Capítulo 22
La cabeza de la estatua de Poseidón, que había resistido el hundimiento de la Atlántida y había velado por el templo durante once mil años, estalló en pedazos. El techo de marfil se desintegró, y los fragmentos afilados cayeron en la sala inundada.
Pero el bloque de piedra situado sobre las cargas recibió toda la fuerza de la explosión.
Bajo la inmensa presión del agua, el bloque apenas se alzó más de treinta centímetros.
Pero bastó.
Tras una paciente espera de cientos de siglos, el Atlántico por fin halló una forma de invadir el más antiguo tesoro. La gélida agua se coló por el agujero, y embistió con una fuerza colosal las antiguas rocas del interior. Cuando por fin cedió la cubierta, se abrió un boquete de seis metros. Miles de toneladas de agua arrasaron lo que quedaba de la estatua de Poseidón y la convirtieron en un montón de escombros dorados.
El impacto provocó una ola brutal en el agua que ya inundaba parte del templo. Las estatuas salieron despedidas como juguetes.
Chase se sentía como si lo hubiera atropellado un camión. Había perdido la linterna, que había desaparecido engullida por el remolino. Se golpeó violentamente contra una pared. No podía moverse, estaba clavado como una mariposa a una tabla por la espantosa fuerza del agua.
Entonces el ruido se desvaneció. Al igual que la presión que lo empujaba contra la pared, la fuerza del agua fue disminuyendo. Sintió una punzada de dolor en la muñeca izquierda. Recordaba vagamente haberse golpeado el brazo contra la pared, pero hasta ahora no empezaba a procesar las sensaciones.
Las luces del traje aún funcionaban, pero no iban a servirle de nada durante un buen rato. La brutal fuerza de la inundación había levantado los sedimentos que se habían acumulado en el suelo del templo durante siglos, y habían convertido el agua en una sustancia opaca e impenetrable.
Sin embargo, ahora que el templo estaba inundado por completo, había parado de entrar agua. Lo que significaba que podría salir por el agujero del techo…
¡Kari!
Era imposible que se hubiera preparado para la inimaginable arremetida del océano. Debía de haberse hecho tanto daño como él.
Intentó llamarla por radio.
—¡Kari! Kari, ¿me oye? ¿Está ahí? ¡Kari!
No hubo respuesta.
Quizá estaba fuera del alcance de la radio, o herida, incluso muerta.
Descendió al suelo y nadó hacia delante, a pesar de lo mucho que le dolía el brazo izquierdo. Habría ido más rápido si hubiera usado los propulsores, pero no quería arriesgarse a chocar con algo debido a la nula visibilidad.
Sentía bajo los pies el manto de restos de las estatuas rotas y las piedras. Era como el escenario posterior a un bombardeo.
De repente vio un atisbo de luz más adelante. Las distancias resultaban engañosas en un agua tan turbia; le pareció que estaba a unos doce o quince metros, pero en las condiciones en las que estaba todo, probablemente se encontraba a medio metro.
—¡Kari! —dijo cuando las luces empezaron a tomar forma. Eran los focos de su traje; o el foco, más bien, ya que uno no funcionaba.
Por lo que veía, Kari también podía estar muerta, ya que yacía inmóvil en el suelo.
La levantó. Los cascos de ambos chocaron cuando intentó verle la cara en la oscuridad. Tenía los ojos cerrados y no sabía si respiraba. El traje era un sistema cerrado, por lo que no podía expeler burbujas que le permitieran saber si seguía con vida.
—¡Kari!
Parpadeó.
—¡Oh, gracias a Dios! —dijo Chase—. Vamos, Kari, despiértese. Tenemos que salir de aquí.
Kari abrió los ojos y lo miró, aturdida.
—¿Eddie? ¿Qué ha pasado?
—¿Quiere la versión reducida? ¡Bang! ¡Splash! Agujero. ¿Está bien?
Hizo una mueca de dolor.
—Me duele la pierna…
—El templo podría derrumbarse. Tenemos que salir de aquí. Si ascendemos en vertical podemos seguir el techo hasta llegar al agujero.
—¿Ha funcionado?
—Oh, sí. Ha funcionado. —La cogió de la mano—. Use los propulsores y diríjase hacia arriba. —Agarró el mando de control de sus propulsores—. A la de tres. ¿Lista? —Kari asintió y él hizo la cuenta atrás…
Ella salió disparada hacia arriba. Chase no se movió.
—¡Eh, eh, alto! —gritó y dio un salto para agarrarla. Kari apagó los propulsores.
—¿Qué pasa?
Chase giró la rueda adelante y hacia atrás con el pulgar. No ocurrió nada.
—Houston, tenemos un problema. Mis propulsores no funcionan.
—¿Se le ha dañado el traje?
—Bueno, sí, más o menos. He empezado a darme cuenta cuando he dicho que no funcionaba.
Kari le dio un puñetazo en el pecho.
—¡Lo digo en serio! Estos trajes son muy resistentes. Si ha recibido un golpe tan fuerte que uno de los sistemas se ha estropeado, quizá no sea el único. ¿Funciona el suministro de aire?
—Me parece que sí, pero… —Se calló—. Un instante. O me he meado… o hay una fuga. —Se movió, incómodo. Sintió algo frío y húmedo en los muslos, en el interior del traje—. ¡Mierda! Está entrando agua.
Como si lo hubiera hecho adrede, una pequeña burbuja de aire apareció entre ambos y rozó el cristal del casco de Chase antes de seguir ascendiendo.
—Agárrese a mí y, pase lo que pase, no me suelte —le ordeno Kari.
Chase se agarró al cinturón de Kari, una de las pocas opciones que tenía, ya que el agua le había arrancado gran parte del equipo. Ella puso los propulsores en marcha, que gruñeron al tener que cargar con más peso de lo habitual.
—Frene —le advirtió Chase cuando se acercaban al techo—. No querrá que choquemos, ¿verdad?
—Y usted no querrá ahogarse, ¿verdad? —Pero aminoró la marcha y levantó la mano libre por encima de la cabeza hasta que tocó algo sólido—. Ya estamos. Aún queda una bolsa de aire, lo noto. —Siguió avanzando hasta que chocó con el casco en el techo de marfil. Quedaba el espacio justo para asomar los ojos sobre el agua.
Para su sorpresa, aún había luz. Las barras de luz no se habían apagado y flotaban en la superficie.
—¿Qué ve? —preguntó Chase.
—El techo está combado, por eso todavía hay aire. —Se volvió en el agua—. Veo una de las paredes del fondo.
—Es la pared sur, donde estábamos. Tenemos que ir en el otro sentido.
—Vale. —Descendió unos cuantos metros, junto con Chase, y luego se inclinó hacia delante para seguir avanzando a lo largo del techo con la ayuda de los propulsores. El suave brillo naranja de las barras de luz le permitió orientarse en aquella sección del Icilio combado.
—Cuidado, las piedras podrían estar sueltas —le advirtió Chase.
—Sí, es lo que pasa cuando se usan explosivos tan potentes. —Palpó el techo con más cuidado cuando se dio cuenta de que la explosión había hecho añicos el marfil. En su lugar había una especie de estalactitas muy afiladas.
De repente, cuando no lo esperaba, sintió una débil corriente más adelante. Las partículas en suspensión empezaron a disminuir y el agua se volvió más clara.
—¡Eddie! ¡Creo que lo he encontrado!
—¡Genial! Vaya con cuid…
Se oyó un crujido, como el ruido que hace un hueso al fracturarse; uno de los enormes bloques de piedra sucumbió a la gravedad, cayó y se llevó varios trozos de marfil por delante. Chocó contra la parte posterior del traje de Kari y la tiró a un lado.
Chase la agarró del brazo y la ayudó a recuperar la verticalidad.
—¡Mierda! ¿Está bien? —Le echó un vistazo a su traje. La parte superior del armazón, donde se encontraban los tanques de aire y el sistema de reciclaje del aire, se había aplanado, resquebrajado como una cáscara de huevo.
—Su traje se ha jodido, ¿aún puede respirar?
Kari tomó aire con cara de preocupación.
—Algo va mal. Aún hay aire pero me cuesta respirar. ¡Creo que el regulador se ha dañado!
Chase la cogió de la mano para calmarla.
—Kari, mantenga la calma. Ya casi hemos salido del templo. En cuanto estemos fuera, podemos encontrar a Hugo y regresar a la superficie. Quince minutos, es lo que tardaremos. No malgaste el aire y respire lentamente. ¿De acuerdo?
—De acuerdo. —Asintió. La expresión de su rostro delataba su inquietud. Kari usó los propulsores para salir del templo y arrastrar a Chase con ella. El agua se volvió más clara rápidamente. Chase miró alrededor en busca de alguna luz. Vio algunas casi de inmediato, pero no le resultaban familiares.
—Otro sumergible —dijo Kari, mientras observaba los restos. A pesar de que el compartimiento para la tripulación había implosionado, el de las baterías aún estaba intacto y seguía suministrando energía, inútilmente, a los focos—. Qobras.
—Hugo tiene que estar por aquí. —Chase se alejó del agujero—. ¿Hugo? ¿Me recibes? Estamos fuera del templo, repito, hemos salido. ¿Me oyes?
Silencio, luego:
—¡Edward! —La voz era débil y había muchas interferencias, pero era la del belga, sin duda alguna—. ¡Te oigo! ¿Dónde estáis?
—En el extremo norte del templo. ¿Y tú?
—¡Estoy descendiendo desde el sudoeste! ¿Me ves? —Chase alzó la vista. Vio las luces del traje de Castille—. ¿Estáis bien?
—El traje de Kari está dañado, y el mío también está jodido. Tengo una fuga y no me funcionan los propulsores. Tenemos que llegar a la superficie, y rápido.
Castille iluminó el traje de su amigo con la linterna.
—Por ahí entra el agua —dijo, señalando la cintura. Chase entendió lo que había sucedido. Cuando utilizó el cuchillo para cortar el cinturón, rasgó el armazón de policarbonato. Mientras observaba el corte, vio otra diminuta burbuja de aire, que salió disparada hacia arriba.
—¿Tienes algo que podamos usar a modo de parche?
Castille negó con la cabeza.
—Escucha, Edward, ha pasado algo en la superficie. He oído…
Clank.
—¿Qué demonios ha sido eso? —preguntó Chase. El inesperado ruido sonó como si algo metálico hubiera chocado contra una roca. Se dio la vuelta y vio el destello de un objeto que había caído cerca de ellos. Se aproximó a examinarlo. Una llave inglesa.
¡Clong!
Otro ruido, mucho más fuerte y agudo. Los tres se volvieron y vieron una barra metálica larga, de pie sobre la cubierta de piedra. Cayó lentamente y descendió por un costado del templo.
Castille intentó acercarse, pero se detuvo cuando se dio cuenta de lo que era.
—Es un bichero —dijo—. Pero esto…
Gracias a la visión periférica Chase vio los demás objetos que caían a su alrededor. Una lluvia metálica. Alzó la vista…
—¡Hugo! ¡Apártate!
Demasiado tarde.
El helicóptero del Evenor cayó sobre Castille, de cola, como una jabalina. El belga se incrustó contra la cubierta del templo.
Una de las aspas del rotor le atravesó el traje.
—¡No! —gritó Chase. Intentó acercarse a su amigo, pero la onda expansiva que provocó el fuselaje del helicóptero al estrellarse contra las piedras lo repelió.
Una nube densa oscureció las luces de Castille.
Sangre.
—¡Hugo! —Cuando se calmaron las aguas el inglés intentó nadar en dirección a su amigo, agitó las piernas con todas sus fuerzas, sin hacer caso del dolor del brazo.
Kari lo agarró del traje y usó los propulsores para retenerlo.
—¡Ha muerto! —gritó—. ¡Tenemos que irnos de aquí inmediatamente! ¡Ahora!
Chase se volvió hacia ella, enfurecido y desesperado.
—¡No puedo dejarlo aquí!
—¡No le queda otra opción! ¡Mire! —Señaló hacia arriba.
Estaban cayendo los restos del naufragio. Herramientas, portezuelas de escotillas, trozos de barandillas, incluso una parte de la cúpula del radar del Evenor.
Y algo más grande, de color amarillo, que se precipitaba hacia ellos entre la penumbra…
Kari se alejó a toda velocidad y arrastró a Chase con ella en el momento en que el Sharkdozer se desplomaba sobre la cubierta del templo y la atravesaba. No los aplastó por poco. Tras el sumergible cayó una cadena, que hizo un ruido espantoso al chocar contra las piedras. La grúa cayó sobre el templo y se deslizó por el costado, justo detrás de Kari y Chase, que notaron el impacto ya que pasó a pocos centímetros de ellos.
Kari recuperó la verticalidad mientras se alejaba del templo. Seguían cayendo escombros a su alrededor, explosiones a cámara lenta que entraban en erupción al chocar contra el lecho marino.
Chase miró hacia arriba.
—¡Joder! ¡A la derecha! ¡Vamos!
Ella lo obedeció, pero volvió la cabeza para mirar… y le dio un vuelco el corazón.
Era una constelación de estrellas fugaces, una lluvia de luces que se precipitaba hacia ella y amenazaba con engullirla.
¡El Evenor!
Las luces de emergencia aún encendidas, gruñidos metálicos espantosos que resonaban por el océano, ¡el barco era un misil de tres mil toneladas que iba a caer sobre ellos!
Kari apretó con más fuerza el control de los propulsores mientras se alejaban de la trayectoria del barco…
El Evenor impactó en el lecho marino como una bomba.
La proa se aplastó debido al impacto, y la fuerza del agua que había en el interior del barco reventó las junturas y las soldaduras con la misma potencia que cualquier explosivo. El poco aire que quedaba en el interior salió por los cientos de brechas que se abrieron en el casco. Los remaches, las escotillas, incluso las puertas estallaron como la metralla de una granada.
Atrapados en la onda expansiva y casi ensordecidos, Kari y Chase no pudieron evitar salir despedidos mientras las demás piezas del naufragio se arremolinaban a su alrededor e impactaban contra sus trajes.
Otro espantoso chirrido metálico atravesó las profundidades cuando el Evenor volcó, cayó de lado y atravesó el templo como una guillotina. Ningún arquitecto habría podido concebir una estructura capaz de soportar la fuerza destructiva de miles de toneladas de acero.
La cubierta del techo estalló cuando el Evenor desplazó el agua que había en el interior de la sala principal. Sin ningún apoyo, las paredes se desmoronaron y aplastaron todo lo que había en el interior.
El templo de Poseidón, el corazón de la ciudadela de la Atlántida, se había perdido para siempre. Esta vez de verdad.
El estruendo se desvaneció. A pesar de que aún le zumbaban los oídos, se sorprendió al comprobar que estaba vivo.
Kari…
Se habían soltado. Se volvió para intentar verla.
—¡Kari! ¿Dónde está? —No había rastro de ella en la oscuridad.
—Estoy aquí —dijo con voz distorsionada—. Detrás de usted. A unos cinco metros por debajo. Ya subo.
Chase miró hacia abajo. Aún nada.
—¡No la veo!
—Se me han estropeado las luces. Espere. —Al cabo de un instante, apareció un resplandor naranja, la silueta fantasmal de su traje surgió tras la pequeña barra de luz que llevaba en la mano derecha—. Mi sistema de aire va peor, cada vez me cuesta más respirar.
—¿Aún le funcionan los propulsores?
—Sí. ¿Cómo está la fuga?
Chase se retorció. Cada vez sentía más frío.
—Mierda, creo que va a peor.
—No puede ser un agujero muy grande o ya estaría muerto, pero irá a peor. —Kari acercó la barra de luz a la zona dañada.
—¿Puede hacer algo para taparlo?
—No. Pero usted sí.
—¿Qué?
—Tápelo con el pulgar.
—Oh. —De pronto se sintió avergonzado porque no se le había ocurrido esa solución antes. Miró hacia el templo. Aún quedaban unas cuantas luces del Evenor encendidas entre los restos del naufragio—. Hugo…
—Es Nina quien me preocupa —dijo Kari—. Por lo que sabemos, estaba en el barco. Qobras no deja testigos. —A pesar de que estaba a su lado y apenas había interferencias, hablaba con una voz muy débil.
Aceleró los propulsores para iniciar el ascenso. Chase se agarró a su cinturón con una mano, y con el pulgar de la otra apretó el agujero de su traje. Había un pequeño indicador de profundidad digital en el casco, la cifra que mostraba descendía.
Demasiado lentamente. Debido al peso añadido que debía arrastrar, el traje de Kari solo podía alcanzar la mitad de la velocidad máxima.
Intentó calcular cuánto tardarían en alcanzar la superficie. Como mínimo veinte minutos. Quizá treinta. Y con la avería del sistema de aire de Kari…
—¿Qué tal va la respiración? —preguntó él.
—Cada vez me cuesta más. Parece que el regulador se atasca. No me llega todo el aire que necesito.
—¿Cómo se siente?
—Se me va un poco la cabeza. Y… algo mareada.
Chase sabía que esos eran los primeros síntomas de hipoxia. Le faltaba oxígeno. Era imposible que Kari mantuviera la conciencia suficiente tiempo para llegar a la superficie. Lo que significaba que tendría que encargarse él de los controles de los propulsores.
Lo que significaba… Que tendría que quitar el pulgar del agujero del traje. Necesitaría ambas manos para agarrarse a ella. Si se aferraba a la barra de control, la partiría y los condenaría a los dos.
—Kari —dijo, con gran calma por su propio bien y el de ella—, aguante el pulgar en la rueda tanto tiempo como pueda, ¿de acuerdo? Si tiene algún problema, la sustituiré. Tranquila. Vamos a llegar a la superficie.
—Pero si se encarga de los propulsores, ¿no tendrá que…?
—Tranquila. Lo conseguiremos. ¿Vale?
—Vale… —contestó, adormilada.
Siguieron ascendiendo en silencio durante unos cuantos minutos. Chase echó un vistazo al indicador de profundidad: doscientos metros. Aún les quedaba un buen trecho.
—¿Eddie? —Sí.
Parecía que estaba a punto de quedarse dormida.
—Siento lo de Hugo. Me gustaba.
—Yo también lo siento. —De pronto sintió un arrebato de ira. Se esforzó para aplacarlo porque no iba a hacerles ningún bien. Aun así—: No acostumbro a vengarme porque no es profesional, pero Qobras se arrepentirá.
—Muy bien. Estamos tan cerca que no podrá detenernos…
—¿Tan cerca de qué? —No hubo respuesta—. ¿Kari?
Los propulsores se detuvieron. La mano izquierda de Kari cayó muerta.
—Mierda —murmuró Chase. Estaban a ciento ochenta metros. A esa profundidad, el traje aún estaba sometido a una presión de casi veinte atmósferas. Si el agujero se hacía más grande, no entraría un hilillo de agua. Sino un chorro.
Pero no tenía elección.
Cogió a Kari de la cintura con la mano izquierda dolorida, y con la derecha agarró el control del propulsor. La gélida humedad se extendía en el interior de su traje. Se estremeció.
No había tiempo para eso.
Aceleró al máximo. Los propulsores cobraron vida de nuevo, el indicador de profundidad empezó a descender, metro a metro, angustiosamente. Chase nadaba, hacía todo lo que podía para aumentar la velocidad de ascenso. A pesar de su gran estado de forma, se cansaba rápidamente, la presión y las frías aguas del océano minaban sus fuerzas.
Ciento cincuenta metros. Lo único que veía era oscuridad. La humedad y el frío se extendían por todo el cuerpo.
Al llegar a los ciento veinte metros, vio el primer destello de luz de la superficie. La cerrada oscuridad dio paso a un hermoso resplandor azul marino. A medida que ascendían empezaron a aparecer más peces, que pasaban junto a ellos con un frío desinterés.
Miró a Kari. Tenía los ojos cerrados y un rostro sereno. No sabía si aún respiraba. O bien tenía una respiración tan débil que no apreciaba los leves movimientos de las narinas… o había muerto.
Sesenta metros y Chase se dio cuenta de que podía ver el sol, un destello de luz más brillante. El indicador de velocidad seguía descendiendo, metro a metro…
Entonces los propulsores se apagaron.
Chase apretó la rueda del mando con más fuerza, con la esperanza de que el frío le hubiera entumecido los dedos y de que la mano le hubiera resbalado. Pero no había sido así. La rueda no daba más de sí.
Los trajes fueron diseñados para usarse junto con un sumergible para descender y ascender de nuevo. No los habían concebido para realizar ese trayecto por sí solos.
Se había quedado sin baterías.
Y aún estaban a treinta metros de la superficie.
—Me cago en todo…
Miró fijamente a Kari, la sacudió para intentar despertarla y que lo ayudara. Pero no abrió los ojos. Todo dependía de él.
Echó a nadar con todas sus fuerzas, tirando de Kari. Pesaba menos de sesenta kilos, pero con la carga extra de su traje, significaba que tenía que hacer un esfuerzo como si subiera a un comando corpulento, junto con el equipo completo, por una escalera.
Veinticinco metros. Veintitrés. Veintiuno.
Tardaba una eternidad en ascender un metro. Lo único que deseaba era detenerse, descansar y recuperar el aliento para aliviar el dolor que le atenazaba los músculos, pero tenía que subir a Kari a la superficie.
Doce. Nueve.
Los destellos del sol se reflejaban en las olas. Pero el indicador seguía descendiendo. Tres metros, dos setenta, dos cuarenta…
Sentía el trajín de las olas, que lo hacía chocar contra Kari. Un metro y medio, uno veinte… Le empezaba a faltar el aliento, los músculos a punto de rendirse…
¡Por fin!
Salió a la superficie y parpadeó debido al enorme sol rojizo que asomaba sobre el horizonte. Haciendo un gran esfuerzo, logró subir también a Kari, el casco chorreando. Bajo el agua no había podido ver qué color había adquirido; ahora, incluso a pesar de la luz del sol, tenía la piel pálida y azulada.
Los trajes iban equipados con varios cierres que debían abrirse con la ayuda de dos personas, pero iba a tener que apañárselas solo. Chase se centró en el cierre hermético alrededor del cuello de Kari. Con los dedos entumecidos, intentó abrir los pasadores. Agarró el casco con un brazo y se esforzó para girarlo.
Al final cedió y los pasadores cedieron. Abrió el casco y lo echó a un lado. Kari no tenía fuerzas ni para aguantar la cabeza.
—¡Kari! ¡Vamos, despiértese! —Chase le dio unas palmaditas en la mejilla mientras intentaba mantenerla erguida para que no le entrara agua por el cuello. Necesitaba el boca a boca, pero no podía quitarse el casco sin soltarla—. ¡Kari! ¡Vamos!
De pronto tomó aire, tosió y boqueó. Empezó a parpadear.
—¿Eddie? —pronunció con un susurro.
—¡Eh, está viva! —exclamó Chase, que sonrió de oreja a oreja—. ¡Lo hemos logrado! ¿Cómo se encuentra?
—Me siento mareada… y tengo un dolor de cabeza horrible.
—Pero está viva, y eso es lo importante. Écheme una mano y ayúdeme a quitarme este puto cubo de la cabeza. —Kari tiró de los pasadores del casco—. Oh, mierda.
—¿Qué?
Chase la miró, derrotado.
—Da igual. Estamos en el Atlántico, a cientos de millas de la costa, y nuestro barco ha estallado en pedazos. Estamos demasiado lejos.
Para su sorpresa, Kari sonrió.
—No creo que tengamos que nadar.
—¿Por qué no?
—Porque veo al capitán Matthews remando hacia nosotros.
Chase se volvió.
—Joder. —El bote salvavidas estaba a unos cien metros, pero vio claramente a Matthews, con su uniforme blanco, en la proa, saludándolos—. De modo que Qobras no los ha matado…
—No es su estilo —dijo Kari, confundida pero aliviada.
—Debe de haber pasado algo; seguro que ha… Oh, Dios. —Agarró a Chase del brazo—. ¡Nina! ¡Debe de haberse llevado a Nina!
—¿Por qué iba a hacerlo? Quería matarla, ¿por qué iba a cambiar de opinión?
—Nina debe de saber algo —se dio cuenta Kari—. Algo que vimos en el templo, alguna información lo bastante importante para proporcionársela a Qobras a cambio de la vida de la tripulación…
—Bueno, se lo preguntaremos dentro de un instante. Vamos, quíteme el casco.
—De hecho, quizá es mejor que se lo deje hasta que esté en el bote.
Chase frunció el ceño.
—¿Por qué?
—Porque me temo que la radio de su traje es la única que tenemos…
Al cabo de cinco minutos, Chase pudo respirar por fin el aire fresco del océano.
Kari tenía razón: habían abandonado a la tripulación del Evenor sin radio. Sin embargo, cuando el bote salvavidas los rescató junto a los restos del barco de investigación, uno de los ingenieros se puso a trabajar en el transmisor del traje de Chase. No tendría mucho alcance, pero tampoco lo necesitaba. El golfo de Cádiz era, desde el punto de vista del tráfico marítimo, un lugar muy transitado. Sin embargo, tal como señaló Matthews, aún no podían usarla; no tenía sentido enviar una llamada de socorro cuando la embarcación más cercana era el barco de Qobras.
Chase y Kari aprovecharon el rato para preguntar por lo ocurrido a bordo del Evenor.
—¿De modo que Nina se entregó voluntariamente para salvarlos? —preguntó Kari.
Matthews asintió.
—A pesar de que Qobras le dijo que, aun así, acabaría matándola. Todos le debemos la vida.
Kari permaneció en silencio, mirando pensativamente la puesta de sol. Chase le puso un brazo sobre los hombros.
—Eh, eh. Aún está viva. Sepa lo que sepa, estoy seguro de que aún no se lo ha contado a Qobras. Retrasará el momento tanto como pueda. Todavía podemos encontrarla.
—¿Cómo? —preguntó Kari, abatida—. Aunque descubramos a qué puerto se dirigen, seguro que ya no estarán a bordo del barco. Los habrá recogido un helicóptero, o una lancha motora los habrá llevado a tierra antes de que podamos ponernos en contacto con alguien para que los intercepte.
—Ya se nos ocurrirá algo. —Chase se recostó y miró al cielo. Habían aparecido las primeras estrellas de la noche, que titilaban en el cielo raso.
—De hecho —terció Matthews—, la doctora Wilde nos dejó un mensaje, aunque no sé qué significa. Nos dijo que se lo transmitiéramos si lo veíamos.
Chase se incorporó de nuevo.
—¿Qué le dijo?
—No mucho. Solo que… le enviaría una postal.
—¿Una postal? —Kari frunció el ceño, confundida. Su desconcierto no hizo sino aumentar cuando Chase estalló en carcajadas—. ¿Qué? ¿Qué significa?
Cuando se serenó, se dibujó en su rostro una sonrisa de oreja a oreja.
—Significa —respondió—, que sé exactamente adonde va.