Historiografías marxistas
En el final extremo del siglo XIX y a comienzos del XX el marxismo ejerció una influencia limitada a algunos grandes nombres de militantes, con frecuencia más tentados por la filosofía o la economía que por la historia, Kautsky en Alemania, Volpe en Italia, Jean Jaures en Francia —¡un Jean Jaures que puso la Historia socialista de la Revolución francesa (1901-1904) bajo la triple invocación de Marx, de Michelet y de Plutarco!
De 1930 a 1960, durante un periodo que corresponde en líneas generales a la fase staliniana de la historia de la URSS, la historiografía marxista vivió su edad dogmática. Es la época de «la esclerosis ideológica» (Guy Bois), de las «descripciones ontológicas de la realidad» (Trujanovski), del «infantilismo» (Gramsci). El paradigma está dado por el opúsculo de Stalin. Materialismo dialéctico y materialismo histórico, cuya influencia fue considerable y cuyo editor de la producción francesa decía, en 1937: «Esta obra ha sido traducida tres siglos después de la publicación del Discurso del Método: son dos momentos de un mismo esfuerzo, dos obras de la misma talla». En ella se afirmaban:
- la unicidad y la linearidad de la ley de desarrollo: «La Historia conoce cinco tipos fundamentales de relaciones de producción: la comuna primitiva, la esclavitud, el régimen feudal, el régimen capitalista y el régimen socialista»;
- el juego permanente y determinante de la causalidad ascendente, de la infraestructura económica a las estructuras sociales, de las estructuras sociales a las superestructuras: «La superestructura es el reflejo de la infraestructura»;
- la irreversibilidad absoluta de la Historia, su progreso incesante y «a saltos»;
- el determinismo de una evolución siempre sic et simpliciter regida por leyes científicas, «ley de desarrollo», «ley de empobrecimiento», «leyes de la insurrección».
La desestalinización, la extensión del socialismo de referencia marxista a países de civilización agraria, los análisis de Gramsci (Materialismo storico) —afirmando que la superestructura lleva una existencia relativamente autónoma, que la economía no obedece a leyes, sino a tendencias, que el materialismo mecanicista es un infantilismo primitivo—, la coexistencia pacífica también que abre los países «socialistas» a las influencias «burguesas», y por lo tanto a las seducciones de la Nueva historia, todos estos factores llevan consigo una flexibilización y una complejización de la metodología histórica marxista.
Los debates teóricos sobre las fases prosiguen, pero para afirmar la «plurilinearidad» de las evoluciones, definir, según el modo asiático de producción, una «vía africana» y sobre todo hacer de la distinción por Marx de una serie de épocas progresivas «un esquema provisional y siempre revisable» (A. Pelletier y J.-J. Goblot), una abstracción hipotética. La determinación económica se mantiene, pero únicamente «en última instancia». De actor principal, la economía tiende a devenir, sobre la escena historiográfica, ya que no un decorado, al menos una especie de Deux ex machina interviniendo en el prólogo.
Las condiciones políticas explican sin duda el regreso violento y potente de la historia de los hechos; ¿pero acaso había desaparecido? El Estado solicita de los historiadores legitimar nuevas fronteras o recientes independencias, rehabilitar los héroes del pasado, resucitar los grandes momentos militares y diplomáticos del país. La historia-batalla ocupa un amplio lugar tanto en la investigación como en la enseñanza.
Pero esta manera «retro» de escribir la historia no debe perjudicar lo que fue y sigue siendo la aportación original de la historiografía marxista.