Todo es museo
Me gusta la gente que espera. Este tipo se ha sentado a esperar a que escampe o a que el chaparrón se vuelva lluvia menuda para volver medio seco a su casa. Se ha sentado en la escalera postiza de la puerta lateral del museo. Antes esa calle, ahora peatonal, estaba llena de putas y coches aparcados que esperaban su turno. Ahora suelen jugar niños mientras sus padres toman algo en la terraza de la cafetería del museo. Jugar también es un modo de espera. La terraza no es más que una moqueta azul sobre los falsos adoquines, delimitada por cuatro jardineras que nadie cuida. Hoy la moqueta está empapada. El museo era antes un mercado. No hablo de las putas, era un mercado de verdad. Ahora, desde fuera, no se sabe bien qué es.
El tipo se ha subido la capucha y ha sacado un libro de bolsillo, del bolsillo. Me gustaría tener el arrojo suficiente para bajar y sentarme a su lado. ¿Qué lees?, le diría.
Una vez, mientras era yo la que esperaba, vi a un chico también esperando. Dibujaba en un cuaderno. Crucé la plaza, me senté a su lado y le ofrecí mis auriculares. Very nice, dijo. Le expliqué que era una canción en castellano antiguo. Le hablé de El libro de buen amor, no sé si llegó a entenderme. Después me fui. En otra ocasión me senté junto a un chico muy triste, con ojos de pez, en los escalones del cine. No quedaban entradas para la película que quería ver, la misma que yo. Los dos sin entradas mirando la acera. Dos semanas después nos fuimos de viaje juntos. Comimos hígado de bacalao y uvas tumbados sobre la hierba. Yo hacía cosas así.
El tipo del museo deja el libro sobre el escalón y busca algo en los bolsillos. ¿Un cigarrillo? Saca una libreta y escribe apoyado sobre una pierna flexionada. Me muero por saber qué escribe. Me muero por saber si me habrá visto, si me mira como yo lo miro desde el ventanal de casa. Me muero por saber si estará escribiendo algo sobre mí.