¿Nueva critica o muerte de la crítica?

Por el hecho mismo de su masa, los documentos no pueden ya someterse a una crítica individual. ¿Será posible poner en duda el funcionamiento de una talla en un centro de reclutamiento cuando se estudia la evolución de la talla de los reclutas, de todos los reclutas, de 1819 a 1826? ¿Será posible sospechar en cuanto a la veracidad de un testamento cuando se examinan 50 mil? Como lo reconoce P. Le Roy-Ladurie, «El Corpus es tan enorme que desafía a la tradicional prueba por la crítica histórica».

El historiador «cuantitativista» se encuentra, pues, reducido a tres actitudes: la de la credulidad moderada —confiar en los notarios, en el fisco, en las oficinas de reclutamiento…—, la del abandono a una ética de los grandes números —los documentos erróneos, que se suponen raros, encontrarán su inexactitud anulada por medias proporcionales establecidas sobre 99% de datos sanos—, y la de la confianza en la computadora encargada de descubrir las alienaciones.

En cuanto a la crítica de verosimilitud, esta conquista del siglo XVIII racionalista, está considerada como peligrosamente mutilante. Lo que importa es conocer del pasado sus ilusiones, sus quimeras, sus fábulas, para reconstruir su imaginería colectiva. Así los mitos se convierten en fuentes preciosas para la historiografía. Más aún, contribuyen a su nacimiento si, como lo ha demostrado G. Dumézil, los episodios referidos por Tito Livio sobre los siglos oscuros de Roma, lejos de ser hechos integrados en la leyenda, son mitos procedentes de lejos y hábilmente historizados.

En cambio, si bien el método histórico pierde su singularidad, los historiadores actuales disponen de un gran número de métodos que han hecho sus pruebas en el análisis del presente. Ya no hay Método, pero hay demasiados métodos; tal es quizá la curiosa situación deparada a la historia por el recurso a las ciencias humanas. ¿Pero son estos métodos aplicables por simple traslación hacia atrás? ¿Pueden trasponerse los modelos en el tiempo? Conocida es la audacia de ciertas retroproyecciones, la de la escuela demográfica de Cambridge que, a partir del primer censo válido de la población inglesa (1871) y de algunos hitos parciales reconstituye la historia demográfica británica hasta 1550: la de Vogel y de la New Economic History que se entretienen —porque no pasa de ser un juego— en sustituir una evolución conocida, como es la de la economía norteamericana desde la construcción de los ferrocarriles, por ejemplo, por un escenario científicamente imaginado, en fabricar una no-historia.

No se debe a la casualidad el que, a la hora en que las antiguas ficciones se convierten en objeto de estudios para algunos, otros, y no de los menos matemáticos, creen la historia-ficción.

¿Entonces, qué? ¿Muerte de la historia? ¿Senilidad? ¿O eterna juventud de Clío?