“CONEXIONES” ENTRE VIDAS
Después de leer el libro de Jaworski, otro de los “golpeados” por la sincronicidad, había descubierto una nueva coincidencia, que reflejaba, de alguna manera, esa telaraña sobre la cual estaban tejidas las conexiones entre vidas.
Los dos nos habíamos cruzado en nuestros caminos, al estar ambos escribiendo sobre la sincronicidad, con el mismo personaje. Me estoy refiriendo al afamado biólogo inglés Rupert Sheldrake. Él también (a partir de su autoría sobre los “campos mórficos y la resonancia mórfica”), había ayudado a Jaworski a comprender cómo funcionaba la sincronicidad a través de un “campo” (podrán leer las explicaciones sobre lo que se entiende por “campo” en el Apéndice). Me impresionaba mucho que los dos hubiésemos “tenido que encontrarnos” con Sheldrake. Podría tratarse, tal vez, de que la mismísima sincronicidad había provocado el encuentro para que pudiésemos comprenderla en mayor profundidad.
En el fondo, toda mi investigación no había hecho más que tratar de interpretar un tipo muy especial de campo: al Campo de Energía Consciente del Universo, de donde todo nacía (incluso nosotros). Y para ello tal vez tenía que estudiar y conocer los escritos del biólogo, como en realidad sucedió.
Esto es lo que contaba Jaworski sobre el suceso sincronístico que lo había hecho encontrarse con Sheldrake:
Era consciente de que los científicos habían empezado a hablar de “campos” para explicar las conexiones que observaban. Cuando nos reunimos en Londres, Bohm mencionó el “campo general” que abarca a toda la humanidad. “Estamos conectados y operamos en campos vivientes de pensamiento y percepción”, me había comentado.
Unos meses antes de trasladarme a Londres para incorporarme a mi puesto, tuve oportunidad de aprender más sobre la teoría de los campos de un eminente biólogo inglés, Rupert Sheldrake. Sheldrake y yo fuimos huéspedes de una amiga común que vive en Santa Fe, Nuevo México. Pasé el fin de semana absorto en una conversación con él y salí de aquel encuentro con una comprensión más profunda del fenómeno del diálogo, de cómo el universo está interconectado y de cómo mi trabajo en Shell podría contribuir sobre una base más amplia. 32
Esta conexión mutua me hizo reflexionar, y creo que lo hará hasta con el más escéptico, sobre ese “tapiz común” sobre el que todo estaba tejido. ¿Había alguna confirmación de ello proveniente de las ciencias?
David Peat, que tanto había analizado el tema, contestaba a la inquietud. Las ciencias habían demostrado que cada evento emergía de una red infinita de relaciones causales. Por ejemplo: la velocidad de una pelota de tenis no sólo dependerá de la fuerza con que ha sido golpeada, sino también de la altura sobre el nivel del mar, la resistencia del aire, la temperatura, la humedad, las corrientes de aire, etcétera. Por lo tanto, explicaba, si analizamos el mecanismo intrínseco de cualquier evento veremos que “todo causa todo lo demás”. 40
Otro famoso científico, Ervin Laszlo, aportaba más especificidad sobre este punto:
A pesar de que todas las cosas están conectadas en este universo, no están conectadas en el mismo grado: lo parecido está más conectado a lo parecido, que a lo diferente. 16
Me preguntaba si existiría alguna demostración concreta de que aquello era así. Laszlo 16 opinaba que la física cuántica, la “más dura” de todas las ciencias, había demostrado que eso era correcto a partir del famoso experimento de pensamiento EPR (por sus autores Einstein, Podolsky y Rosen) y la comprobación experimental del mismo, en 1982, por Alain Aspect. Si dos partículas (fotones o electrones) se originaron en el mismo estado cuántico (emitidas como gemelas idénticas), las mismas estarán siempre “ligadas” aunque se encuentren separadas entre ellas por distancias astronómicas. Se comunicarán la “información” entre ellas a velocidad incluso superior a la de la luz. ¡Ambas partículas responderán por igual, a pesar que se esté midiendo sólo a una de ellas, y aunque se encuentren en lugares opuestos del universo! (La función de onda de una partícula colapsa cuando se realiza una medición sobre la otra.)
Ervin Laszlo completaba su argumentación con algo que teníamos mucho más cerca:
Se ha establecido asimismo que gemelos idénticos de tipo humano permanecen “interligados”. Miles de casos han mostrado que un gemelo puede sentir habitualmente el dolor del otro, y que habitualmente pueden sentir un trauma que el otro u otra esté padeciendo.
Los gemelos, ya sean electrónicos o humanos, son simplemente dos tipos de “parecidos” que están “ligados” con su “parecido” en el mundo conocido. Hay muchos otros. 16
Descubrí luego, en el libro El misterio de los genes, que sus autores Hamer y Copeland contaban una historia sucedida entre gemelos.
Jim Lewis y Jim Springer, gemelos idénticos, fueron separados al nacer y reunidos por primera vez a los treinta y nueve años.
Cuando se encontraron, ambos medían un metro ochenta de estatura, pesaban ochenta y un kilos y su aspecto era tan similar que apenas se los podía distinguir. Cuando se sentaron a conversar describieron otras similitudes bastante extrañas. Ambos se habían casado dos veces: la primera, con sendas mujeres llamadas Linda; la segunda, con mujeres llamadas Betty.
Uno tenía un hijo llamado James Alan; el del otro se llamaba James Allen. Cuando niños, ambos habían llamado Toy a sus perros. Fumaban la misma marca de cigarrillos. 26
El ejemplo, además de simpático, resultaba harto elocuente. Faltaba saber si lo mismo podía suceder en algún caso que no se tratase de gemelos idénticos. Laszlo explicaba que probablemente el menos controvertido de los hallazgos relevantes, referidos a “interconexiones” humanas, era el que mostraba que en estado de meditación profunda, las personas que estaban interrelacionadas emocionalmente, iban sicronizando las ondas de sus electroencefalogramas aun cuando no existiese contacto sensorial entre ellas.
Para concluir tan maravillosos aportes, al final de su escrito conectaba todo lo antedicho con los eventos sincronísticos. Opinaba que la sincronicidad era un fenómeno de conectividad en la experiencia humana. Ello derivaba de que los átomos (de lo mismo que están constituidas todas las células de nuestro cuerpo) tenían propiedades e interacciones emergentes, tanto entre los componentes como entre los componentes y sus alrededores. Ellos eran los que daban nacimiento a los fenómenos sincronísticos.16
Esto último me recordaba lo dicho sobre el envío de “censores” en todas direcciones en los procesos virtuales.