21

¡Cenizas! —TenSoon corría junto a Wax por los túneles de la Tierra Natal kandra—. Le he pedido a Armonía que advierta a mis hermanos. Detendremos todas nuestras intervenciones de inmediato, pero dice que tal vez sea demasiado tarde.

Wax asintió, agarrando la lámpara y jadeando por el esfuerzo.

—Somos los oídos de Armonía —gruñó TenSoon—. Eso se ajusta a su idea, ¿verdad? Escuchamos, nos movemos entre vosotros e informamos a Dios. Va a intentar dejarlo sordo.

Wax volvió a asentir.

—¡Eso no servirá de nada! —continuó—. No puede detener a Armonía, ni siquiera con todo lo que está haciendo. Es como una niña que le lanza piedras a una montaña para intentar que se mueva.

—Ya —dijo Wax, trepando por encima de unos escombros, clara muestra de que algunas partes de la Tierra Natal de los kandra habían sufrido por el traslado de un lado a otro de la tierra durante el Catacendro. Se habían derrumbado algunos muros y allí habían quedado, caídos y rotos, durante cientos de años.

—Pero ella no pretende matar a Dios; solo quiere liberar a la gente de Él, aunque sea utilizando un método tan retorcido.

—¿Liberarlos? —TenSoon se quedó en silencio un rato—. Emoción. De eso se trata, ¿verdad? Vin liberó a los koloss haciéndoles sentir emociones intensas que le proporcionaron un camino de entrada a sus almas y le permitieron interrumpir el control del otro y hacerse con las criaturas.

—Eso dicen las historias antiguas —replicó Wax—. Está bien confirmarlas.

—Los humanos no son creaciones hemalúrgicas como los koloss. Las emociones intensas no los «liberarán» de Armonía.

—Claro que sí —dijo Wax—, al menos a los ojos de Sangradora. Si te dejas llevar por la furia no seguirás los estudiados planes de Armonía. Estarás fuera de control. Pretende hacer que la ciudad enloquezca, es su forma perturbada de liberarla.

—¡Ruina! —gruñó TenSoon—. Creo que tengo que dejarte atrás, vigilante. Debo llegar enseguida donde está mi gente y hablar con ella sobre lo que está ocurriendo.

—De acuerdo —dijo Wax—, pero es posible que te siga el ritmo mejor de lo que crees, siempre que…

En el pasillo resonó un aullido estridente, tan escalofriante que Wax se paró en seco. Sacó a Vindicación, la linterna sujeta bien alto en la mano libre. A aquel primer aullido lo siguieron otros, una cacofonía terrible en la que cada sonido rechinaba contra los demás.

TenSoon se pegó al suelo y gruñó al ir desvaneciéndose los aullidos.

—¿Qué demonios ha sido eso? —preguntó Wax.

—No había oído nada semejante jamás, humano.

—¿No tienes más de mil años?

—Más o menos —respondió TenSoon.

—¡Qué demonios! —repitió Wax—. ¿Hay otra salida?

El kandra echó a correr, guiándolo de vuelta por donde habían venido. Los aullidos volvieron a empezar, esta vez más altos. Los túneles estrechos y las piedras irregulares parecían de pronto mucho más asfixiantes.

Wax corría y, a despecho de su fanfarronería anterior, le costaba mucho seguirle el ritmo a TenSoon. Las piedras que los rodeaban no contenían metales, o al menos no lo bastante puros para empujar contra ellos. Además, los túneles giraban y se retorcían demasiado para usar empujones largos.

Así que corría, aferrando la linterna con los dedos sudorosos, escuchando las cosas que los seguían, que cada vez parecían más alteradas. Lo distraían de tal forma que casi choca con TenSoon al alcanzarlo cuando el kandra se detuvo en el túnel.

—¿Qué? —preguntó Wax, jadeando por la carrera.

—Adelante huele mal —explicó—. Nos están esperando.

—Magnífico —dijo Wax—. ¿Qué son?

—Huelen a hombre —respondió TenSoon.

Desde atrás llegaban más aullidos.

—¿Eso son hombres?

—Ven. —El perro lobero se dio la vuelta y echó a correr, arañando la piedra con las uñas.

Wax lo siguió.

—¿Hay otra salida? —volvió a preguntar.

TenSoon no respondió, se limitó a guiarlo a la carrera por cavernas pequeñas, doblando esquinas, atravesando túneles. Se detuvieron en una intersección, el kandra sopesando las opciones y Wax con un dedo nervioso en el gatillo. Estaba seguro de haber visto algún movimiento al fondo del túnel que habían dejado atrás, en el que TenSoon decía haber intuido una emboscada.

—TenSoon… —dijo, nervioso.

—Por aquí —dijo este, echando a correr.

Wax lo siguió y entraron en un túnel largo. Perfecto. Se quedó atrás, con la lámpara en alto, con la intención de echar un vistazo a lo que fuera que los estaba siguiendo.

La luz se reflejó en unos ojos entre las sombras. Figuras encorvadas que caminaban a cuatro patas con movimientos claramente inhumanos. Sudando, Wax tiró un casquillo y lo lanzó con el pie a una grieta de la roca. Empujó contra él, impulsándose pasillo adelante para alcanzar a TenSoon, aterrizando justo antes de tomar una curva a gran velocidad.

—No son humanos —dijo—, al menos no del todo.

—Hemalurgia —explicó TenSoon, volviéndose—. Esto es terrible. Paalm… Ha llegado más lejos de lo que yo había supuesto. No se conforma con matar; arruina.

—Los tenemos casi encima —dijo Wax, aferrado al arma y a la lámpara—. ¿Cómo saldremos de aquí?

—No hay salida —respondió TenSoon, desviándose a un lado para entrar en una cámara pequeña—. Hay que pelear.

Wax lo siguió, pero se detuvo a la entrada, con la pistola lista para disparar. Ya habían pasado antes por aquella sala o por una semejante. Estaba llena de canastas… Al volver a mirarlas se dio cuenta de que contenían huesos.

Las cosas que los perseguían habían empezado a soltar una especie de delicados ladridos, pero los oía arañar la piedra (los oía respirar entre jadeos ansiosos) al acercarse.

Dentro de la sala, TenSoon se transformaba.

Ocurrió en un instante: la piel del kandra se desprendió de sus huesos caninos, cayendo al suelo con un chapoteo semejante al de un cubo de bazofia arrojado por la puerta de atrás de unas cocinas. Los músculos y la piel derretidos golpearon uno de los cestos, volcándolo y haciendo que se esparcieran los huesos.

MeLaan había dicho que TenSoon era rápido, pero el adjetivo se quedaba corto para describir los movimientos tan súbitos con los que absorbió los huesos. Del costado de aquella masa surgieron unos brazos que la levantaron en vilo al tiempo que bajo ella se formaban las piernas, gruesas como las de un luchador. Emergió un cráneo, que ascendió como una burbuja en la melaza, y se cubrió de músculos estirados sobre el hueso. La mandíbula se encajó en su sitio.

En cuestión de segundos había aparecido en la cámara una figura robusta. La cara, de piel y músculos estirados, le recordó a Wax a la de un koloss, pero aquellos antebrazos eran como martillos, y el pecho, de una potencia sobrehumana. Estaba desnudo, aunque en la entrepierna brillaban por su ausencia los genitales.

Wax volvió la vista al principio del corredor y levantó la pistola, sudando. Aquellas cosas se acercaron, acechantes. Surgieron unas cabezas de la oscuridad, caras cuyos rasgos humanos se habían retorcido hasta parecer caninos. Contó cinco en total. Las criaturas ya no eran bípedas, pero conservaban rastros de humanidad: los dedos eran demasiado largos, las manos tenían pulgares oponibles…, las articulaciones de codos y rodillas no se doblaban como debieran. Los ojos estaban muertos. Negro puro.

—¿Qué os ha hecho? —susurró Wax.

Las criaturas no respondieron. O no eran capaces de pensar o no eran capaces de hablar o no se molestaban en hacer ninguna de las dos cosas. Wax disparó al aire, con cierta esperanza de que aquellas cosas se asustasen y desaparecieran en la oscuridad. En realidad, lo que más deseaba era que no escapasen para poder acabar con la mísera existencia de hasta la última de ellas.

El disparo resonó con fuerza en el túnel, pero las bestias no huyeron. En lugar de eso se lanzaron hacia delante, pasando del recelo al frenesí. Wax apuntó con Vindicación y vació el cargador en la cabeza de las primeras criaturas. Los fogonazos de los tiros iluminaron el túnel. Aunque las balas rasgaron la piel y dejaron surcos de sangre en los músculos, ni uno solo de los engendros cayó muerto.

Wax buscó refugio retirándose a la sala, enfundó a Vindicación en la cartuchera y colocó la lámpara en un saliente.

—Les ha reforzado el cráneo —le gritó a TenSoon al tiempo que agarraba su Sterrion.

El kandra se colocó delante de él, ágil y poderoso. A Wax le parecía escuchar los músculos al contraerse, atirantándose bajo aquella piel. Según entró la primera criatura, TenSoon la golpeó en la sien, inmovilizándola contra la pared con una mano. Luego dio un paso atrás y levantó el pie para aplastarle el cráneo contra las rocas.

Las demás saltaron sobre él, arrastrándolo al suelo, mordiéndole la carne. Agarró una, se la arrancó de encima por las patas traseras y la lanzó lejos. Wax disparó, apuntando a los ojos.

—Las ha creado contigo en mente —gruñó TenSoon desde el suelo, donde luchaba a brazo partido con una de las criaturas, mientras las demás le desgarraban la carne—. ¡Huye! Tus armas modernas no sirven de nada contra ellos, vigilante.

«¡Eso ya lo veremos!», pensó Wax, soltando el Sterrion y sacando la escopeta recortada de la funda larga que llevaba sujeta a la pierna. Sacó un puñado de cartuchos, los lanzó al suelo con un sonido de lluvia y se metió en la pelea, golpeando en la cara con la escopeta al primer monstruo que se lanzó sobre él. La criatura se encogió y aulló, dejando al descubierto varias filas de dientes desiguales.

Wax le metió el cañón en la boca y disparó.

Los fragmentos de la cabeza pintaron la pared. Al caer la bestia dando tumbos volcó las cestas, esparciendo los huesos por el suelo de piedra. La muerte de la criatura captó la atención de las demás, que abandonaron al ensangrentado TenSoon y cargaron contra Wax.

La pistola era la preferencia natural de Wax. Un arma corta era una extensión de su concentración, un arma de precisión: como una moneda arrojada en los tiempos anteverdianos. El alma del lanzamonedas, la manifestación de su voluntad.

La escopeta era distinta; no era una extensión de su concentración ni de su voluntad, pero expresaba su furia a las mil maravillas.

Wax gritó, golpeando a una de las bestias en la cara con la escopeta y empujando contra el cañón, confiriéndole así un impulso terrible al golpe. El impacto lanzó a la criatura a un lado, momento que aprovechó Wax para girar sobre sí mismo mientras recargaba el arma, y luego dispararle al siguiente en la pata, arrancándosela de cuajo por la articulación y haciendo que se fuera de morros contra la piedra. Saltó por encima de la siguiente que se lanzó a por él, empujando contra una bala caída para ganar altura. Desde arriba, disparó a la espalda del engendro un cartucho que lo aturdió, y de inmediato multiplicó su peso y aterrizó sobre él con un crujido.

La cosa se revolvía y retorcía bajo sus pies cuando ya otra saltaba a por su garganta. Recargó la escopeta, le disparó a la cabeza y empujó contra el cartucho. Su peso, todavía multiplicado, aunque vaciando su mente de metal a marchas forzadas, les confirió a los proyectiles la potencia suficiente para que no se detuvieran en el cráneo como las anteriores. Fracturaron el hueso e hicieron papilla el cerebro.

Esquivó el cadáver, que cayó a su lado, y levantó la escopeta para disparar en la cabeza a la última bestia que venía a por él. Esto la lanzó en una voltereta hacia atrás que dejaba el estómago al descubierto.

Wax disparó tres veces más, vaciando la recortada. El vientre era blando, como esperaba, y la cosa cayó muerta.

Se quedó allí plantado, con la respiración alborotada, consumido por el ritmo de la pelea. A su lado, TenSoon rodaba por el suelo. Las heridas de los brazos y de los costados empezaban a cerrarse. Había matado otra cosa de aquellas partiéndola en dos. Miró a Wax con los ojos como platos, la cara ensangrentada tan inhumana como las de las criaturas con las que acababa de luchar.

El kandra contempló el desastre mientras se ponía en pie. La llama de la lámpara seguía ardiendo, impávida, iluminando los huesos desperdigados por el suelo y los bultos que habían sido horriblemente humanos, pero ahora no eran más que una masa palpitante. A Wax se le revolvió el estómago. En su mente los había clasificado como «cosas», pero ellos también habían sido personas. TenSoon tenía razón. En cierta forma, lo que Sangradora había hecho era peor incluso que los asesinatos.

—Tengo que preguntarle a Armonía —dijo TenSoon— si le he fallado al haber matado hoy.

Su voz era el mismo gruñido cavernoso de antes, cuando habitaba el cuerpo del perro lobero.

—¿Y qué más le da a él? —Wax todavía tenía el estómago revuelto—. A mí me usa para matar continuamente.

—Tú eres su Ruina —respondió—, yo soy su Conservación.

Wax guardó silencio, de pie entre los muertos y los agonizantes, y bajó la escopeta, intentando reprimir el sentimiento inmediato de indignación que lo asaltaba. ¿Acaso para Armonía no era más que eso? ¿Un asesino? ¿Un destructor?

—Pese a todo —TenSoon cruzó la habitación sorteando con cuidado aquel desastre y hablando como si no fuera consciente del insulto que acababa de proferir—, no creo que a Armonía le importe lo que he hecho. Estas pobres almas…

Se arrodilló y le dio un empujoncito a unos de los seres que había matado Wax.

Encontró una lámina de metal plateado, del largo aproximado de un dedo. ¿Tenía un cierto tono rojizo o lo parecía por la sangre? Usó la vista de acero y descubrió que, aunque veía el punzón, la línea era menos afilada de lo que correspondería. Hemalurgia.

—Un punzón —dijo TenSoon, dándole la vuelta—. Uno más y Armonía habría podido controlar a estas bestias. ¿Cómo es posible que se produzca un cambio semejante con un único punzón? Este nivel de hemalurgia escapa a mi comprensión, vigilante.

Wax negó con la cabeza mientras comprobaba en qué estado se encontraban las criaturas. No para saber si seguían siendo una amenaza, sino para asegurarse de que ninguna quedase allí sufriendo una larga agonía. Encontró una mujer que seguía con vida, paralizada por un disparo en la espalda. Lo miró con aquellos ojos que tenían la forma de los de una humana, pero eran extraños y oscuros. Por mucho que Sangradora les hubiera hecho a aquellas personas, al menos debería haberles dejado conservar los ojos.

Wax le puso la pistola en el ojo y disparó al cerebro. Luego cerró los suyos y dijo… ¿qué? ¿Una oración a Armonía? Armonía no les había ayudado.

He hecho algo para ayudar… Aquellas palabras del pasado le llegaron en un susurro. Un recuerdo de la última vez que le había hablado Armonía. Te he enviado a ti.

Wax no estaba seguro de que fuera suficiente en aquella ocasión.

—Dime que te encargarás de que los entierren —dijo.

—Así será. —En la distancia sonó un aullido mientras TenSoon pronunciaba esas palabras—. Vienen más. ¿Luchamos o huimos?

—¿Puedes sacarnos de aquí? —preguntó Wax, recargando la escopeta.

—Tal vez. El camino no será convencional, pero existe una posibilidad.

—Entonces, vámonos —dijo Wax—. Esto es otra distracción, TenSoon. Aquellas criaturas solo vinieron a por nosotros cuando salimos de la otra cámara.

TenSoon asintió, dejó caer su cuerpo al suelo y volvió a absorber los huesos del lobero. Apenas unos segundos después ya había recuperado su forma canina, salvo por el pelo. Este empezó a brotar de la piel mientras el kandra se dirigía a la puerta, surgiendo en oleadas que su cuerpo iba distribuyendo donde correspondía.

Wax cogió la lámpara y echaron a correr con TenSoon a la cabeza.

—¡Ahí va, chicos! —gritó Wayne, señalando hacia la oscuridad—. Ese cochino guripa está ahí delante, lo he visto. Vosotros id por ahí, yo iré por el otro lado y lo atraparemos en el medio, ¡veréis!

El grupito de hombres que lo acompañaba (armado con llaves inglesas y escobas) se escindió gritando consignas, en una masa ruidosa de esputo y venganza. Wayne los incitaba mientras salía trotando en dirección contraria. Al cabo frenó el paso, solo por fin, e hizo un gesto de alivio con la cabeza. No eran mala gente, teniendo en cuenta que entre todos apenas juntaban los sesos de un ladrillo.

Wayne hacía girar entre los dedos un bastón de duelo, mientras tomaba un callejón que lo acercaba a la mansión del gobernador. No fue directo a la fachada principal: se estaba reuniendo allí cada vez más gente enfadada y alguien podría reconocerlo de antes. Llevaba en la cabeza una gorra de repartidor de periódicos; su otro sombrero lo había dejado bien escondido en un arbusto del camino. Tampoco pasaba nada; aquel nuevo sombrero le gustaba bastante, pero se sentía desnudo en otro sentido: no le quedaba bendaleo. Estaba seco.

Mal asunto. Se había acabado lo de parar el tiempo, salvo que Wax llevase una botellita de sobra para él, cosa que solía hacer.

Se fue escabullendo hacia la mansión con la intención de alcanzar las puertas traseras y la esperanza de que los guardias lo dejasen entrar. Había desperdiciado el tiempo, demasiado, dando esquinazo a aquel gentío. La imagen de aquel pobre kandra derritiéndose ante todo el mundo lo perturbaba.

¡Herrumbre! No estaba seguro de qué lado del conflicto caía él, pero al menos no iba por ahí fundiendo a la gente para conseguir más público. Es más, de momento se inclinaba por decantarse del lado que no estaba intentando matarlo con ahínco.

Continuó deambulando y se metió una bola de chicle en la boca. Entonces le asaltó una duda. Las brumas se arremolinaban a su alrededor, la mansión se cernía sobre él como una meseta de los Áridos, blanca e iluminada. Una voz llegó hasta él.

El acento no cuadraba. Era un matiz pequeño, pero profundo.

Y de pronto supo a quién estaba suplantando Sangradora.

Los aullidos sonaban distantes, pero a Wax lo atormentaban más que durante la primera persecución, porque ahora sabía de qué procedían. Si sobrevivía a aquello se encargaría de que se hiciera algo con aquellas criaturas.

TenSoon los guiaba por los intestinos de la Tierra Natal hasta llegar a una pared llena de grietas. Wax levantó la lámpara para inspeccionarla. El perro lobero que lo acompañaba tenía calvas en el pelaje.

—¿Y bien? —preguntó, examinando aquel callejón sin salida.

—Llevamos un tiempo vigilando este lugar —respondió TenSoon—. Se agrietó hace mucho y parece que las grietas se han ensanchado con los años. Si se derrumba, se abrirá una nueva ruta a la Tierra Natal y queremos estar al corriente de todas ellas.

Wax pasó los dedos por las grietas de la pared de piedra. Pensó que dejaban pasar el aire y percibió en él una nota de algo… pútrido. Recordaba más a la ciudad que conocía. Familiar y repugnante al mismo tiempo.

Sondeó su mente de metal, incrementando su peso y luego cargó con el hombro contra la pared. Era arriesgado, porque su fuerza no se había incrementado salvo en la capacidad de elevar sus propias extremidades y manipular el peso multiplicado de sus músculos, lo cual le confería cierta habilidad, pero al fin y al cabo tenía que intentar forzar la maniobra de forma que cayese contra el muro tanto como lo empujaba.

Al final acabó encontrando el ángulo correcto y atravesó la roca agrietada, con gran alboroto. Consiguió abrirse paso hasta una quebrada angosta, semejante a un desfiladero muy estrecho de los Áridos. Las paredes rezumaban agua y eran nudosas, como tantas otras de aquel reino subterráneo.

—¿Y ahora qué? —preguntó Wax.

—Ahora a escalar, humano —replicó TenSoon.

Volvió a derretirse, dejando caer los huesos y el pelaje al suelo, transformándose en un montón de músculos. Allí, en aquellas estrecheces, resultaba una ventaja: así podía apoyarse en ambas paredes y deslizarse quebrada arriba, llenando los huecos y las grietas con su masa y utilizando los músculos para encaramarse. Alrededor de los huesos del perro lobero había formado una bolsa, una especie de estómago, que arrastraba tras de sí.

Era grotesco a la par que fascinante. Aquel era el estado natural del kandra, una masa viscosa de músculos que en ocasiones se comportaban como un ser humano.

«Por supuesto —pensó Wax, iniciando el ascenso—, ¿qué soy, sino una masa de carne y sangre que se mantiene en pie y camina?».

La escalada era complicada, sobre todo a causa de la lámpara, aunque le resultó de gran ayuda reducir su peso. No tardó mucho en oír a las criaturas a sus pies, aullando y arañando el suelo. Se le aceleró el pulso, pero no parecía dárseles demasiado bien trepar. Continuó subiendo centímetro a centímetro hasta que, con la urgencia de encontrar un asidero, se enredó con la lámpara y se le cayó al vacío.

Botó y resonó contra la piedra antes de hacerse añicos en el fondo. La luz se apagó.

En aquel momento, Wax fue consciente de que estaba sepultado en la tierra, aferrado a unas rocas en la oscuridad. Las paredes parecían venírsele encima, y abajo aullaban unos engendros monstruosos ávidos de su sangre. Ahogó un grito en su garganta, presa del pánico.

Entonces sus ojos se adaptaron y una suave luz azul le reveló el mundo. No estaba atrapado; había una salida hacia arriba. Veía gracias a la pátina de hongos azules que crecían en las paredes, iluminando todo con una luz tenue.

—Armonía se encargó de que abundasen en esta zona —desde arriba le llegó la voz de TenSoon—, quería asegurarse de que nadie volviera a quedarse atrapado aquí, en la oscuridad.

Wax se obligó a continuar subiendo. Había reconocido el lugar de leyenda donde se encontraban. Los agujeros de las paredes que estaba utilizando como asideros habían estado en tiempos cubiertos de cristales en cuyo interior había geodas que contenían una cuenta del metal perdido. El legendario atium.

Estaba escalando los auténticos Pozos de Hathsin.

—Paz, vigilante —dijo TenSoon desde arriba—. Sigue subiendo.

¿Había oído acelerarse la respiración de Wax? Este se tranquilizó antes de continuar. Aquel lugar ya no era una prisión. Ya no cortaba ni laceraba como había hendido los brazos del Superviviente. Lo cierto es que los numerosos agujeros facilitaban mucho la escalada. Los sonidos que llegaban desde abajo sonaban cada vez más apagados.

Por fin, salió arrastrándose de la sima a un tramo de túnel hecho por hombres: una de las cloacas de la ciudad. La grieta que dejaba a su espalda no era más que una estrecha hendidura en la roca que no desvelaba su origen ancestral. Wax se estremeció al respirar la peste del albañal, pero pese a todo se alegró de estar libre. No lejos, la masa que era TenSoon se convulsionaba para volver a adoptar la forma de un perro lobero.

—Entiendo los motivos de Paalm para mantenerme distraído e incapaz de evitar que los míos caigan en su trampa —dijo—, pero lo que ha ocurrido ahí abajo no era para mí, sino para ti, humano. ¿De qué pretendía apartarte?

Wax no respondió, pero no se le ocurría más que una razón. Una vez que se encargase de los kandra, su plan estaría listo para las fases finales. Tendría que exacerbar todavía más a la gente de la ciudad para provocar la histeria, liberarlos, según ella creía, azuzándolos a amotinarse guiados por la furia y el odio y destruir Elendel.

El gobernador pensaba dirigirse a los habitantes de la ciudad. Sangradora no había logrado matarlo todavía y Wax sospechaba el motivo.

Quería público presente cuando lo asesinase.