4 El desconocido

 

Dos días después me encontré junto a la jaula de Ren a un hombre alto y distinguido, vestido con un traje negro caro. Tenía el pelo, blanco y espeso, muy corto, al igual que la barba y el bigote. Sus ojos eran castaño oscuro, casi negro, y tenía una larga nariz aguileña y tez aceitunada. El hombre estaba solo, hablaba en voz baja y, sin duda, no pegaba dentro de un establo.
—Hola, ¿puedo ayudarlo en algo? —le pregunté.
El hombre se volvió rápidamente, me sonrió y me respondió:
—¡Hola! Usted debe de ser la señorita Kelsey. Permítame presentarme, me llamo Anik Kadam. Es un placer conocerla —añadió; después juntó las manos y de inclinó.
«Y yo que pensaba que ya no quedaban caballeros...»
—Sí, soy Kelsey. ¿Puedo hacer algo por usted?
—Es posible, es posible —respondió, esbozando una cálida sonrisa, y explicó—: Me gustaría hablar sobre este magnífico animal con el dueño de su circo.
—Claro —repuse, desconcertada—. El señor Maurizio está detrás del edificio principal, en la autocaravana negra. ¿Quiere que lo acompañe?
—No es necesario, querida, pero gracias por tu amable oferta. Iré a verlo de inmediato.
El señor Kadan se volvió, salió del establo y cerró la puerta con delicadeza.
Después de comprobar que Ren estaba bien, dije:
—Eso ha sido muy raro. ¿Qué quería? A lo mejor le gustan los tigres.
Vacilé un instante y después metí la mano entre los barrotes. Asombrada por mi atrevimiento, le acaricié la pata brevemente antes de empezar a prepararle el desayuno.
—No todos los días se ve a un tigre tan guapo como tú ¿sabes? —comenté—. Seguramente solo quiere felicitarte por tu actuación.
Ren resopló.
Decidí que a mí también me apetecía comer algo, así que fui al edificio principal... y me encontré con una actividad poco corriente. Había mucha gente cotilleando en grupitos dispersos. Agarré una magdalena con trocitos de chocolate y una botella de leche fría, y acorralé a Mat.
—¿Qué está pasando? —mascullé mientras intentaba tragar un pedazo de magdalena.
—No estoy seguro. Mi padre, el señor Maurizio y otro hombre están en una reunión muy seria, y nos han dicho que dejemos nuestras actividades diarias y esperemos aquí. Nadie sabe lo que pasa.
—Hmmm —dije antes de sentarme a comer una magdalena, mientras escuchaba las extravagantes teorías y especulaciones de la troupe.
No tuvimos que esperar mucho. Unos minutos después, el señor Maurizio, el señor Davis y el señor Kadam (el desconocido de antes) entraron en el edificio.
Sedersi, amigos míos. ¡Sentaos, sentaos! —dijo el señor Maurizio, que esbozaba una sonrisa resplandeciente—. Este hombre, el señor Kadam, me ha hecho el hombre más feliz del mundo. Me ha hecho una oferta para comprar a nuestro amado tigre, Dhiren.
Los presentes dejaron escapar un grito ahogado de sorpresa, y varias personas se empezaron a dar codazos y a susurrar entre sí.
El señor Maurizio siguió hablando.
—Vale, vale... fate silenzio. Chisss, amici miei. ¡Dejadme terminar! Desea llevar a nuestro tigre de vuelta a la India, al Ranthambore Nacional Park, la gran reserva. ¡El denaro del señor Kadam nos mantendrá dos años! El señor Davis esta d’acordó conmigo y también cree que el tigre estará allí mucho más contento.
Mire al Señor Davis, que asintió con solemnidad.
—Hemos acordado que terminaremos los espectáculos de la semana y después el tigre se ira con el señor Kadam con l’aéreo, en avión, a la India, mientras nosotros nos vamos a la siguiente ciudad. Dhiren se quedara esta última semana con nosotros, ¡hasta nuestro grandioso finale del sábado! —concluyó el jefe de pista, dando unas palmadas al señor Kadam en la espalda.
Los dos hombres se volvieron y salieron del edificio.
De repente, todos los presentes empezaron a moverse rápidamente de un lado a otro para comentar lo ocurrido. Yo los observe en silencio mientras iban de grupo en grupo, como una granja de pollos a la hora de comer, entrando y saliendo de los corros para picotear trocitos de información y cotilleo. Parecían emocionados y se daban palmadas en la espalda mientras murmuraban animadas felicitaciones, ya que sabían que los dos años siguientes en la carretera estaban pagados de antemano.
Todos estaban contentos, menos yo. Me quede allí sentada, sosteniendo en la mano el resto de mi magdalena. Todavía tenía la boca abierta y me sentía pegada a la silla. Después de recuperarme, llame a Matt.
—¿Qué significa esto para tu padre?
—Mi padre todavía tiene los perros —respondió, encogiéndose de hombros—. Además, siempre le ha interesado trabajar con caballos en miniatura. Ahora que el circo tiene dinero, a lo mejor convence al señor Maurizio para que compre un par y pueda empezar a adiestrarlos.
Se alejó mientras yo le daba vueltas a otra pregunta: ¿Qué significa aquello para mí? Me sentía... angustiada. Sabía que el trabajo del circo se acabaría pronto, pero no había querido pensar en ello. Iba echar mucho de menos a Ren. Hasta aquel momento no había sido consciente que hasta qué punto era cierto. En cualquier caso, me alegraba por él. Suspiré y me regañé por haberme involucrado tanto emocionalmente.
A pesar de alegrarme por mi tigre, también me sentía triste porque sabía que echaría de menos visitarlo y hablar con él. El resto del día procuré entretenerme para no darle vueltas al tema. Matt y yo trabajamos toda la tarde, así que no tuve tiempo para verlo de nuevo hasta después de la cena.
Corrí a mi tienda, recogí la colcha, el diario y un libro, y me fui al establo. Me senté en mi sitio favorito y estiré las piernas.
—Oye Ren, qué gran noticia, ¿eh? ¡Vas a volver a la India! Espero que seas muy feliz allí. A lo mejor te puedes buscar a una guapa tigresa.
De la jaula surgió una especie de gruñido y me quedé pensando un minuto.
—Oye, espero que todavía sepas cómo cazar y eso. Bueno, supongo que si estás en una reserva te tendrán vigilado para que no mueras de hambre.
Oí algo en la parte de atrás del edificio y me volví: el señor Kadam acaba de entrar. Me senté un poco más derecha, algo incómoda porque me hubieran pillado hablándole al tigre.
—Siento interrumpirla —dijo el señor Kadam; miró al tigre después a mí, me examinó con detenimiento y comentó—: Parece sentir... cierto afecto por ese tigre, ¿me equivoco?
—No, es verdad —respondí con sinceridad—. Me gusta pasar tiempo con él. ¿Usted se dedica a recorrer la India rescatando tigres? Debe de ser un trabajo muy interesante.
—Bueno, no es mi principal ocupación —respondió él, sonriendo—. Mi verdadero trabajo es gestionar un gran patrimonio. Mi jefe está muy interesado en el tigre, él es quien ha hecho la oferta al señor Maurizio.
El señor Kadam buscó un taburete, lo puso frente a mí y se sentó, colocando su largo cuerpo en él con una elegancia natural que no me esperaba en un hombre tan mayor.
—¿Es usted de la India? —le pregunté.
—Sí —contestó—. Nací y me crie allí hace muchos años. Las principales propiedades del patrimonio que gestiono también están allí.
Levanté una brizna de paja y me la enrollé en el dedo.
—¿Por qué está tan interesado en Ren su jefe?
Al hombre le brillaron los ojos al mirar brevemente al tigre, pero después preguntó:
—¿Conoce la historia del gran príncipe Dhiren?
—No.
—El nombre de su tigre, Dhiren, significa «el fuerte» en mi idioma —me explicó, mirándome con aire pensativo—. Había un príncipe bastante famoso con ese nombre, y su historia es muy interesante.
—Está evitando mi pregunta, aunque lo hace bastante bien —repuse, sonriendo—. Me encantan las buenas historias. ¿La recuerda?
El señor Kadam fijó la mirada en un punto lejano antes de sonreír y empezar a hablar.
—Creo que sí —afirmó con un tono de voz distinto; sus palabras se perdieron su seca cadencia, y adquirieron un tono suave y musical—. Hace mucho tiempo había un poderoso rey en la India que tenía dos hijos. A uno lo llamó Dhiren. Los dos hermanos recibieron la mejor educación posible y un exhaustivo entrenamiento militar.
»Su madre les enseño a amar la tierra y a la gente que en ella vivía. A menudo se llevaba a los niños a jugar con los hijos de los más pobres, ya que deseaba que supieran lo que necesitaban los suyos. Ese contacto también les enseñó a ser humildes y a sentirse agradecidos por las ventajas de las que disfrutaban. Su padre, el rey, les enseñó a dirigir el reino, Dhiren, sobre todo, se convirtió en un líder militar valiente y audaz, además de en un administrador sensato.
»Su hermano también era muy valiente, fuerte e inteligente. Quería a Dhiren, pero a veces los celos se apoderaban de su corazón, ya que, a pesar de acabar con éxito todo su entrenamiento, sabía que Dhiren estaba destinado a ser el próximo rey. Era natural que se sintiera así.
»Dhiren tenía la habilidad de impresionar a la gente con su perspicacia, inteligencia y personalidad. Una combinación poco frecuente de encanto y modestia lo convertía en un excelente político. Persona de contradicciones, era un gran guerrero, a la par que un poeta de renombre. El pueblo amaba a la familia real y esperaba disfrutar de muchos años de paz y felicidad bajo el reino de Dhiren.
Asentí, fascinada por la historia, y pregunté:
—¿Qué paso con los hermanos? ¿Lucharon por el trono?
El señor Kadam se agitó un poco en el taburete y siguió hablando:
—El rey Rajaram, el padre Dhiren, concertó el matrimonio de Dhiren con la hija del soberano de un reino vecino. Los dos reinos habían vivido en paz muchos siglos, pero en los años anteriores habían surgido disputas en las fronteras con cierta frecuencia, Dhiren estaba contento con la alianza, no solo por la chica, que se llamaba Yesubai y era muy bella, sino también porque era lo bastante sabio como para saber que la unión llevaría la paz a su tierra. El compromiso ya era formal cuando Dhiren marchó a inspeccionar las tropas en otra parte del reino. Durante su ausencia, su hermano empezó a pasar más tiempo con Yesubai, y los dos se acabaron enamorando.
El tigre dejó escapar un bufido y se puso a dar coletazos contra el suelo de madera de la jaula.
Lo miré, preocupada, pero parecía estar bien.
—Calla, Ren —lo regañé—. Deja que cuente la historia.
El tigre apoyó la cabeza en las patas y nos observó.
—Traicionó a Dhiren para poder estar con la mujer que amaba —siguió explicando el Señor Kadam—. Hizo un trato con un hombre ambicioso y malvado que capturó a Dhiren en su viaje de vuelta a casa. Al ser un prisionero político, ataron a Dhiren a la parte de atrás de un camello y lo arrastraron por la ciudad del enemigo mientras la gente le tiraba piedras, palos, mugres y heces de camello. Lo torturaron, le arrancaron los ojos, lo afeitaron, y al final desmembraron su cuerpo y lo tiraron al río.
—¡Qué barbaridad! —exclamé.
Hipnotizada por la historia, estaba deseando hacer mil preguntas, pero me contuve para que terminara. El señor Kadam me clavó la mirada y siguió hablando en tono solemne.
—Cuando su pueblo supo de lo sucedido, una gran tristeza se apoderó de la tierra. Algunos dicen que la gente de Dhiren fue al río, sacó el cadáver destrozado y le dieron el funeral que se merecía. Otros dicen que nunca se encontró su cadáver.
»Al conocer la muerte de su amado hijo, el rey y su esposa, sumidos en la tristeza, cayeron en una profunda desesperación. No tardaron mucho en abandonar este mundo. El hermano de Dhiren huyó avergonzado. Yesubai se quitó la vida. El Imperio de Mujulaain cayó presa de la confusión y el caos. Sin la fiable guía de la familia real, los militares tomaron el reino. Al final el malvado gobernante que había asesinado a Dhiren se hizo con el trono, aunque solo después de una feroz guerra de cincuenta años y un terrible derramamiento de sangre.
Cuando terminó la historia, guardamos silencio. Ren agitaba la cola en su jaula, y el ruido me sacó de mi ensueño.
—Vaya. ¿Y él la amaba?
—¿A quién se refiere?
—A Dhiren. ¿Amaba a Yesubai?
—No lo sé... En aquellos tiempos se concertaban muchos matrimonios y el amor no era un factor a tener en cuenta.
—Es una sucesión de acontecimientos muy triste. Lo siento mucho por todos, salvo por el malo, claro. Pero es una gran historia, aunque un poco sangrienta. Una tragedia india. Me recuerda a Shakespeare. Seguro que él habría escrito una gran obra de teatro con ese material. Entonces, Ren se llama así por ese príncipe indio, ¿no?
—Eso parece —respondió el señor Kadam, arqueando una ceja y sonriendo.
—¿Ves, Ren? —le dije al tigre, sonriéndole—. ¡Eres un héroe! ¡Uno de los buenos! —Ren puso las orejas en punta y parpadeó, mirándome—. Gracias por compartir la historia conmigo. La tengo que escribir en mi diario —le aseguré, y después intenté volver a mi pregunta original—. Pero eso sigue sin explicar por qué su jefe está interesado en los tigres.
El hombre se aclaró la garganta mientras me miraba de soslayo, bloqueado durante un instante. Para alguien tan elocuente, le costó mucho encontrar sus siguientes palabras.
—Mi jefe tiene una conexión especial con ese tigre blanco. Verá, él se siente responsable por su encarcelamiento..., perdón, esa es una palabra demasiado dura. Se siente responsable por su captura. Mi jefe permitió una situación que condujo a la captura del tigre y su venta. Ha seguido al animal los últimos años y ahora por fin tiene la posibilidad de arreglar su error.
—Ah, qué interesante. Entonces, ¿fue culpa suya que capturaran a Ren? Es muy amable por su parte preocuparse así por el bienestar de un animal. Por favor, dele las gracias de mi parte por lo que está haciendo por Ren.
Él inclinó la cabeza a modo de respuesta y después, vacilando, me miró muy serio y preguntó:
—Señorita Kelsey, espero que no le moleste mi atrevimiento, pero necesito a alguien que acompañe al tigre en su viaje a la India. Yo no podré atender a sus necesidades diarias ni estar con él durante todo el viaje. Ya he preguntado al señor Davis si podría acompañar a Dhiren, pero él debe quedarse con el circo —explicó, echándose hacia delante sobre el taburete y gesticulando un poco con las manos—. Me gustaría ofrecerle el trabajo a usted. ¿Le interesaría?
Me quedé mirándole las manos un segundo, pensando en que un hombre como él debería tener dedos largos y con una excelente manicura, pero sus dedos eran cortos y encallecidos, como los de un hombre acostumbrado al trabajo duro.
El señor Kadam se inclinó hacia mí.
—El tigre ya está acostumbrado a usted, y puedo pagarle un buen sueldo. El señor Davis me sugirió que usted sería una buena candidata y mencionó que su trabajo temporal en el circo está a punto de finalizar. Si decide aceptar, le aseguro que mi jefe agradecería mucho contar con alguien que pueda cuidar del tigre mejor que yo. El viaje completo duraría una semana, aunque se me ha indicado que le pague el verano completo. Sé que hacer, este trabajo para mí la apartaría de su hogar y retrasaría la búsqueda de otro empleo, así que la compensaríamos como es debido.
—¿Qué tendría que hacer exactamente? ¿No necesitaría un pasaporte y otro papeleo?
—Yo puedo encargarme de todos los preparativos, por supuesto. Los tres volaríamos hasta Mumbai, la ciudad que aquí todavía conocen como Bombay. Cuando lleguemos, tendré que quedarme en la ciudad por negocios, pero usted continuaría con el tigre por carretera hasta la reserva. Contrataré conductores y personal para cargar. Su principal responsabilidad será cuidar de Ren, alimentarlo y asegurarse de que esté cómodo.
—¿Y después...?
—El viaje por carretera durará diez o doce horas. Cuando llegue a la reserva, se quedará allí unos días para asegurarse de que el animal se adapta bien al nuevo entorno y su relativa libertad. Yo compraré un billete de vuelta en avión desde Jaipur, para que pueda utilizar el autobús turístico que va desde la reserva al aeropuerto y después volar a Mumbai, y de allí a casa, de modo que su viaje de regreso sea algo más corto.
—Entonces, ¿sería una semana en total?
—Puede volver a casa o, si lo prefiere, quedarse de vacaciones en la India unos cuantos días y hacer turismo antes de volver a casa. Por supuesto, yo le pagaría todos sus gastos y alojamientos.
—Es una oferta muy generosa —conseguí decir al cabo de un momento—. Sí, mi trabajo en el circo está a punto de acabar y tendría que empezar a buscar otra cosa.
Me mordí el labio y empecé a dar vueltas por el establo, mascullando, hablando tanto con él como conmigo misma.
—La India está muy lejos, nunca he salido del país, así que da un poco de miedo, aunque también es emocionante. ¿Me lo puedo pensar? ¿Cuándo necesita una respuesta?
—Cuanto antes aceptes, antes podré hacer los preparativos necesarios.
—De acuerdo, deje que llame a mis padres de acogida y que hable con el señor Davis para ver qué opinan. Después le diré lo qué he decidido.
El señor Kadam asintió y mencionó que el señor Maurizio sabía cómo ponerse en contacto con él para hacerle saber mi decisión. También me dijo que estaría en el circo el resto de la tarde, terminando con el papeleo.
Con la cabeza hecha un lio, recogí mis cosas y volví al edificio principal.
«¿La India? Nunca he estado en el extranjero. ¿Y si no puedo comunicarme con la gente? ¿Y si le pasa algo malo a Ren mientras está bajo mi cuidado?»
A pesar de todas las dudas, una parte de mi estaba considerando seriamente la oferta del señor Kadam. Era muy tentador pasar un poco más de tiempo con Ren y, además, siempre había querido visitar algún país extranjero. Tendría unas minivacaciones con los gastos pagados. El señor Kadam no me parecía uno de esos tipos raros con malas intenciones. De hecho, tenía pinta de abuelo de confianza.
Decidí preguntarle al señor Davis qué le parecía la oferta y me lo encontré enseñando a los perros un truco nuevo. El me confirmó que el señor Kadam le había ofrecido un puesto y que había estado tentado de aceptar.
—Creo que sería una gran experiencia para ti. Se te dan muy bien los animales, sobre todo Ren. Si crees que te gustaría dedicarte a ello en el futuro, deberías pensártelo. El trabajo quedaría muy bien en tu currículo.
Le di las gracias, y decidí llamar a Sarah y Mike, que inmediatamente respondieron que querían conocer al señor Kadam, confirmar su identidad y averiguar qué clase de medidas de seguridad pretendía usar. Sugirieron montar una improvisada fiesta de cumpleaños para mí en el circo, de modo que pudieran celebrarlo conmigo y conocer al señor Kadam a la vez.
Después de pensar en las ventajas y los inconvenientes durante un tiempo, mis ganas de hacer el viaje pudieron con los nervios.
«Me encantaría ir a la India y ver a Ren en la reserva de los tigres. No se me volverá a presentar una oportunidad como esta.»
Regresé a la jaula y vi que el señor Kadam ya estaba allí, solo y, al parecer, hablando otra vez en voz baja con el tigre.
«Supongo que le gusta hablar con los tigres tanto como me gusta a mí.»
Me paré en la puerta.
—¿Señor Kadam? A mis padres de acogida les gustaría conocerlo, me han pedido que lo invite a mi fiesta de cumpleaños esta noche. Van a traer tarta y helado después del espectáculo. ¿Puede venir?
—¡Maravilloso! —respondió él, esbozando una sonrisa radiante—. ¡Me encantaría ir a su fiesta!
—No se emocione demasiado, seguro que traen helado de soja y dulces sin gluten y sin azúcar —repuse entre risas.
Después de hablar con él llamé a mi familia para organizarnos.

 

 

 

Sarah, Mike y los niños llegaron para ver el espectáculo y quedaron impresionados con la actuación de Ren. Les encantó conocer a todo el mundo. El señor Kadam fue amable y encantador, y aseguró que le sería imposible llevar a buen término su misión sin mi ayuda.
—Le prometo que estaremos en contacto permanente y que Kelsey podrá llamarlos siempre que quiera —dijo.
El señor Davis también puso su granito de arena.
—Kelsey es muy capaz de hacer el trabajo que necesita el señor Kadam —les dijo—. Es básicamente lo mismo que ha estado haciendo en el circo estas últimas dos semanas. Además, será una gran experiencia. Ojalá pudiera ir yo.
Todos nos lo pasamos muy bien y fue divertido hacer una fiesta en el circo. Para mi sorpresa, Sarah llevó dulces normales y su marca favorita de helado. Quizá no fuera la típica fiesta para celebrar los dieciocho, pero me bastaba con estar con mi familia, mis nuevos amigos del circo y mi tarrina de chocolate Tillamook.
Después de la celebración, Sarah y Mike me apartaron de la gente y me recordaron que los llamara a menudo durante mi viaje a la India. Me veían en la cara que estaba decidida a ir, y el señor Kadam les inspiraba tanta confianza como a mí. Los abracé, emocionada, y fui a anunciar la buena noticia.
El señor Kadam esbozó una sonrisa y dijo:
—Bien, señorita Kelsey, tardaré aproximadamente una semana en preparar el transporte. También necesito una copia de su certificado de nacimiento y arreglar los papeles de viaje tanto del tigre como de usted. Mi plan es marcharme mañana por la mañana y regresar en cuanto tenga los documentos necesarios.
Más tarde, mientras se preparaba para marcharse, el señor Kadam se acercó a estrecharme la mano y la sostuvo dentro de la suya durante un momento.
—Muchas gracias por su ayuda —me dijo—. Ha disipado mis temores y renovado la esperanza de un anciano desilusionado que temía enfrentarse a calamidades y decepciones.
Me apretó la mano, le dio una palmadita y salió rápidamente por la puerta.
Cuando acabaron todas las emociones del día, fui a visitar a Ren.
—Toma, te he guardado una magdalena. Seguramente no esté en tu dieta de tigre, pero tú también tienes que celebrarlo, ¿no?
El animal tomó con delicadeza el dulce que le ofrecía en la mano, se lo tragó de golpe y empezó a lamer el azúcar de los dedos. Yo me reí y fui a lavarme la mano.
—Me pregunto de qué estaría hablando el señor Kadam. ¿Calamidades? ¿Disipar sus temores? Es un poco dramático, ¿no crees?
Bostecé y le rasqué detrás de la oreja, sonriendo al ver que apoyaba la cabeza en mi mano.
—Bueno, tengo sueño, me voy a la cama. Vamos a divertirnos mucho en este viaje, ¿a que sí?
Ahogando un bostezo, me aseguré de que tuviera suficiente agua, apagué las luces, cerré la puerta y me fui a la cama.

 

 

 

A la mañana siguiente me levanté temprano para echar un vistazo al tigre. Abrí las puertas y me dirigí directamente a la jaula, pero vi que estaba abierta. ¡El tigre no estaba!
—¿Ren? ¿Dónde estás?
Oí un ruido detrás de mí y me volví: Ren estaba tumbado en una pila de heno, fuera de su jaula.
—¡Ren! ¿Cómo has subido ahí? ¡El señor Davis me va a matar! ¡Estoy segura de que anoche cerré bien la puerta de la jaula!
El tigre se levantó y se sacudió para quitarse el heno del pelaje. Después se acercó lentamente a mí. Fue entonces cuando me di cuenta de que estaba sola en un establo con un tigre suelto. Me moría de miedo, pero era demasiado tarde para salir de allí. El señor Davis me había enseñado que nunca hay que apartar la mirada de los grandes felinos, así que levanté la barbilla, coloqué las manos en las caderas y le ordené en tono enérgico que volviera a su jaula. Lo más extraño fue que él pareció entender lo que le pedía. Pasó junto a mí, rozándose contra mi pierna... ¡y obedeció! Subió despacio por la rampa, movió la cola adelante y atrás mientras me observaba, y pasó por la puerta en dos grandes zancadas.
Corrí a cerrarla y, cuando por fin lo hice, dejé escapar un largo suspiro. Después de llevarle el agua y la comida del día, fui en busca del señor Davis para contárselo todo.
El señor Davis se lo tomó bastante bien, teniendo en cuenta que un tigre había estado suelto. Le sorprendió saber que yo estaba más preocupada por la seguridad de Ren que por la mía. Me aseguró que había hecho lo correcto y que le impresionaba mi calma ante la situación. Respondí que tendría más cuidado y que me aseguraría de que la jaula estuviese siempre bien cerrada. De todos modos, seguía estando convencida de que no había dejado la jaula abierta sin querer.

 

 

 

La semana siguiente pasó a toda velocidad. El señor Kadam no regresó hasta la noche de la última actuación de Ren. Se acercó a mí y me preguntó si podríamos reunirnos después de la cena.
—Claro, hablaremos en una de las mesas mientras tomamos el postre —respondí.
Todo el mundo estaba de buen humor. Cuando vi al señor Kadam entrar en el edificio, recogí mi papel, un lápiz y dos platos de helado, y me senté frente a él.
El anciano me pasó varios documentos y formularios para que los firmase.
—Llevaremos al tigre en un camión desde aquí hasta el aeropuerto de Portland. Allí tomaremos un avión de carga que nos llevará a Nueva York, sobrevolará el océano Atlántico y seguirá hasta Mumbai. Cuando lleguemos a Mumbai, dejaré a Ren en sus capaces manos unos cuantos días, mientras yo me ocupo de algunos negocios en la ciudad.
»He contratado un camión que no esperará en el aeropuerto de Mumbai. Usted y yo supervisaremos a los trabajadores que cargarán a Ren en el camión. Un conductor los llevará a los dos hasta la reserva. También lo he dispuesto todo para que pase unos días en la reserva. Después podrá volver a Mumbai cuando desee para preparar su viaje a casa. Le entregaré dinero para el viaje, de sobra para una emergencia.
Yo tomaba notas como loca, intentando anotar las instrucciones.
—El señor Davis la ayudará a preparar a Ren y también lo meterá mañana en el camión. Le sugiero que prepare una mochila con los artículos personales que desee llevarse. Esta noche dormiré aquí, así que puede tomar prestado mi coche de alquiler y pasar por su casa para recoger sus cosas, siempre que esté de vuelta a primera hora de la mañana. ¿Tiene alguna pregunta?
—Bueno, tengo un millón de preguntas, aunque casi todas pueden esperar hasta mañana. Supongo que será mejor que me vaya a casa a hacer la maleta.
El señor Kadam esbozó una amable sonrisa y me dio las llaves del coche.
—Gracias de nuevo, señorita Kelsey. Estoy deseando iniciar nuestro viaje. La veré por la mañana.
Le devolví la sonrisa y le deseé buenas noches. Después regresé a la tienda a por mis cosas, e hice unas breves visitas a Matt, Cathleen, el señor Davis y el señor Maurizio. A pesar del poco tiempo que había pasado en el circo, les había tomado cariño.
Les deseé suerte a todos, me despedí y pasé por la jaula de Ren a darle las buenas noches. Ya estaba dormido, así que lo dejé en paz. Miré el mando a distancia y vi que ponía: «Bentley GTC Convertible».
«Dios mío, será una broma, ¿no? ¡Este coche debe costar una fortuna! ¿Y el señor Kadam me deja conducirlo?»
Me acerqué tímidamente al coche y apreté el botón del mando. Los faros del coche parpadearon. Abrí la puerta, me senté en el suave asiento de cuero y acaricié las elegantes puntadas. El salpicadero era ultramoderno, con preciosos controles de instrumentos y pantallas de color plateado. Era el coche más lujoso que había visto en mi vida.
Arranqué el motor y di un brinco cuando cobró vida. Incluso yo, alguien que no sabía nada de coches, notaba que aquel vehículo era rápido. Suspiré de placer cuando me di cuenta de que también incluía asientos térmicos con masaje. Llegué a casa en pocos minutos y dejé escapar un gruñido, lamentando vivir tan cerca de la feria.
Mike insistió en que había que aparcar el Bentley en el garaje, así que sacó rápidamente su viejo turismo a la calle y lo aparcó al lado de los cubos de la basura. El pobre coche familiar acabó en la calle, como un viejo gato doméstico cuando al nuevo gatito le dejan dormir en un suave cojín sobre la cama.
Mike acabó pasando varias horas en el garaje aquella noche, arrullando y acariciando el descapotable. Yo, por otro lado, pasé la noche intentando decidir qué llevarme a la India. Lavé la ropa, llené una buena bolsa de viaje y pasé un rato con mi familia de acogida. Los dos niños, Rebecca y Sammy, querían que les contara al detalle cómo habían sido mis dos semanas en el circo. También hablamos de las cosas emocionantes que vería y haría en la India.
Eran buena gente, una buena familia, y se preocupaban por mí. Despedirme fue difícil, aunque se tratara de algo temporal. Técnicamente, ya era adulta, pero seguía poniéndome nerviosa viajar tan lejos yo sola. Abracé y besé a los dos críos. Mike me dio un sobrio apretón de manos y me apretó con un brazo durante un largo minuto. Después me volví hacia Sarah, que me dio un fuerte abrazo. A las dos se nos saltaron las lágrimas, aunque ella me aseguró que siempre los tendría a una llamada de teléfono para lo que necesitara.
Aquella noche me quedé dormida muy deprisa y soñé con un guapo príncipe indio que, por casualidad, tenía un tigre de mascota.