Capítulo dieciocho
Freydis encontró mantas en el armario, y se agacharon alrededor de la consola, lejos de Erik. Henrik había permanecido seco dentro de su traje, a diferencia del Doctor, cuyo traje había comenzado a tener fugas, y Freydis estaba empapada.
—Ejem —dijo Henrik, aclarándose la garganta—. Ya sabes, en Tyholt... cuando uno está muy frío... dicen que el mejor remedio para calentar a una persona fría es acercarlo a un cuerpo caliente.
Su rostro se enrojeció y tartamudeó. Freydis le echó una mirada muy distinta. Puede que la conociera mejor desde el naufragio, pensó Henrik, pero todavía era una princesa de Trondheim. Se arrepintió profundamente de mencionarlo.
—Ve con él, entonces —dijo Freydis con una frialdad en su voz que no tenía nada que ver con el estado de su vestido.
Henrik tragó saliva y se volvió hacia la figura en el suelo. Se arrodilló a su lado, el Doctor se agitó lentamente, escupiendo y tosiendo agua del mar en el suelo. Cuando vio donde estaba se puso, durante un momento, bastante triste y luego sonrió. Entonces se volvió a dormir.
Cuando se despertó, una vez más, estaba enrollado en mantas y Henrik estaba fregando el lugar buscando algo para hacer un fuego.
—¿Cómo demonios se las arregla? —se quejó—. ¿Cómo puede hacer un fuego cuando tiene frío? Qué nave más mala.
El Doctor tosió un poco.
—Em... un poco de calor, por favor —dijo.
La consola de la TARDIS se iluminó con un color naranja y la temperatura de la sala aumentó inmediata y visiblemente. El Doctor miró a su alrededor. Entonces su rostro se iluminó cuando se enteró de lo que había pasado.
—¿No me salvastéis? —dijo.
Freydis y Henrik intentaron parecer modestos, pero fallaron.
—¡Lo hicísteis! ¡Increíble! —Se levantó de un salto, aparentemente recuperado por completo—. Aquí estáis, en el fondo del mar, en la Edad Oscura...
—¿La qué? —dijo Freydis—. Querrás decir la edad moderna.
—Por supuesto —dijo el Doctor—. Vivís en el más moderno de los tiempos modernos. —Bajó la voz—. Todos creen eso, ¿sabéis? —dijo con un susurro. Miró a su alrededor otra vez—. Gracias con todos mis corazones. —Su mirada se posó en Erik, atado en su poste—. Oh, Erik. ¿Has estado haciendo cosas horrosas de vikingo otra vez?
—Intentó... —comenzó Freydis.
—Calla, calla, sin cuentos —dijo el Doctor, saltando e intentando, sin resultado, sacudirse el agua de la ropa.
—¿Podemos dejarlo aquí? —preguntó Freydis con rabia—. ¿Podemos irnos a algún lado en tu nave y dejarlo aquí?
El Doctor se acercó de un salto a la consola, limpiando cuidadosamente cualquier resto de agua marina.
—Lo sé —le dijo cantando a la TARDIS—. Sé que odias las cosas mojadas. —Accionó una palanca y la consola se volvió a encender, una vez desaparecida la amenaza del Arill—. ¡Sí! Vamos a llevarte a algún sito seco – y fuera de la vista. Ojalá me hubieras contado que te estabas escondiendo del Arill.
Miró las lecturas de la pantalla que mostraban una imagen tridimensional del Arill; un chorro de luz binaria conectado, tal y como lo habían estado, bajo el agua; constantemente cambiando de forma y moviéndose; nunca quietos. La visualización los mostraba infiltrándose en los sistemas de un mundo distante, apoderándose de sus conexiones, de su espacio de aire, de sus redes de comunicaciones; hartándose de su energía, tomando cada ápice de su conocimiento e información y dejándolo en una cáscara. No había casi fuentes de energía que no pudiera drenar; ningún reactor tan fuerte; ningún recurso energético tan limitado.
—Absorberían un sol —dijo el Doctor pensativamente—. Y siguen aquí. Lo que es una mala elección. Pero no pueden parar de tener hambre. Devorarán todo y a cualquiera que puedan alcanzar. A menos que todos comencemos a vivir bajo el agua. Pero eso no pasa hasta el año 3000.
Se volvió para mirar a los demás.
—Dicen que el conocimiento es poder. Bueno, todavía no lo dicen. Alguien lo dirá. Y tendrá razón.
—Lo dijo Pliny —dijo Freydis.
—¿De veras? Es que habla tan monótomamente que nunca he escuchado ni la mitad de lo que ha dicho. Es igual. Genial. Sí. El conocimiento es poder. Y para estos tíos, el Arill, eso es todo lo que importa. Evolución; perpetuar la especie. Todo requiere poder. Y lo conseguirán con cualquier fuente disponible. Continúa la línea, recordad. Pero en vuestro mundo – es fabuloso, no me malinterpretéis – el arma más poderosa; las mentes más poderosas; las computadoras más poderosas; el equipo más poderoso – sois vosotros. Es toda la gente de ahora. Y se alimentarán de ello si tienen que hacerlo.
Freydis parpadeó intentando asimilarlo.
—Quieres decir... la cosa que crea cosas en llamas...
—No es una cosa —dijo el Doctor—. Es una especie. Como vosotros, sólo que con un pelo menos interesante. Pero en vez de vivir en tierra, o domesticar animales, vive de energía. Impulsos eléctricos que alimentan muchos mundos. No hay muchos aquí... pero los más fuertes están en vuestros cerebros.
—¿Están en todos los cerebros? —dijo Henrik.
—De una y otra manera.
—¿Y también en las tortugas muertas?
—Sí. También en las tortugas muertas. Bien. Tenemos que volver...
—¿Lo vamos a dejar? —Freydis señaló a Erik.
—No —dijo el Doctor débilmente—. No lo vamos a dejar. No eres ni la mitad de sanguinaria, incluso para ser una princesa vikinga.
—Me ha hecho daño.
—Eso es lo que lo vikingos hacen —dijo el Doctor—. Si hubiera alguien que pudiera llegar hasta ti. Desde una perspectiva vikinga. —Tosió elocuentemente, Freydis no miró deliberadamente a Henrik, quien estaba intentando dejar de enrojecerse.
Erik sorbió la nariz.
—Y vas a sacarnos de esta pira funeral, ¿no es así? —dijo, mirando deliberadamente al cazo rebosante—. En el caso de que no te hayas dado cuenta, sigue entrando el agua.
—¿En serio? —dijo el Doctor—. Pensaba que la piscina se estaba saliendo otra vez. ¡Vale! —Dio un giro, con toda su positividad restaurada—. ¿Quién está listo?
—¿Vamos a derrotar a esos... Arill? —dijo Henrik.
—Bueno, ya pensaremos en algo —dijo el Doctor—. No podemos quedarnos aquí, eso está claro. Pero no son tan malvados. Sólo tienen un problema para distinguir entre humanos y tortugas, pero no están intentando ser malos. Bueno. Roban y hacen estragos en planetas y roban toda la energía y los dejan todos asquerosos. Pero alguna gente cree que es bastante romántico.
Y con una dramática floritura, tiró del mango de la TARDIS y se desmaterializó con un gran y feliz silbido, dejando la gran y negra expansión del suelo oceánico tan tranquila y profunda y solitaria como había estado miles de años atrás.