Desilusiones
Antes de que se elevaran contra tal tipo de historia las críticas de los sociólogos, de los economistas y de los filósofos, la historia positiva atravesaba una crisis interna. Dos de sus ilusiones más caras se vinieron abajo: la del agotamiento de las fuentes y la de la objetividad del historiador.
La vanidad de las pretensiones exhaustivas de los colectores de textos estalla. «Los volúmenes del Corpus están incompletos antes de publicarse, se queja un académico berlinés; todos acaban por Additamenta añadidos durante la impresión.» «Se sabe ahora, comenta Ch.-V. Langlois en su Manual de bibliografía histórica (1904), que las obras de este género no están jamás terminadas.» Hacia 1890, el Public Record Office decide dejar de publicar en los Calendars of State Papers trozos de los documentos enumerados y abreviar lo más posible su análisis. En Francia, la colección de los Documentos inéditos pierde aliento: la media de volúmenes publicados anualmente pasa de 6 a 1 entre 1835-1839 y 1875-1879. Mejor aún, o peor, algunos historiadores, y no de los menos importantes, se inquietan al ver «degradarse la historia en erudición» (G. Monod). En 1880, la Revue historique lanza un grito de alarma: «A fuerza de acumular así los trabajos preparatorios sobre la historia de una época, se hace la tarea casi imposible para el escritor que quisiera obrar con probidad y que, sin embargo, retrocede asustado ante el cúmulo prodigioso de materiales que se ve obligado a recorrer». ¡Singular y rápido cambio de actitud!
En cuanto al mito del historiador objetivo, ¿cómo se resistiría a la realidad de las pasiones nacionales que desgarran el mundo de los historiadores con tanta mayor violencia cuanto que interviene la razón? Pase todavía que Michelet diga que Francia es «la que explicará el Verbo del mundo social» (Introducción a la historia universal) y Gioberti que Roma es el faro de los tiempos venideros; no eran sino fiebres románticas. Pero que en 1819, la «Gesellschaft für ältere deutsche Geschichtskunde», fundada por el barón de Stein, ministro de Prusia, con el fin de publicar las fuentes de la historia alemana, adoptara como divisa «Sanctus amor patriae dat animun», es algo que revelaba un espíritu más bien combativo. Tal fue el de la «escuela prusiana» (Droysen, Mommsen, Treitschke, von Sybel) que se hizo el agente activo de la unidad alemana y después del pangermanismo. La guerra franco-alemana dio ocasión a una polémica encendida entre Mommsen y Fustel de Coulanges respecto del destino de Alsacia y de los derechos históricos. Reciente aún el Caso Dreyfus, los historiadores universitarios franceses se enfrentaron violentamente con ocasión del «alboroto de Fustel» donde la conmemoración del nacimiento del historiador dio lugar a una doble lectura de su obra por las izquierdas y la extrema derecha.
Siglo de la historia, el XIX es quizá más todavía el de los historiadores en el siglo. No es a los militantes marxistas que, hacia 1900, entran en la historiografía a quienes se pueda pedir un mentís.