Capítulo ocho
Estaba en el horizonte, tomando forma paulatinamente. Al principio era difícil de averiguar en qué se estaba transformando exactamente. Henrik fue el primero en percatarse de qué exactamente era.
—Los dientes de Odin —dijo, pálido.
—¿Qué es? —dijo el Doctor. Veía ahora cómo la forma se resolvía en otro barco vikingo, con la cruel proa emergiendo por delante, haciéndose visible la vela rayada—. ¿Quién?
—Es una de nuestras naves hermanas —dijo Henrik, sacudiendo la cabeza—. ¿Pero cómo... cómo puede estar aquí tan rápido? Es que no... no es posible. A menos que...
El Doctor esperó.
—A menos que nos estuvieran siguiendo durante todo el camino. Espiándonos.
—Asegurándose de que vuestro importantísimo paquete llegara a su destino.
—Estábamos llevando su dote, también —dijo Henrik—. Ni lo he pensado hasta ahora. Había un montón de oro en esa nave.
—¿Suficiente para hacer a un grupo de marineros huir y desparecer misteriosamente? —dijo el Doctor.
—No creo —dijo Henrik, de mal humor. Después suspiró—. Pero es posible, supongo.
El Doctor se volvió a sentar y cogió los remos.
—Entonces venga. Tenemos que alejarlos.
Henrik se mostró infeliz y no cogió los remos inmediatamente.
—¿Qué? —preguntó el Doctor.
—Nada —dijo Henrik—. Supongo que es lo mejor.
—¿Preferirías que hubieran seguido? —dijo el Doctor, con una mirada divertida en su rostro—. ¿Dejarte como un naufrago? ¿No volver a ver nunca más a tus amigos y a tu familia? ¿Tener que vivir en una roca en medio del océano?
Henrik se encogió de hombros.
—No —dijo—. Supongo.
—No hay nada que suponer, tenemos que cuidar al menos de ellos —dijo el Doctor, comenzando a remar.
—Ya —dijo Henrik, uniéndose. Después de una pausa—: Pero Doctor... ya sabes, entre los isleños y nosotros... quiero decir, se está bien por el momento, pero...
El Doctor lo miró pensativo.
—¿Pero no os podéis acomodar?
—Bueno, es que eso no es lo que hacemos. Ya sabes. Somos noruegos. Puede que no se den cuenta en cuánta deuda estamos con los isleños, como invitados.
El barco se estaba acercando más, y puede que una diminuta figura estuviera espiando desde la torre de vigía, agitándose furiosamente.
—Ah —dijo el Doctor—. Sí. Ya veo.
—Quiero decir, son capaces de... son capaces de...
—Sí —dijo el Doctor—. Bueno, a lo mejor sólo se lo tienes que pedir bien.
Ambos miraron hacia la nave avanzando, el dragon de la proa fiero y orgulloso saliendo del agua, los remos golpeando a un ritmo continuo contra las olas. Ninguno a bordo pareció darse cuenta de ellos, y de repente quedó muy claro por qué.
—Vaya —dijo el Doctor suavemente—. Es un poco tarde para preocuparse de sutilezas sociales.
Porque, justo por detrás de la nave, de repente, rápido como un rayo, se pudo ver una línea de llamas flameantes, danzando sobre el agua como si estuvieran quemando una mecha.
El Doctor pulsó su destornillador sónico varias veces contra el lado de la canoa.
—¿Qué estás haciendo? —dijo Henrik, agotado de los remos cuando lucharon por alcanzar la nave. Ya podían oír los gritos de miedo y horror, antes de que el fuego hubiera siquiera alcanzado la madera del barco, y un hombre se había zambullido, con las mismas horribles consecuencias que le habían deparado al pobre Annar.
—Bueno, esta cosa de aquí... —dijo el Doctor, ajustando la configuración una última vez—. Es sónica. Eso significa que funciona con sonido.... ¡HOLA! ¡HOLA! ¿ESTÁ LA COSA AHÍ?
Sobre el sonido del mar y los vientos y el golpeo de los remos y los gritos aterrorizados de los hombres a bordo, la voz del Doctor, amplificada por el destornillador sónico, surgió como si viniera del mismísimo cielo. Los hombres, aterrorizados, se detuvieron y corrieron al otro lado del barco.
—GENIAL. FABULOSO. AHORA, QUÉ TAL, SOY EL DOCTOR, Y ÉSTE ES HENRIK, ENCANTADO DE CONOCEROS. NO QUIERO CUNDIR EL PÁNICO, PERO ÉSO DE AHÍ ES UN FUEGO ASESINO YENDO A POR VOSOTROS. PARA MATAROS. PERO QUE NO CUNDA EL PÁNICO.
Bajó el destornillador sónico.
—¿Cómo crees que voy a cruzar?
Henrik lo miró, agazapado.
—Oh Henrik, es sólo una mentira... no te preocupes por ahora... —Se lo volvió a llevar a la boca—. EN FIN. SI QUERÉIS BAJAR TODOS AL FONDO DEL BARCO... TENDRÉIS QUE BAJAR A LA BODEGA DE CARGA Y SALIR POR EL AGUJERO DEL ANCLA, LUEGO BUCEAR HASTA LA ORILLA. ¿LO HABÉIS PILLADO? BAJAD HASTA EL FONDO Y MANENED LA CABEZA POR ENCIMA DEL AGUA TODO EL RATO. NO BUCEÉIS. REPITO...
Delante de la multitud de hombres en la cubierta de popa había uno, con una temible barba roja y un enorme casco. Miró al Doctor durante un segundo, luego se dirigió a sus hombres.
—Abajo, hombres —gritó, con una voz no mucho más baja que la del Doctor a través del amplificador.
—Oh, bien —dijo el Doctor—. Así es. Lo que Barbarroja diga. Abajo. Y por...
—¡Y remad!
—¡No! —gritó el Doctor, antes de recordar levantar su destornillador—. ¡NO! ¡NO REMÉIS! ¡ES MÁS RÁPIDO QUE VOSOTROS! TENÉIS QUE METEROS EN EL AGUA.
Pero desde dentro del barco, con los hombres desapareciendo, y las llamas chamuscando la proa, salió un sonido de tambores ominosamente rápido mientras los hombres comenzaban a remar por sus vidas.
—No funcionará —agonizó el Doctor—. No se pueden mover más rápido que las llamas.
Pero cuando el barco comenzó a moverse, orientado hacia la orilla, su proa en llamas pero con sus sombres seguros dentro, el Doctor se dio gradualmente cuenta del peligro real.
El dragón de la proa cruzó su pequeña canoa de su lado estribor, ahora aumentando la velocidad – si los hombres pudieran llegar a la orilla, podrían rebasar las llamas. Pero si expusieran algo más en medio del camino al fuego...
Cuando el barco pasó, la canoa estaba ahora más cerca de la fuente de las llamas y completamente expuesta. Y por supuesto, la línea de fuego se movía: se fijó en ellos, elevando las llamas.
—Oh, fantástico —dijo el Doctor, sombríamente. No sabía cuando iba a llegar a una partida de ajedrez a este ritmo.
—¡Doctor! —chilló Henrik, cogiendo los remos. Pero el Doctor se estaba apoyando peligrosamente fuera del bote, hacia adelante, frente al peligro.
—Hola —dijo, en tono alentador. No pasó nada, excepto que las llamas se apoderasen del remo más lejano con un crujido silbante.
—¡Doctor!
—Bien. Tienes que decirme —dijo el Doctor—. ¿Qué pasa? ¿De dónde vienes? ¿Sin peleas, hmm?
Las llamas saltaron y bailaron sobre el agua.
—¡DOCTOR!
Era demasiado tarde para volcar la pequeña canoa; demasiado tarde para remar y escapar. Henrik maldijo su suerte y se preparó para una muerte segura. El Doctor se dirigió a la parte de atrás del bote y presionó un ajuste de su destornillador.
De repente, desde ninguna parte al parecer, una enorme ola apareció detrás de ellos, chupando agua por delante mientras crecía, más alta que una pared, más alta que una casa.
—Vale, rápido —gritó el Doctor—. Agáchate. Sólo tenemos una oportunidad.
—¿Qué? —gritó Henrik pero hizo lo que el Doctor dijo.
—Intenta mantener tu peso sobre el pie de atrás...
El rugido de la ola abarcaba todo; era enorme, una desmesurada montaña de agua, llenando oídos y ojos.
—¡Y cuando diga ARRIBA, tú ARRIBA! Lo más deprisa que puedas.
Henrik no entendió nada pero la ola ahora se estaba viniendo a bajo sobre ellos, la primera línea de espuma justo visible en lo más alto.
—¡No mires atrás! Ahora 1, 2, 3...
Todo ocurrió muy rápido. El Doctor y Henrik saltaron a la parte de atrás de la canoa justo cuando la enorme ola los cogió y los empujó a toda velocidad, mandándolos a la orilla mientras se sujetaban – sólo – y surfeaban la cresta de la ola, como yendo cuesta abajo en el trineo más rápido que Henrik hubiese conocido.
La línea de fuego se metió sin causar daños en la pared de agua y se detuvo instantáneamente mientras atravesaban la ola y paraban, gritando y regocijados, justo detrás de la nave vikinga, sobre la orilla de piedras.