La historia erudita
En este contexto más propicio a las pasiones que a la objetividad nació la historia erudita, precisamente en el país donde el problema de la nación y la cuestión del Estado se planteaba con más fuerza, Alemania.
Leopold von Ranke (1795-1886) se considera con alguna razón como su fundador. Profesor de la Universidad de Berlín, es el primero de esos grandes historiadores universitarios alemanes —Droysen, Curtius. Mommsen, Von Sybel, Von Treitschke, Lamprecht…— que habrían de ser considerados como maestros y modelos. De una producción abundante y variada —Los papas romanos […] en los siglos XVI y XVII (1834), Historia de Alemania en la época de la Reforma (1839), historias de Prusia, de Francia, de Inglaterra…—, hay que considerar el método que asocia erudición y escritura, que narra y explica, que no juzga ni filosofa, que saca su sustancia de las fuentes primarias rebuscadas en archivos y bibliotecas. Ranke escribe obras sólidas, es decir precisas, detalladas, voluminosas, pero igualmente bien asentadas tipográficamente sobre referencias infrapaginales que remiten a los documentos. No decir nada que no sea comprobable, he aquí lo que funda la historia como una ciencia positiva.
El objeto del historiador no es ni deducir leyes ni enunciar la causa general; es más simplemente —y esto es más difícil— mostrar «cómo se ha producido esto exactamente» («wie es eigentlich gewesen»). Por los años en que Comte creaba el positivismo, Hegel el historicismo idealista absoluto, y Marx el materialismo histórico, Ranke afirmaba la única virtud del hecho, la única inteligibilidad de la relación causal en el tiempo corto, el suficiente placer de conocer. Anunciaba que el oficio de historiador, al mismo tiempo que devenía profesión, se daba las reglas de su ejercicio.