Para un mundo nuevo, una Nueva historia
Si hay un capítulo de historia de la historia al que puede aplicarse el aforismo de Croce, «toda historia es historia contemporánea», es precisamente aquel que tiene la historia nueva como tema.
Indudablemente, las causas endógenas, puramente historiográficas, deben ser tenidas en cuenta. Para empezar, la Nueva historia se instala oponiéndose. L. Febvre denuncia «a quienes hacen la historia como sus ancianas abuelas, a pumo de aguja», sus «prudencias temblorosas», su «culto del hecho intelectualmente perezoso». Los redactores de los Annales rechazan la historia de sucesos, biográfica, historizante, la erudición monográfica, el corporativismo celoso y fácilmente imperialista de los historiadores del establishment universitario, su fe ingenua en el método milagroso gracias al cual el hecho brota del texto. Repiten por su cuenta las críticas de los filósofos —de un Henri Berr, por ejemplo, que hace en 1900 de la Revue de Synthese Historique, el lugar precursor de la interdisciplinaridad —de los sociólogos y de los economistas— la controversia que opone a partir de 1903 Simiand a Seignobos da la medida de la profundidad del foso que separa a los que, en los hechos humanos, no consideran sino los particulares, de quienes sólo quieren considerar los regulares—, los polemistas de primera fila entre los cuales figuran Charles Péguy y sus dos armas, la These (1912) y Clío.
Los padres de los Annales se asocian a la ofensiva antihistórica, pero a su modo, respondiendo por un rebasamiento historiográfico. Siguen así una marcha paralela a la de los historiadores marxistas. El hecho de que hasta la guerra los Anunales se hayan llamado Annales d’histoire économique et sociales expresa bastante bien la analogía de las curiosidades, ya que no la de los métodos.
Sin embargo, más que a la historia del género, es a la del mundo a la que hay que apelar para comprender el nacimiento y la evolución de la historia nueva.
Un mundo donde, en el horizonte de los años 1920, lo económico invade el campo de lo político, donde la construcción del socialismo pasa por la electrificación, la estatización y la planificación; la paz por el reembolso de las deudas, el pago de las reparaciones, la confiscación de «prendas productivas»; la supervivencia de las democracias por la difícil terapia de las epidemias monetarias, de los déficit de balances o de presupuestos, de la Gran Depresión. Keynes, Poincaré, Hoover y pronto F. D. Roosevelt y el Dr. Schacht tienen un punto común: proponen y hacen políticas económicas.
Un mundo donde las masas son interpeladas por la Historia e invitadas a hacerla: revoluciones sociales, manifestaciones sociales, organizaciones sociales política social… ¿Cómo podría la Nueva historia dejar de ser, en primer lugar, económica y social?
Un mundo en el que se inicia la triple decadencia de Europa. Decadencia cultural que lleva consigo el reconocimiento de la diversidad y de la igualdad en dignidad de las civilizaciones —y los Annales devienen, en 1946, por prolongación del título y sustitución por el plural de un singular demasiado reductor, Annales, Economies, Sociétés, Civilisations. Decadencia demográfica en la que al despoblamiento de los unos corresponde el sobrepoblamiento de los otros: un territorio nuevo se ofrece a la inquietud de quienes, para comprender el presente, interrogan el pasado. Decadencia política: a la descolonización responde un tercer-mundismo historiográfico que, por las nuevas vías de la etno-historia retorna a la eterna búsqueda historiadora, la de las raíces, de la identidad y del orgullo.
Así se extiende desde hace medio siglo el imperio de Clío. La verdadera revolución, sin embargo, está en otra parte. Turbadora, afecta la inteligencia, el conocimiento y el instrumento.
La inteligencia de las cosas: los físicos hablan de la relatividad, de espacio-tiempo, de incertidumbre; los cibernetistas, de causalidad circular, de retroacciones; los mitógrafos aventuran la palabra «invariabilidad» y contribuyen a la fortuna del estructuralismo. Todo no es sino —¿no es la Naturaleza de la naturaleza (Edgar Morin)?— complejidad, sistema, interacciones, rizo, retorno.
Los conocimientos sobre el hombre: sociología, etnología, antropología, psicoanálisis, etología, van llegando sucesivamente a la edad adulta. La demografía adquiere un estatuto científico. La biología se hace englobante.
Los instrumentos: la lingüística, ¡oh, paradoja!, se transforma en técnica de enumeración de los signos a la hora en que, se nos dice, la imagen y el sonido se toman el desquite contra Gutenberg. La memoria infalible, por inhumana, de la computadora almacena con una admirable glotonería y trata con una prodigiosa rapidez todo lo que el hombre le dice, en lenguaje pobre, de él y del universo. «El historiador de mañana será programador o dejará de serlo.» (E. Le Roy-Ladurie). Capítulo último: Clío y la máquina. Antes de él, en la cuna de la Nueva historia, un progresivo desarrollo de las curiosidades que nada parece debe interrumpir, ya que la Nueva historia es, ante todo, una historia siempre nueva.