Great Amwell House, 11 de noviembre de 1950
El juicio en el trabajo
Una de las observaciones más profundas de los Evangelios es el dicho de Cristo:
«No juzguéis, para que no seáis juzgados». Mateo, VII, 1.
Cristo dice esas palabras en su discurso acerca del significado de llegar a ser más consciente. Ahora bien, supongamos que su Cuerpo-Tiempo está lleno de juicios. Supongamos que usted está en el Trabajo con otras personas y al cabo de un tiempo descubre que sus juicios sobre ellas son completamente falsos. Hoy en día se habla mucho acerca de nuestros cuerpos-Tiempo, y deseo formularles esta pregunta: «¿Creen ustedes que su Cuerpo-Tiempo está lleno de juicios?». Me parece que la mayoría son juicios negativos. Así verán que tienen un Cuerpo-Tiempo muy intolerante y por lo tanto son muy quisquillosos y difíciles. Una de las razones por la cual su Cuerpo-Tiempo es tan susceptible y difícil se debe a que han juzgado a los otros y lo han hecho con demasiada libertad, pensando que tienen el mismo derecho a juzgar a los otros según su mezquino punto de vista —diría, según sus diminutas pautas de juicio—. Ahora bien, es sabido que el Trabajo enseña que cuando se juzga a otra persona es preciso descubrir primero qué es lo que anda mal en uno mismo. ¿Acaso hay algo más paralizante para nuestro común juicio automático que descubrir según la enseñanza de Trabajo que cuando juzgamos a alguien proyectamos lo que no vemos en nosotros mismos en la otra persona? Las gentes proyectan una psicología no aceptada en los otros. Digamos que un hombre es un embustero: no ve al embustero en sí mismo sino que piensa que los otros son embusteros y los maldice y los insulta con mucha pasión, pero está proyectando su propia psicología. No puede ver que es mentiroso. Algunas personas proyectan toda su psicología a los otros, a la política, etc. Basta escuchar sus frases; tendemos a proyectar nuestra no aceptada psicología a los otros. ¿Por qué ocurre esto? Porque en la vida ordinaria no se poseen los medios que nos permitan ver cómo somos interiormente. No queremos aceptar que somos embusteros y así proyectamos nuestros embustes a los otros y los acusamos de ser embusteros. Y sobre esta base juzgamos a los demás. Juzgamos a los demás porque creemos que rebosan culpas y no pensamos que las cosas que juzgamos en ellos están en nosotros mismos. Me gustaría preguntarles, si han estado algún tiempo en el Trabajo y han empezado a observarse a sí mismos y descubren que no se asemejan a la persona que imaginaban ser, ¿no es fácil acaso juzgar a los otros de la manera en que lo hacen? Por lo tanto esta profunda observación de Cristo: «No juzguéis», está respaldada por una enorme hondura. No me gustaría padecer otra vez mi Cuerpo-Tiempo con todos sus juicios equivocados a menos de ser mucho más consciente de mí mismo y descubrir que he juzgado a la gente equivocadamente. Se puede modificar el Cuerpo-Tiempo en cualquier lugar por medio de la conciencia. ¿Acaso no saben que ver algo que siempre se atribuyó a los otros, ver que las faltas están en uno mismo, significa un acrecentamiento de conciencia? Llegando a ser consciente en el sentido del Trabajo se puede cambiar nuestro Cuerpo-Tiempo. Cada acto de conciencia no solo modifica el futuro sino también el pasado. El Cuerpo-Tiempo entero es una cosa viviente, sensible a lo que estamos haciendo ahora.