Great Amwell House, 6 de octubre de 1951
Las emociones que cierran
Con respecto al Centro Emocional y su poder sobre nosotros para el bien y el mal, hemos hablado la última vez cómo un cambio de emoción puede cambiar una situación cualquiera. Como ejemplo, nos ocupamos de los celos. Una oleada de celos cambia todo al instante. Ocurre como si una puerta se cierra de golpe dentro de nosotros y deja fuera todo lo placentero. Hablando psicológicamente, estamos ahora en una prisión. ¿No ven ustedes cómo por doquier, en cualquier lugar del mundo en todo momento, puertas similares se cierran de golpe y millones de personas se encierran en una prisión? El goce de los celos nos ciega al parecer y nos impide ver el lugar donde nos encierra y pesa más que todas las incomodidades de la prisión. Posee el atractivo fatal del opio, y sus efectos suelen ser igualmente destructivos. Sin freno alguno —esto es, identificándose al extremo— anuda y retuerce la madeja de la vida y sus efectos son a veces irreparables. El rostro de aquéllos que se abandonaron libremente a los celos en el pasado son a menudo horribles y siempre desagradables. La emoción no hace por cierto a la gente más bella. Pero se puede llegar a una etapa en la que se ruega ardientemente —y tanto— ser liberado. En esta etapa ya no se goza más de la emoción. Lo que aquí ayuda es una creciente conciencia de la prisión y su escualidez, y por cierto la mugre de toda la condición de ser celoso.
Todo progreso en el desarrollo emocional está marcado por el disgusto de las emociones anteriores. La emoción, el sentir el disgusto de los celos; el goce de estar libre de ellos y su malvada cárcel, puede llegar a ser lo bastante fuerte como para dominarlos. Porque es sabido que una emoción solo puede ser conquistada por otra y más fuerte emoción. El Centro Intelectual no lo puede realizar por sí mismo. El razonamiento suele ayudar, pero no es suficiente.
¿Cuáles son las clases de celos que se pueden observar y arrastrar lentamente, por así decir, luchando como serpientes, a la luz de la conciencia que las mata? Estos son los celos del sexo. Esto nos lleva a la cuestión de la relación de los celos con la violencia. Entre los animales en el momento del celo los celos y la violencia coexisten. Los machos intentan matarse unos a otros.
Luego hay los celos de la ambición. Por ejemplo, los hombres que buscan empleo pueden estar intensamente celosos unos de otros, y la rivalidad suele llevar al crimen, como nos los muestra abundantemente la historia. Luego hay los celos de las posesiones —la casa más grande, el coche más amplio, más joyas, el lujo insolente—. A primera vista no parece llevar tan fácilmente a la violencia, pero donde tiene que ver con el dinero, no deja de hacerlo. Asimismo hay otra clase de celos. Ahora bien, el Trabajo enseña que todas las emociones negativas llevan por último a la violencia, y los celos son una emoción negativa. Diré simplemente que todos los estados negativos nos llevan al infierno y dejan fuera todo lo demás. Las influencias que descienden por el Rayo de Creación y son recibidas por los Centros Superiores, capaces de cambiarnos, no pueden pasar. Ahora bien, si no se cree en otra cosa, se puede admitir que a veces se está en un mejor estado y otras en uno peor. Sabemos que hay estados mucho peores que los que experimentamos comúnmente. Se puede experimentar el infierno en la tierra de muchas maneras, externa e internamente. Esto, lo repito, debe admitirse aunque no se crea en cosa alguna, y para aquéllos que tienen dificultades con su negativa interior y alimentan torpes dudas puede dar lugar a un punto de partida que está más allá de toda discusión en lo que respecta a la recepción del Trabajo. Ahora bien, ponerse a limpiar los establos de Augias de las emociones negativas haciendo correr el río de la verdad de la enseñanza del Trabajo es dar prueba de una verdadera inteligencia. Y, claro está, esta tarea nos hace ver un ángulo completamente nuevo sobre la vida y lo que se tiene que hacer. Los resultados, hablando idealmente, estriban finalmente en erradicar la violencia; porque todas las emociones negativas conducen a la violencia y se arraigan en ella. Nadie puede elevarse en la escala de ser a menos de dejar la violencia tras sí. En el propio desarrollo la violencia debe eventualmente desaparecer.
Agregaré aquí el relato de una experiencia que tuve hace algún tiempo en relación con este particular. Está en la forma de un sueño, y es como sigue:
LA ZANJA DIFÍCIL DE CRUZAR.
La zanja difícil de cruzar situada en la cima de la colina está llena de huesos de animales prehistóricos —los restos de cosas violentas, de bestias de presa, de monstruos, de serpientes—. Están hundidos en el abismo. Hay un tablón para cruzar la zanja, pero el aire parece lleno de un poder restrictivo, como la influencia invisible de algún imán, y esto, con el temor de cruzar ese hoyo —aunque el ancho no es grande— me impide moverme. No sé cuánto tiempo duró esta situación porque en todo ello el tiempo ordinario no cuenta. Luego crucé —me encontré del otro lado—. ¿Qué extraordinaria visión voy a contemplar? Veo a alguien que está enseñando o adiestrando a algunos reclutas. Es todo. A primera vista nada hay de maravilloso. El sonríe. Indica de alguna manera que no espera necesariamente lograr resultado alguno de lo que está haciendo. No parece importarle. No demuestra señal alguna de impaciencia cuando son groseros con él. La lección está casi terminada, pero para él esto no hace diferencia alguna. Es como si dijera: «Había que hacerlo. No se puede esperar mucho. Hay que prestar ayuda, aunque no la deseen». Lo que me sorprende es su invulnerabilidad. No lo hieren ni lo irritan las burlas o la falta de disciplina. Posee un curioso poder pero apenas si lo usa. Paso de largo, maravillado por lo que hace. Yo no podría ocuparme de una tarea tan ingrata. Llego a un lugar, tal vez un taller, donde hay botes almacenados. Más allá está el mar.
Cuando despierto, pienso en ese hombre. Hacer lo que está haciendo es tan contrario a lo que yo pudiera hacer. Necesitaría una nueva voluntad para hacerlo.
Quiere decir que tendría que seguir un rumbo que hasta ahora no seguí. Pensé detenidamente en ese rumbo. ¿Cómo podría definirlo para mí mismo? No tenía voluntad de violencia. Parecía purificado de toda violencia. Éste es el secreto. Era la fuente de un curioso poder que descubrí en él. Un hombre sin violencia. Y luego reflexioné que para allegarme a él tenía que cruzar al otro lado del profundo hoyo lleno de huesos de bestias prehistóricas, donde los no violentos vivían y enseñaban —el país de los no violentos, donde se enseñaba a los reclutas—.
Había casi terminado su lección. Más allá estaba el mar, y había barcas almacenadas cerca del océano. No caben dudas que una vez que había concluido su lección se iba a ir, quién sabe adónde. En cuanto a mi, solo se me había dado un atisbo del significado de una nueva voluntad —una voluntad no basada en la violencia ni en salirse con la suya—. Lo repito —tan solo un atisbo—. Porque sabía que no había cruzado el profundo golfo lleno de las osamentas de un pasado violento y que no lo había dejado finalmente tras de mí. Para mí no había reclutas y ninguna de las barcas que esperaban era mía. Pero ese atisbo me enseñó mejor lo que es seguir un nuevo rumbo y lo que significaba una nueva voluntad purificada de toda violencia. Supe asimismo que las posibilidades de seguir esa nueva voluntad y nuevo rumbo están en cada momento de nuestra vida.