Capítulo 6
—No se preocupe —le dijo Castille a Nina mientras el camión avanzaba por la pista de tierra—, no nos pasará nada.
—¿Cómo? —preguntó ella y levantó las esposas—. ¡Nos han detenido, han secuestrado a Kari y Chase está muerto!
Se quedó estupefacta cuando Castille y Hafez contuvieron la risa.
—Eddie ha sobrevivido a peores situaciones —le dijo Hafez.
—¿Acaso hay algo peor a que te disparen y luego caigas por un precipicio?
—Bueno, una vez, cuando estábamos en Guyana… —dijo Castille, antes de que uno de los soldados le gritara en farsi y le clavara el cañón de su arma a modo de punto final—. ¡Ay! Parece que estos idiotas prefieren que no hablemos.
—Estos idiotas —le espetó otro soldado— también hablan inglés.
—Pero me apuesto lo que sea a que no saben francés —prosiguió Castille en una de sus lenguas maternas.
—¡Seguro que no! —respondió Nina amablemente. Pero su comentario provocó un grito de ira de uno de los soldados y que Castille recibiera otro golpe en el estómago.
El resto del incómodo viaje transcurrió en silencio. Nina no apartó la vista de Castille, en lugar de mirar a los cuerpos que yacían en el suelo.
Al final el camión se detuvo con un chirrido de los frenos. Nina parpadeó mientras los soldados la sacaban afuera, donde brillaba la luz del sol.
Estaban en la estación de tren que habían visto antes, cuatro vías largas y paralelas que discurrían junto a la principal y se unían de nuevo a ella en cada extremo. Había un tren corto en la vía muerta más cercana. Estaba formado por tres vagones de pasajeros y una locomotora diésel. Oía los balidos de los animales, ovejas o cabras, que procedían de los vagones.
El capitán Mahyad se detuvo ante sus prisioneros, con los brazos en jarra.
—¿Qué va a hacer con nosotros? —preguntó Nina.
—Llevarlos a juicio por el asesinato de mis hombres —respondió—. Los declararán culpables y serán sentenciados a muerte.
—¿Qué? —gritó ella—. ¡Pero si no hemos hecho nada!
—No discuta —le recomendó Castille—. Está sobornado, no lo convencerá. —Un soldado cogió su rifle y se lo hundió en las costillas, por lo que Castille acabó en el suelo.
—Tiene suerte de que no les pegue un tiro ahora mismo y diga que intentaban huir —gruñó Mahyad. Por un instante pareció meditar la posibilidad, pero entonces dio más órdenes. Los soldados trasladaron a Nina y Hafez al primer vagón, y otros dos hombres agarraron al belga de los brazos y siguieron a sus amigos.
El interior del vagón era muy antiguo, un pasillo largo y estrecho en un lado y una hilera de compartimientos de ocho asientos al otro. Metieron a Castille y Hafez en el último, vigilados por cuatro soldados. El guarda de Nina la hizo entrar en el mismo compartimiento, pero Mahyad le dijo algo. El soldado reprimió una sonrisa repugnante, y la trasladó al otro extremo del vagón. Parecía que en el pasado había sido la zona de primera clase, pero esos tiempos quedaban ya muy lejos y el tapizado de los asientos estaba gastado y raído.
—Siéntese —le ordenó Mahyad, que entró tras ella. Nina meditó la posibilidad de negarse, pero antes de que pudiera abrir la boca la obligó a sentarse junto a la ventana, y él ocupó el asiento de enfrente. El soldado montó guardia frente a la puerta; Nina lo veía a través del cristal.
Creía que Mahyad iba a hablar, pero se quedó sentado en su sitio, y la miró de arriba abajo, de un modo difícil de interpretar. Ella se acarició el pelo a propósito y aquel movimiento llamó la atención del iraní, cuya mirada se posó en la cara de la doctora.
Nina fue consciente de que no solo estaba a solas en el compartimiento con Mahyad, sino de que el soldado que estaba fuera haría la vista gorda a todo lo que ocurriera dentro.
O peor aún… participaría.
Se estremeció. Mahyad percibió sus escalofríos, y esbozó una malévola sonrisa mientras el tren traqueteaba, y en ese instante hizo ademán de levantarse.
Chase estaba acostumbrado a correr largas distancias, pero hacerlo con tanto dolor era algo muy distinto.
Cada cincuenta metros miraba atrás, a sus perseguidores. Cuando llegaron al túnel, ya les llevaba una ventaja de cuatrocientos metros, pero empezaban a recortarla, ya que eran más jóvenes, estaban más descansados y no estaban heridos.
Aún estaba fuera del alcance de sus rifles G3, y por lo que sabía acerca de la preparación de un soldado iraní raso, había poco peligro de que le dieran aun cuando estuviera a tiro. Pero tarde o temprano estarían lo suficientemente cerca para darle caza. A menos que llegara a la estación antes que ellos.
No tenía ni idea de lo que haría cuando llegara allí.
Era mejor improvisar, decidió.
En una de las vías muertas había un tren de mercancías y otro de pasajeros. Junto a este vio un camión militar aparcado.
Chase sintió un subidón de adrenalina que le dio fuerzas. ¡Era el mismo camión que había visto en dirección a la granja! Debían de haberlo usado para transportar a los soldados —y a buen seguro a los prisioneros— de vuelta a la estación… lo que significaba que iban a tomar el tren.
Chase miró hacia atrás. Los tres iraníes se encontraban a doscientos metros y seguían comiéndole terreno. Eso no le daría mucho tiempo cuando llegara a la estación para…
¡Mierda!
¡El tren de pasajeros se ponía en marcha! Oyó el rugido del motor diésel y vio los gases de escape que desprendía.
¡Llegaba tarde! Teniendo en cuenta el estado en el que se encontraba la carretera, no había forma de seguirle el ritmo al tren aunque robara el camión.
Sin embargo, tenía que encontrar una forma de rescatar a Nina, por no hablar de sus amigos.
El tren avanzaba lentamente para tomar con precaución los cambios de vía que iban a devolverlo a la vía principal. Uno a uno, los vagones se movían serpenteando. Chase se esforzó más e intentó no hacer caso de las punzadas de dolor. Quizá aún tenía una oportunidad de atrapar el tren…
Pero era imposible. Apenas había alcanzado un extremo de la estación cuando el tren ya salía por el otro; además, el rugido de la locomotora aumentaba de intensidad mientras aceleraba.
Ahora sus opciones eran el camión… o el otro tren.
Había un soldado en la parte trasera del camión que observaba la partida del tren. Oyó ruidos de pasos en la grava y volvió la cabeza… justo a tiempo para encajar una patada voladora en el pecho. Cuando cayó al suelo Chase le dio un puñetazo en la cara. No lo dejó inconsciente, pero estaría fuera de combate durante unos cuantos minutos.
Le cogió el arma y miró hacia la vía, a sus perseguidores, y echó a correr hacia la locomotora del tren de mercancías.
Oyó el impacto de la primera bala en uno de los vagones de madera justo antes de que le llegara el sonido del disparo. Los animales balaron, asustados. Se tiró al suelo, rodó bajo el camión más cercano y salió por el otro lado. Estaba a cubierto durante unos segundos, pero los soldados no tardarían en llegar al tren y alcanzarlo.
La locomotora estaba enfrente, era como un gran bloque de metal con una cabina en cada lado. Pero antes tenía que hacer algo…
Se agachó en el hueco entre la locomotora y el primer vagón. El enganche era del tipo automático, de «nudillo»; levantó la palanca, que hizo un ruido metálico sordo. Ahora, cuando encendiera el motor, se desengancharía automáticamente y dejaría los vagones atrás.
Miró al final del tren. Dos de los soldados lo habían seguido por el lado izquierdo, lo que significaba que solo había uno en el derecho. Saltó sobre el enganche y bajó por el otro lado del vagón, con el rifle preparado. El tercer soldado se dirigía hacia él.
Con un rápido movimiento, Chase hincó una rodilla en el suelo, apuntó y disparó. Fueron tres tiros, pero el primero acertó en su objetivo. El soldado cayó desplomado al suelo.
Chase corrió hacia la parte delantera de la locomotora. Una cabeza asomó por la puerta abierta; era el maquinista, que quería ver lo que ocurría. Y enseguida lo entendió.
—Buenas tardes —dijo Chase entre jadeos, apuntándolo con el rifle—. Necesito que me preste su tren.
El hombre, asustado, levantó las manos, miró a su alrededor desesperado, entonces se volvió y se lanzó por el otro lado de la cabina tras proferir un aullido.
—Como mínimo se lo he pedido —murmuró Chase mientras subía los escalones. La pequeña cabina estaba vacía, el resoplido del motor en punto muerto resonaba tras una pequeña puerta en la pared trasera. A través del parabrisas vio al maquinista que huía hacia la garita de señales que se encontraba al final de las vías muertas.
La palanca más grande del tablero de control tenía que ser el regulador. Lo que significaba que la segunda más grande era el freno.
O eso esperaba.
Empujó la palanca del regulador hacia delante a modo de prueba. La locomotora empezó a dar sacudidas a medida que aumentaba el ruido del motor, pero los frenos impedían que avanzara.
Soltó lo que creía que era el freno. Hubo un chirrido metálico estridente y la locomotora se puso en marcha. Empujó de inmediato al máximo la palanca del regulador. Los grandes motores diésel que tenía detrás aullaron, las agujas de los indicadores parecían clavadas en la zona roja, pero Chase no hizo caso y miró por la puerta abierta.
La locomotora se había desenganchado del resto del tren, así que como mínimo no tendría que arrastrar varios centenares de animales. Los soldados que lo perseguían casi habían alcanzado el primer vagón…
Cogió el G3, lo puso en modo automático y abrió una ráfaga de disparos por uno de los costados. Cayó al instante uno de los hombres, de cuyo pecho brotó un chorro de sangre. El otro se tiró a las vías que había frente a los vagones parados y quedó fuera del alcance de Chase debido al gran tamaño de la locomotora.
Gruñó furioso, y volvió a dirigir la atención a los controles y a la vía. Las primeras agujas se acercaban rápidamente.
De pequeño Chase había jugado con los modelos de trenes de su padre, por lo que sabía que se debía tomar el cambio de vías a poca velocidad. De hecho, lo habían llegado a castigar después de que su curiosidad lo llevara a experimentar con los cambios de vía a gran velocidad, lo que provocó que un Great Western saliera volando y acabara en el suelo.
Pero no tenía otra elección, tenía que alcanzar al tren de Nina.
De modo que se agarró a donde pudo. La locomotora entera se estremeció al tomar el cambio de vías demasiado rápido; las ruedas chirriaron al chocar contra las vías. El violento movimiento se repitió con las seis ruedas del bogie trasero. Entonces la locomotora enderezó el rumbo, pero las siguientes agujas se acercaban a toda prisa…
Tras la locomotora, fuera del alcance de la vista de Chase, el único soldado que quedaba con vida corría por las vías. El motor ganaba velocidad, y el estruendoso chirrido que se produjo al dejar atrás las agujas, envuelto en una nube de chispas, casi lo dejó sordo, pero la ira y el ardiente deseo de vengar la muerte de sus camaradas le dieron fuerza.
Dio un salto a la desesperada para intentar alcanzar la barandilla de la locomotora mientras esta se alejaba…
Y lo consiguió.
El soldado apretó los dientes, se agarró a los peldaños y se encaramó a la parte trasera de la cabina.
El motor profirió otro aullido metálico que le dio dentera a Chase, pero siguió apretando la palanca del regulador al máximo a pesar de que la curva que estaba a punto de tomar amenazaba con tirarlo del asiento del maquinista.
Tan solo tenía que hacer otro cambio de vías y ya estaría en la principal. Si lograba exprimir al máximo la potencia de la máquina, no tardaría demasiado en atrapar al tren de Nina y, si no se equivocaba, podría ajustar la velocidad, enganchar la locomotora al tren y subir a bordo.
De pronto vio un destello metálico más adelante: algo se movía.
¡Las últimas agujas habían cambiado!
Chase miró a su alrededor y vio dos caras asustadas que lo miraban desde la garita de señales mientras pasaba a toda velocidad. El maquinista debía de haberles dicho que intentaran detenerlo, y ahora su locomotora iba a acabar en una vía paralela al otro tren.
Eso significaba que si circulaba otro tren en sentido contrario, ¡chocarían de frente!
Pero si creían que lograrían detenerlo de aquel modo, se equivocaban.
Con un crujido metálico ensordecedor, la locomotora de Chase atronó al salvar el último cambio de agujas e incorporarse a la vía principal. Empujó la palanca del regulador al máximo. Los indicadores rebotaron de nuevo, pero lo único que le importaba era el velocímetro. Treinta kilómetros por hora… cuarenta…
Las vías férreas ascendían por la montaña en un trazado sinuoso. Aún no veía el otro tren, pero no podía estar muy lejos.
Atraparlo no iba a ser complicado.
Lo difícil sería subirse a él.
Castille y Hafez se miraron mutuamente. Ambos hombres tenían una larga experiencia como soldados, y habían observado con atención las reveladoras señales de aburrimiento y despiste que aparecían de forma casi inevitable durante la guardia.
Los soldados que los vigilaban empezaban a mostrar esas señales. Doblaban en número a sus prisioneros maniatados, y estaban armados, por lo que tenían una sensación de poder y superioridad que podía derivar fácilmente en autocomplacencia. Cuando los metieron en el compartimiento, los soldados los apuntaron con las armas.
Ahora, las habían bajado. Solo tardarían un instante en volver a levantarlas, pero un instante era lo que Castille y Hafez necesitaban.
Solo tenían que esperar a que llegara el instante adecuado.
Cuanto más se esforzaba Nina por no hacer caso de Mahyad, más consciente era de que la miraba. Lo único que podía hacer era volverse, acercarse a la ventana y observar el paisaje montañoso que pasaba ante ellos a través del cristal sucio.
Mahyad cambió de posición. Nina lo miró fugazmente y quedó horrorizada al ver que estaba jugueteando con la Magnum de Chase.
—Mi vida sería mucho más fácil si les hubieran pegado un tiro a usted y a sus amigos mientras intentaban huir —le dijo—. Tendría menos papeleo y menos preguntas de mis superiores. Quizá debería matarlos a todos antes de llegar y ahorrarme todo ese jaleo. —Bajó lentamente la pistola y la apuntó. Nina se encogió en el asiento—. Pero… usted podría convencerme para que cambiara de opinión. Y salvar la vida a sus amigos.
—¿Cómo? —preguntó Nina, aunque ya sabía la respuesta.
—Ya sabe cómo —respondió Mahyad, que se reclinó en el asiento con una sonrisa de regodeo.
—Me da asco.
La sonrisa de Mahyad se hizo más amplia.
—Soy un hombre razonable —le dijo, mientras miraba la hora—. Le voy a dar unos cuantos minutos para que medite su decisión. Si decide no aceptar mi oferta… —se le crispó el rostro en una mueca maligna—, mataré a sus amigos. Y la entregaré a mis hombres. Me temo que no son… ¿cómo se dice? Tan caballerosos como yo.
Paralizada por la sensación de asco y miedo que le revolvía el estómago, Nina se apartó de él, desesperada y sola.
La locomotora había rebasado los setenta kilómetros por hora y seguía acelerando. Chase miró hacia delante, en busca del primer atisbo del otro tren mientras tomaban una larga curva. ¡Ahí!
Se encontraba a unos ochocientos metros, pero estaba recortando distancias.
Tardaría dos minutos. Quizá menos.
El espacio entre vías era de alrededor de un metro y medio. Pero la distancia entre ambos trenes sería inferior, de unos setenta centímetros. Un salto fácil.
Como mínimo, sería fácil si los dos trenes no circularan a ochenta kilómetros por hora.
Chase intentó observar con detenimiento la parte trasera del otro tren. Era bastante antiguo y tenía una plataforma descubierta que daba a una puerta. Eso lo hacía todo más fácil. Lo único que tenía que hacer era calcular bien el momento del salto de su locomotora a la plataforma.
Eso era lo único que tenía que hacer. Tan solo saltar de un tren en movimiento a otro. No había ningún problema.
Chase ajustó el regulador y colgó su rifle de la correa en el freno de seguridad. Si lo quitaba justo antes de atrapar al otro tren, la locomotora alcanzaría la misma velocidad y le facilitaría mucho el salto. Se acercó a la puerta abierta y asomó la cabeza para comprobar la velocidad del viento…
Pero en ese instante le dispararon por detrás y se golpeó con el hombro contra el marco de metal cuando un soldado apareció por el pasillo que unía la cabina delantera con la trasera.
Las vías se volvieron borrosas cuando el soldado intentó tirarlo por la puerta. Con un brazo entumecido por el golpe, el único sitio donde podía apoyarse era en la barandilla exterior del motor, que lo hizo balancear y alejarse aún más de la cabina.
Desde su posición vio las luces de otra locomotora, ¡que se dirigía directa hacia ellos!