Clío abandonada

Un Maquiavelo, un Budé, un Bodin, un Melanchton no desdeñaban hacerse historiadores. El consejero del príncipe, el filólogo, el legista y el teólogo salían con ello beneficiados. En el Gran Siecle cambian los comportamientos: «El siglo XVII, observa P. Chaunu —el que corre de los años 1620-1630 a los años 1680-1690—, se aparta de la historia». ¿Por qué?

Podrían aducirse las desdichas de la época, medio siglo de turbulencias en Inglaterra, la guerra de los Treinta Años en Alemania. La vida, que fue la de un fugitivo, de lord Clarendon (1608-1674), el único historiador inglés de la época cuyo nombre ha llegado hasta nosotros y su obra —una Historia de la rebelión y de las guerras civiles de Inglaterra—, muy comprometida y más autobiográfica que histórica, dan algún fundamento a esta explicación. En Alemania hay que aguardar al fin extremo del siglo para ver triunfar a Leibniz (1646-1716) en sus empresas historiográficas: publicación de documentos y creación en Berlín, de una Academia de la cual espera que fomentará los talleres colectivos de investigación y de edición de las fuentes. Pero estas desdichas no afectan a los países católicos en los que, sin embargo, parece manifestarse un desdén idéntico por la historia.

¿Quizá haya que incriminar la práctica humanista de la historia que se presta a la ironía? En el siglo del método —Francis Bacon publica en 1620 su Novum organum del cual hace la primera parte de una ambiciosa Gran Restauración de las Ciencias, y Descartes, en 1637, el Discurso del Método— los historiadores oscilan entre tres actitudes —no nos atrevemos a decir tres métodos— que no tienen nada de científico:

  • la credulidad: no sólo las fábulas de la antigüedad son siempre admitidas, sino que ciertos mitos medievales, resucitan, tal el de Franción, hijo de Héctor, padre de los francos…;
  • la duda pirrónica, la que había manifestado un Montaigne, escéptico pero ávido de cultura, suspendiendo su juicio —«¿Qué es lo que sé?»—, y que no cree en los prodigios referidos por Tácito, pero que lo felicita por haberlos referido, ya que la misión de los historiadores es «que nos dan la historia más de acuerdo con lo que reciben que de acuerdo con lo que ellos estiman»;
  • el hipercriticismo, el del jesuita Papenbroeck, por ejemplo, quien, a fuerza de podar y de corregir las Vidas de santos, acaba dudando de la autenticidad de todas las cartas merovingias (Prefacio del tomo 11 de los Acta sanctorum, ed. V. Palmé, 1866, abril 2, publicado en 1675).

Ahora bien, el Grand siecle pertenece a quienes saben y piensan el mundo: los doctos y los filósofos. Los dos se confunden a veces todavía, pero nadie podría decir de los historiadores cuáles son los unos o los otros. La fama corresponde a Descartes, Huyghens, Kepler, Pascal, Gassendi, Boyle, Spinoza, Malebranche, Newton…, que han matado la física de las cualidades, descubierto la unidad del cosmos infinito, soñado en la matematización, reducido toda ciencia a la geometría y a la mecánica. Para quienes apasiona el saber no se trata ya de redescubrir el viejo mundo a golpes de pico y de diccionario, sino, con el ojo pegado al telescopio o al microscopio, de descubrir el mundo tal cual es, regido por leyes eternas. «Deus sive Natura», dice Spinoza. La actitud del sabio desechando el contingente de sus curiosidades se asemeja paradójicamente, a la de un teólogo de la Contrarreforma, la de Bossuet que condena las Variaciones de las Iglesias protestantes no por su contenido sino por lo que son: variaciones, y que les opone una verdad católica universal en el espacio y en el tiempo.

No sólo el espíritu del siglo se aparta del estudio del pasado, sino que le importa poco. Confesando su deseo de escribir un tratado de erudición Descartes precisa a su corresponsal «como es natural contra la erudición». Pascal juzga la historia «incapaz de progreso» porque «no depende ni del razonamiento ni de la experiencia, sino únicamente del principio de autoridad». En Búsqueda de la verdad (1674), en la que trata de constituir una teodicea cartesiana, Malebranche considera los conocimientos históricos como «vanos e infructuosos». Y La Fontaine diría con gracia:

Si j’apprenais l’hébreu, les sciences, l’histoire

Tout cela c’est la mer a boire.[5]

Considerada inútil, la historia no se enseña, como no sea ad usum delphini. Indudablemente, se trata con frecuencia de la historia sagrada y de las antigüedades griegas y romanas, pero como ilustraciones en los cursos de teología, de lenguas y de literaturas antiguas. Traduciendo a Salustio y a Tito Livio es como se aprende a conocer, de manera desordenada, la historia de Roma. Indiferente a trozos enteros del pasado —el de China como el de la cristiandad en la época medieval—, la cultura clásica, aunque impregnada de historia, es profundamente ahistórica.

Un rasgo, aparentemente menor, confirma este desdén frente al conocimiento del pasado. Antes de pasar a ser, a partir de 1730 aproximadamente, el templo de Clío, la Academia de inscripciones —creada en 1663 por Colbert con el nombre de Academia de Inscripciones y de Medallas—, tenía por misión redactar las inscripciones que grabar sobre los monumentos erigidos y las medallas grabadas en honor del monarca, así como de «buscar en la fábula» motivos de cartones para los tapiceros de las manufacturas reales.

Es por lo demás una singular conciencia de la época la de los grandes talentos de aquel tiempo —de algunos al menos—. Conciencia constituida por un conocimiento y un sentimiento: conocimiento cada vez más preciso del tiempo físico, mensurable, indefinido, irreversible, y sentimiento de la eterna identidad del Ser tan inmutable como lo eran las leyes de la naturaleza. Si existe una naturaleza humana, la misma hoy que en otro tiempo o mañana, la historia deja de tener sentido y Fontenelle puede escribir: «Cualquiera que gozara de gran talento, al considerar simplemente la naturaleza humana adivinaría toda la historia».

¿Adivinar? No es seguramente en absoluto la palabra que emplean, para aplicarla al pasado, quienes coleccionan sus rastros y crean los medios de su conocimiento objetivo.