Color carne
Es el cumpleaños de su madre y quiere regalarle algo práctico. Echa un ojo a los sujetadores. Cada vez hay menos modelos sin aros y cada vez son más feos. Su madre no soporta los aros. Si al menos hubiera algún modelo en negro, pero todos son color carne. Color nude, dice una chica a sus espaldas, como si pudiera leerle el pensamiento. ¿Por qué son tan feos? La chica sonríe estirando los labios con desgana y se vuelve para atender a una señora que ha elegido un conjunto rojo.
Ojea camisones. Mientras pasa las perchas cae en la cuenta de que no sabe cuántos años cumple su madre, ni tiene la menor idea de si duerme vestida o desnuda. Vestida, decide. Duerme vestida con una camiseta desechada por papá, una camiseta gastada a fuerza de lavados, seguro. ¿Qué habrá sido de aquel camisón blanco?, y, sobre todo, ¿qué habrá sido de la ilusión de querer ponerse algo bonito? Era un camisón de raso con tirantes y encaje, parecía un vestido de noche. Una vez se lo pidió prestado. Después de estar jugando a princesas toda la tarde se tumbó en la cama a dibujar. Su padre acababa de llegar del trabajo y asomó la cabeza para decir hola, pero dijo ¿qué haces así? Dibujar.
Oyó que discutían en la cocina y se acercó descalza. Solo te digo que no deberías dejar que tu hija anduviera por ahí medio desnuda. ¿Por ahí?, ¿medio desnuda? Sí, con ese camisón tuyo. Es una niña. Es una niña medio desnuda con un camisón de mujer. Se volvió de puntillas al dormitorio, se miró al espejo, ni siquiera se le transparentaban los pechos, si es que a aquello se le podía llamar pechos, sus insignificantes pezones eran del mismo color que el resto del cuerpo.
No habían mejorado mucho, la verdad, por eso siempre elegía sujetadores con aros y relleno.
Disculpa, y de esos sujetadores sin aro, color… nude, ¿tendrías alguno en la noventa y cinco? La chica le echa un vistazo y sonríe, ahora sí, con sorna. No, no, no es para mí, es para mi madre.