Los comienzos griegos

Se está de acuerdo en reconocer que el nacimiento de la historia en Roma fue tardío, que la influencia griega tuvo en él una parte decisiva y que, en su expresión latina, derivó progresivamente de la poesía épica.

Los más antiguos rastros de una historiografía romana, raras y breves citas o confusas alusiones en obras posteriores, no remontan más allá del final de la segunda guerra Púnica. Es hacia 200 a. C. cuando Fabius Pictor y después Cincius Alimentus dan a Roma sus primeros Annales; nómbranse así unos relatos que se despliegan dentro de un marco amplio pero rigurosamente cronológico. Nacimiento tardío si se piensa que Roma afirma, precisamente por esas dos obras, que cuenta con cinco siglos y medio de edad. Tal retraso se explica por una serie de factores convergentes:

  • el carácter largo tiempo secreto de los únicos archivos oficiales, los Comentarios de los Pontífices (Commentarii pontifici) en los cuales los sacerdotes mezclaban con las actas de sus deliberaciones informaciones augurales (eclipses, inundaciones, aparición de monstruos…) que les permitían establecer el calendario de los días fastos y de los días nefastos;
  • la pobreza de los informes que a partir de 300 a. C. solamente consintieron los pontífices exhibir a la puerta de su morada, la Regia, sobre un tablero de madera cubierto de yeso, el album: nombres de los cónsules, cotizaciones del trigo, y presagios;
  • un sentimiento familiar persistente que, por una parte, retrasó la emergencia de un patriotismo capaz de inspirar una historia nacional, y por otra parte, suministró a los futuros historiadores fuentes discutibles —las inscripciones encomiásticas grabadas al lado de las imagines de los grandes antepasados— y modelos peligrosos: los elogios fúnebres en los que el deseo de la bella retórica rivaliza con la preocupación de edificación moral;
  • la mediocridad de la vida cultural en una sociedad más guerrera que especulativa, y la atracción, por un momento paralizante, de la civilización helénica que hizo tener en poca estimación la lengua latina por aquellos mismos que la hablaban.

También es griega la lengua en que se expresan F. Pictor y C. Alimentus. A historiadores de la Gran Grecia (Filisto, Timeo de Tauromenion) y de la Grecia continental (Éforo, Teopompo) le debe Roma haber entrado en la historiografía; en sus obras debieron de beber los primeros analistas romanos; a ellos, a Calias, sin duda se debe la invención de los orígenes troyanos de Roma. Así, la filiación historiográfica acompañó a la filiación mítica.

Este mito no podía dejar de inspirar a los poetas. Encontró su más antigua expresión latina en las epopeyas de Nevio (¿-a. C.) y de Ennio (239-169 a. C.), cuyas obras respectivas, el Bellum Punicum y los Annales, encomiaban la gesta romana ab Urbe condita («desde la fundación de la Ciudad»). Correspondía a Catón el Antiguo (234-149 a. C.) dar, en el atardecer de su vida, la primera historia escrita en latín y en prosa; los Origines, título impropio bajo el cual se han reagrupado siete libros de los cuales únicamente los tres primeros se interesan por los tiempos más antiguos.

Tal fue la génesis de la historiografía romana. Era al menos la interpretación comúnmente admitida hasta el momento en que Georges Dumézil propuso una nueva, tan discutida como sugestiva. De creer al celebre mitólogo, en Roma «la epopeya no precedió a la historia», sino que la sucedió. A partir del siglo IV, en el momento en que la Ciudad se convierte en la mayor potencia de Italia, el cuerpo sacerdotal parece haberle dado un pasado oficial. Unos sacerdotes, con la ayuda de mitos pertenecientes al patrimonio indoeuropeo y de cantos épicos autóctonos, elaboraron, dice, un relato continuo, plausible y de apariencia docta, donde los hechos estaban cuidadosamente localizados en el tiempo y el espacio, medidos los reinados, excluidos los dioses y lo maravilloso reducido a lo verosímil. Esta obra artificial y humanista, se habría enraizado en una conciencia nacional, que ella misma habría contribuido a que naciera, y habría inspirado más tarde a Nevio y a Ennio…[2]

La divergencia de las interpretaciones proviene aquí de la diferencia de los métodos. Los historiadores de la literatura latina trabajan sobre fuentes indiscutibles pero fragmentarias y emplean una marcha positiva, prudente; el padre de la «nueva mitología comparada» reconstituye un pasado sin rastros textuales a partir de esquemas y de principios considerados como hechos. Hay de un lado botánicos de la historiografía, del otro un paleontólogo; entre ellos el debate permanece abierto.