II
DE MISS GRACE ROSEBERRY A
MR. HORACE HOLMCROFT
Querido Mr. Holmcroft:
Voy a robar unos instantes a mis restantes ocupaciones para agradecerle su interesante y deliciosa carta. ¡Qué descripciones tan acertadas y qué juicio tan agudo! Si la literatura gozara de mejor consideración, casi le aconsejaría… aunque mejor no, porque si se convirtiera en literato, ¿cómo sería capaz de frecuentar a la clase de gente que se mueve en ese círculo?
Entre nosotros, yo siempre he creído que se exageraba al elogiar el talento de Mr. Julian. No diré que usted me ha confirmado esta opinión; me limitaré a decir que me inspira lástima. Pero, querido Mr. Holmcroft, dado su buen criterio, ¿cómo puede situar a un mismo nivel las tristes alternativas que se le ofrecen? ¿Hay comparación posible entre morir en Green Anchor Fields y caer en las garras de esa bruja? Es mil veces mejor morir sirviendo a los demás que casarse con Mercy Merrick.
Al escribir el nombre de esa mujer, añadiré, a fin de terminar cuanto antes con el asunto, que estoy ansiosa por recibir su próxima carta. No piense que siento la menor curiosidad por esa mujer degradada e intrigante. Mi interés en ella es meramente religioso. Para personas tan devotas como yo, ella es como una terrible premonición. Cuando siento que el diablo está cerca, me viene a la memoria el recuerdo de Mercy Merrick.
¡Pobre Lady Janet! Advertí esos pequeños indicios de deterioro mental, a los que usted aludía con tanta consideración, en la última entrevista que mantuve con ella en Mablethorpe House. Si tiene oportunidad, ¿le dirá que le deseo lo mejor para ella? ¿Y también que no la olvido en mis oraciones?
Quizás tenga la posibilidad de ir a Inglaterra a finales del otoño. Mi situación ha cambiado desde la última vez que le escribí. He encontrado trabajo como lectora y señorita de compañía de una dama cuyo esposo es un alto dignatario judicial de esta parte del mundo. Él no me resulta interesante; es lo que se suele llamar un «hombre hecho a sí mismo». Su mujer es encantadora. Además de ser persona de gustos intelectuales elevados, está muy por encima de su marido, como enseguida se dará cuenta si le digo que está emparentada con los Gommery de Pommery, y no con los Pommery de Gommery, quienes (como sabrá, dados sus conocimientos sobre nuestras antiguas familias) solo son parientes de la rama más reciente de ese antiguo linaje.
Me sentiría enteramente feliz en el elegante ambiente en que ahora me encuentro, si no fuera por un pequeño inconveniente. El clima de Canadá no le resulta conveniente a mi amable señora, y los médicos le aconsejan pasar el invierno en Londres. En ese caso, tendré el privilegio de acompañarla. ¿Hace falta añadir que con gusto les visitaré en su casa? Los lazos de la amistad me unen ya a su madre y a sus hermanas. Existe una especie de camaradería natural entre las damas de buena familia, ¿no es así? Reciba mi agradecimiento y mis recuerdos. Aguardo con ilusión su próxima carta, créame, querido Mr. Holmcroft.
Atentamente,
Grace Roseberry