AGRADECIMIENTOS
Al acabar este libro, me encontré con un dilema interesante. Podía hacer unos agradecimientos simples o muy complicados. La versión más simple habría sido: «A mi familia, a mis amigos y a toda la gente que me ha ayudado a lo largo de mis viajes». Tampoco habría quedado mal, pero soy una persona con una cierta tendencia a seguir el camino más complicado; si no fuese así, no me dedicaría a recorrer el mundo en silla de ruedas.
Así que seguiremos el camino complicado, que, aunque sea menos equitativo (porque podría dejarme a alguien), me parece más justo en conjunto. Empecemos, entonces:
GRACIAS…
… a mi familia.
… a mis padres.
… a mis amigos.
… al hombre que conocí en mi primer tren hacia Milán.
… al ciclista que me acompañó personalmente hasta el albergue.
… a los peruanos con los que visité Milán durante unos cuantos días.
… a Silvio, que me enseñó dónde comer sin pagar antes de tomar el tren hacia Venecia.
… al chico que conocí en el tren de Venecia y que impidió que me durmiese.
… a las dos catalanas (una se llamaba… ¿Meritxell?) de Venecia, con quienes compartí historias y magia en el albergue.
… al sudamericano que me invitó a dormir en su barco en Venecia.
… a la chica que se llamaba Micky (sí, como Micky Mouse).
… a la alemana (estoy seguro de que su nombre empezaba por B) que nos acompañó durante la estancia en la playa de Venecia.
… al revisor de tren que me enseñó a desconfiar y esconderme de todos los revisores de tren que en el mundo han sido.
… a Taka y toda su familia (múltiples gracias, por los múltiples encuentros y las numerosas ayudas).
… a los catalanes de Nápoles, por el viaje por la ciudad y por Pompeya.
… a la perra Pompeya.
… al hombre de Nápoles que me dio las indicaciones tan mal que acabé volviendo donde había empezado, gracias al cual me encontré con…
… Jorge, Ana, Diego y Christine, por el viaje por Italia, por Escocia, por Madrid, y por todas las veces que nos hemos ido encontrando.
… a la mujer que me regaló un helado en Nápoles.
… a Valentina, por la emocionante acogida y visita turística por Roma (y por la frenética bajada por la rampa del Coliseo, ambos en la silla).
… al hombre que me ayudó a encontrar el barco para ir hacia Grecia.
… al trabajador que me enseñó cómo conseguir billetes de seis euros con InterRail.
… a los dos chicos de Patras que me regalaron un Sprite.
… al cruel manipulador de los aspersores de Patras porque me enseñó a desconfiar de los parques cubiertos de césped verde y paradisíaco.
… a los perros de Atenas.
… a los esclavos griegos, por construir una ciudad ideal si tu objetivo es dislocarte un hombro en una silla de ruedas.
… a los dos chicos de Atenas que me invitaron a un crepe y me indicaron un parque para dormir.
… a la escritora ambulante del barco hacia Santorini, por plantear métodos de vida alternativos.
… a Santorini, por permitirme disfrutar del espectáculo ofrecido por los turistas americanos al subir 600 escalones seguidos.
… al turista americano (que espero que no se ofenda por el comentario anterior) que me regaló cincuenta euros para seguir viajando.
… a Konstantina, por la genial acogida en Santorini.
… a los amigos de Konstantina, por los momentos divertidos en el bar de Santorini.
… a las camareras del barco pirata de Amparos.
… a la recepcionista de la isla de Amparos, por dejarme guardar la mochila en la oficina de información turística sin tener que pagar.
… a mi amigo viajero de Amorgos, por el poema de Kavafis y por la filosofía.
… a los del restaurante de Patras, por invitarme a la vuelta.
… al encargado de la estación de Patras, por devolverme las libretas perdidas al sacar a pasear al perro.
… al perro del encargado, por querer salir a pasear en el momento oportuno.
… al vendedor de helados de Roma, por los helados más grandes que he visto nunca.
… al hombre del cibercafé de Roma, por devolverme el pasaporte perdido.
… a los trabajadores del área de construcción de Florencia, por llevarme hasta Taka.
… a Yoshi, por acogerme en su casa y enseñarme que se puede pintar y beber al mismo tiempo.
… a Diana, por la compañía en Florencia ¡y ahora también en Colombia!
… al revisor que hizo ver que no se daba cuenta de que llevaba un InterRail caducado.
… al Youth Hostel International de Bangkok, por ser una gota de orden en la ciudad del caos…
… al creador del YHI…
… ¡y a todos sus voluntarios que me ayudaron, sin los cuales el YHI sería un albergue cualquiera!
… a Peter (doblemente), por su amistad y por devolver un cuadro recibido por error.
… a los viajeros de los albergues de Tailandia, por hacer las tardes de lluvia en el albergue infinitamente más interesantes.
… a todos los que jugaron (y perdieron) al cuatro en raya, porque ganar siempre es divertido.
… a todos los que jugaron (y me ganaron) a las damas, por recordarme que el cuatro en raya no es el único juego del mundo…
… a mi amigo estafador de Phi Phi, por decidir que cuando estaba conmigo estaba fuera de servicio.
… al conductor de barca de Phi Phi, por el viaje gratuito…
… a los habitantes de Tonsái, por una de las mejores acogidas que he vivido nunca…
… a los cangrejos de Tonsái, por sus fascinantes luchas.
… a los huracanes, por amenizar los viajes por mar y recordarme la fragilidad de la vida.
… al vendedor de Krabi, por regalarme la tela impermeable de la hamaca.
… a la guitarrista de Chiang Mai.
… a los artistas y vendedores de Chiang Mai.
… al adivino de Chiang Mai, por leerme el futuro gratis pese a mi poca fe.
… a ciertas singapurenses… por responder «yes»…
… a los chicos singapurenses que me invitaron a pasar la noche de lluvia con ellos.
… al viejecito de Singapur, por las direcciones.
… al borracho de Singapur, por acogerme en su casa.
… al musulmán de Singapur, por comprarme el billete hacia Malasia.
… a los vagabundos de Kuala Lumpur, por enseñarme dónde dormir casi sin pagar.
… al guardia de la escuela de KL, por dejarme pasar.
… a las estudiantes de la escuela, por su recepción… entusiasta.
… al guardia de la torre de KL, por dejarme pasar sin pagar.
… al vendedor ambulante, por la fránkfurt gratis.
… a la turista de Tioman, por el sexto libro de Harry Potter.
… a los habitantes de Tioman, por la acogida.
… a la madre de la familia de Malaca, por la acogida, la comida y las ofertas que no pude aceptar.
… a la familia alemana que me recogió por primera vez al hacer autoestop.
… a los conductores, viajeros y camioneros que me han recogido desde entonces.
… al padre de Arnau, por acogerme en su casa.
… a la familia de madrileños en Bélgica, por la misma razón.
… a los monjes del monasterio, por dejarme pasar la noche. (¡Y tocar la campana!).
… al conductor islámico luxemburgués, por compartir conmigo su visión de la realidad.
… al testigo de Jehová que me recogió, por recordarme que cualquier tipo de fe puede dar como resultado un autoestopista feliz.
… a los dos autoestopistas que compartieron la comida vegetariana conmigo.
… al hombre que tenía el coche lleno, pero me regaló veinte euros para seguir viajando.
… a la trabajadora de Alitalia, por dejarme subir al avión de todas formas.
… a los japoneses del avión hacia Tokio, por ayudarme a entrar en el país.
… a Yumiko, por las clases de gramática, los videojuegos y las horas compartidas.
… a la hermana de Yumiko, por los esfuerzos en inglés (y si algún día lee esto, ¡que sepa que aún la espero en Europa!).
… y a la familia de Yumiko, sobre todo a su tío, por las crueles y despiadadas derrotas que me infligió al Go.
… a Saori, por las traducciones, la paciencia y el viaje por Tokio y Disneyland.
… a nuestra amiga australiana, por compartir sus últimos días por Tokio (y horas… y minutos realmente) con nosotros.
… a la furgoneta de japoneses que me recogieron haciendo el primer autoestop japonés.
… al trabajador japonés que me llevó durante más de catorce horas en coche.
… ¡a todos los amigos, pintores, bohemios y fantásticos artistas de Matsuyama!
… a toda la gente que me contó alguna vez una aventura o un viaje y con ello me dio ganas de viajar y comprobarlo por mí mismo.
… a Jack Kerouac, por su libro.
… a sir Richard Francis Burton, por la envidia que me da con su sola biografía.
… a Kavafis, por sus maravillosos poemas.
… a mi silla (como concepto metafísico que, aunque el envoltorio físico cambie, es siempre la Silla y siempre es indispensable para mis viajes).
… a ti, ¿por qué no?
… a él, que tampoco ha hecho nada malo, pobre.
… a ella, que no hay que discriminar…
… y a mí mismo, ¡faltaría más!
Y si he olvidado a alguien (¡y si no lo he olvidado, pues también!) que me escriba a la dirección Albert_246@hotmail.com y le pediré disculpas formalmente. O le invitaré a venir de viaje. O le regalaré un oso de peluche. O no. Quién sabe.
SEA COMO SEA, MUCHA SUERTE Y,
MUCHO MÁS IMPORTANTE AÚN…
¡MUCHA FELICIDAD!