Capítulo 14
—¡OH, Dios mío! —gritó Nina mientras Kari tiraba de ella y serpenteaba entre las barras.
Uno de los pinchos rasgó la manga de Nina, que gritó y, llevada por el instinto, se apartó de la causa del dolor; pero se clavó otro, que la hirió en el hombro izquierdo.
Tras ellas, Chase intentaba levantar la barra por todos los medios, sin saber qué otra cosa podía hacer. Pesaba mucho, pero era soportable, como si intentara levantar noventa kilos.
El techo aminoró la marcha, pero no se detuvo.
—¡Lo estoy aguantando! —gritó—. ¡No os detengáis!
Nina chilló de dolor cuando Kari intentó tirar de ella y provocó que el pincho hurgara aún más en la carne. Kari la soltó de inmediato e intentó volverse para ayudarla, pero como el techo había bajado tanto, se había agachado y le costaba maniobrar.
—¡Sigue tú! —gritó Nina, señalando el final del pasillo. Las lágrimas le corrían por la cara.
—¡No pienso dejarte aquí! —Le cogió la mano—. ¡Vamos! ¡Puedes hacerlo!
Nina profirió un gemido lacerante y logró quitarse el pincho. La sangre le tiñó la camisa.
—¡Oh, Dios mío!
—¡Vamos! —Kari la guió entre las barras. Estaban a mitad del pasillo, solo faltaban tres metros, pero aún tenían que salvar más obstáculos.
El techo no paraba de descender y caía una lluvia de polvo y arena. Los bloques de piedra casi habían llegado a la altura de la cabeza de Nina, por lo que Kari tuvo que agacharse aún más.
Chase aguantaba la barra, con los brazos estirados al máximo. Como mínimo le parecía que podía aguantar ese peso casi indefinidamente…
Se oyó otro «clunk», el ruido de algo grande y pesado que se movía tras la pared. Un mecanismo…
¡Bang!
De pronto aumentó la presión que tenían que aguantar los brazos de Chase.
—¡Joder! —exclamó, cogido por sorpresa. Como mínimo se habían añadido veinte kilos más al peso que ya aguantaba. Se le doblaron los codos… y el techo empezó a bajar más rápido—. ¡Mierda! —Tensó los músculos y enderezó los brazos de nuevo.
Los bloques de piedra que descendían del techo, lo hacían más lentamente. El pasillo solo medía un metro y medio de alto y seguía bajando.
—¡Sigue avanzando! —gritó Kari. Solo le quedaban unos dos metros, pero cada paso que daba era más corto ya que le costaba mantener el equilibrio en esa posición antinatural.
Chase oyó el traqueteo del mecanismo de nuevo. Apretó los dientes.
—¡Cuidado! —dijo entrecortadamente en el momento en que caía otro peso, mayor incluso que el anterior. Profirió un gruñido mientras intentaba apuntalar los brazos. Ahora debía de estar aguantando más de ciento treinta kilos, y tan solo el impacto del último peso al caer casi había hecho que se le escapara la barra de las manos.
Como cayera otro más, el reto se habría acabado.
El techo dio una fuerte sacudida antes de volver a aminorar el ritmo, pero golpeó en la cabeza a Kari, que se tambaleó, chocó contra una de las barras y se clavó uno de los pinchos en el bíceps izquierdo. Reprimió un grito e intentó apartar el brazo, pero el techo seguía descendiendo y provocaba que la púa se le hundiera aún más en la carne.
—¡Nina! —gritó a pesar del dolor—. ¡Estoy atrapada! ¡Tendrás que llegar al final!
Nina miró al final del pasillo. Solo faltaban menos de dos metros, pero Kari bloqueaba la ruta más fácil entre las barras.
—¡No puedo hacerlo!
—¡Sí que puedes! ¡Tienes que conseguirlo! ¡Ve, Nina! —Kari le soltó la mano.
Chase, que tenía la cara empapada en sudor, oyó el mecanismo de nuevo. Estaba a punto de caer otro peso.
—¡No podré soportarlo más!
Nina se puso en marcha.
Inclinada, con la cabeza que le rozaba en el techo, se apretujó contra una pared y pasó por el primer hueco. Uno de los pinchos le desgarró la camisa, pero había pasado.
Menos de metro y medio.
Chase se preparó para encajar el impacto de la siguiente piedra, consciente de que no podría aguantarla.
Nina se contorsionó para pasar entre dos barras, pero el techo estaba ya tan bajo, que no podía caminar erguida. Se puso a gatear y otro pincho le hizo un corte en el muslo.
Los fríos bloques de piedra le oprimían la cara y los hombros a Kari, lo que provocaba que el pincho se le clavara aún más en el brazo.
Medio metro…
¡Clunk!
—Mierda… —gruñó Chase, con todos los músculos en tensión.
Nina vio que el agujero oscuro de la pared empezaba a desaparecer bajo el último bloque de piedra del techo.
Kari gritó. El dolor del brazo era insoportable.
También gritó Chase cuando sus brazos cedieron al mazazo del impacto del último peso.
El techo se desplomó.
Nina se lanzó hacia el agujero justo cuando el último bloque caía como una guillotina.
Se aferró a algo: una palanca de madera. Tiró de ella.
No ocurrió nada…
Clunk.
Se oyó el crujido de una piedra y el techo se detuvo.
Chase abrió los ojos. Gracias a la lejana luz de la linterna, vio que la barra de madera se encontraba a dos centímetros del cuello… Y encima, a un dedo, se había detenido la fría piedra que había estado a punto de aplastarlo.
Kari estaba inmóvil. Cualquier movimiento le producía un dolor insoportable. Intentó ver lo que le había ocurrido a Nina.
La doctora tenía el brazo derecho dentro del agujero de la pared. Estaba atrapado. El techo había bajado tanto que no podía sacarlo. Un centímetro más y primero le habría aplastado el hueso, y luego le habría amputado el brazo a la altura del codo.
Se oyó de nuevo el chirrido de una piedra, cayó una lluvia de polvo y el techo empezó a subir.
Chase miró hacia el lado. La puerta que cerraba la entrada se abría de nuevo.
Nina sacó el brazo del agujero y miró hacia atrás. El rostro de Kari, tenuemente iluminado por la linterna, estaba crispado por el dolor, pero también reflejaba una sensación casi incrédula de alivio. Nina acudió junto a ella para ayudarla. Kari lanzó un gruñido y se quitó el pincho, pero enseguida empezó a sangrar a borbotones.
—¡Oh, cielos! —exclamó Nina, que le tapó la herida con la mano—. ¡Eddie! ¡Eddie! ¡Kari está herida, necesita ayuda!
—No es la única —respondió el inglés mientras se deslizaba bajo la barra y se incorporaba. Logró ponerse en pie, a pesar de que apenas sentía los brazos—. Necesito luz.
Nina enfocó la linterna hacia el pasillo para que Chase pudiera pasar entre las barras. Cuando estaba a medio camino, el techo ya había regresado a la posición original y el insoportable ruido había cesado.
Se oyó otro «clunk», esta vez procedente del extremo sin salida del pasillo.
Nina enfocó con la linterna en esa dirección y vio que se abría un hueco; uno de los bloques de piedra de la pared giraba hacia atrás para mostrar la oscuridad que reinaba más allá.
—Nina… —dijo Kari, y miró la sangre que tenía en el hombro.
—Olvídate de mí, tu herida es más grave que la mía. ¡Eddie!
Chase, que apenas pasaba entre las barras, cuyos pinchos le desgarraron la chaqueta de cuero, por fin llegó junto a ellas.
—¿Qué ha ocurrido? Déjame ver.
Nina sostuvo la linterna.
—Se ha clavado uno de los pinchos.
—Joder —murmuró Chase, mientras apartaba la tela empapada en sangre para ver mejor—. Es una herida profunda, y el botiquín de primeros auxilios está fuera.
—Olvídese de eso —dijo Kari, que estaba haciendo verdaderos esfuerzos para mantenerse en pie—. No tenemos tiempo, debemos avanzar. ¿Cuánto nos queda?
Chase levantó el brazo para mirar el reloj y soltó un gruñido.
—¿Estás bien? —le preguntó Nina.
—Me siento como si un cabrón me hubiera atropellado con el coche. Nos quedan… cuarenta y nueve minutos.
—Y dos retos —añadió Nina, con un deje de tristeza.
—Podemos superarlos —dijo Kari, sin el menor atisbo de duda en la voz—. Vamos.
Cuando pasaron por la abertura, Chase insistió en que se detuvieran para poder curarles las heridas. A Kari le arrancó la manga rasgada y le hizo un torniquete para detener la hemorragia. La herida del hombro de Nina era menos profunda, de modo que le hizo un vendaje improvisado con una de las mangas.
—Es lo único que puedo hacer de momento —dijo a modo de disculpa—. Tendrán que poneros puntos en cuanto salgamos. Y también una inyección. No quiero que ninguno de esos pequeños insectos cabrones os infecte la herida.
Nina se estremeció.
—Dios, ha faltado poco.
—Pues aún nos quedan dos —le recordó Chase.
—Sí, gracias por intentar tranquilizarme. Y estás sudando.
—Bueno, supongo que esto puede considerarse un jaleo.
—Hemos superado el reto de la fuerza —dijo Kari, que flexionó el brazo lentamente e hizo un gesto de dolor—. Así que aún nos queda el reto de la destreza y el de la mente.
—Iba a decir que espero que sean más fáciles que el primero —añadió Chase—, pero… tengo el presentimiento de que no va a ser así.
—Yo también —admitió Kari—. Pero sé que podemos lograrlo. ¿Cuánto tiempo nos queda?
—Cuarenta y seis minutos.
—Muy bien. Veamos en qué consiste el reto de la destreza.
Avanzaron cautelosamente por el nuevo pasillo, que torció varias veces antes de que oyeran algo más aparte de sus pasos. Chase enfocó la linterna hacia delante. El pasillo desembocaba en una sala más grande.
—Agua —dijo el inglés.
—¿Dentro del templo? —preguntó Nina.
—Dijo que era el templo del dios del mar… —Aceleraron el paso—. Es agua, sin duda. Quizá el riachuelo que vimos junto a la aldea atraviesa el templo también.
Al cabo de unos instantes comprobaron que su teoría era correcta. El trío se encontraba en una plataforma que abarcaba el lado largo de una piscina rectangular gigante de agua verde salobre. El techo de la plataforma tenía la misma altura claustrofóbica que el del pasillo, pero el del resto de la sala era mucho más alto.
Chase iluminó el agua con la linterna. Los reflejos de las olas trepaban por la pared. La piscina medía treinta metros de largo, como mínimo, y unos siete de ancho. En un principio a Nina le pareció que había una cuerda que la cruzaba de lado a lado, pero luego se dio cuenta de que era una vigueta de madera, de poco más de dos centímetros de ancho, que se sustentaba en unos postes que sobresalían de la piscina. La viga se encontraba a unos sesenta centímetros por debajo del nivel de la plataforma, y a solo quince sobre la superficie calma del agua.
—Bueno, ¿y ahora qué? —se preguntó Chase.
Kari señaló al otro lado del canal.
—¿Qué es eso?
La linterna iluminó un puñal de oro resplandeciente, que se encontraba, con la punta hacia abajo, en el interior de un hueco poco profundo justo sobre el extremo opuesto de la vigueta. Unos tres metros sobre el puñal había una cornisa que discurría a lo largo de la pared más alejada, pero no parecía que hubiera ninguna forma de llegar hasta allí.
—Bueno, es el reto de la destreza —dijo Nina, que se acercó al borde de la plataforma y se puso en cuclillas para observar de cerca la viga de madera—. Hay que cruzar la barra sin perder el equilibrio para coger el puñal.
Chase descubrió otra cosa interesante, en un extremo de la piscina, junto a la pared de piedra.
—Y entonces eso baja para que los demás puedan cruzar también. —En el extremo alejado había un estrecho puente levadizo, sostenido por cuerdas. Trazó un arco desde el extremo superior con el índice, hasta el borde de la plataforma, donde se encontraban.
Nina observó la piscina con mayor detenimiento. En cada uno de los extremos de la sala vislumbró la parte superior de lo que parecía un acueducto, unos canales por los que fluía el agua.
—¿Por qué no lo cruzamos a nado? —se preguntó en voz alta—. No sé si es muy profunda, pero…
De repente la superficie verde del agua estalló y cobró vida. Un par de mandíbulas se abalanzaron hacia Nina…
Kari la agarró del cuello y tiró de ella hacia atrás justo cuando la boca del caimán se cerraba donde un instante antes había estado ella. El depredador, que medía más de tres metros y medio, se retorcía en el costado de la piscina, intentando dar caza a su presa, pero fue derrotado por la pared vertical de piedra. Al verse impotente, se dejó caer al agua con un bufido maligno.
Nina estaba tan aterrorizada que no podía hablar.
—¿Estás bien? —le preguntó Kari, cuando Chase exclamó:
—¡Joder!
Entonces recuperó la voz.
—¡Oh, Dios mío!
—¡Por eso no se puede cruzar a nado! —dijo Chase—. No me extrañaría que también hubiera pirañas.
—¿Cómo demonios ha llegado ese bicho ahí? —gritó Nina, que temblaba de pies a cabeza—. ¡Estamos en un puto templo de más de cinco mil años!
Chase examinó la piscina con cautela, observando cómo se calmaba el agua.
—Del mismo modo por el que aún funcionan las trampas: gracias a esos cabrones de ahí fuera.
—Nina, no pasa nada, no pasa nada —le dijo Kari, intentando consolarla—. Señor Chase, ¿ve algo más?
Con los pies a una distancia prudente del borde, Chase se inclinó sobre la piscina e iluminó el techo con la linterna.
—Ahí arriba hay algo, sobre la viga, pero no veo qué es. Parece un hueco en la pared.
—¿Puede alcanzarlo?
—No, está demasiado alto… Ah, ya lo entiendo. Para verlo bien, hay que cruzar la piscina, hasta el puñal.
Kari soltó un bufido.
—Muy bien. Entonces supongo que voy a tener que ir a cogerlo.
—¿Tú? —exclamó Nina—. ¡Pero si estás herida!
—¿Está segura? —preguntó Chase—. Es una viga estrecha, pero creo que podría cruzarla…
A modo de respuesta, Kari hizo la vertical, sosteniéndose con el brazo sano y, de un salto, volvió a ponerse en pie.
—Muy bien —dijo Chase, que asintió—. Entonces vaya a por la daga…
Nina miró hacia la piscina, preocupada.
—Kari, ¿estás segura? Si uno de esos bichos te ve…
—No tenemos otra alternativa —dijo Kari, mientras se acercaba al extremo de la viga—. ¿Cuánto tiempo nos queda?
—Cuarenta y un minutos —respondió Chase.
—Entonces es mejor que me dé prisa. —Bajó con cuidado de la plataforma a la vigueta de madera, que crujió y se dobló un poco. Chase sostenía la linterna para iluminar el camino. Kari se serenó, estiró los brazos lentamente para mantener el equilibro y reprimió un gemido al sentir una punzada de dolor—. Bueno, ahí voy.
Dio el primer paso. La viga crujió más fuerte. Todos se asustaron al comprobar que también tembló ya que los postes que la sostenían se balancearon en el agua y provocaron ondas.
No fueron las únicas que vieron; aparecieron más cerca del acueducto, en el lado por donde salía el agua. Los ojos siniestros de un caimán asomaron en la superficie, el resto de su cuerpo largo apenas era visible bajo el agua llena de algas.
—Kari… —la advirtió Nina.
—Lo veo —respondió la hija de Frost, que volvió a centrarse en la viga, mientras avanzaba paso a paso, con sumo cuidado. Se encontraba a medio camino entre los dos postes de apoyo, y la viga se combaba de un modo alarmante, estaba a pocos centímetros del agua.
El caimán se movió, su cola ondulante iba de lado a lado mientras avanzaba hacia ella.
Kari no le hizo caso, estaba concentrada únicamente en mantener el equilibrio. Casi había alcanzado el siguiente poste de apoyo. La viga ya no estaba tan combada, pero seguía balanceándose como antes. Tuvo que esforzarse para no perder la vertical.
El ruido de unas salpicaduras hizo que Nina volviera la mirada y viera a un segundo caimán, en el otro extremo de la sala. Era incluso mayor que el primero, y parecía que no le preocupaba demasiado que lo vieran, ya que flotaba en la superficie como un tronco.
Un tronco con dientes. Abrió lentamente la boca y lanzó un bufido maligno.
Kari aumentó el ritmo. Ya había alcanzado la mitad de la viga, que volvía a combarse con su peso. A cada paso que daba, oscilaba un poco más.
Podía ver claramente el puñal. La punta descansaba en una tacita metálica que parecía estar conectada con algo que había tras el hueco poco profundo. ¿Otra trampa?
También había una cornisa muy estrecha al final, sobre la viga, tan pequeña que no la había visto hasta entonces. Medía menos de un metro de largo y apenas un centímetro de ancho, lo suficiente para tener un punto de apoyo. Estaba claro que los constructores del puente la habían puesto ahí por algún motivo, que de momento a Kari se le escapaba, aunque tenía el presentimiento de que no le gustaría la respuesta cuando la hallara…
La viga tembló.
La extraña cornisa la había distraído solo un instante, pero bastó para que perdiera el equilibrio. Intentó enderezarse desesperadamente, pero ya había desplazado el peso demasiado. Dentro de un segundo caería al agua, entre las mandíbulas de los caimanes…
Kari se lanzó hacia delante y se agarró a la viga al aterrizar de cara. Se golpeó contra la estrecha barra de madera como si le hubieran dado con una porra. Se aferró con las rodilla para intentar evitar caer al agua.
—¡Kari! —gritó Nina.
Chase se quitó la chaqueta, dispuesto a salvarla.
—¡Mierda, no va a conseguirlo!
Los caimanes, atraídos por el ruido, se dirigieron hacia Kari.
—¡Quédese ahí! —gritó ella. Aún tenía las rodillas en el agua, pero logró aferrarse con las botas a la vigueta para seguir avanzando.
La larga cabeza del caimán más cercano salió del agua, abrió la mandíbula para mostrar sus afilados dientes…
—¡Eh! —rugió Chase, que se acercó a la viga y empezó a dar patadas en el agua—. ¡Aquí! ¡Eh!
El caimán más grande cambió de dirección con un coletazo y se dirigió hacia él. El primero, que aún se deslizaba rápidamente hacia Kari, volvió la cabeza hacia el ruido y se golpeó en la cabeza con el tacón de la bota de la multimillonaria noruega; se oyó un crujido que resonó en toda la sala.
El caimán mordió el aire, agitó la cola y se sumergió de nuevo en el agua. Kari se arrastró desesperadamente por la viga, sin dejar de mirar hacia atrás, al gran reptil, que daba vueltas en siniestros círculos alrededor de ella.
Chase volvió a dar otra patada antes de subir de nuevo a la plataforma, cuando el caimán salió del agua con la inmensa boca abierta. Arañó la pared de piedra con sus fuertes garras, y golpeó la viga con su pesado cuerpo.
Kari estuvo a punto de caer al agua por culpa del impacto. Se aferró a la vigueta con todas las fuerzas, pero el caimán volvió a embestirla una y otra vez para dar caza a Chase, antes de admitir la derrota y sumergirse en la piscina.
El otro reptil se dirigía de nuevo hacia ella, con la boca abierta de par en par. Esta vez había aprendido la lección y apuntaba a las extremidades superiores. Kari siguió avanzando con grandes esfuerzos.
Tocó la fría piedra con los dedos y se agarró a la pequeña cornisa. Se levantó de la viga, puso un pie en el saliente y saltó.
El caimán se abalanzó…
Kari gritó, cogió el puñal y lo hundió entre los ojos amarillos del animal, clavándoselo en el cerebro.
El reptil cayó sobre la viga y luego al agua, sin vida, justo después de que ella recuperara el arma.
De pronto, en la mancha de sangre que se había extendido en el agua, empezaron a aparecer decenas de aletas.
Chase tenía razón.
¡Pirañas!
Kari se apretó contra la pared. Tenía un pie en la viga, que se estremeció cuando el cuerpo del caimán chocó contra ella. La punta del otro tacón estaba en el borde mismo de la cornisa. Esperó a que la vigueta dejara de temblar y luego miró alrededor para comprobar los efectos de haber cogido el puñal. Estaba convencida de haber oído algo al tomar el puñal…
Ocurrieron dos cosas a la vez.
En algún lugar sobre Chase y Nina se oyó un sonoro ruido metálico. Vislumbró un destello de movimiento en la abertura que había visto Chase, pero estaba demasiado oscura para adivinar la causa.
Además, no tuvo tiempo para pensar en ello porque la viga había empezado a moverse, a replegarse tras la pared que había tras ella. Los postes de apoyo se movían con la vigueta, dejando una estela en forma de V en el agua; al parecer, estaba todo montado en una especie de armazón en el fondo de la piscina, y ahora desaparecía a una velocidad alarmante tras la fría pared de piedra que había a sus espaldas.
—¡Eddie, haz algo, páralo! —gritó Nina, que se sentía impotente al ver cómo se alejaba la viga de la plataforma.
—¿Cómo? —preguntó, buscando algo, lo que fuera con tal de detenerlo todo. No podía hacer nada.
Al borde del ataque de pánico, Kari intentó detener la viga con el pie, pero fue todo en vano. A la velocidad a la que se movía, tenía un minuto, quizá menos, antes de que despareciera por completo y ella cayera a la piscina con el otro caimán… y las pirañas que estaban devorando al reptil muerto.
Aún tenía el puñal en una mano, aunque para lo que le servía.
El puñal…
Se dio cuenta de que tenía que haber algo más. Tenía que hacer algo con el puñal, no tan solo cogerlo.
—¡Lánceme la linterna! —gritó.
—¡Se caerá al agua! —exclamó Nina mientras Chase se preparaba.
—¡Se caerá de todos modos dentro de un minuto si no la ayudamos! —le espetó—. ¡Kari! ¿Lista?
—¡Sí!
Le lanzó la linterna. La luz trazó un arco, como una estrella fugaz. Kari estiró el brazo herido y la atrapó. Tras balancearse para mantener el equilibrio, enfocó hacia arriba, al hueco que había al otro lado de la piscina. Resultó ser una hornacina, de unos noventa centímetros de ancho. En su interior brillaba un objeto circular metálico de unos treinta centímetros y hecho de cobre u oro. Parecía un escudo.
Pero no lo era; se trataba de una diana.
Solo quedaba un metro de viga, faltaban tan solo unos segundos para que desapareciera por completo.
Kari se apoyó en ella con ambos pies y echó el brazo derecho hacia atrás para lanzar el puñal. La hoja brilló…
¡Bang! Alcanzó la diana en el centro. El disco metálico cayó hacia atrás y lo perdió de vista.
La viga se detuvo. Se oyó un crujido de madera y el puente levadizo del otro extremo de la sala cayó sobre la plataforma.
Kari miró abajo. La viga solo sobresalía un trozo lo bastante grande como para que le cupieran ambos pies, si se ponía de lado.
Se apoyó con una mano en la pared. Se sentía muy vulnerable.
—¿Y ahora qué se supone que debo hacer? —preguntó en voz alta.
Entonces oyó un ruido sobre ella. Cayó una cuerda de nudos, con un trozo de madera atado en la punta, de la cornisa que discurría a lo largo de la pared.
Chase y Nina ya se dirigían hacia el puente.
—¡Nos vemos al otro lado! —le dijo Chase mientras Kari tiraba de la cuerda para comprobar que no fuera a romperse o que no era una trampa. Parecía firme. Sirviéndose principalmente del brazo derecho, subió a la cornisa. Solo medía treinta centímetros de ancho, pero en comparación con la otra, parecía ancha como una autopista.
Nina y Chase la esperaban al final de puente levadizo.
—Ha sido un lanzamiento fantástico —dijo Chase mientras Kari se apoyaba en la pared, exhausta—. ¿Era muy grande el objetivo? —Separó las manos unos treinta centímetros mientras Nina le comprobaba el vendaje—. Joder, creo que yo no lo habría logrado. No bromeaban cuando decían que era un reto de destreza.
—Aún nos queda otro —añadió Nina.
—¿El reto de la mente? Creo que esa es tu especialidad, Doc. ¿Estás lista?
Nina sonrió hecha un manojo de nervios.
—¿Acaso tengo alternativa?
—¿Cuánto tiempo nos queda? —le preguntó Kari a Chase, con voz cansada.
—A ver… Treinta y seis minutos. —Los tres miraron hacia el pasillo que conducía al interior del templo. Aunque no era diferente de los otros por los que habían pasado, parecía más intimidatorio.
—Bueno —dijo Nina, fingiendo una actitud desafiante—, espero que mi mente esté a la altura del reto.