La inflacion documental

El historiador es a la vez cómplice y víctima de una prodigiosa inflación documental.

Cómplice en la medida en que inventa nuevos documentos. Dejando de considerar el texto como la fuente casi única de su información, afirma que la historia se hace con todos los tipos de fuentes: una sombra sobre el suelo, descubierta por fotografía aérea, que muestra una hábitat prehistórico o la marcha del limes romano; los relatos autobiográficos de los obreros polacos o ingleses revelan una historia ignorada; el dibujo de los caminos sobre un mapa que cuenta las etapas de la valorización de unas tierras; un filme que nos dice cuál fue el lugar decisivo de las mujeres en la revolución de febrero en Petrogrado… En cuanto a los rastros escritos, los más modestos son los más valiosos para el historiador de lo cotidiano: los graffiti de Pompeya valen más que las descripciones de batalla en el De bello Gallico.

Víctima y cómplice a la vez cuando se trata de fuentes tradicionales. La multiplicación de los trabajos arqueológicos y la obligación en que se encuentran tanto las administraciones como las empresas de depositar sus documentos antiguos en organismos públicos inundan museos y servicios de archivos de una oleada de guijarros, de restos de vasijas de barro, de impresos, de fotografía, de cintas de magnetófono. Cada década del siglo XX acumulan más informaciones que los seis milenios que nos separan de la invención de la escritura habían reunido y trasmitido. Ya pasaron los tiempos del archivista colector y del conservador coleccionador.

El archivista, actualmente, debe eliminar y el conservador amontonar sus nuevas adquisiciones en recintos bien cerrados. ¡Y si todavía no se tratara sino de los documentos más recientemente aportados! Pero el nuevo historiador añade a su curiosidad el conjunto de las fuentes ya utilizadas que, según él, reclaman nuevas miradas. La mitografía, la lingüística, la psicohistoria se apoderan de Tito Livio y extraen de sus Anales una reescritura de los orígenes de Roma.

¿Cómo en la era de la masa documental, podría el historiador pretenderse exhaustivo y seguir usando métodos artesanales? Ha sonado para Clío la hora de confundirse con su hermana Urania.