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Juan Guillermo de Lanscron, en Madrid, a su hermano Franz, en Viena.

28 de mayo de 1699

… En la tarde del sábado 26 envió el rey al almirante un decreto, desterrándole a treinta leguas de la Corte. Toda la nobleza le ha ido a visitar, excepto el cardenal y sus amigos…

18 de junio de 1699

… Aunque el Almirante recibió la orden de salir desterrado treinta leguas de Madrid y la cumplió, sigue en Aranjuez solazándose con cacerías y recibiendo visitas de deudos y amigos. María Mancini, viuda del príncipe Colonna, ha estado allí más de ocho días, y nadie duda que con encargos secretos de la reina. Por el doctor Geleen he podido saber que anteayer Mariana pidió al rey que dejase volver a su favorito y que Carlos le respondió que no consentiría en ello jamás.

—La reina —me aseguró el doctor— se acongojó tanto que estuvo llorando toda la noche.

23 de junio de 1699

… Ha muerto hoy el inquisidor general Rocaberti. Presumo que su sustitución desatará ardua batalla en Palacio, pues el puesto lleva anejo un lugar en la Junta de Regencia que se habrá de constituir en caso de fallecer el rey.

29 de junio de 1699

… Su Majestad Carlos II asistió a la procesión de la octava del Corpus, deseoso de agradar al pueblo madrileño manteniendo esta costumbre. Fue, sin duda, una temeridad. El calor venía apretando fuerte desde primeros de mes. El sol calcinaba las calles. Madrid, creedme, semejaba un horno de pan. Y es evidente que, a pesar de que se acortó el recorrido tradicional, la procesión supuso un esfuerzo desproporcionado para las exiguas posibilidades físicas del rey. A cada paso se temió que cayera al suelo, ya que apenas podía sostenerse en pie. Uno de sus ojos estaba amoratado e inflamado a consecuencia de un resbalón sufrido en el Real Alcázar. El otro lo tenía hundido, y una de sus piernas ofrecía a la vista de todo el mundo una fuerte hinchazón.

Regresó, pues, el monarca al Real Alcázar como el carbón de un místico brasero y a la hora de cenar se sintió indispuesto, sin apetito, con ganas de vomitar y dolor de cabeza. Desde entonces está en cama. Y ya va a cumplirse una semana.

—Si tuviese calentura —me confiesa el doctor Geleen— diría que es una terciana intermitente, pero falta el síntoma de la fiebre. En mi opinión se trata más bien de un acceso de profunda tristeza, porque empieza a tener escrúpulos de melancólico.

Razones para esa postración no le faltan al rey, esto es cierto. Y tal vez no sea la menor la última rabieta de la reina, a quien ha encolerizado el nombramiento del cardenal Fernández de Córdoba para el puesto de inquisidor general…

5 de agosto de 1699

… Me ha confiado el doctor Geleen que el rey mejora de salud. La reina está muy contenta y planea ya la jornada de El Escorial para apartar al monarca de las intrigas de la Villa y Corte y ejercer de modo absoluto su influjo sobre él…

15 de agosto de 1699

… La reina y la condesa de Berlepsch prodigan los desaires a nuestro embajador. Hoy Mariana consintió en recibirle en Palacio para echarle en cara sus intrigas con Leganés y acusarle de envenenar con pasquines sediciosos al pueblo.

—Esa odiosa mujer tiene oídos y ojos en todas partes —se ha lamentado a su regreso del Alcázar—. ¿Quién la habrá informado en esta ocasión? ¿Quién…?

10 de septiembre de 1699

… Ayer supe por boca de Mocenigo, primero, y por nuestro embajador después, que la condesa de Berlepsch ha pedido permiso a la reina para ausentarse de España, rogándole pida para ella al emperador un puesto en la alta servidumbre de la archiduquesa Isabel.

Nadie sabe cómo ha sobrevenido esta novedad, pues se dice que se van también Fräulein von Cram, la enana Barbarica y el eunuco Galli. Hay quien asegura que el rey indicó a la reina su propósito de expulsar a los alemanes, y que Mariana, con tal de conservar al padre Chiusa, se resignó a sacrificar al resto. Otros dicen que ha sido María Mancini quien ha conseguido convencer a la reina de que debe alejarlos. Sobre esto último me ha dicho el embajador:

—Si es cierto, habremos ganado bien poco, porque la viuda del príncipe Colonna me parece aún más peligrosa que la Berlepsch.

Yo, que he podido tratar a la dama en casa de don Mercurio Cataño, no veo en ella inteligencia alguna para considerarla tal. Temo más, os lo confieso, a nuestro propio embajador, cuyas intrigas, juntas e imprudencias no han conseguido otra cosa que fortalecer al partido francés, el cual ahora controla casi todos los resortes de la maquinaria del Estado.

14 de septiembre de 1699

… Me preguntáis, querido hermano, si es cierto lo que se dice en Viena. Queréis saber si es verdad que el rey está hechizado y si reside en esta Corte un exorcista que responde al nombre de fray Mauro Tenda. Bien sabéis que me apasionan los misterios, y cierto es que faltaría a la verdad si no os dijera que sé del capuchino que mencionáis más de lo que puedo explicar.

Fray Mauro Tenda es saboyano, natural de Niza, y se encuentra en Madrid desde finales del pasado año. Sé que, apenas llegó, se puso en comunicación con el inquisidor general Rocaberti y con el confesor fray Froilán Díaz. Aseguraba que una endemoniada le había aconsejado marchar a España, donde tendría mucho quehacer para librar al rey del demonio que le ha envenenado la salud y embobado el pene, tornándolo incapaz de hacer hijos. Pero Rocaberti no dio mucho crédito a su historia, y fray Mauro no solo no pudo ver al monarca sino que estuvo a pique de caer en manos del Santo Oficio. No desistió, sin embargo, el capuchino de su propósito, siguió dando guerra, tozuda guerra, y tan pronto como falló la salud del inquisidor general obtuvo de fray Froilán un billete donde se le notificaba que, merced a la intervención de la reina, accedía Su Majestad Carlos II a recibirle, en presencia de ambos.

La entrevista tuvo lugar en una pieza retirada de Palacio. Apenas vio a fray Mauro, acometiole a Su Majestad gran temblor.

—¡Que se vaya! —ordenó—. Si hay demonios aquí dentro, los ha traído este hombre. ¡Fuera! ¡Fuera! —consiguió balbucear antes de dejarse caer incierto y rendido en un sillón.

La reina le acercó entonces un vaso de agua. Apuró el monarca aquel viático. Habló fray Froilán:

—Majestad, el padre Mauro es un fraile viajero, deseoso únicamente de ponerse a vuestros pies y ofreceros sus servicios.

Se adelantó entonces el capuchino y preguntó al rey:

—Majestad, ¿no teméis ser presa de un hechizo?

El rey exhaló lentamente el aire de los pulmones. Estaba muy cansado, y con gusto se hubiera retirado a sus aposentos.

—He oído hablar mucho de hechizos —murmuró—. No pocos atribuyen mis dolencias a esa causa. De hecho, cada vez que me pongo enfermo. Pero yo…

Hizo una pausa el rey, y después repitió «cada vez que me pongo enfermo», en voz muy baja.

Siguió un largo silencio, que fray Mauro rompió para rogar al rey le permitiese proceder a la exploración indispensable.

—No obstante ser un gran monarca, Su Majestad está expuesto, como todos los mortales, a ese peligro sobrenatural.

Se alarmó con esto otra vez el rey. Y fue precisa la intervención de fray Froilán nuevamente.

—Majestad, es vuestro deber para consuelo del pueblo y alivio de la cristianad ayudar a vuestra propia curación. Majestad —añadió apuntando con la mirada a la reina y al capuchino—, los aquí presentes no queremos sino vuestro bien.

Resignaron al rey estos argumentos y fray Mauro procedió entonces con Su Majestad como se acostumbra con los posesos, ordenando al demonio, en nombre del Todopoderoso, que le pinchase en la rodilla derecha.

—¡Ya lo siento! ¡Ya lo siento! —empezó a gritar el rey de pronto.

Repitió esta experiencia fray Mauro en el hombro y en la mano, advirtiendo el rey a voz en grito cada vez y cesando el dolor en cuanto el padre lo ordenaba.

—Majestad, ¿creéis ahora estar hechizado? —preguntó al cabo fray Mauro.

—Sí lo creo —respondió el rey entre lágrimas—. Lo estoy. Sí, lo estoy…

En vista de esta respuesta, pidió fray Mauro al rey que tuviese fe en la curación y el valor necesario para someterse a la cura, que había de consistir en confesar y comulgar cada dos días y en recibirle cada tres para proseguir la obra comenzada y poder conducirla a término feliz.

Ese mismo día informó fray Froilán al cardenal Fernández de Córdoba, nuevo inquisidor general, y este le animó a que se continuase con la cura, aunque con el mayor secreto.

Tuvo lugar la segunda audiencia una semana más tarde, pero sin estar presente la reina, que no quiso asistir. Mostrose esta vez el rey más animoso, y el diablo igual de obediente, pasando de una pierna a otra y del hombro a la mano a medida que fray Mauro se lo ordenaba con los conjuros ordinarios.

—La opinión de fray Mauro —comunicó el confesor al inquisidor general— es que el rey no está endemoniado, pero sí sujeto a algún hechizo.

Siguió, pues, el capuchino visitando al rey en secreto. Una mañana averiguó que Su Majestad llevaba siempre consigo un saquito bastante abultado que ponía al acostarse debajo de la almohada. Pidió a la reina que se apoderase del misterioso saquito y cuando —no sin gran trabajo por parte de Mariana— lo tuvo en sus manos halló dentro las cosas que se suelen emplear en los hechizos, como son: cáscaras de huevo, uñas de los pies, cabellos…

Puesto el descubrimiento en conocimiento del confesor, se inclinó fray Froilán por quemar inmediatamente todo aquello. Pero fray Mauro se opuso a ello.

—Creo recordar que en los últimos días de Felipe IV se encontraron en su cámara objetos semejantes y que apenas fueron quemados murió el rey.

Descartada así la quema, procedieron a interrogar al monarca:

—Majestad, ¿quién os dio el saquito?

—No recuerdo.

—Majestad, ¿cuánto tiempo hace que lo lleváis?

—No recuerdo. Seis, cinco, diez años.

—Majestad, por qué lo guardáis tan cuidadosamente.

—No recuerdo…

Supongo que os estaréis preguntando cómo y por boca de quién sé todos estos detalles. La respuesta es muy sencilla. Por boca de fray Mauro, a quien he tratado estos días por orden de nuestro embajador.

Asegura fray Mauro que el tratamiento está dando excelente resultado, porque hace cuatro semanas que el demonio no mortifica al rey. Y cree tener ya tan dominado al «enemigo malo» que muy en breve, previa confesión general de Su Majestad, le ordenará que deje en paz al rey para siempre. La receta que le ha puesto por escrito consiste en hacer tres veces seguidas la señal de la cruz sobre la cabeza y la parte del cuerpo que le duela, pronunciando al mismo tiempo el conjuro ordinario y ordenando al demonio, en nombre del Todopoderoso, que deje de mortificarlo.

—Si esta receta falla y el dolor persiste —me ha confesado fray Mauro— será señal de que la dolencia del rey tiene causas naturales y ha de ser curado por médicos.

Este es el relato exacto del capuchino. Nuestro embajador cree en su palabra como si saliera del Evangelio. Yo huelo a intriga política, e intuyo que la reina —siempre a la greña con fray Froilán, a quien se dice que ha jurado enterrarlo vivo en las mazmorras de la Inquisición— también.

21 de septiembre de 1699

… Murió anteayer el cardenal Fernández de Córdoba. Dicen que envenenado por orden de la reina. Sea cierto o no —yo no lo creo—, Mariana no ha perdido la ocasión para elevar a don Baltasar de Mendoza, obispo de Segovia y hechura suya, a la cúspide del Santo Oficio.