Quitapelusas
Nada más dejar las llaves sobre el mueble le dijo que esa postura no le iba bien. ¿Te molesta el ruido?, respondió ella. Solo digo que te va a doler la espalda. A él no solo no le molestaba, sino que el zumbido del quitapelusas lo adormecía, lo arrullaba. Ella se estiró y se puso una mano sobre los riñones. Llevaba un rato encorvada sobre la mesa.
Es mi jersey favorito. Cómprate uno igual, interrumpió él. No me cuesta tanto, me gusta este jersey, está prácticamente nuevo, solo son estas dichosas bolitas de las mangas y el costado, creo que se forman por culpa del roce del bolso.
Él siempre le decía que comprara cosas nuevas, ya fuera una sartén o unas bragas. Muchas veces había encontrado en la basura el tenedor que usaba para batir huevos porque tenía los dientes gastados en diagonal. Tal vez él pensaba que le hacía un favor, tal vez solo sentía aprensión por lo viejo. Ella, sin embargo, apreciaba el paso del tiempo en las cosas. Camisones dóciles por los sucesivos lavados, el cristal casi opaco de un vaso.
Este jersey huele a mí, aunque lo lave, otro igual no sería lo mismo, este tiene la forma de mi cuerpo. Él no dijo nada.
Apagó el quitapelusas, lo vació en un cenicero y le sacó la pila. Se colocó el jersey delante, dejándolo caer desde los hombros. ¿Lo ves?, como nuevo. Él la miró y pensó que aquel color la rejuvenecía. También pensó en la chica con la que había pasado la tarde. El parecido era asombroso. Era igual a ella con treinta años menos. Sí, dijo él, pero no deja de ser un jersey viejo.