Capítulo  catorce

 

El Doctor se sumergió en la sala de la consola de forma algo más lenta que sus grandes zancadas de siempre. Su progreso fue impedido por las grandes y pesadas botas de bucear que estaba llevando. Sobre esto llevaba un traje de buceo anticuado, color mostaza, que cubría todo su cuerpo y estaba abotonada con corchetes de bronce antiguos en las muñecas y en los tobillos. Bajo su brazo llevaba un enorme casco de bronce redondo, con pestillo y todo, que estaba unido a un largo tubo por la parte posterior. Parecía más bien extraordinario.

—Fantástico, ¿no? Me lo dio mi amigo Denayrouze. —Miró hacia él—. Ojalá hubiera hecho más amigos buceadores. Sabía que no debía haber rechazado la invitación a la boda de Jacques-Yves.

La campana se había detenido, pero la luz seguía brillando en la distancia.

—Creo... —dijo el Doctor—. Creo que igual son nuestros felices amigos llama. Quienes se hicieron conocer antes.

—¿No te van a quemar? —dijo Freydis.

—Pues, no —dijo el Doctor—. No queman bajo el agua. La verdad es que sólo quiero hablar con ellos. —Miró hacia la pantalla otra vez—. ¿Has visto alguna vez una luz así?

Henrik sacudió la cabeza.

—No hasta que he visto esa cosita que llevas.

—Genial —dijo el Doctor—. No debería haber nada así aquí aún. No en la Tierra, la verdad. Así que déjame ir y tener unas palabras. —Palmeó la TARDIS—. Vale —dijo—. ¿Y si descubro que todo está bien, nos llevarás a casa?

La consola no respondió en absoluto.

—De acuerdo —dijo el Doctor. Se volvió hacia Henrik.

—Ahora. Escucha. Esto es muy, muy, muy importante. Muy importante. Importante. ¿Entiendes?

—¿Que es importante? —dijo Henrik.

—Exacto. Lo pilla rápido —le dijo el Doctor a Freydis. Sacó el enorme sistema de bombeo—. Esto es una bomba de aire. Le bombea aire al traje para que yo pueda respirar, ¿lo entiendes? Así que si tú paras de bombear o te quedas dormido o decides irte a dar una vuelta, ¿qué me va a pasar a mí?

—Que te mueres —dijo Henrik.

—¡Muy bien! ¡Me muero! Seguidos de todos vosotros. Así que...

El Doctor enseñó los pasos correctos y el método para bombear. Erik los miraba hoscamente desde la esquina.

—Podéis hacer turnos —dijo el Doctor.

—No le veo el sentido a eso —dijo Erik—. Estamos prolongando lo inevitable.

—Vamos —dijo el Doctor—. ¿Dónde está tu sentido vikingo para las hazañas? Vale. Sólo queda una chiquitita cantidad de energía para la bolsa de aire. Así que no os acerquéis a la puerta, ¿entendéis? Sino tendréis todo un océano aquí dentro.

Henrik asintió. El Doctor avanzó hasta la puerta, y Freydis lo ayudó a colocarse el gran y pesado casco.

—Un tirón para un sí, dos para un no —dijo el Doctor—. Tres tirones para «tirar». Un montón de tirones para «Estoy siendo atacado por un ejército insospechado de medusas». —Dio media vuelta y capturó un reflejo de sí mismo en el cristal de la consola—. Hmm —dijo—. Me voy a aterrorizar a Scooby Doo.

—¿Qué? —dijo Freydis.

—No importa —dijo el Doctor—. Sólo haced que la bomba siga bombeando, por favor.

Henrik ya estaba en ello. Muy rápidamente, el Doctor se pegó a la puerta. Había tal vez 30 centímetros de bolsa de aire delante. Suficiente para abrir un poco la puerta y dejar la manguera salir. Había un tenue resplandor delante, así que el Doctor encendió su destornillador para señalar el camino. Tiró una vez para hacerles saber que estaba bien, y luego, sintiendo el peso de un kilómetro de agua sobre su cabeza, puso una pesada bota delante de la otra y comenzó su solitario viaje.

 

 

Los dos puntos de luz sólo ponían en relieve la gran extensión del territorio. El Doctor podía sentir lo joven que era este océano; sin límites, infinito con vida – con una enorme vida, se percató, cuando un gran banco de bacalao casi le arranca los pies. Se recuperó un poco en la arena, asombrado, como siempre, de lo cerca que estaba de ser un paseo espacial; incapaz, incluso, sabiendo que tenía prisa, de detenerse a examinar algunas de las especies más inusuales con las que se había cruzado.

—Estáis tan ansiosos de explorar las extrellas —dijo—. Sin la más remota idea del increíble mundo que hay aquí bajo vuestros pies.

Respiró hondo por el tubo. Buen trabajo, Henrik; el aire estaba aflorando bien.

La luz de delante creció al acercarse. Aquí abajo, era muy difícil distinguir la distancia. El Doctor esperaba que pudiera alcanzarla antes de que se quedara sin manguera. Bueno, eso era algo para preocuparse cuando estuviera allí. Caminó hacia adelante, siempre hacia adelante, volviéndose para mirar hacia su TARDIS. Parecía pequeña e insignificante, con su luz desvaneciéndose, como si estuviera deliberadamente intentando parecer lo más despreciable posible. El Doctor frunció el ceño. No tenía sentido. Pero sentía que las respuestas estaban delante suya, no detrás, y prosiguió; una pequeña figura contra la vastedad del lecho del océano; dirigiéndose desde un diminuto punto de luz en el planeta hacia otro.

 

 

De vuelta en la TARDIS, Erik estaba golpeando furiosamente los botones.

—Párate —dijo Henrik.

—¿Por qué? —dijo Erik—. Si estas cosas hacen esta nave funcionar, entonces voy a probarlas, ¿no?

—Él dijo que no —dijo Freydis.

—Él dijo que no —imitó Erik groseramente—. No sé cuando te has convertido en alguien que siempre hizo lo que le mandaron.

—En cuanto vuelva y me salve —dijo Freydis simplemente—. De ti.

Erik accionó una palanca. Algo hizo un crujido.

—Allá vamos —dijo—. Gira una cosa y algo pasa, mira, a lo que sea que esta máquina infernal sea.

—No —dijo Henrik—. Oh, no te atrevas.

Erik levantó la vista, fijándose en Henrik con una mirada aque atravesaba sus peludas cejas.

—¿Quieres luchar conmigo, chico? —dijo, suavemente.

Henrik miró hacia atrás.

—No —dijo Freydis de pronto.

 

 

El Doctor se detuvo; con cada paso, arena que nunca había sido pisada se levantó y se esparció a su alrededor. El silencio era profundo y oscuro y absoluto. Parpadeó y comprobó otra vez para asegurarse de si realmente estaba mirando a lo que pensaba que estaba mirando.

—Vaya vaya vaya —dijo—. Esto ya es algo. —Se acercó inclinándose un poco más—. ¡Hola!

 

 

Mientras Henrik y Erik se estaba mirando el uno al otro, Freydis se acercó sigilosamente a la derecha de Erik, casi en silencio y descalza, por un suelo que ahora estaba cubierto de agua, y se llevó el hacha de la bolsa del cinturón que rodeaba la generosa cintura de Erik.

Retrocedió de un salto y sostuvo el hacha.

—No es que Henrik quiera pelear contigo, Erik. Es que somos los dos.