JULIO DE 2000: CARLOS Y LA FLAUTA

Todos hemos tenido esos momentos perfectos en los que todas las cosas parecen encajar de una manera casi increíble, en los que los sucesos que no podíamos prever, y mucho menos controlar, parecen guiar notablemente nuestro camino. Lo más cerca que he estado de encontrar una palabra que defina lo que ocurre en esos momentos es “sincronicidad”... En el delicioso fluir de esos momentos parece que nos ayudaran unas manos ocultas...A estas alturas, tu vida se convierte en una serie de milagros predecibles.

JOSEPH JAWORSKI 32

Nos encontrábamos en el mes de julio mientras escribía esta historia y daba algunas charlas sobre sincronicidad para grupos de amigos a los que les interesaba el fenómeno en cuestión. Sin duda, estar trabajando con el tema potenciaba, de alguna manera, la recepción de sincronicidades como también la de algunas nuevas ideas sobre su funcionamiento.

Nos juntamos con Carlos a almorzar para hablar de la organización de un futuro seminario en Mendoza. Carlos, a quien admiro y respeto mucho por su integridad de intenciones y proceder, es un ex seminarista y profesor universitario de teología cristiana, además de haber estudiado y enseñar religiones comparadas. Él también había participado en el seminario Danza con el Espíritu, en septiembre de 1999. Una vez al mes venía, por un par de días, a Buenos Aires para compartir sus conocimientos con algunos grupos.

Después de hablar sobre el futuro proyecto, apareció la historia.

—Te voy a contar algo que me pasó el otro día. Te va a gustar mucho a vos que estás escribiendo sobre sincronicidad.

Hizo un breve silencio, característico de su hablar pausado.

—Lo que te voy a contar pasó el sábado pasado. Una amiga me pidió que la acompañara por la tarde a la Boca, con el propósito de ver la exposición de pintura de una compañera suya.

—¿Fuiste a la Boca? —comenté sabiendo que ese no era uno de sus paseos preferidos.

—Sí, no tenía muchas ganas, pero igual la acompañé. Como bien sabés me gustan mucho las flautas y las quenas.

—No tengo ninguna duda de que así es —le dije conociendo su enorme debilidad por esos instrumentos que habitualmente le había escuchado tocar.

Me contó luego que, desde hacía casi un año, tenía en la mente la imagen de una flauta diferente. No entendí mucho a qué se refería debido a mi ignorancia en el tema. Pero de cualquier manera, creía haber captado que imaginaba una flauta que tuviera más tonos y/o semitonos junto con algunos orificios en la parte de abajo, que facilitarían la instrumentación.

—Consulté a varios fabricantes y me dijeron que eso era imposible que pudiese sonar bien. No convencido de lo que me decían, hice construir una por uno de ellos, hace ya de esto varios meses —comentó Carlos.

—¿Y qué pasó? —le pregunté muy interesado y sin imaginarme por dónde seguiría el cuento.

—¡No sonó! Bueno, volviendo a la Boca. Salimos de la exposición. Estábamos caminando de regreso cuando vi un anciano sentado sobre la vereda, en una esquina, con flautas y quenas sobre una manta. Me acerqué y me senté a su lado.

—¿Le gustan las flautas o las quenas? —le preguntó el anciano.

—Las dos. Toco bastante y colecciono. Tengo muchas, incluso dos Vannini —le había contestado Carlos.

—¿Dos Vannini? Lo dice como si estuviera orgulloso —le comentó el hombre.

—Por supuesto. Tienen la reputación de ser de las mejores.

—¿Sabe algo de Vannini?

—Sé que fue el más afamado constructor de flautas en Europa entre las décadas del 60 y del 80. Vivía en Barcelona. Luego desapareció. Aparentemente falleció —le contestó Carlos.

—¿Sabe algo?

—¿Qué?

—¡Yo soy Enrique Vannini!

En este momento, Carlos hizo una pausa prolongada en su relato. Sin duda motivado por la emoción que revivía al contarlo.

—Estoy emocionado. Lo admiro desde hace años. Este es un regalo del destino —dijo Carlos mientras el anciano esbozaba una sonrisa con mezcla de misterio y sabiduría—. Si usted es Vannini, probablemente es la única persona en este planeta que me puede ayudar.

Le contó entonces sobre la imagen mental recurrente de esa flauta tan particular y sobre el fracaso obtenido al tratar de construirla.

—Lo que usted describe es el diseño de una flauta hecha por el más grande de todos los tiempos, el luthier Lars Nilsson.

—No puedo creer que exista realmente. ¿Dónde puedo leer algo o ver un dibujo de esa flauta?

—¿Sabe algo? Tengo una en mi casa. Venga a verme mañana a esta dirección. ¡Es para usted, lo estaba esperando!