CAPÍTULO 9 Epílogo...
No recuerdo si he relatado un detalle. En aquel encuentro imaginario con el conocimiento, en la plaza central de Machu Picchu, me pareció escuchar que se iba a organizar un seminario que trataría sobre sincronicidad. En él se reunirían los personajes de todas las épocas (¿?) que habían hablado sobre la sincronicidad y sobre los conocimientos aplicables. Mencionaban participando del encuentro a Einstein, Jung, Heráclito, Schopenhauer y muchos otros seres descollantes en la historia de la humanidad. Y he aquí el problema. Creí escuchar que hacían una invitación para “desconocidos”, si alguien consideraba que podía hacer algún aporte al tema de la sincronicidad. Nada me entusiasmaba más. Esos aportes serían evaluados por quienes participarían del panel y, si existía algo interesante, el aplicante sería convocado por “la sincronicidad” para participar del encuentro.
En este punto quiero ser totalmente sincero con ustedes, lectores. Pensándolo bien, no sé si puedo ser más sincero aún de lo que ya he sido durante todo el libro. Tendrán conciencia de que les he contado, incluso, las vivencias más profundas de mi alma, y no sé si algún día me tendré que arrepentir por ello. En otras épocas, muchos de los que intentaron algo parecido terminaron en la hoguera, como Giordano Bruno. Pero volvamos al punto.
Realmente me esforcé sobremanera en tratar de aportar algo. Me tomé el trabajo de escribir este libro, relatando minuciosamente las sincronicidades en las cuales había estado envuelto. Creo que ha quedado claro que me entregué y me dejé llevar, casi sin condicionamientos, por las “pistas” que la sincronicidad puso en mi camino.
Hice un esfuerzo máximo por describir comprensiblemente “las siete leyes de la sincronicidad”, tal como las había comprendido al volver de Machu Picchu. Agregué, incluso, algunos esquemas de cómo podría funcionar la sincronicidad en su relación con la física cuántica hablando de esas novedosas partículas que me gustó llamar “almatrones”. Como tenía enormes ganas de que me citasen para ese encuentro, creo que fue la sincronicidad misma la que me dictó el posible “diagrama de flujo” de la energía del alma en su evolución espiritual.
Les puedo asegurar que me entregué en cuerpo y alma, durante estos tres últimos y divertidos años, para llenar esas hojas que servirían a modo de solicitud de aplicación para el mencionado encuentro.
Pero estoy decepcionado. No sé qué camino tomar: no sé si hacer un reclamo o desistir definitivamente.
¿La razón?
¡Aún no me han contestado!
Namasté
Buenos Aires, 20 de julio de 2001: Día del amigo