EL «FELICISMO»

«Felicismo» es el nombre que acostumbro a dar a mi filosofía o manera personal de ver el mundo y la vida. Una filosofía que no he podido dejar de resumir en un libro como este, donde hablo precisamente de esto: de mi forma de ver y actuar.

Como el nombre ya indica, la clave del felicismo es la felicidad. Y es que la felicidad es el único motor, la única razón de la existencia humana. Todas las acciones del ser humano están motivadas por el deseo de ser feliz, lo sepamos o no, y solo mediante una existencia feliz podemos proporcionar felicidad a quienes nos rodean.

En consecuencia, es lógico que destinemos todos los esfuerzos de nuestra vida a encontrar y mantener esta felicidad: una felicidad plena, estable y duradera.

Porque no todas las felicidades son iguales: existen felicidades puntuales y frágiles, pero también felicidades sólidas y permanentes. Por ejemplo, podemos aceptar que somos felices cuando escuchamos una música que nos gusta. O cuando nos comemos un pastel de chocolate. No obstante, se trata de felicidades muy débiles: si después nos llaman para decirnos que nos han echado del trabajo, o que nuestra pareja nos ha abandonado, la débil felicidad del pastel de chocolate se evaporará en cuestión de segundos. Y si entonces resulta que no tenemos otra fuente de felicidad más poderosa que amortigüe el golpe, inevitablemente caeremos en una profunda infelicidad.

Pero como no podemos evitar que existan razones de infelicidad en nuestra vida, si queremos ser siempre felices, nos veremos obligados a forjar una felicidad sólida, estable y a largo plazo, al mismo tiempo que aprendemos a relativizar las fuentes de infelicidad.

En ello consiste precisamente el felicismo: vivir la vida con el único objetivo de ser permanentemente feliz, al mismo tiempo que haces felices a los demás. No se trata en absoluto de buscar una meta lejana, ni de trabajar durante veinte años para conseguir una casa y un buen coche; se trata de vivir con una actitud y una filosofía que nos permita disfrutar de la felicidad que se esconde en cada instante, en cada segundo, empezando desde ahora mismo.

Y lo mejor de todo es que el secreto para conseguirlo es terriblemente sencillo: solo hay que hacer aquello que realmente queremos hacer.

Al leer esto, una gran mayoría pensará que eso es justamente lo que hacen. Que si no quisiesen hacer lo que están haciendo, no lo harían. Pero, como trataré de explicar ahora, en muchísimos casos esto no es cierto.

A ver. Todas las personas nacemos con lo que podríamos llamar nuestra «auténtica voluntad», es decir, aquello que real y originalmente queremos hacer. Cuando empezamos a tener conciencia de nosotros mismos, todos discernimos perfectamente lo que queremos a cada instante (aunque, a menudo, lo que queremos cambie cada cinco minutos). Todos los niños saben cuál es su auténtica voluntad, y muchos jóvenes también. Pero desafortunadamente, a medida que vamos creciendo y haciéndonos mayores, tendemos a ir enterrando esta voluntad bajo decenas de obstáculos invisibles: la sensatez, el sentido común, la opinión de los demás, la idea de lo que está bien y lo que está mal que nos impone la sociedad, y las tendencias sociales del momento, entre otras. Todos estos obstáculos contribuyen al hecho de que cada vez seamos menos conscientes de lo que realmente queremos, hasta que al final acabamos creyendo que queremos o necesitamos cosas que originalmente no nos hacían ninguna falta: dinero, una casa propia, un coche… pero no me refiero solo a cosas materiales. También nos autoconvencemos de que necesitamos cosas inmateriales que a lo mejor no nos hacían falta: estabilidad, trabajo respetable, buena posición social, popularidad, éxito… y miles de cosas más. Evidentemente, todas estas cosas tienen sus ventajas, pero también sus desventajas. Y pese a que normalmente tendemos a presuponer que son cosas buenas y punto, y que tenerlas es indiscutiblemente mejor que no tenerlas… en la práctica solo merecen la pena mientras las ventajas superen a las desventajas.

Tener un buen coche ofrece ciertas ventajas, pero ¿para qué lo quiero si soy perfectamente feliz sin él? ¿Merece la pena sacrificarme, estudiar, sacarme el carné, trabajar y ahorrar… para conseguir un coche que prácticamente no incrementará mi felicidad? Francamente, no.

Lo que intento decir con esto es que todo es relativo, y que no hay nada que tenga valor si no va ligado a la felicidad.

¿Ser un médico respetado es mejor que ser un malabarista ambulante? No necesariamente. Si ser malabarista me hace más feliz que ser médico, entonces, en mi caso, es infinitamente mejor ser malabarista.

Esta idea, el concepto de que hay cosas que son «buenas» independientemente de la felicidad que proporcionen, está tan profundamente arraigado en nuestra sociedad que no es extraño que no nos demos cuenta (ni tampoco es extraño que haya tanta gente infeliz en un país donde podemos tener prácticamente todo lo que queramos). Pero, aunque no lo creamos, la constatación de que esto sucede la tenemos ante nosotros cada día: cuando exigimos a un hijo inteligente que estudie para sacar buenas notas (aunque en la práctica no haya diferencia alguna entre un 6 o un 9, como pasa en la ESO). O cuando después, ahora que ya ha sacado buenas notas, el hijo nos dice que querría ser pintor, pero nosotros le decimos que estudie una buena carrera como arquitectura o derecho o medicina, porque ser pintor sería «desaprovechar sus capacidades» y él «puede aspirar a más que a pintar».

En estos casos, y en muchos otros, estamos olvidando que no hay nada que tenga ningún valor si no aporta felicidad. Pero a base de repetirle lo contrario, nuestro pintor acabará estudiando medicina, y no solo eso: también aprenderá a no escuchar a su auténtica voluntad, incluso llegará a creer que realmente quería estudiar medicina desde un principio. Llegará a ser exactamente lo que los otros esperaban de él… pero, tristemente, nunca llegará a ser tan feliz como lo habría sido si hubiese aprendido a seguir su voluntad.

Incluso si hubiese fracasado, habría sido más feliz que estudiando medicina. Porque la felicidad no consiste solo en tener comida, una casa caliente, refugio y comodidad: también hacen falta muchas más cosas para ser feliz (o si no, todas las personas ricas serían felices); nos hace falta relacionarnos con otras personas, nos es necesario amar y sentirnos amados… y nos hace falta libertad. La libertad de crecer, cambiar y realizarnos espontáneamente, es decir, tal como nosotros lo deseamos. Y de seguir libremente nuestros sueños, sean los que sean; de forma que, si al llegar a la meta las cosas no salen como esperábamos, estaremos preparados para encauzarnos hacia un nuevo sueño que también nos haga felices.

Espero que, después de estos ejemplos, haya podido transmitir una chispa de lo que significa plantearse la vida en base a la felicidad… y de por qué hacerlo.

El felicismo no significa, en absoluto, ver la vida bajo una perspectiva egoísta. ¡Al contrario! La felicidad de los demás nos proporciona una enorme felicidad a nosotros mismos. ¿Y qué es el amor, sino sentir la felicidad de otra persona como si fuese la nuestra propia?

El felicismo significa juzgar las cosas solo por la felicidad que nos aportan, a nosotros y a los demás, sin prejuicios ni valores ajenos a la felicidad. Significa tener una visión de la felicidad en conjunto, entendiendo que para ser feliz y para hacer felices a los demás es necesario ser libre, amar y vivir la vida tomando como base nuestra idea de felicidad. Significa ser tolerante, porque cada uno tiene su forma de ser feliz; significa ser único, porque tú tienes la tuya y la sigues sin que te importe lo que piensen los demás; significa tener la mente abierta a todo, porque todo puede aportar felicidad; en definitiva, significa reír, hablar, pensar y vivir la felicidad, porque para eso estamos aquí. ¿Para qué si no?

Y cuando consigues ver la vida bajo esta perspectiva, te das cuenta de que no hay razones para no ser feliz: hagas lo que hagas, siempre estarás haciendo aquello que realmente quieres. Tal vez esto te lleve a seguir un camino poco habitual en la vida (o, tal vez, no). Pero ¿qué importancia tiene? A estas alturas ya has entendido que el «bien» y la felicidad no son una cosa estática, sino una cosa cambiante, en constante movimiento y tan diferente como personas diferentes hay. Tu felicidad está en tus manos, es tuya y de nadie más… ¿Estás seguro de que la quieres desaprovechar?

Yo, por lo menos, supe hace ya mucho tiempo que no quería. Es por eso por lo que viajo solo y sin dinero, pese a tener una silla y pese a todos los supuestos peligros que tanta gente parece encontrarle a eso. ¿Y sabéis qué es lo más curioso? Que si a mí hoy me robasen todo lo que tengo (como tantos adultos pronostican que tarde o temprano pasará), yo seguiría siendo mil veces más feliz que si me hubiese quedado en casa. Porque todo lo que he aprendido, he vivido y he sentido mientras alcanzaba mis sueños, eso es algo que nadie me podrá robar jamás.

Y ser consciente de esto, y del resto de las cosas que he intentado explicar en mi libro… esto es el felicismo.