Capítulo 28

Nina observó horrorizada desde el Mercedes cómo el avión se perdía de vista por un costado del fiordo y explotaba.

—¡Joder!

—Es la gente de Qobras. ¡Tienen que ser ellos! —gritó Kari—. ¡Es su última ofensiva!

—¡Pues bravo por ellos! —Nina se volvió para mirar por el parabrisas trasero. El último paracaidista había tocado tierra—. ¡Espero que vuelen este lugar y a tu padre con él!

¡Plaf!

Nina se quedó estupefacta. ¡Kari le había dado una bofetada! La quemazón que sentía en la mejilla no era muy dolorosa, sino humillante, lo cual no hacía sino empeorarlo todo.

Kari dio una serie de órdenes mientras se aproximaban al puente.

—¡Avise al centro de seguridad y adviértalos que tenemos catorce intrusos que se dirigen al laboratorio biológico! Y usted —añadió, mientras se volvía hacia el conductor—, llévenos al avión, ¡ahora!

—¿Vamos a freír a Frost? —preguntó Starkman con incredulidad mientras corrían hacia el laboratorio—. Le tienes muchas ganas.

—Desde lo del Tíbet —admitió Chase. Hizo un análisis táctico de la situación. Si avanzaban por el terreno despejado, ni ellos ni los hombres de Frost tendrían dónde ponerse a cubierto. Sus oponentes hallarían algo de protección en los edificios, pero sería fácil atacarlos por los flancos.

Habían lanzado el Stinger desde el edificio de seguridad en el extremo noroeste de las instalaciones. Si los hombres de Frost tenían más armamento pesado era lógico que estuviera ahí.

—¡Jason! ¡Seis hombres, cubridnos! —Hizo un gesto brusco con la mano hacia el edificio de seguridad. Starkman asintió y se lo transmitió a los demás.

El grupo de seis hombres se apartó del principal. Chase se dirigió rápidamente a la entrada del laboratorio. Se trataba de un edificio que no tenía muchas salidas, aparte de las puertas principales y la entrada de seguridad. La única forma de entrar era por las salidas de incendios y la rampa que conducía al aparcamiento subterráneo, lo que significaba que el lugar más próximo por el que podían aparecer las fuerzas de Frost era…

Las puertas de cristal oscuro de la entrada principal se abrieron de repente y aparecieron varios guardas uniformados. Hombres armados con MP-7. Dispararon varias ráfagas de munición antiblindaje como la que había usado Chase en el Tíbet.

—¡Fuego! —gritó, se tiró al suelo y cogió su UMP. Starkman y los otros seis hombres hicieron lo propio. Una cascada de polvo se desprendió de la fachada del laboratorio cuando abrieron fuego con sus armas del calibre 45. Las puertas estallaron en pedazos, teñidas de sangre a medida que cayeron los guardas.

A la izquierda de Chase se oyeron más MP-7 cuando otro grupo de guardas salió del edificio de seguridad. Estaban mejor armados que sus difuntos colegas, y también tenían más lugares en los que ponerse a cubierto, tras las paredes a ambos lados de los escalones.

El segundo equipo de Starkman estaba a unos treinta metros de ellos, en un claro, y aún tenían que cruzar la carretera. Se habían dividido en dos grupos de tres, uno se había tirado al suelo para cubrir al otro mientras este se dirigía al edificio más cercano.

Las fuerzas de seguridad contraatacaron e intentaron alcanzar a los hombres que corrían antes de que pudieran ponerse a cubierto. Uno de los guardas asomó demasiado la cabeza por la pared y le estalló el cráneo al recibir los impactos de una ráfaga del 45. El hombre cayó, tras una cortina de sangre.

Pero los demás seguían disparando.

Uno de los hombres de Starkman cayó, con el pecho ensangrentado. Sus compañeros no se detuvieron hasta que alcanzaron el edificio y se pusieron a cubierto.

Los guardas dispararon entonces a los hombres que estaban tumbados en el suelo. Los terrones saltaban por el aire a causa de los impactos de bala. Chase vio una línea de polvo que avanzaba hacia un hombre, como una serpiente tras su presa, pero no tenía forma de advertirlo.

De pronto la tierra se tiñó de sangre.

Los guardas cambiaron de objetivo e intentaron abatir al otro hombre tumbado en el suelo…

Un par de granadas surcaron el aire, lanzadas con precisión por el equipo que se había puesto a cubierto en el edificio. Explotaron a la altura de la cabeza sobre las escaleras y arrasaron a los guardas con una lluvia letal de metralla. Todas las ventanas en un radio de diez metros estallaron tras la doble explosión.

—¡Puertas principales! —gritó Chase, que se precipitó hacia la entrada. Starkman y los demás lo siguieron, y se dispersaron para cubrirse unos a otros.

Chase alcanzó las puertas, se pegó a la pared a un lado y echó un vistazo al interior. La recepción en forma de herradura estaba desguarnecida ya que los guardas que trabajaban en ella yacían muertos a sus pies. No veía a nadie más, ni civiles, ni fuerzas de seguridad.

Starkman tomó posición al otro lado de las puertas. Chase entró en el vestíbulo, apoyado por otro de los hombres del estadounidense. Tras el mostrador estaba la entrada al pasillo central con el techo de cristal; a un lado había unas escaleras, que subían y bajaban.

Se abrió una puerta y Chase levantó el subfusil. Apareció una joven rubia, que se quedó helada de miedo al verlo.

—Hola —dijo Chase, que le hizo un gesto con la mano a Starkman para que no disparara—. ¿Habla inglés?

La mujer asintió, con los ojos abiertos de par en par.

—Muy bien. Salga del edificio. Va a haber tiros. Bueno, más bien habrá una explosión, pero bueno… —Vio una alarma anti-incendios en una pared cercana—. ¿Hay alguien más ahí dentro?

La mujer asintió de nuevo, demasiado asustada para hablar.

—¡Bueno, pues dígales que salgan… y que corran cuanto puedan! —Con la culata de su UMP rompió el cristal de la alarma, que empezó a sonar. Chase se estremeció por todo aquel escándalo que les impediría oír claramente a los guardas que se acercaran, pero cuanto antes desalojaran a los civiles del edificio, mejor.

Porque dentro de cinco minutos, no iba a haber edificio.

Cruzó la puerta, sin dejar de apuntar a la gente que salía, por si alguno iba armado, y abrió de una patada la siguiente. Era una sala de seguridad y estaba vacía.

Pero sabía que había más guardas en alguna otra parte del edificio…

Starkman y los demás hombres de su grupo entraron en el vestíbulo mientras los civiles salían.

—¡Poned las cargas ahí!

Chase gritó para hacerse oír por encima del estruendo de la alarma y señaló la puerta por la que habían salido los empleados de Frost.

—¡Aseguraos de que todos los civiles hayan salido!

—¡Esto va a complicarse! —se quejó Starkman. La gente del piso superior bajaba por las escaleras—. Si hay guardas mezclados con los trabajadores…

—¡Pues apunta! ¿Es que no os acordáis los yanquis de cómo se hace eso? —Chase le lanzó una sonrisa sarcástica a Starkman antes de ponerse a cubierto tras el mostrador para observar la escalera y el pasillo central mientras los empleados del laboratorio cruzaban el vestíbulo. Científicos, técnicos…

¡Y guardas! Abriéndose paso entre la multitud, aparecieron varios MP-7…

Chase esperó que los civiles tuvieran el sentido común de agachar la cabeza. Hizo tres disparos al aire, a propósito, antes de agacharse. La gente gritó. Los MP-7 atronaron en el vestíbulo y acribillaron el caro mostrador de mármol de la recepción, que recibió el impacto de varias ráfagas de balas antiblindaje.

Se oyeron más disparos, el martillo más grave de los UMP cuando Starkman y sus hombres contraatacaron. Más gritos y cesaron los tiros. Chase asomó la cabeza y sintió alivio al ver que solo habían caído los guardas.

—¡Tenías razón! —gritó Starkman—. ¡Eso de apuntar funciona!

Chase sonrió y le hizo un gesto a la gente que estaba en la escalera para que se dirigiera hacia la puerta.

—¡Que salga todo el mundo! Jason, diles a tus hombres que pongan unas cuantas cargas más en las columnas de apoyo del aparcamiento. ¡Podemos derruir el edificio entero!

—¿Y tú qué harás? —preguntó Starkman.

Chase señaló el pasillo central con la cabeza.

—Frost debe de tener el virus en la zona de contención; ¡tenemos que derribar la parte del edificio que da a la ladera para asegurarnos de que no pueda salir nunca!

—Me parece una buena idea. Yo te cubro. Aristides, Lime, conmigo; ¡los demás, poned las cargas en el aparcamiento y luego salid!

Chase echó un vistazo al pasillo. Se acercaban más personas que intentaban huir del edificio.

—¡Vamos!

Echó a correr por el pasillo, seguido de Starkman y los demás. Los hombres y las mujeres que corrían en dirección contraria reaccionaron con miedo, como cabía esperar, al ver a cuatro hombres armados y con corazas que avanzaban hacia ellos, e intentaron apartarse de su camino, pegándose a las paredes.

—¡Salgan del edificio! —gritó Chase—. ¡Vamos!

—¡Tenemos compañía! —gritó Starkman, que señaló hacia delante. Chase vio dos hombres uniformados, agachados tras el puesto de seguridad, al fondo del pasillo, apuntando.

Se lanzó a un lado en el instante en que una ráfaga de balas cruzó el pasillo, y echó al suelo a un trabajador que se había quedado paralizado por el miedo y la indecisión.

—¡Mierda! —exclamó Chase. Los civiles seguían corriendo por el pasillo y no lo dejaban apuntar, aunque a los guardas no les preocupaban demasiado las bajas que pudieran causar entre los trabajadores.

A pocos metros de él una mujer recibió un disparo en el hombro que le causó una herida muy aparatosa y le manchó la cara de sangre mientras caía.

No había elección.

Levantó el UMP y disparó contra el puesto de seguridad, intentando no alcanzar a ninguno de los civiles aterrorizados. Los guardas se agacharon de inmediato.

—¡Cubridme! —gritó Chase. Un hombre intentó pasar junto a él, pero lo agarró y señaló a la mujer herida—. ¡Sáquela de aquí! —Aterrado, el hombre asintió y arrastró a la mujer por el pasillo.

Chase disparó otra ráfaga para entretener a los guardas, luego echó a correr por el pasillo pegado a una pared para que Starkman tuviera suficiente ángulo de disparo. Se lanzó sobre un hombre que estaba agachado junto a una puerta. Las pesadas puertas de la primera cámara estanca ya no quedaban muy lejos.

Los disparos que oía tras él pasaron de tres armas a dos, y luego a una, mientras los demás recargaban. Los hombres de Frost aprovecharían la oportunidad para asomarse y contraatacar. En ese preciso instante, uno de los hombres se puso en pie tras el mostrador, con el MP-7 listo…

Sin embargo, se empotró contra la pared envuelto en una cortina de sangre cuando Chase vació el cargador en él.

El inglés se tiró y ya había sacado el cargador gastado antes de tocar el suelo.

El segundo guarda se puso en pie.

Como mínimo necesitaba tres segundos para recargar…

El guarda lo vio y lo apuntó con su MP-7…

La cabeza le cayó hacia atrás cuando Starkman lo alcanzó en la frente con un único disparo de su UMP.

Chase se volvió y vio que los demás corrían hacia él. Recargó el subfusil y se puso en pie.

—Buen disparo.

—Sí, muy bueno —dijo otra voz.

Chase se dio la vuelta.

¡Frost!

Disparó a la figura que había al otro lado de las puertas al mismo tiempo que Starkman, ambos con sus UMP en modo automático, y descargaron una salvaje ráfaga contra el cristal.

Tink. Tink.

Las balas aplastadas cayeron al suelo, junto a la puerta. El blindaje de aluminio transparente no tenía ni un rasguño.

—¡Hijo de puta! —murmuró Starkman.

Frost dio un paso al frente. Su voz sonó por un altavoz que había sobre el lector de huellas dactilares.

—Señor Chase. Debo admitir que me sorprende verlo.

—Me debe ciertos atrasos —dijo Chase, que buscaba una forma de abrir la puerta. Quizá había alguna forma de abrirla desde el puesto de seguridad…

—No se moleste —dijo Frost—. Esta sección del laboratorio está sellada. No puede entrar de ninguna manera.

—Tal vez no podamos entrar, pero voy a asegurarme de que usted tampoco salga —replicó Starkman. Abrió uno de los paquetes que llevaba sujeto al cinturón y sacó el contenido—. CL-20. Un kilo. Vamos a sepultarlo bajo los escombros de este complejo, tal como intentó hacer con nosotros en el Tíbet.

Frost lanzó una sonrisa burlona.

—Les deseo suerte. —Les dio la espalda y se alejó.

—¡Frost! —gritó Chase—. ¿Dónde está Nina?

El noruego se detuvo y lo miró.

—La doctora Wilde se encuentra con mi hija. Kari me ha convencido de que la mantuviera con vida ya que espera convencerla y hacerla entrar en razón para que se una a nosotros antes de que liberemos el virus.

—¿Y cuándo ocurrirá eso?

—Depende de lo que tarde el avión en alcanzar los treinta mil pies. —Chase y Starkman se miraron, horrorizados—. Sí, la operación ya está en marcha. Llega tarde, señor Starkman. Qobras no logró detenerme y usted tampoco. Quizá deba reflexionar al respecto… antes de morir. Algo que sucederá indefectiblemente en las próximas veinticuatro horas. —Volvió a lanzarles una sonrisita petulante—. Adiós, caballeros. —Se volvió y desapareció tras unas puertas, que se cerraron con fuerza.

Starkman descargó otra ráfaga contra la puerta, que quedó intacta.

—¡Hijo de puta!

—Si hay algo que no soporto —dijo Chase— es a un cabrón listillo.

—¿Crees que mentía? Me refiero a lo del virus.

—Si el avión aún no ha despegado, aún tenemos una oportunidad. Si ya está volando, estamos jodidos, al igual que el resto del mundo. Sea como sea… —sacó su carga de CL-20— debemos cumplir con nuestro objetivo, y no dejar piedra sobre piedra de este puto lugar.

El Mercedes se detuvo bajo la inmensa ala del Airbus A380. El gigantesco avión de carga las esperaba en la pista de estacionamiento, frente al hangar, con los motores en marcha. Kari le dio un empujón a Nina para que subiera la escalerilla; los dos guardas las siguieron.

El A380 tenía tres pisos; en un modelo convencional, el piso central por el que entraron habría sido el inferior de los dos niveles destinados a los pasajeros, pero las tres cubiertas de la versión de carga se habían destinado para alojar contenedores. Entraron en la sala de la tripulación. Al fondo había una puerta que daba a la bodega. Nina echó un vistazo por ella. La cubierta, que no tenía ventanas, estaba llena en un tercio.

Sabía que en algún lugar entre los contenedores tenía que estar el virus, a la espera de que lo liberaran…

Kari la hizo subir por una escalera que conducía al piso superior. Nina esperaba encontrar otro inmenso espacio de carga, pero se sorprendió al entrar en una lujosa cabina.

—Mi padre instaló una oficina privada —le explicó Kari. Le quitó las esposas—. Siéntate, por favor.

Nina obedeció a regañadientes y miró alrededor. Había ventanillas a ambos lados de la cabina, y una puerta en la parte trasera que, a buen seguro, conducía a la bodega superior. Asimismo, también había un escritorio en forma de L con una pantalla de ordenador y dos teléfonos.

Kari se sentó frente a ella en un sofá de cuero. Los dos guardas se habían quedado en la sala del piso inferior. Nina se preguntó si podría abalanzarse sobre Kari y maniatarla para huir del avión antes de que despegara… pero desechó la idea de inmediato. No tenía la más mínima posibilidad de vencerla en una pelea.

—No sé qué crees que vas a lograr —dijo Nina—. Te equivocas si crees que voy a unirme alegremente a vuestros planes…

—No espero que cambies de opinión en un abrir y cerrar de ojos. Sé que es algo difícil de aceptar. Pero tienes que hacerlo porque va a suceder.

—¡Vives en un engaño! ¡No, estás loca! ¿De verdad crees que quiero tener algo que ver con vosotros?

Kari se ofendió.

—¡Por favor, no seas así, Nina! ¿No lo entiendes? Eres una de los nuestros. ¡Eres una verdadera atlante, lo mejor de la humanidad! ¡Mereces ser una de los gobernantes del mundo! —Se levantó y se dirigió hacia ella. Por un instante Nina creyó que iba a darle otro bofetón, pero se arrodilló ante ella—. ¡No quiero matarte, no quiero! Tan solo di que has cambiado de opinión, ¡ni tan siquiera tienes que decir la verdad! Cuando todo haya cambiado, sé que entonces nos entenderás, que verás que teníamos razón. Pero tienes que decirlo si quieres permanecer con vida.

—¿Me matarías a pesar de que soy una de las mejores, entre las mejores? —preguntó Nina con desdén.

—No puedo desobedecer a mi padre. No lo haré. —Intentó cogerle las manos, pero Nina las apartó—. Solo una palabra, es lo único que pido. ¡Miénteme! ¡Por favor, no me importa!

—Ni hablar —dijo Nina.

El zumbido de los motores aumentó. Las luces parpadearon, el A380 salió de su letargo y se puso en movimiento.

—Lanzaremos la primera descarga del virus unos quince minutos después del despegue —dijo Kari, que regresó al sofá—. Tienes tiempo hasta entonces para cambiar de opinión. Por favor, Nina. No me obligues a matarte.

Nina apartó la vista y miró por la ventanilla el paisaje del fiordo. Se sentía perdida.

Chase oyó ráfagas de fuego intermitentes en el exterior mientras él, Starkman y los demás hombres corrían hacia la salida. Llevaba el subfusil en las manos, pero no tendría tiempo de apuntar a nadie cuando salieran. Lo más importante era alejarse lo máximo posible del laboratorio biológico.

Salieron corriendo al exterior. Chase vio al último de los civiles que se alejaba del edificio, y un par de jeeps Grand Cherokee blancos aparcados a unos sesenta metros para bloquear la carretera. Tras los vehículos había varios guardas uniformados, y un poco más allá dos cuerpos tumbados en el suelo. Estaban disparando a los demás miembros del equipo de Starkman.

Al otro lado del fiordo vio un avión que avanzaba lentamente por la pista de despegue, un reluciente A380 de carga.

El virus estaba a bordo del aparato; quizá aún tenía alguna oportunidad de poner fin al plan de Frost.

Nina también se encontraba en el avión.

Sin embargo, no tuvo tiempo para pensar. Los guardas apostados tras los coches los habían visto y abrieron fuego contra ellos. Chase disparó con una mano, a pesar de que sabía que las posibilidades de alcanzarlos mientras corría eran casi nulas, pero solo quería distraerlos para alejarse del edificio.

Lime cayó al suelo cuando una bala le alcanzó en la cadera. Siempre le habían enseñado que tenía que volver y ponerlo a salvo, pero en ese caso, no había ningún lugar seguro.

El CL-20 iba a estallar de un momento a otro…

Nina observaba el laboratorio a lo lejos, ensimismada en sus pensamientos. De repente, dio un salto en el asiento cuando el complejo se desintegró, arrasado por varias explosiones que hicieron volar toneladas de escombros por el aire. Entonces se levantó una nube de polvo similar a la onda expansiva de una bomba nuclear.

—¡Joder!

Kari se puso en pie de un salto y se acercó a las ventanillas.

—¡Oh, Dios mío!

—No está mal para ser una última ofensiva —exclamó Nina en tono triunfal. ¡Los hombres de Qobras lo habían logrado!

Entonces fue consciente de la situación. Aquel ataque no cambiaba nada.

El virus ya estaba fuera del laboratorio, a bordo del avión. Y dentro de quince minutos lo arrojarían. ¡La Hermandad había destruido el objetivo equivocado!

Chase se puso en pie como buenamente pudo. Le zumbaban los oídos. Levantó una mano para protegerse los ojos de los trozos de escombros, del tamaño de una piedra de granizo, que seguían cayendo del cielo, y miró alrededor.

Nadie le disparaba. Ambos jeeps habían recibido el impacto lateral de la explosión, por lo que habían volcado y aplastado a los hombres que había detrás.

El laboratorio biológico había quedado arrasado casi por completo. Las pocas secciones que habían resistido la deflagración apenas eran reconocibles ya que la mayoría de las paredes se habían derrumbado y parecían dientes mellados. Las vigas de acero dobladas y retorcidas sobresalían entre los escombros.

Chase escudriñó entre la nube de polvo de hormigón para intentar ver el alcance de los daños en la zona de contención. La entrada era inaccesible por culpa de los cascotes.

Sin embargo, no tardarían mucho en limpiarlo y, para su consternación, la parte de la oficina de Frost que quedaba a la vista, situada más arriba, parecía más o menos intacta. A pesar de que la fachada tenía varias grietas, todavía estaba de una pieza y las ventanas habían resistido la explosión. Al parecer estaban hechas del mismo blindaje que las puertas de la cámara estanca.

Eso significaba que Frost y el virus también habían sobrevivido.

El virus…

—¡Mierda! —Miró al otro lado del fiordo. El A380 se dirigía hacia el extremo este de la pista. Cuando llegase al final, daría la vuelta, aceleraría al máximo y despegaría para lanzar su carga mortífera.

Starkman gruñó. Aristides se encontraba varios metros tras él, con los ojos abiertos, muerto. Chase se acercó al estadounidense y lo levantó.

—¡Vamos! El virus está en el avión. ¡Aún podemos detenerlo!

Starkman se limpió la cara.

—Se está preparando para despegar, Eddie. —Señaló el puente que cruzaba el fiordo—. Jamás llegaremos a tiempo.

Chase apuntó a la casa con el pulgar.

—Sé dónde podemos encontrar un coche muy rápido…

El monitor del escritorio cobró vida e iluminó el rostro preocupado de Kari.

—Señorita Frost —dijo una voz de mujer—, tengo a su padre en videoconferencia.

—¡Oh, gracias a Dios! —exclamó Kari—. ¡Creía que habías muerto!

La voz de Frost resonó en los altavoces de la cabina.

—Estoy bien. La zona de contención está casi intacta.

—¿Ha sido la gente de Qobras? He visto a unos paracaidistas.

—Han sido Starkman… y Edward Chase.

Kari lo miró, sorprendida.

—¿Cómo? Pero dijiste que Qobras lo había…

—¡Eddie! —Nina se puso en pie de un salto y se precipitó al escritorio—. ¿Eso significa que está vivo? ¿Qué ha sucedido? ¿Está bien?

—Tal vez quieras recordarle a la doctora Wilde que no dice mucho en favor de ella que muestre tanta alegría —dijo Frost, con mordacidad—. Chase se ha aliado con Starkman para atacarnos.

Kari frunció el ceño.

—¡Me mintió! Si sabía que no estaba muerto… —empezó a decir Nina.

—Eso ya no importa —la interrumpió Frost—. Lo único importante de verdad es que han fracasado. Aún tenemos los cultivos del virus en la zona de contención y Schenk está coordinando nuestros equipos de seguridad para evitar que crucen el puente y ataquen vuestro avión. Creía que Chase y Starkman estaban muertos, pero no tardarán en estarlo.

—Bonitos coches —dijo Starkman, impresionado. Chase y él estaban en el garaje ante la colección de coches y motos de Kari—. ¿Cuál es el más rápido? ¿El Lamborghini? ¿El McLaren?

Chase abrió el armario que contenía las llaves de los vehículos.

—No, necesitamos un descapotable: el Ferrari. —Señaló el F430 Spider, de un color escarlata brillante, cuando vio que la moto de Kari no ocupaba la plaza de al lado, y cogió la llave. No le costó demasiado encontrarla; el logotipo del cavallino rampante., negro y amarillo, había sido todo un sueño desde su época de colegial.

—¿Un descapotable? ¿Por qué?

—Porque voy a disparar desde el coche. ¡Encontraremos a más guardas en el trayecto que no nos darán muchas facilidades para llegar al puente! —Le lanzó las llaves a Starkman—. ¡Vamos! ¡Conduces tú!

—¿Qué demonios tramas? —preguntó el tejano, mientras Chase se metía en el asiento del copiloto de un salto.

—¡No lo sé, voy improvisando!

—¡Siempre has sido un listillo! —Starkman se sentó al volante y puso las llaves en el contacto. El motor del Ferrari cobró vida de inmediato con un gruñido feroz—. ¿Crees que podrás abatir el avión con solo un UMP?

—No quiero abatirlo; ¡Nina va a bordo! ¡Venga, vamos!

El Ferrari derrapó en cuanto Starkman puso el pie en el acelerador y se pasó de revoluciones.

—¡Vaya! ¡Qué sensible! —Levantó un poco el pie y se dirigió a la puerta principal, que empezó a abrirse en cuanto se aproximaron—. ¿Vas a intentar salvarla? ¿Qué piensas hacer, saltar al avión mientras despega?

—¡Si es necesario, sí! —Chase miró el equipo que llevaba Starkman a la espalda—. Dame tu pistola lanzagarfios.

—¡Estás como una puta regadera! —exclamó Starkman, pero se la dio.

La puerta se abrió lo suficiente para que el Ferrari pasara justo por debajo. Starkman pisó el acelerador y el motor gruñó. El coche salió disparado como una bala.

—¡Joder!

—¡Siempre he querido tener una máquina de estas! —Chase comprobó el cargador del subfusil y miró hacia delante. El camino descendía en zigzag por la colina y desembocaba en la carretera que conducía al puente, donde había un par más de Grand Cherokees para cerrarles el paso. Tras ellos, en mitad del puente, vieron un BMW X5.

Starkman señaló delante; varios hombres de las fuerzas de Frost se habían agazapado tras los jeeps.

—¡No soporto tener que decirte esto, pero los Ferraris no son a prueba de balas!

—¡Los jeeps tampoco! ¿Listo? —El F430 tomó la última curva.

—¡Más que nunca! —Starkman cogió el UMP con la mano izquierda, mientras agarraba el volante con la derecha. El Ferrari iba directo hacia los jeeps…

—¡Fuego!

Chase disparó al todoterreno de la derecha, a la altura de la ventanilla, mientras el Ferrari aceleraba. Starkman estiró el brazo por el costado del coche y abrió fuego contra el otro coche. Los casquillos de bala rebotaron en el parabrisas.

Los jeeps se estremecieron debido a la salvaje arremetida, las ventanillas explotaron y ambas carrocerías quedaron como un colador. Chase vio caer a un hombre. No esperaba eliminar a todos los guardas, tan solo quería distraerlos hasta que los hubieran rebasado.

—¡Súbete a la acera! —gritó.

—¿Qué?

—¡A la acera, la acera! —Los todoterrenos habían bloqueado la carretera de dos carriles, pero había una acera a la derecha.

—¡No pasaremos!

—¡Claro que sí! —No tenían elección, en un choque entre un deportivo italiano ligero y un todoterreno estadounidense de dos toneladas, estaba claro quién llevaba las de perder.

Starkman dio un volantazo a la derecha. Ninguno de los dos dejó de disparar a los jeeps. Chase vació el cargador. Una ráfaga de balas impactó en el costado del F430 cuando los hombres de seguridad decidieron contraatacar.

—¡Mierda! —gritó Starkman—. ¡No cabemos!

—¡Tú pisa a fondo! —gritó Chase, que se agarró cuando el F430 se subió al bordillo. El alerón frontal se astilló a causa del impacto y los neumáticos de perfil bajo chocaron contra el despiadado hormigón con un estrépito que les machacó la espalda como si les hubieran dado un mazazo.

El costado de Chase chirrió al chocar contra el guardarraíles del puente, mientras el guardabarros del lado de Starkman tocó la parte trasera del jeep y se abollaba como si fuera hojalata. Ambos retrovisores fueron arrancados de cuajo y rociaron a los dos ocupantes con trocitos de espejo.

—¡Agáchate! —gritó Chase cuando Starkman devolvió el Ferrari a la carretera. El coche recibió varios balazos, uno de los cuales impactó en la barra antivuelco, a pocos centímetros de la cabeza del inglés.

Starkman aceleró de nuevo. Chase se quedó pegado al asiento mientras el Ferrari se alejaba a toda velocidad de los jeeps y soltó un grito involuntario de emoción.

—¡Joder!

—¡Has elegido un buen coche! —exclamó Starkman a gritos, para que su compañero lo oyera a pesar del viento—. Bueno, y ahora…

El parabrisas estalló.

Starkman se contrajo con un espasmo y empezó a sangrar profusamente por una herida del pecho, un agujero que le atravesaba la coraza. El motor bajó de revoluciones súbitamente cuando quitó el pie del acelerador. El Ferrari avanzaba cada vez más lentamente.

—¡Joder! —gritó Chase. Agarró el volante e intentó evitar que el F430 se estrellara contra el BMW que estaba aparcado enfrente.

Junto al coche, empuñando una reluciente pistola, se encontraba alguien a quien Chase reconoció al instante.

Schenk.

También reconoció la pistola. El jefe de seguridad de Frost había disparado a Starkman con una Wildey.

Con su Wildey.

Chase cogió su UMP, pero recordó demasiado tarde que tenía que cambiar el cargador. Schenk lo apuntó con el largo cañón plateado…

Soltó el volante y se lanzó por la puerta. Oyó la detonación característica de la Wildey en el instante en que una bala Magnum abría un boquete del tamaño de un puño en el respaldo de su asiento. Chase chocó contra el suelo y rodó.

Otra detonación y un trozo de asfalto voló por el aire a pocos centímetros de sus piernas. Rodó de nuevo y notó que se clavaba la pistola lanzagarfios en la espalda. Oyó un crujido metálico cuando el Ferrari chocó contra el todoterreno y se detuvo. El motor se ahogó. Schenk dio un salto y se puso a cubierto tras su coche.

Chase se puso en pie de un salto y echó a correr en dirección al BMW. Schenk lo vio y disparó de nuevo, pero el inglés se lanzó tras el X5, mientras buscaba un nuevo cargador.

¡Mierda!

Con solo tocarlo supo que algo marchaba mal. El extremo superior del cargador estaba torcido, deformado. Lo había aplastado con su propio peso cuando rodó por la carretera. Era imposible que entrara en el cajón de los mecanismos del UMP.

Chase tiró el cargador, cogió el subfusil con las manos e hizo un barrido a la altura de los tobillos, en el instante en que Schenk pasaba corriendo junto al X5, con la Wildey a punto en las manos…

El disparo del alemán salió desviado ya que Chase lo hizo trastabillar con el cañón del UMP. Schenk gruñó cuando perdió el equilibrio, se tambaleó y agitó los brazos.

Chase aprovechó para hacerle un placaje, lo empujó contra el guardarraíl e intentó tirarlo.

Sin embargo Schenk, un armario macizo de músculos, era demasiado grande como para derribarlo mediante el uso de la fuerza bruta, incluso para Chase. El alemán se dio cuenta del peligro que corría y se arrodilló para que su centro de gravedad estuviera por debajo del guardarraíl. Con un rápido movimiento le asestó un culatazo en el cuello a Chase, que cayó al sentir el aguijonazo de dolor. Schenk aprovechó para darle una patada en la cabeza y el inglés cayó de costado. La cabeza le daba vueltas e intentó alzar la vista.

La Wildey lo apuntaba a la cara. Tras ella, vio a Schenk. El gigante sonrió…

¡Bang!

Chase parpadeó.

Sin embargo no fue un disparo de la Wildey.

La última bala del cargador del UMP de Starkman impactó en el hombro derecho de Schenk, que empezó a sangrar. Tiró la Wildey y retrocedió, hacia el guardarraíl.

Chase recuperó su pistola.

—Creo que es mía.

Disparó. La bala atravesó el ojo izquierdo de Schenk, hizo que el globo ocular estallara con un chorro asqueroso de sangre, le destrozó el cerebro y le reventó la tapa de los sesos. El alemán sacudió la cabeza hacia atrás a causa del impacto, cayó por el guardarraíl y se precipitó a las gélidas aguas que fluían bajo el puente.

Chase se llevó las manos a la cabeza, que le dolía mucho, y se dirigió al Ferrari a trompicones. Starkman estaba tirado sobre la puerta, y le corría un hilo de sangre de la boca. Por un instante Chase creyó que estaba muerto, pero entonces parpadeó el ojo y lo miró.

—Seguro que te alegras de no haberme matado, ¿eh? —dijo el tejano, con un hilo de voz. Se irguió y se dejó caer en el asiento—. Vamos, tienes que coger un avión…

Chase abrió la puerta para ponerlo en el asiento del copiloto, pero Starkman negó con la cabeza.

—Déjame… Estoy jodido y dentro de poco tendré compañía. —Miró hacia el laboratorio. Uno de los jeeps que había intentado cortarles el paso se dirigía hacia ellos, y varios vehículos más subían por la carretera que procedía de los edificios de la fundación—. Los detendré.

—¿Cómo?

Starkman logró esbozar una media sonrisa y levantó un bloque de CL-20, con el temporizador en marcha.

—Tú solo preocúpate de estar lejos del puente dentro de veinte segundos. —Resolló y, con las últimas fuerzas que le quedaban, bajó del Ferrari y se tumbó en la carretera a los pies de Chase—. Lucharemos hasta el final, Eddie…

—Lucharemos hasta el final —repitió el inglés mientras subía al Ferrari y encendía el motor. Dio marcha atrás y se alejó del BMW, luego puso primera y pisó el acelerador a fondo.

Ir en el asiento del copiloto no tenía ni punto de comparación con la experiencia de controlar 483 caballos. La aceleración era tan brutal que le pareció que iba a los mandos de un caza a punto de despegar. Cuando se acordó de cambiar de marcha ya había alcanzado los cien kilómetros por hora y el motor aullaba como un alma en pena tras él.

Metió tercera, ciento treinta; la palanca de cambios se deslizaba suavemente por la refulgente H de cromo…

Por el retrovisor vio que el jeep casi había llegado a Starkman y que varios vehículos más se aproximaban al puente.

Chase estaba a punto de llegar al final, pero le quedaba muy poco tiempo antes de que detonara el explosivo. Solo unos instantes.

Ciento sesenta kilómetros por hora y acelerando, pero le faltaban unos segundos para llegar a tierra firme…

La imagen del retrovisor desapareció con un fogonazo. Al cabo de un instante se oyó un gran estruendo, como un rayo, seguido de inmediato por un retumbo más bajo y siniestro.

De pronto, la calzada del puente se convirtió en una ladera…

¡Se derrumbaba!

La bomba de Starkman había estallado en el centro del arco y las dos mitades de la estructura se precipitaron al río. ¡Lo único que podía hacer Chase era pisar el acelerador a fondo y esperar que el Ferrari alcanzara el final del puente antes de que se hundiera por completo!

El pavimento se había deformado de tal modo que ahora conducía cuesta arriba. La velocidad del coche decrecía de forma alarmante y se estaban empezando a abrir unas grietas inmensas en el asfalto.

—Oh, mierda…

Todo se inclinó y la carretera se desintegró bajo él…

El Ferrari saltó por el aire en el instante en que el puente se hundía en el fiordo, y aterrizó en tierra firme. Los tubos de escape fueron arrancados de cuajo cuando los bajos chocaron contra la carretera, y el motor aulló de un modo estridente.

Chase tuvo que esforzarse para no perder el control del coche, que patinó bruscamente. Pisó el freno. El sistema antibloqueo hizo que el Ferrari se estremeciera, pero siguió derrapando de lado. Los neumáticos chirriaban, a punto de estallar.

El inglés dio un volantazo y el coche se precipitó hacia un muro.

Soltó el pie del freno y pisó el acelerador…

Con un chirrido, el Ferrari se detuvo envuelto en una nube de humo acre, a tan solo treinta centímetros del muro de contención del aeródromo. Chase tosió mientras la neblina se disipaba. A través del limpiaparabrisas roto vio otra nube, una línea fantasmal de polvo que señalaba el lugar donde había estado el puente. Las fuerzas de seguridad que lo perseguían habían desaparecido, engullidas por el río, junto con su jefe.

Starkman.

Chase permaneció inmóvil para darle las gracias en silencio a su ex camarada.

Luego miró hacia la pista. A lo lejos, vio la descomunal silueta del A380, en contraste con el telón de fondo oscuro que formaban las colinas de alrededor. Estaba a punto de girar.

Y despegar.

Metió la primera marcha del maltrecho Ferrari y salió disparado con un chirrido de neumáticos.