MIÉRCOLES 20 DE MAYO: BUENOS AIRES

En el avión que nos llevaba de vuelta a casa, nos sorprendió la tapa de la revista The Economist. Mostraba un planisferio con dos grandes círculos marcando la India e Indonesia como los dos puntos de mayor conflicto en el planeta en ese momento. Habíamos estado en ambos cuando sucedieron los hechos. ¿Casualidad?

Recordaba otras situaciones en las que había estado muy cerca de importantes acontecimientos. Uno me había impactado mucho. Volvíamos con mi padre en 1989 de un Congreso en Seattle, y decidimos ir por un día y medio a San Francisco, ciudad por la que nos encantaba pasear. Esa vez tuvimos una impresión completamente diferente. Comentamos varias veces que veíamos a la gente muy nerviosa, apresurada, con mal humor y muy poca tolerancia. Asimismo, nunca habíamos visto a tantos psicóticos cruzándose en nuestro camino por las calles. Parecía como si hubiesen abierto de golpe todos los institutos psiquiátricos. Tan intensa nos pareció la experiencia que hablamos sobre no volver más a San Francisco debido a todo lo que había cambiado su gente.

Dos días después de nuestra partida ocurrió el terremoto de 1989. Tal vez, así como dicen que cambian los hábitos de los animales con anterioridad a los terremotos, los seres humanos del lugar se alteren debido a que están “presintiendo” el fenómeno y sea entonces posible preanunciarlo por personas que vienen de otro lugar y que no están viviendo su desarrollo. Puede ser que tengamos mucha más interconexión con la tierra a través de nuestros cuerpos de lo que pensamos los científicos.

Llegamos a Ezeiza. No cumplimos con ninguna de las fantasías que habíamos planeado mentalmente para el reencuentro con nuestras mujeres. Habíamos pensado, entre otras posibilidades, llegar vestidos con túnicas hindués, sandalias y un punto pintado en la frente, entre los ojos. Queríamos ver cuál sería su expresión al vernos volver así, ya que tenían muchas expectativas. Habían dudado si las dos personas que ellas conocían y con los que habían estado casadas, habrían cambiado mucho la forma de ser y pensar.

Después de saludarnos con gran afecto, sentimos que se tranquilizaban al percibir que, por lo menos, nuestra imagen exterior no había cambiado. El comentario típico: “Contame cómo te fue” no pudo ser respondido en ese momento ya que habían pasado tantas cosas que no podíamos relatarlas en un par de minutos.

—¿Y acá? ¿Cómo está todo? —le pregunté a Mercedes.

—¡Está todo el país alterado! ¡Yabrán se suicidó hace media hora! —exclamó Mercedes, mostrándose realmente conmocionada por los acontecimientos.

Yabrán, para los que no han oído hablar de él, era un personaje muy controvertido ante la opinión pública argentina. Comenzando desde la pobreza, había llegado a ser un empresario que controlaba el Correo Argentino, aeropuertos, empresas de transporte de caudales y de seguridad. Los comentarios lo relacionaban con el manejo de fondos “oscuros” e incluso lo acusaban de estar fuertemente involucrado en el asesinato de un fotógrafo, por quien aparentemente se había sentido asediado.

—Doc, si fuésemos periodistas de la CNN nos daban el Premio Pulitzer. Estuvimos en la India cuando detonaban las bombas nucleares, llegamos a Indonesia a las pocas horas de estallar la revolución y ahora acaba de suicidarse Yabrán. ¡En todos los lugares en el momento justo! —fue la última ironía de Martín mientras nos despedíam