Fósiles
El rojo gastado del terciopelo invita a hablar en voz baja. Se sientan después de mirar erizos petrificados y cubos de pirita. ¿Te has fijado en los meteoritos?, son impresionantes. No sé, podrían ser piedras de cualquier sitio. Pero han venido del espacio. No me han dicho nada, me dicen más esos trilobites pegados a la roca. La roca seguro que era arena. Sí, estarían tomando el sol, los pobres. No creo que sufrieran mucho. Tú qué sabes. No creo que tuvieran sistema nervioso. Tú sí que no tienes sistema nervioso, piensa.
Algún día me gustaría traer aquí a nuestros hijos. Nuestros hijos. Bueno, tendremos hijos, ¿no?, no digo ahora, algún día. No pienso tener hijos. ¿No quieres tener hijos? No, he dicho que no pienso tener hijos, es distinto. ¿Cuál es la diferencia? Querer es algo circunstancial, hoy quiero mañana no quiero, pero pensar es otra cosa, es algo meditado, definitivo. Definitivo. Sí. Del todo. Sí.
Él se levanta, mira el dibujo de una ramita sobre una piedra plana y lee «Coniferofita». Tiene ganas de partir el cristal, agarrar la piedra y lanzarla lejos, romperlo todo.
¿Cómo no me has dicho nunca que no querías, perdón, que no pensabas tener hijos? No sé, nunca salió el tema. ¿En tres años? Hombre, si nunca he hablado de tenerlos deberías haber supuesto que no quería tenerlos. No querías tenerlos. Bueno, ya me entiendes. No, no te entiendo.
¿Cómo explicarle que a veces los hijos mueren antes que los padres? ¿Cómo explicarle que su hermano murió siendo un niño, que lo encontró con la cara azul tirado en el suelo de su cuarto, y que esa imagen quedó para siempre endurecida sobre la arena de su cerebro? ¿Cómo explicarle que se culpa de haberlo dejado solo, que su padre también la culpa, que su padre la odia desde entonces? ¿Para qué explicar nada, si nada le hará cambiar de opinión?
Tienes razón, tenía que habértelo dicho. Da igual. Lo siento. ¿Seguro que es definitivo? Seguro. ¿Del todo? Del todo.