Entre paréntesis
Los trenes están bien. Vayas o vuelvas. Los trenes son tiempo entre paréntesis, tiempo para uno mismo. ¿Qué se puede hacer en un tren más que ganarle tiempo al tiempo? Observar a los viajeros, mirar el paisaje o cerrar los ojos. Y da igual que el trayecto dure cuatro horas o cuarenta minutos. Es tiempo para uno mismo. Pero si empieza a dolerte una muela, los trenes dan pena.
De repente quisiera estar en casa, cualquier casa. Se toca el borde de la muela con la punta de la lengua y lo encuentra demasiado puntiagudo. Coloca el pulgar bajo la mandíbula y baja la cabeza. Un ganglio inflamado, uno de esos pequeños dolores que molestan, pero uno sigue insistiendo en tocar. ¿Por qué a veces nos inclinamos hacia el dolor? ¿Por qué algunas personas dicen que prefieren sentir dolor a no sentir nada? Ella preferiría no sentir la mayor parte de las veces. Como ahora. El dolor de ver a su padre envejecer día a día, el dolor de dejarlo con su hermana en una habitación ajena y aséptica. El dolor de ese ganglio bajo una muela que, sabe, acabará perdiendo.
Su padre perdió también eso que llaman La batalla contra la enfermedad. Ella no lo llamaría así, la batalla. No hay batalla, hay camino hacia la muerte desde el día en que nos engendran. Eso hay. Por eso asiente cuando su hija le pregunta si es normal que no quiera tener hijos, asiente cuando le insiste Tú me comprendes, ¿verdad, mamá? No debe de ser fácil hacer que los demás comprendan. A decir verdad, lo que ella no entenderá jamás es que se sigan trayendo hijos al mundo, ¿para qué?, la especie humana está más que a salvo.
Ella no se lo pensó, tuvo hijos porquesí. Es normal tener hijos, es bonito tener hijos. No cree que los que tienen hijos lo hagan pensando en perpetuar la especie, más bien debe de tratarse de esa vanagloria de perpetuar sus genes, verlos ahí, en facciones y gestos, esperar una versión mejorada de ellos mismos. Nadie piensa en que un hijo morirá algún día. Nadie piensa en la muerte mientras lo engendra, mientras lo ve crecer. Ni siquiera cuando lo ve muerto. Un hijo muerto no se va nunca, sigue ahí, ese dolor, el dolor de volver a ese recuerdo una y otra vez.
Y el ganglio también sigue ahí, desconsolándola con un eco de Duelo luego existo. Está demasiado cansada, no le apetece observar a los demás viajeros. La oscuridad no deja ver el mar, solo luces de algunas urbanizaciones como constelaciones al alcance de la mano.