte cuenta de que puedes
sobrevivir sin mí, que hay más cosas en la vida. Debes ver el mundo
que se abre ante ti y saber que tienes opciones. Me niego a
convertirme en tu jaula.
»Podría ser egoísta, capturarte y quedarme
contigo para satisfacer mis deseos. Independientemente de que
quieras o no, estaría mal. Te ayudé para que fueras libre. Libre
para ver y hacer todas las cosas que te has perdido estos años
—dije, bajándole la mano por la mejilla hasta el cuello—. ¿Debo
ponerte un collar? ¿Encadenarte para que te pases la vida conectado
a mí porque te sientes obligado? —pregunté, sacudiendo la cabeza y
llorando abiertamente—. Lo siento, Ren, pero no te haría eso. No
puedo... porque yo también te quiero.
Le di un último beso rápido y, tras
recogerme la falda, corrí de vuelta al restaurante. El señor Kadam
y Kishan me vieron entrar, me miraron a la cara, y se levantaron de
inmediato para marcharnos. Por suerte, los dos guardaron silencio
en el viaje de vuelta mientras yo lloraba sin hacer ruido y me
limpiaba las lágrimas con el dorso de la mano. Cuando llegamos, un
Kishan muy serio me dio un apretón en el hombro, salió y entró a la
casa. Respiré hondo y le dije al señor Kadam que deseaba irme a
casa por la mañana.
Él asintió con la cabeza sin decir nada, y
yo corrí a mi cuarto, cerré la puerta y me tiré en la cama. Me
deshice en un charco roto de llorosa desesperación. Al final, el
sueño me venció.
A la mañana siguiente me levanté temprano,
me lavé la cara, me trencé el pelo y lo sujeté con una cinta roja.
Me puse vaqueros, camiseta y zapatillas de deporte, y metí mis
cosas en una bolsa grande. Tras acariciar el sharara, decidí que me traía a la memoria
demasiadas cosas y que era mejor dejarlo en el armario. Escribí una
nota para el señor Kadam diciéndole dónde estaban el gada y el fruto, y pidiéndole que los guardara en
la cámara acorazada de la familia y que le diera a Nilima mi
sharara.
También decidí llevarme a Fanindra conmigo.
Era como una amiga. La coloqué encima de la colcha y después
levanté la delicada pulsera para el tobillo que me había regalado
Ren. Las campanillas tintinearon cuando las rocé con el dedo. Mi
idea era dejarlo en la cómoda, pero cambié de opinión en el último
segundo. Aunque seguramente era un impulso egoísta, quería
quedármelo, quería tener algo de él, un recuerdo. Lo metí en la
bolsa y la cerré.
La casa estaba en silencio. Bajé las
escaleras sin hacer ruido y pasé junto a la habitación de los pavos
reales, en la que vi al señor Kadam sentando, esperándome. Cargó
con mi bolsa, me acompañó al coche, me abrió la puerta, y yo me
senté en el asiento y me puse el cinturón. Arrancó y recorrió
despacio el camino de piedra de la entrada. Me volví para mirar por
última vez aquel bello lugar en el que me sentía como en casa.
Cuando empezamos a alejarnos por la carretera bordeada de árboles,
me quedé mirando la casa hasta que las ramas la taparon.
Justo entonces oímos un ensordecedor rugido
que sacudía la vegetación. Me volví en el asiento y me enfrenté a
la sombría carretera que teníamos por delante.