OCTUBRE DE 1998: MACHU PICCHU
Hay dos cosas en las que he llegado a creer, implícitamente, acerca del mundo en que vivimos. Una es que nada de lo que en él ocurre es independiente de cualquier otra cosa. La otra es que nada de lo que ocurre es completamente fortuito y víctima del azar.
Estas dos creencias son parte de la misma intuición (insight): si todo lo que ocurre está de alguna manera enlazado con todo lo demás, ello quiere decir que todo actúa de alguna manera sobre todo lo demás. Nada ocurre de una manera azarosa pura.
...no existe tal cosa que sea pura coincidencia. Cuando algo ocurre, lo hace en cierta relación, a pesar de su probabilidad extremadamente sutil, con otras cosas que pasan o han pasadodentro de esa región de espacio y del tiempo”.
ERVIN LASZLO * 16
* Ervin Laszlo, científico húngaro radicado en Estados Unidos, director del Instituto para la Enseñanza y la Investigación de las Naciones Unidas, que ha dedicado gran parte de su vida a escribir sobre nuestra relación con el universo.
Había pasado un mes desde el viaje a Minneapolis. Aprovechando que me habían invitado a dar unas conferencias en Lima, decidimos tomarnos unos días con Mercedes para volver a visitar Cuzco y Machu Picchu.
Viajé muy cargado, con una gran cantidad de libros referidos a la sincronicidad, ya que esperaba aprovechar las tres noches que dormiríamos en el hotel junto a las ruinas de Machu Picchu para seguir estudiando y tratando de descifrar el tema que tanto me entusiasmaba. Seguramente, la energía de ese lugar, que consideraban tan sagrado, me permitiría conseguir una mayor apertura de conciencia para la comprensión de algo que seguía pareciéndome tan misterioso.
Nos encontrábamos en la mitad de una visita guiada a las ruinas de la antigua ciudad cuando nos dieron unos minutos para descansar y contemplar el “paisaje sagrado” de los incas.
—Mer, antes de viajar hablé con Juan Carlos. Le conté que vendríamos y me sugirió que tratara de hacer contacto con un chamán llamado Kucho. ¿Se te ocurre algo para poder encontrarlo?
—¿Cómo lo conoce Juan Carlos?
—No sé. No le entendí bien. Cuando le pregunté si lo conocía personalmente me dijo que no. Pero, por otro lado, manifestó que se “conocían bastante” y que se “comunicaban mucho”. Agregó que le dijera que yo era amigo suyo.
—¿Por qué no le preguntás a nuestra guía si por casualidad lo conoce y dónde lo podés encontrar? —fue su sugerencia.
—Discúlpeme. Estoy tratando de encontrar a un chamán llamado Kucho. ¿Lo conoce? —le pregunté a la guía en un momento que había dejado de estar rodeada de los otros turistas.
—Sí. Anda a veces por acá. A la salida vamos a preguntarles a los guardias si hoy ha subido —respondió.
—Me dijo un amigo mío que Kucho fue uno de los tres chamanes que hicieron un ritual especial para apagar el fuego que acechaba Machu Picchu cuando el incendio se había vuelto incontrolable —le comenté intentando obtener alguna nueva información.
—¡Fue maravilloso! —exclamó la guía—. El incendio se había descontrolado. No sólo estaba completamente extendido aquí en Machu Picchu, a pocos metros de destruir las ruinas de la ciudad, sino que se había propagado por el aire a esos otros dos cerros: el Huayna Picchu y el Media Naranja.
—¿Cómo hizo para propagarse por el aire hasta allí enfrente, al Media Naranja? Parece imposible que el fuego pudiera cruzar todo este inmenso espacio que los separa.
¿Cómo cruzó todo el valle y el río Urubamba?
—No se propagó por tierra. Los pájaros trataban de escaparse volando mientras el fuego consumía sus cuerpos y alas. Muchos llegaron volando al Media Naranja y así difundieron el incendio.
—¿Y cómo hicieron para apagarlo? —pregunté cada vez más interesado en el relato.
—Todo se había descontrolado. Las ruinas no sobrevivirían muchos días más si no se lograba apagarlo rápidamente. Todos los medios conocidos habían sido probados y habían fracasado. No se pudieron conseguir los aviones especiales que combaten los incendios forestales. A todos nos comenzaba a inundar la desesperanza e intuíamos que se acercaba el fin de la tragedia.
—¿Y entonces?
—Decidieron llamar a dos chamanes del lugar, Kucho, uno de ellos, más otro que vino desde Cuzco, para hacer una ceremonia especial invocando la intervención de los espíritus de sus ancestros incas. En la ceremonia se sacrificó un animal de tres meses de edad que había nacido malforma-
do. La ceremonia tuvo, aparentemente, una gran conexión con los ancestros. Cuando terminó, uno de los chamanes anunció que les habían dicho que al día siguiente, al mediodía, se apagaría el incendio de las tres montañas.
—¿Cómo iba a suceder eso?
—Nadie lo sabía. Era altamente improbable, casi imposible, que fuera a través de lluvias ya que estaban en la época de sequía. La precipitación máxima para esa época no hubiera servido ni siquiera para humedecer los árboles.
—¿Entonces? —pregunté con ansiedad para que apresurara el desenlace.
—Todos esperamos la llegada del mediodía mientras veíamos que la naturaleza se seguía consumiendo por el fuego. No nos imaginábamos qué era lo que podía suceder porque esa mañana casi no había nubes. Muchos dudaban de que pudiese ser cierto el vaticinio. ¡Pero sucedió!
—¿Qué fue lo que sucedió?
—Al mediodía se desató la tormenta más fuerte que hayamos visto nunca. Ni siquiera el día más intenso de la época de mayor régimen de lluvias se le podría comparar. ¡Llovió solamente media hora! Cuando paró la lluvia, a continuación salió el sol más grande jamás visto. Un enorme sol anaranjado. ¡Y se cumplió lo que les habían prometido! ¡No había más fuego en ninguna de las tres montañas!
—Es una historia maravillosa. Esos chamanes deben tener alguna forma de conectarse con los espíritus y con las fuerzas de la naturaleza que los mortales comunes desconocemos.
Terminamos la visita guiada y, al salir, nos acercamos a los guardias en la casilla de la salida.
—Hola, ¿cómo andan? —dijo la guía dirigiéndose a los guardias—. ¿Vieron a Kucho hoy por acá?
—No, hoy no lo hemos visto. Debe haberse quedado en
Aguas Calientes —respondió uno de ellos.
—Kucho trabaja en una de las empresas de helicópteros y turismo de Aguas Calientes. Trate de localizarlo allí —me dijo la guía mientras nos despedíamos.
Esa tarde llamé a la agencia desde el hotel. Después de presentarme, Kucho me dijo que tampoco subiría al día siguiente y que, si yo quería, podríamos encontrarnos en su local de turismo a las once de la mañana.
Esperé ansioso ese encuentro. Tenía mucho interés en ver cómo era la mirada de ese ser que se conectaba con esos otros planos de la realidad.
—Buenos días. Estoy buscando a Kucho —le dije a una joven que estaba detrás del escritorio en la agencia de turismo.
—¿Es usted la persona con quien tenía que encontrarse a las once?
—Sí —respondí.
—Lo está esperando en el bar de aquí al lado —dijo mientras señalaba la dirección con la mano.
—¿Kucho? —pregunté a la única persona sentada en el bar.
—Sí —respondió mirándome con sus profundos ojos oscuros.
—Soy el Doc. Hablamos ayer por teléfono. Soy el amigo de Juan Carlos.
—Siéntate por favor —me invitó después de habernos estrechado la mano.
Pedimos unos jugos de frutas naturales. Nos mirábamos e intercambiamos alguna sonrisa, pero parecía que era yo el que debía tomar la iniciativa. Me hubiera gustado que me preguntara ¿qué deseas?, ¿en qué te puedo ayudar? o
¿por qué querías conocerme?, pero permaneció en silencio demostrando una gran paz y manejando el tiempo de una manera distinta. Pensaba qué era lo que debería decirle hasta que recordé lo que Juan Carlos me había sugerido.
—¿En qué me podés ayudar? —le pregunté sin estar muy convencido sobre si lo que estaba diciendo era lo más apropiado.
Se produjo un largo silencio. Parecía que pensaba, o algo así, mirándome a veces fijo a los ojos. Sentía que me había equivocado al ver el resultado de la pregunta. Pensaba que, tal vez, hubiera sido mejor dar un poco más de vueltas antes de llegar al punto, como un perro antes de sentarse.
—Te contaré sobre el día de mi iniciación —fue la frase con la cual rompió el silencio.
Estaba asombrado por lo que me estaba diciendo. Parecía que estaba entrando a la antesala de un cuento mágico. Inmediatamente un pensamiento se introdujo en mi pantalla mental: ¿por qué creía Kucho que contarme su iniciación era lo más apropiado para mí?
—Era un 31 de diciembre. Yo trabajaba de guardián de las ruinas de Machu Picchu. Ese día escuché la voz por primera vez. Una voz que oía en mi interior me decía repetida e insistentemente: “Ven a la medianoche para ver ‘la luna azul’”.
—¿Vení a dónde, decía la voz? —le pregunté ansiosamente.
—Me pedía que subiera a la medianoche, justo a la entrada del Año Nuevo, a las ruinas de la ciudad. En esa época, yo trabajaba de día como guardián en las ruinas y por la noche estaba acá abajo, en Aguas Calientes. Decidí subir esa noche cancelando mi asistencia a las fiestas programadas con familiares y amigos.
El relato que prosiguió fue probablemente lo más mágico y maravilloso que alguien pueda escuchar. No lo voy a contar, ya que creo que tuvo connotación personal y no sé si a él le agradaría que lo relatase. Por lo tanto me remitiré exclusivamente a la parte de la historia de la cual sí participé, y que es la que ayuda a seguir uniendo la trama de esta historia real. Casi finalizando su relato dijo:
—A la salida del sol me encontraba mirando hacia abajo, hacia Aguas Calientes, cuando divisé que cerca de la estación de trenes se comenzaba a formar una nube, como si fuese un remolino. Se fue agrandando mientras giraba y giraba. Comenzó a ascender la montaña, hasta donde yo me encontraba, llegando a posarse sobre mi cabeza.
La descripción detallada que hizo de la nube me trajo un recuerdo. La imagen que a partir de su relato se había formado en mi interior era muy parecida a “algo” que había visto alguna vez en un libro. Se asemejaba al dibujo que Douglas Baker, en La apertura del tercer ojo 2, mostraba como la descripción del “átomo último”.
Quedé maravillado con su historia, que se prolongó por media hora más. Le agradecí mucho y partí apresuradamente a buscar a Mercedes que me esperaba en los baños termales. ¿Estaría todavía allí? Tendría que haberla buscado hacía ya cuarenta minutos.
Mientras caminaba a su encuentro trataba de reflexionar. No había entendido por qué Kucho había elegido contarme algo tan preciado para él como era su propia iniciación. ¡De pronto me di cuenta! ¡Nuevamente todo se unía! Si la imagen que mi mente formaba sobre la nube era parecida al dibujo de Baker, ahora tenía sentido que, entre los libros que había llevado sobre sincronicidad para estudiar en Machu Piccchu, estuviera uno que no tenía nada que ver con el tema y que incluso ya había leído: ¡La Apertura del Tercer Ojo!
Esa noche escribí sobre muchas ideas acerca de la sincronicidad que me “venían” al plano consciente. La intuición me decía que debía volver al día siguiente y mostrarle la mencionada imagen. Esa podía ser la única razón por la que había incluido en mi equipaje, sin razón aparente, ese libro “desconectado” del tema de la sincronicidad.