El método y el espíritu
La propensión a moralizar no es privativa de los historiadores de función. Está igualmente difundida entre los historiadores no oficiales cuyas obras muy diversas (biografías, monografías locales, relatos militares, manuales para estudiantes, colecciones de anécdotas, etcétera) proceden de un mismo método.
En China, el historiador es un compilador que abusa de la cita. Sin indicar su procedencia, copia sus fuentes con amor —escribir es un goce para el ojo y el espíritu—, con respeto —«Transmitir» fue la divisa de Confucio— y con piedad —discurrir sobre el pasado, es rendir culto a los antepasados, asegurar la supervivencia de los muertos. Puede ocurrir que un documento de archivos o un texto de un antiguo historiador sea demasiado largo. Se procede entonces no por contracción, sino por extracción selectiva de citas parciales. De edición en edición, la fuente original se convierte en una breve serie de notas secas, vaciadas de todo pintoresquismo. Si el historiador es el primero en referir ciertos hechos recientes, agrega una última capa a los estratos así utilizados; simple y sobriamente.
Porque el historiador está ausente de su obra. Impersonal, ésta no contiene ninguna discusión razonada de los puntos dudosos. Si el espíritu crítico se ha ejercido, es de manera invisible, por el rechazo de lo que se tiene por falso, por la transcripción de lo que se estima exacto.
El decorado también está borrado. El relato se desarrolla «liso». No hay ningún decorado. Los propios personajes son indicados sumariamente. Su vida privada no se expone. Lo que se dice de ellos permanece a mitad del camino entre el epitafio y el curso público sacado de un expediente administrativo.
La explicación causal no es pues ni profunda ni extensa. El antes y el después, un psicologismo sumario y maniqueísta, el Cielo en fin, son los resortes de una historia sin coherencia. El historiador Wang Fu-chih (1619-1692) denunció esta historia hecha de una profusión de sucesos aislados y quiso desprender de ella las leyes fundamentales. Sigue siendo una excepción tardía.
Si durante dos mil años el historiógrafo chino no sobrepasó apenas el estadio del discurso cronológico, analítico, es porque el confucianismo había inmovilizado los espíritus en una actitud exageradamente reverente con respecto a las obras antiguas, el Chu King y los Che Ki por ejemplo. Es también porque los chinos no han tenido del tiempo la misma representación que los pueblos mediterráneos. Han ignorado la cronología continua donde, a partir de una fecha origen, se pueden medir las duraciones en los dos sentidos. Han empleado una cronología compartimentada en receptáculos cada vez más pequeños: periodo dinástico, reinado, nien hao (cuatro años y medio), año, estación, etcétera. Los chinos en efecto tienen del tiempo, como del espacio una visión concreta y analítica, hija de una escritura rebelde a la abstracción. Para el historiador las consecuencias de tal visión son nefastas: dificultad de localizar claramente en el pasado y, por lo tanto, encarnizamiento en hacerlo, imposibilidad de establecer relaciones causales a través de las barreras cronométricas, rechazo de una perspectiva lineal en beneficio de ciclos repetitivos… Escribir la historia no es ni conocer verídicamente, ni comprender el pasado: es ponerlo en orden.
Así la civilización de la duración, de la tradición, de la memoria es, de todas las culturas que han cubierto el mundo, una de las menos aptas para la historia.