Milagros
Cualquier relación de pareja de más de cinco años que no se haya convertido en una relación doméstica le parece un milagro. A la salida del cine ha evitado saludarlos. La mujer, después de una cerveza, suele peinar hacia arriba la nuca de su marido, y hacer comentarios del tipo Qué bien te portaste anoche. También suele llamarle Mi león, sin pudor alguno. Pero solo después de una cerveza. Sabe que podría decirlo después de un vaso de agua, pero la mujer prefiere tomar una cerveza. Una cerveza es su coartada.
Si la tonta de mi hija no me hubiese plantado, ahora tendría una buena excusa para volver a casa. ¿Dónde se habrá metido?
Solo una, ha dicho. La mujer pide una cerveza y habla del fin de semana, de cuánto han disfrutado. Aunque hemos pasado más tiempo en la habitación que de paseo, ya me entiendes, añade, y da un sorbo directamente de la botella.
Ella se pregunta cuánto tiempo llevan juntos, ¿diez, quince años? Como si la mujer pudiera leerle el pensamiento, cuenta que ahora que su hija ha cumplido dieciocho pueden permitirse alguna escapada. Escapadas románticas, precisa. Dieciocho años. Desde que los conoce nunca ha notado ninguna tirantez entre ellos, ningún comentario mínimamente hiriente por parte de ninguno. Él es más reservado a la hora de prodigarse en mimos, pero muchas veces lo ha visto hablar a su mujer con una ternura que rayaba en el paternalismo.
Lo vuestro es un milagro, les dice sin probar la cerveza. La mujer sonríe y se levanta satisfecha para ir al servicio. El hombre apura la botella y levanta un dedo mirando hacia la barra.
Voy a dejarla, no sé cómo decírselo, pero voy a dejarla, desde que nació nuestra hija todo ha sido un desastre, siente celos de nuestra hija, ¿lo puedes creer?, de su propia hija, desde hace años estoy buscando el momento oportuno, pero nunca es el momento oportuno, siempre hay una fecha señalada, un viaje, una enfermedad, cualquier estupidez que hace que no sea el momento oportuno.
Ella desea desaparecer, cerrar los ojos, pulsar un botón oculto bajo el taburete y desaparecer.
Sé lo que estás pensando y tienes razón, hay una chica, pero no es una jovencita con una mariposa en las nalgas, es una chica mayor que yo, una mujer, mayor que tú y que yo. Ella está por decirle que no pensaba en nada, ni en nalgas ni en mariposas y que le da exactamente igual si deja a su mujer o si la chica nueva tiene más de cien años. Le da igual.
La mujer vuelve del servicio sonriente y bebe un sorbo de la cerveza de su marido.
Mamá, qué casualidad. La mujer dice que es un milagro que, de todos los bares que hay, su hija haya entrado precisamente en ese. Es un milagro, repite despeinando la nuca de su marido. Ella se levanta, agarra el brazo de su hija y se despide sin ceremonias.
¿Estás bien, mamá? ¿Pero no habíamos quedado en el cine?, da igual, estoy muerta, con una ducha se me pasa. Pues cuando te cuente lo que he hecho esta tarde sí que te vas a morir.