22

La bruma parecía arder en la noche, como arden las nubes con el sol. Wax se dejó caer a través de ella, aterrizando con un golpe en la escalinata de la mansión del gobernador y sorprendiendo a los guardias. Alguaciles, a juzgar por los uniformes, no guardias normales. Bien. Empezaban a andar escasos de estos últimos.

Wax se irguió, volviéndose para observar la multitud que se reunía frente a la mansión. Alguaciles armados con fusiles formaban una inquieta barrera entre ella y el edificio. En las proximidades, unos trabajadores levantaban un pequeño estrado en la escalinata. Aradel lo supervisaba, aunque a juzgar por su expresión, no estaba demasiado satisfecho con el plan del gobernador.

Wax estaba de acuerdo. Dirigirse al gentío significaría caer directamente en las manos de Sangradora. Agarró a uno de los alguaciles:

—Doy por hecho que no ha habido más atentados contra la vida del gobernador.

—No, señor —respondió el alguacil—. Está en su estudio, señor.

Wax asintió con la cabeza e irrumpió en la mansión dejando volutas de neblina tras de sí. Se dirigía, sigiloso, hacia la parte de atrás cuando Marasi lo interceptó y lo cogió del brazo.

—Sangre de koloss. —Era el santo y seña que él le había dado para demostrar que no era una kandra.

—Verano de noche —replicó Wax para identificarse—. Tenéis que hacer algo con esa muchedumbre, Marasi. Van a destrozar la ciudad.

—Estamos en ello. ¿Has visto a Wayne?

—No, ¿por qué?

—MeLaan dice que ha salido a inspeccionar a los manifestantes, pero eso fue hace más de media hora y desde entonces no lo ha visto nadie.

—Aparecerá —dijo Wax—. Tengo que hablar con el gobernador.

Marasi asintió, pero continuó sujetándole el brazo cuando él trató de seguir caminando hacia el estudio.

—Wax —dijo en voz baja—, es un corrupto. Y mucho. He encontrado las pruebas.

Wax dio un profundo suspiro.

—Centrémonos en sobrevivir a esta noche. Ya haremos luego algo al respecto de eso.

—Algo parecido pienso yo —dijo Marasi—, pero creo que Sangradora quiere ponernos en una situación difícil; tal vez pretenda obligarnos a dejar que maten al gobernador.

—Pues no va a ser así. Lo entregaremos a los tribunales, pero no a la turba. ¿Sabes si tu hermana está bien?

—No —respondió Marasi—, pero llevo rato queriendo saber de ella.

—Entérate —dijo Wax—. Yo veré cómo está vuestro padre después de hablar con el gobernador. No quiero que ninguno de los dos aparezca como rehén inesperado.

—Mientras no sea yo, para variar… —Marasi sonrió—. MeLaan lleva el cuerpo de la guardia de la honda. Está furiosa porque el gobernador no la deja entrar, ni a ella ni a nadie. Voy a ver si puedo dar con Wayne. No me sorprendería encontrármelo en primera fila de la multitud.

Le soltó el brazo y se dirigió a la salida.

—Marasi —dijo Wax, a su espalda.

—¿Sí?

—El uniforme. Te sienta bien. No sé si había tenido ocasión de comentártelo.

Se sonrojó (era Marasi, ¿no?) y siguió su camino. Wax se volvió y continuó por el pasillo hacia la puerta del estudio del gobernador. Allí holgazaneaban MeLaan y los demás guardias.

—No puede entrar nadie, vigilante —le dijo uno de ellos en tono molesto—. Lleva una hora ahí metido, preparando su discurso. No…

Wax pasó por delante de él y trató de abrir la puerta, pero estaba cerrada por dentro. Oía la voz de Innate, que repasaba el discurso. Incrementó su peso e hizo saltar la puerta con alomancia, astillando el marco. Innate estaba de pie, con un cuaderno en las manos, caminando por el cuarto mientras hablaba. Se quedó congelado a mitad de un paso, se volvió hacia Wax y al verlo se relajó.

—Podría haber llamado —dijo.

—Y usted podría haber hecho caso omiso —replicó Wax, entrando en el estudio y dando un portazo. La puerta no se cerró, claro está, después de como la había dejado—. ¿Qué se cree que hace, Innate? Podrían haberle matado aquí encerrado, solo, sin ayuda, sin que nadie se enterase.

—¿Y qué habrían podido hacer? —preguntó el gobernador, lanzando el cuaderno sobre el escritorio. Se acercó a Wax y dijo en voz más baja—: El susurro del viento.

—Vapor etílico —replicó este, repitiendo las últimas frases que habían intercambiado. Era el auténtico Innate—. Ha sido una insensatez dejar a los guardias fuera. Habrían luchado por usted, le habrían protegido. La última vez la hicimos huir.

—La hizo huir usted —puntualizó Innate, dirigiéndose a su escritorio para recuperar el cuaderno—. Los demás no hicieron nada. Ni siquiera el pobre Drim.

Siguió paseando por la habitación, repitiendo las frases para sí y practicando dónde enfatizar.

Wax soltaba chispas. Sintió que lo estaba echando. ¿Y aquel era el hombre que se esforzaban en proteger? Se acercó a la ventana. Para su sorpresa, estaba abierta y por ella entraban volutas de neblina. No se desplazaban demasiado. Conocía leyendas que hablaban de brumas que llenaban habitaciones, pero rara vez ocurría.

Se apoyó en la ventana, escrutando la oscuridad, escuchando de pasada el discurso de Innate. Era inflamatorio y displicente. Aseguraba preocuparse por los problemas del pueblo, pero los llamaba aldeanos.

No haría más que empeorar las cosas. «Eso es lo que ella quiere —pensó Wax—. Quiere liberar a la ciudad de Armonía haciéndola enfurecer».

Ella sabía lo que iba a decir Innate. Claro que lo sabía, había estado conduciéndolos hacia aquel fin todo el tiempo. Todas las pistas que había encontrado Wax hasta aquel momento las había colocado cuidadosamente para que él las encontrase. ¿Qué podía hacer? ¿Detener el discurso de Innate? ¿Y si era eso lo que ella quería?

Tamborileó con el dedo en el alféizar. Tac. Tac.

Algo viscoso.

Bajó la vista y parpadeó. Allí había habido un pegote de chicle. Wax levantó el dedo y, mientras lo observaba, algo empezó a encajar. Algo que no había tenido en cuenta. Sangradora lo había preparado todo desde el principio.

Sus sospechas habían comenzado porque ella lo había alertado aposta al ponerse el rostro de Sangriento Tan. Aquello había sido parte consciente de su trama, una manera de inaugurar las fiestas. Todo estaba yendo según su programa.

Sangradora ya lo tenía todo bien atado antes de aquella noche. Llevaba mucho tiempo planificándolo. Mucho más de lo que él había supuesto.

Entonces, ¿cuál era el mejor lugar para esconderse?

¡Herrumbres!

Wax se llevó la mano a la pistola y se giró.

Se encontró de bruces con el gobernador Innate, que había sacado un arma de mano y le apuntaba con ella.

—Diablos, Wax —dijo—. Unos minutos más y lo habría conseguido. Te adelantas demasiado. Siempre te adelantas un poco de más.

Wax se quedó congelado con la mano en la pistola. Miró al gobernador a los ojos. Las palabras salieron como un siseo.

—Sabías la contraseña —susurró Wax—. Claro que la sabías, te la di yo. ¿Cuándo lo mataste? ¿Cuánto hace que la ciudad está gobernada por un impostor?

—Lo suficiente.

—El gobernador no era tu objetivo. Tú piensas a lo grande, debí haberme dado cuenta. Pero Drim… Él estaba en la habitación de seguridad cuando entraste abajo. ¿Lo mataste por eso? No. Él ya tenía que saber que te habías ido.

—Lo sabía todo —dijo Sangradora—. Era mío. Pero esta noche lo he matado por causa tuya, Wax. Me habías disparado…

—Llevabas la ropa del gobernador bajo la capa —atajó Wax—. ¡Herrumbres! Te había hecho sangrar, por eso necesitabas una excusa para explicar por qué estaba cubierto de sangre el gobernador, una excusa para quitarte la camisa y curarte la herida.

Ella mantuvo el arma inmóvil, apuntándole. La pistola no respondía a su alomancia. Aluminio. Estaba preparada, por supuesto. Pero parecía debatirse: no quería matarlo. Por algún motivo nunca había querido matarlo.

Así que Wax pidió ayuda a gritos.

Era arriesgado, pero las cosas nunca acaban bien cuando obedeces a la persona que te apunta con un arma. Como sospechaba, Sangradora no le disparó cuando la puerta se abrió de golpe. Wax sacó su arma y le pegó un tiro para distraerla mientras rebuscaba en la cartuchera la última aguja que le había dado MeLaan.

Los guardas apuntaron a Wax y, sin pensárselo, comenzaron a dispararle.

«Imbéciles», pensó, lanzándose tras el escritorio del gobernador para cubrirse. Era lógico que hicieran eso.

—¡Quietos! —gritó—. ¡El gobernador ha caído! No…

Sangradora les disparó a los guardias. Wax rodó detrás del escritorio, pero los oía gritar estupefactos: su gobernador (o al menos eso creían ellos) les había disparado. Wax se encogió. Aquellas muertes caían sobre su conciencia.

—Supongo que el resto de los alguaciles llegarán enseguida —dijo Sangradora—. Todavía no son libres. Ni tú tampoco, pese a lo mucho que me he esforzado…

Wax se asomó por encima de la mesa, pero volvió a resguardarse al apuntarle ella con el arma. La cara del gobernador era una máscara retorcida de ira y frustración.

—¿Por qué no has podido darme un poco más de tiempo? —preguntó—. ¡Estaba tan cerca! Ahora tengo que matarte, decir que eras el kandra y cargarte las muertes de mis guardias. Así todavía podré dirigirme a la multitud y liberarlos…

Y, sin embargo, no fue a por él. Parecía perturbada. Lo mejor era aprovechar la oportunidad.

—¡Ahora, MeLaan! —gritó Wax, y luego, empujando contra los clavos del suelo, se lanzó al aire.

Uno de los cadáveres que yacían a los pies de Sangradora la agarró por las piernas.

Wax empujó contra la pared, saltando hacia ella. Sangradora soltó un gruñido y le golpeó la mano en cuanto aterrizó, arrancándole la aguja. ¡Qué fuerte era, herrumbres! Se deshizo de MeLaan a patadas mientras Wax se lanzaba a por la aguja caída.

Sangradora se convirtió en un borrón. Wax todavía estaba tratando de coger la aguja cuando ella se la arrebató y, dándose la vuelta, se la clavó a MeLaan en el hombro. En un abrir y cerrar de ojos.

Entonces se paró en seco, como si el movimiento la hubiera sacudido. Había agotado, por fin, las reservas de su mente de metal.

Wax sacó la pistola y disparó, tendido de espaldas en el suelo. Las balas perforaron la piel, pero nada más. Junto a ella, la figura de MeLaan se distorsionaba, el rostro caía y la piel se tornaba transparente.

Wax seguía en el suelo, el arma vacía apuntando a Sangradora, cuya piel se recuperaba de las heridas. Se quedaron mirándose un largo momento hasta que el sonido de botas en el pasillo obligó a Sangradora a soltar una maldición y lanzarse hacia la ventana. Wax cogió su otra arma, fue tras ella y luego se echó al suelo; afuera sonaban disparos.

Esperó un momento antes de mirar hacia arriba, pero no la vio entre los jirones de las brumas. Maldijo, girando la articulación del hombro. Herrumbres. El agujero de bala que le habían hecho horas antes sangraba otra vez y había regresado el dolor. Pensaba que había ingerido suficiente analgésico para mantenerlo a raya.

—¿Estás bien? —le preguntó a MeLaan, que había logrado incorporarse.

—Sí —respondió, aunque la palabra sonó distorsionada a causa del estado de su cara—. Esto ya me lo habían hecho una vez para probar cómo era. Me recuperaré en unos minutos.

—Gracias por salvarme —dijo Wax, examinando la habitación con su vista de acero en busca de compartimentos ocultos. Unas líneas temblorosas en el armario. ¿Sería posible que tuviera tanta suerte? Corrió a abrirlo.

Wayne, bien atado y amordazado salió tambaleándose y cayó al suelo con un ruido seco. Estaba vivo, gracias a Armonía. Wax se arrodilló, suspirando de alivio, y le soltó la mordaza. Por lo que parecía, a Wayne lo habían apuñalado en la pierna y le habían vaciado la mente de metal para que no pudiera curarse, pero estaba vivo.

—¡Wax! —exclamó—. ¡Es el gobernador! Esa sabandija hace las aes como MeLaan.

—Ya lo sé —dijo Wax—. Has tenido suerte. Seguramente quería aprovecharse de tus talentos de nacido del metal controlándote con punzones, de lo contrario te habría matado aquí mismo. ¿Por qué no avisaste a nadie?

—Tenía la intención, pero quería comprobarlo primero. Me acerqué demasiado a la ventana y salió a por mí. Me dio una paliza, me vació la mente de metal y se me echó al hombro en un abrir y cerrar de ojos. Después me drogó para que estuviera calladito. ¿La has cogido?

—No —dijo Wax mientras lo desataba—. Ha huido.

Afuera sonaban disparos.

—¿Y no la persigues?

—Antes tenía que ver cómo estabas.

—Estoy bien. Para de desatarme y saca lo que tengo en el bolsillo.

Wax metió la mano en el bolsillo de Wayne y sacó un taleguito.

—Es de Ranette —dijo Wayne.

Wax sacó un único cartucho y lo sostuvo ante sus ojos mientras se apiñaba en la habitación un grupo de alguaciles nerviosos, encabezados por Marasi.

Los recién llegados exigían una explicación. Wax los dejó interrogando a Wayne y salió en busca de las brumas una vez más.