NUEVOS HORIZONTES
Seamos sinceros: Europa es una estafa.
¿Qué se supone que es esto de calificar este trocito de tierra como «continente» sencillamente porque nos da la gana? ¿Cómo se explica que en esta porción tan pequeña de tierra tengamos más países que en toda América?
De acuerdo, no negaré que, cuando empiezas a viajar, Europa parece increíble. Miras el mapa y piensas en Francia, Inglaterra, Alemania… en países llenos de historia como Italia o Grecia… en los nórdicos como Suecia, Noruega o Dinamarca… o en los que fueron grandes imperios, como Rusia y los países del Este.
Pero empiezas a viajar y, poco a poco, te das cuenta de que algo falla. Empiezas a pensar, a buscar, a mirar… y llega el día en que aceptas la verdad: todo es igual.
Evidentemente, las personas son distintas en cada lugar y cada día, pero solo eso es lo único que hace que viajar por Europa valga la pena.
No nos engañemos: si queremos conocer culturas diferentes, vivir aventuras, alejarnos de la civilización, conocer otras costumbres… entonces estamos cavando en el hoyo equivocado.
Todo esto es, precisamente, lo que no podía dejar de repetirme mientras transcurría el primer trimestre de primero de bachillerato, en el que fui intercalando viajes por toda Europa. Después de mi estancia en Italia y Grecia, fui haciendo otros viajes por Europa (Croacia, Bosnia, Serbia y Hungría entre otros países) que no contaré, porque entonces tendría que escribir tres libros en lugar de uno. Pero el caso es que, cuando finalmente llegó la Navidad, supe que haría todo lo necesario para poder salir de viaje en las próximas vacaciones de verano.
Afortunadamente, tuve la suerte de ganar el torneo de un videojuego llamado Dragón Ball Z Budokai Tenkaichi 2 (nunca se debe olvidar mi faceta friki y las múltiples ventajas que esta conlleva), y gracias a la venta del primer premio por e-bay conseguí 500 preciosos euros que administré cuidadosamente para conseguir lo que ya era inevitable: un billete hacia algún lugar que estuviera lejos de verdad.
Lo cierto es que, cuando tengo que escoger mi próximo destino, no acostumbro a meditarlo mucho: no consulto guías, ni veo documentales, ni me informo. Simplemente, escojo un lugar y punto. Así que, después de pensarlo brevemente, y de contactar con todas las personas que se me ocurrieron para que me ayudasen a conseguir un vuelo lo suficientemente barato para que estuviera a mi alcance, resultó que me pude ir a Tailandia durante dos meses.
No sabía cómo sería Tailandia; no sabía lo que me esperaba, ni lo que me encontraría, ni lo que me pasaría.
Los pesimistas, como siempre, hablaban de asociaciones ilegales que extraen los órganos de todos los turistas que se atreven a dormir en un parque tailandés, y, sobre todo, de que, si son menores de edad, los secuestraban para después venderlos como esclavos sexuales. También decían que era imposible viajar solo por Tailandia teniendo dieciséis años.
Pero yo solo veía una cosa: Tailandia no es Europa.
Y yo quería ir a Tailandia.
Y yo soy muy muy terco.