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El nudo, pensé.

Eran las nueve de la noche y estaba cenando solo. A las ocho me había despertado de un sueño profundo. Abrí los ojos de súbito, con la misma brusquedad con que me había quedado dormido. No hubo transición entre el sueño y la vigilia. Cuando abrí los ojos, ya me encontraba perfectamente despierto. Mi cerebro funcionaba con total normalidad. Ya no me dolía el golpe que me había propinado el simio gris en la cabeza. No me sentía atontado ni tenía frío. Lo recordaba todo con claridad. Incluso se me había abierto el apetito; de hecho, tenía un hambre voraz. Así pues, fui al local cercano al hotel en el que había entrado la primera noche y pedí algunos platillos para picar. Pescado asado, verduras guisadas, cangrejo, patatas… El local estaba lleno, como la otra vez. El mismo jaleo. Humos y olores colmaban el ambiente. Todo quisque hablaba a voces.

Necesito poner las ideas en orden, pensé.

¿El nudo?, me interrogué en medio de aquel caos. Y decidí decirlo en voz baja: Yo busco, el hombre carnero conecta.

No lograba entender del todo qué había querido decir. Era demasiado metafórico. Aunque quizá fuera algo que sólo se podía expresar de forma metafórica. Porque lo que estaba claro era que el hombre carnero no utilizaba metáforas para divertirse a mi costa. Seguramente era el único modo en que podía expresarlo.

Me había dicho que, a través de su mundo, gracias a su cuadro de distribución, las cosas estaban conectadas. Pero ahora algunas conexiones estaban generando confusión. ¿Y por qué? Porque yo ya no sabía lo que quería. De modo que el nudo dejó de funcionar como es debido y yo me sentía confuso.

Bebí un trago y posé la mirada en el cenicero que tenía delante.

¿Qué habrá sido de Kiki? En el sueño yo había percibido su presencia. Ella me llamaba. Me necesitaba. Por eso había ido hasta el Hotel Delfín. Pero ahora su voz no llegaba a mis oídos. Su mensaje se había interrumpido. Como si hubieran desenchufado el cable.

¿Por qué tienen que ser las cosas tan equívocas?

Tal vez porque la conexión está alterada. Tengo que aclarar de una vez por todas qué es lo que busco, pensé. Recabar la ayuda del hombre carnero y restablecer una por una todas las conexiones. No me queda más remedio que ser paciente, deshacer los nudos y volver a conectar cada hilo. Recomponer la situación. ¿Por dónde empiezo? No encuentro el punto de partida. Estoy anclado al pie de un alto muro. La pared que me rodea es resbaladiza como la superficie de un espejo. No hay nada a lo que echar la mano. Nada a lo que agarrarse. Estoy perdido.

Me tomé unas cuantas copas, pagué la cuenta y salí del local. Grandes copos de nieve caían despacio, revoloteando. Todavía no nevaba mucho, pero los ruidos de la ciudad sonaban distintos. Para despejarme, rodeé la manzana. ¿Por dónde empiezo?, me pregunté mientras caminaba mirándome los pies. Es inútil. No sé qué quiero. Ni siquiera sé adónde dirigirme. Estoy oxidado. Oxidado y agarrotado. Cuando estoy solo, como ahora, siento que me voy perdiendo a mí mismo. El caso es que por algo tendré que empezar. ¿Qué tal la chica de recepción?, pensé. Me cae bien. Siento que nuestros corazones comparten algo. Además, estoy convencido de que si me lo propongo podría acostarme con ella. Pero ¿daría resultado? ¿Podré empezar a partir de ahí? Puede que no me conduzca a ninguna parte. Quizá sólo me pierda aún más. Porque recuerda que no sabes lo que buscas. Y mientras no consiga saberlo, haré daño a mucha gente, como me dijo mi ex mujer.

Decidí dar una segunda vuelta a la manzana. Seguía nevando en silencio. Los copos caían sobre mi abrigo, permanecían allí unos instantes y luego desaparecían. Yo intentaba poner orden en mi mente. Los demás transeúntes pasaban a mi lado exhalando su aliento blanco hacia la oscuridad nocturna. Hacía tanto frío que la cara me dolía. Pero seguí pensando, dando la segunda vuelta a la manzana en el sentido de las agujas del reloj. Las palabras de mi ex mujer se me habían metido en la mente como una maldición. Con todo, era cierto. Tenía razón: de seguir así, seguramente nunca dejaría de herir y perder a todos los que se relacionasen conmigo.

«Regresa a la Luna», me había dicho la última chica con la que estuve, antes de marcharse. No, no antes de marcharse, sino antes de regresar. Porque ella había regresado a ese gran mundo llamado realidad.

Kiki, pensé, ella sería un buen punto de partida. Pero sus mensajes se habían desvanecido como el humo.

¿Por dónde empezar?

Cerré los ojos, tratando de buscar una respuesta. Pero dentro de mi cabeza no había nadie. Ni el hombre carnero, ni las gaviotas, ni el simio gris. Estaba vacía. Sólo quedaba yo, sentado en una vasta habitación vacía. Nadie contestaba. Y yo envejecía y me marchitaba en aquella habitación. No bailaba. Un espectáculo deprimente.

No conseguía leer el nombre de la estación.

DATOS INSUFICIENTES, RESPUESTA DENEGADA. PULSE LA TECLA DE CANCELACIÓN.

La respuesta, no obstante, llegó al día siguiente por la tarde. Como siempre de súbito, sin previo aviso. Igual que los golpes del simio gris.