Edad
Ha bajado a la calle con el pelo húmedo y un destornillador en el bolsillo. En una mano la basura y el reciclaje, en la otra dos libros. Al llegar a los contenedores siempre piensa que de detrás de un seto va a salir un inspector para multarla. Ha pensado en muchas excusas, incluso en algún gesto seductor. A su edad. Pero el temor sigue ahí, el mismo temor que le hace apretar los libros para que, por un descuido, no vaya a echarlos también al contenedor. No sabe qué hora es ni a qué hora cierran la biblioteca. Siempre igual, siempre todo para el último momento, como cuando tenía doce años. El corazón en vilo por devolver dos libros que bien podía haber comprado. No somos pobres, le dice él cuando la ve leyendo con prisa. Podías comprar esos libros y leerlos tranquilamente, le dice. Pero ella prefiere mostrar su carné al chico del mostrador. Siempre siente la misma excitación al meter los libros en el bolso, casi como si los robara.
Cuando el chico del mostrador la oye respirar, le dice que todavía faltaban dos días. Ella sale satisfecha con las manos en los bolsillos. Junto a la biblioteca hay un parque, junto al parque, un zoológico. Algunas mañanas parece que los monos anden sueltos entre las palomas. No hay nada mejor que cruzar un parque con las manos en los bolsillos. Una pareja se besa en el césped, otra discute en un banco. El equilibrio de las masas continentales.
Detrás del parque hay calles por las que nadie pasa. Calles perfectas para correr sin que nadie piense que estás loca. No hay nada mejor que correr sin tener prisa. Y corre.
Cuando llega al portal desea encontrarse con algún vecino, desea que alguien la vea sofocada para poder decir Es que he venido corriendo.
En cuclillas, frente al buzón, se da cuenta de que no necesitaba destornillador. Desencaja desde dentro dos pivotes de plástico, saca la tarjeta con sus nombres, coloca la nueva y presiona. Así de fácil. Nota que le cuesta levantarse, que la carrera le ha aflojado los muslos. Y se deja caer. Desea que ningún vecino aparezca de repente. Oye a sus espaldas cómo alguien abre el portal.
¿Mamá? Menos mal que eres tú, ayúdame a levantarme, anda. ¿Estás bien?, ¿te has caído? Estoy bien, estaba descansando. ¿Descansando?, ¿sentada en mitad del portal?
Su hija viene de mirar pisos de alquiler. Todos horribles, ha dicho. Mientras suben en el ascensor piensa que su hija no ha reparado en que acaba de añadir su nombre a la tarjeta del buzón, que cualquier mañana lo verá y eso le dará un poco de tranquilidad.
¿Y ahora, de qué te ríes?, ay, mamá, de verdad, a veces parece que tengas doce años.