EL SIGNIFICADO Y LA TRAMA DE NUESTRAS HISTORIAS PERSONALES
Todos los autores, desde Jung en adelante, coincidían en que cuando se trataba de encontrar la explicación que diferenciaba una sincronicidad de un simple evento azaroso, el factor más relevante en ese fenómeno tan particular, era “su significado”. En una sincronicidad, la persona que la experimentaba recibía respuesta a algún problema o cuestionamiento que lo afectaba, pasando, su significado, a jugar un papel importante en su vida. El filósofo Michel Cazenave lo llevaba hasta el extremo de decir que un evento sincronístico era “portador de un sentido privilegiado para el sujeto que lo vivía”. 47
Tal vez, uno de los puntos que más entusiasmo me producía, rememorando lo dicho por Campbell y Schopenhauer, era pensar que todo nos sucedía dentro de la trama de una historia y ella se encontraba dentro del sueño de “El Gran Novelista”. El psicoterapeuta Robert Hopcke* se había hecho el mismo planteo, pero desde otro punto de vista:
¿Y si todos fuéramos personajes de una historia? ¿Y si lo que experimentamos como nuestra vida fuera una obra de ficción? ¿Cómo podríamos saberlo? (...) ¿Cómo sabría un personaje que pertenece a una historia? Evidentemente algo ajeno a la propia historia, algo que venga de más allá, podría atraer la atención de un personaje sobre la naturaleza de la historia que está viviendo. Sin embargo, fuera cual fuese ese extraordinario suceso, también tendría que formar parte de la historia, debería tener sentido o significado para los personajes, la trama, la presentación, el nudo y el desenlace, ¿no es así? 31
Parecía entonces, con las explicaciones que iban apareciendo, que debíamos sentir nuestra vida como algo parecido a lo que sucede en un guión de cine. Entonces rememoré dos películas que en los últimos tiempos se habían referido a esa fuerza, demostrando así que estaba comenzando a ser nuevamente considerada por nuestra cultura.
* Combs y Holland: ambos autores de ese magnífico libro que titularon Synchronicity. Allan Combs era profesor de psicología en la Universidad de North Carolina, Asheville; mientras que Mark Holland, inglés, se desempeñaba como profesor en la Universidad de East Tennessee State, habiendo estudiado exhaustivamente psicología jungiana.
* Robert Hopcke, psicoterapeuta junguiano que dirige el Centro de Estudios Simbólicos para la formación de psicoanalistas,. Algo muy interesante dentro de su currículum mostraba que había sido “seducido” por la sincronicidad para escribir su libro El azar no existe.
Por un lado, “Tienes un e-mail” había sido un claro ejemplo de cómo la sincronicidad forzaba la unión de dos vidas y sus destinos. Las “coincidencias” que se interponían en sus caminos, estando incluso en contra de los deseos conscientes de los personajes, eran tan significativas que al final terminaba uniendo lo que debía unirse.
La otra, “The Truman Show”, mostraba otro aspecto distinto. Me parecía similar a eso de lo que hablaban Combs y Holland; esa especie de “agencia” que organizaba los eventos que le iban a suceder al personaje. El director del estudio de televisión representaba el mismísimo papel que ejercían los dioses del Olimpo en la vida de las personas de la antigua Grecia, organizando “los próximos capítulos” de lo que debía suceder en la vida de un ser humano real. Tal vez de manera muy parecida a como lo hace la sincronicidad.
Pero en ese punto notaba una diferencia con los relatos de Homero. En ellos, los personajes eran incapaces de oponerse a la voluntad, muchas veces caprichosa, de los dioses. La película mostraba claramente una característica que reconocemos como real a partir de nuestra experiencia cotidiana. ¿Cúal? El personaje tenía la posibilidad de optar, en cada situación, a través del libre albedrío, más allá de que no podía evitar enfrentar lo que se le ponía en su camino. El libre albedrío parecía ser, entonces, nuestro mayor capital para poder tomar el camino adecuado.
¿Eran esas deducciones tan así?. Sobre ello Hopcke opinaba que existía un innegable paralelismo entre la coherencia simbólica que esperábamos hallar en las novelas o las películas y la que experimentábamos en las coincidencias significativas. Ellas ponían de manifiesto la dimensión simbólica de nuestra vida, y obligándonos a examinar los distintos aspectos constitutivos del suceso, nos hacían plantearnos las mismas preguntas que surgían cuando leíamos una novela o veíamos una película:
¿Qué sentido tiene todo esto? ¿A dónde nos lleva? ¿Qué me dice de mí mismo, quién he sido, quién seré?. 31