Capítulo 7

El soldado le echó las manos al cuello a Chase, apretó con fuerza y lo empujó aún más hacia fuera.

Chase tuvo que hacer verdaderos esfuerzos para seguir respirando mientras el otro hombre le clavaba el pulgar en la tráquea. Recurrió a todas las fuerzas que le quedaban para no soltarse de la barandilla, a pesar de que el dolor que sentía en el brazo herido, e inútil para defenderse, era insoportable.

De reojo vio que las luces del tren que se aproximaba en dirección contraria brillaban cada vez más.

El iraní se le echó más encima y gruñó:

—¡Muere, americano hijo de puta!

—¿Americano? —exclamó Chase entre jadeos. De pronto sintió que recuperaba las fuerzas, y hundió la mano libre en la cara del iraní, como un martillo. El cartílago crujió con el golpe y el soldado empezó a sangrar a borbotones. Le soltó el cuello de inmediato y cayó hacia atrás, medio ahogado por el dolor.

Chase le dio una patada en el estómago y el soldado cayó redondo, pero el inglés lo agarró y le espetó:

—¡Soy británico, imbécil!

Sonó un silbato.

Por el parabrisas vio la otra locomotora que se dirigía hacia ellos a toda velocidad, envuelta en una nube de chispas cuando el otro maquinista activó el freno. Era un tren que transportaba tanques blancos llenos de combustible o productos químicos.

El tren de Nina se encontraba casi a su misma altura.

El otro maquinista saltó del tren, que se precipitaba hacia ellos como un obús, con una luz cegadora.

Todavía no habían alcanzado el último vagón del tren de Nina, pero no le quedaba más tiempo…

El soldado se incorporó y gritó.

Chase saltó y se agarró a la barandilla de la plataforma abierta. Lo único que podía hacer era aferrarse al metal con las puntas de los dedos cuando…

Las locomotoras colisionaron.

La máquina de Chase se levantó a causa del impacto. La otra levantó una tormenta metálica.

Entonces el chasis chocó contra el bloque de metal del segundo motor diésel de la locomotora. La máquina de Chase pesaba casi cien toneladas, pero chocar contra un tren de varios miles de toneladas que se desplazaba a casi ochenta kilómetros por hora, fue como hacerlo contra un muro de hierro.

La locomotora acabó volando por el aire. Permaneció suspendida, invertida durante un instante, y cayó sobre la otra. Ambos motores se desintegraron a causa del impacto y arrojaron cientos de litros de combustible, que empezaron a arder.

El primer vagón, lleno de fuel oil muy inflamable, descarriló y chocó contra un montón de metal. Se derramó su contenido…

—Se le ha acabado el tiempo —dijo Mahyad. Se inclinó hacia Nina y su maligna sonrisa se hizo más grande mientras alargaba el brazo para acariciarle la pierna. Asqueada, ella intentó apartarse, pero no podía huir—. Bueno, ¿cuál es su…?

Otro tren pasó a toda velocidad en dirección contraria. Mahyad lo miró y luego a Nina. Abrió la boca para hablar…

Una explosión sacudió el tren.

A lo largo de su carrera en el SAS Chase había estado en lugares peligrosamente próximos a los objetivos de los ataques aéreos de precisión de la OTAN, pero la explosión de una bomba de quinientos kilos guiada por láser era unos meros fuegos artificiales en comparación con la monstruosa deflagración que tuvo lugar cuando estalló el primer tanque. El tren al que estaba desesperadamente aferrado se alejaba de aquel infierno a más de ochenta kilómetros por hora, pero la detonación aún era ensordecedora y el calor de la bola de fuego le abrasó el vello del dorso de las manos.

Hubo otro ruido, un terrible gruñido cuando los demás tanques chocaron y se amontonaron unos encima de otros a su lado. Estaban descarrilando y el efecto acordeón de la colisión los arrancaba de la vía.

¡Otra explosión! El segundo tanque del tren estalló como el primero y, al cabo de un instante, lo siguió el tercero.

¡Mierda!

El tren entero iba a estallar en una reacción en cadena, ¡y las explosiones amenazaban con alcanzarlo ya que avanzaban más rápidamente hacia él de lo que se alejaba su tren!

Si no se ponía a cubierto en el interior en menos de diez segundos, acabaría inmolado o desintegrado.

Haciendo fuerza con los brazos, los tendones en tensión como cables de acero, se levantó con un grito que quedó ahogado por los estallidos de los otros tanques. Justo en el momento en que empezaba a sentir que el calor le abrasaba la piel, logró saltar la barandilla y aterrizó en la plataforma de madera. Se puso en pie y giró el pomo de la puerta.

¡Estaba cerrada!

La cadena de explosiones avanzaba hacia él, encabezada por una ráfaga de viento ardiente. Se agachó junto a la puerta, era su única salvación…

Cuando de pronto cayó de espaldas dentro del vagón y se quedó mirando fijamente al soldado que acababa de abrirle.

Chase se apartó de la puerta. Cogido por sorpresa, el soldado se quedó pasmado, luego alzó la mirada y vio un muro de fuego líquido que se abalanzaba sobre el tren.

Ni tan siquiera tuvo tiempo de gritar mientras las llamas del último tanque arrasaban el interior del vagón. Engullido por el fuego, el soldado profirió un grito de dolor antes de dirigirse hacia Chase con los brazos abiertos.

El inglés se apartó de nuevo mientras aquel infierno pasaba por encima de él, justo a tiempo para esquivar el torrente de combustible procedente del soldado. Se puso en pie de un salto y no hizo caso del iraní que cayó y se retorció agonizante. Ahora que estaba en el tren, tenía una misión.

Mahyad quedó aturdido por la primera explosión, aunque luego acabó presa del pánico a medida que las explosiones se hacían cada vez más fuertes. Se olvidó de Nina, se levantó de un salto, abrió la puerta del compartimiento y se puso a dar órdenes a gritos por el pasillo.

Nina no sabía qué estaba ocurriendo, ¡pero parecía como si estuvieran bombardeando el tren!

¿Acaso era Chase que acudía a rescatarla? No se imaginaba cómo, pero fuera lo que fuese, Mahyad estaba aterrado.

Quizá tuviera una oportunidad para escapar.

Castille y Hafez se miraron de nuevo cuando uno de los asustados guardas abrió la puerta y oyeron los gritos de Mahyad, desde el otro extremo del vagón. Esta vez la mirada fue una señal, una confirmación de que ambos estaban en la misma longitud de onda.

¡Listos!

Chase abrió una puerta corredera que daba al pasillo de un vagón antiguo, decorado como uno de los Expresos de Hogwarts de Harry Potter. Se sintió aliviado al ver que todos los compartimientos estaban vacíos. Si hubieran estado llenos de soldados, se habría metido en un buen problema…

¡Pasos!

Oyó pisadas de botas. Varios hombres entraron por el otro extremo del vagón con gran estruendo. Al final iba a tener un buen problema.

Se metió en el compartimiento más cercano y cerró la puerta casi del todo. Los cinco hombres pasaron de largo. Echó un vistazo por la ventana. Tenía a un soldado a poco más de medio metro.

—¡Psst!

El iraní se volvió, con gesto burlón, que se transformó en pánico en la fracción de segundo antes de que un puño le golpeara la cara. Chase lo metió en el compartimiento y le dio otro puñetazo, por si las moscas, antes de cogerle el arma. Con un rápido movimiento puso el G3 en modo automático, salió al pasillo y abrió una ráfaga de disparos contra los soldados, que cayeron todos.

Quitó el cargador vacío, volvió a entrar en el compartimiento para coger los cargadores del soldado inconsciente, recargó el rifle y salió al pasillo. Castille, Hafez y, sobre todo, Nina estaban en algún lugar del tren e iba a encontrarlos.

Uno de sus guardas ya había abandonado el compartimiento ya que Mahyad le había ordenado que fuera a averiguar lo que estaba ocurriendo en el otro extremo del tren, y los hombres que vigilaban a Castille y Hafez miraron alrededor, sorprendidos, cuando oyeron el ruido lejano, pero inconfundible, de fuego de armas automáticas.

Castille miró fijamente a su amigo. «¡Ahora!». Se levantó de su asiento y, agachado y con las manos esposadas, desarmó al soldado que tenía a la derecha mientras le daba una patada en la cara al que estaba sentado enfrente. Varios dientes salieron volando tras el impacto. Al mismo tiempo, Hafez se abalanzó sobre el hombre que estaba al otro lado de Castille y le dio una patada que lo dejó también sin rifle.

Castille se puso en pie, se enderezó y le dio un codazo en la garganta al soldado de su derecha. Sintió que algo cedía acompañado de un crujido espantoso.

Cuando se volvió, Hafez le clavó el tacón en la rodilla al soldado y le partió la rótula. El iraní profirió un grito de dolor. Hafez dio un salto adelante, cogió el rifle y le dio un culatazo en la parte posterior del cráneo. El soldado cayó al suelo, donde permaneció inmóvil.

Los otros dos hombres no estaban en mucho mejor estado.

—Buen trabajo —dijo Hafez, que señaló con la cabeza a los dos iraníes inconscientes.

—Tú también.

—Por supuesto, podría haberme encargado del otro si hubiera estado aquí.

—Por supuesto que sí. —Castille puso los ojos en blanco, en broma—. Ahora espero que uno de estos desgraciados tenga las llaves de las esposas…

Chase entró en el segundo vagón, pasó junto a la puerta cerrada del lavabo y dobló la esquina del siguiente pasillo… ¡donde se encontró cara a cara con cuatro soldados más, con los rifles en alto!

Retrocedió para ponerse a cubierto en la esquina y tuvo tiempo de lanzar unos cuantos disparos. Un grito le confirmó que había acertado. Los paneles de madera del pasillo se deshicieron en pedazos, arrasados por una lluvia de balas.

—¡Joder! —Se protegió los ojos de las astillas. Debido a lo largo que era el G3 le iba a costar mucho salvar la esquina del pasillo y disparar a ciegas, mientras que sus adversarios podían ponerse a cubierto en los compartimientos y usar su potencia de fuego superior para contenerlo hasta que llegaran refuerzos.

¡O, se dio cuenta horrorizado, podían optar por lo que estaban a punto de hacer y lanzar una granada por el pasillo!

Uno de los hombres gritó el equivalente en farsi de «¡Fuego en el agujero!», y Chase oyó perfectamente el sonido metálico de la palanca de seguridad al desprenderse de la granada ya que los demás habían dejado de disparar.

Tardaría varios segundos en ponerse a cubierto en el otro lado del pasillo y para entonces la granada ya habría estallado…

Ni tan siquiera lo intentó. En lugar de eso, le dio la vuelta al rifle, lo cogió por el cañón, se asomó para ver cómo se aproximaba el proyectil verde hacia él…

¡Y lo golpeó con la culata como un bateador de criquet! La granada voló de nuevo por el pasillo en dirección inversa.

Chase se echó al suelo justo en el momento en que explotó. Todas las ventanas del pasillo estallaron, miles de cristales hicieron que la onda expansiva fuera más mortífera, mientras las bolas de acero y los fragmentos de la granada atravesaban las paredes del vagón.

El viento que entraba por las ventanas disipó el humo casi de inmediato y Chase miró por el pasillo. Vio a varios hombres muertos, o como mínimo varios de sus miembros, pero no había ni rastro de Mahyad, que debía de estar en el primer vagón, con los prisioneros.

Volvió a empuñar el rifle y siguió avanzando.

—¿Una granada? —preguntó Hafez.

—Sí.

—¿Eddie?

—Sin duda. —Castille le quitó las esposas al iraní—. ¿Listo?

—Siempre.

—¡Entonces, vamos!

Con las armas en alto, ambos hombres salieron agachados, espalda contra espalda, del compartimiento. Castille estaba de cara hacia la parte posterior del tren.

El belga no veía nada, salvo las paredes de madera del pasillo. Dijo «despejado» cuando oyó dos disparos casi simultáneos tras él. Uno era del arma de Hafez; el otro fue más lejano.

Hafez cayó hacia atrás y tropezó con Castille cuando una bala penetró en su muslo izquierdo. En el otro extremo del pasillo, el soldado que había permanecido frente al compartimiento de Nina y Mahyad se puso a cubierto cuando la bala de Hafez arrancó un pedazo de madera del marco de la puerta.

Castille agarró a su amigo con el brazo libre, lo arrastró por el pasillo para ponerlo a salvo y lo tendió con cuidado en el suelo.

La herida sangraba a borbotones. Hafez se la tapó con la mano izquierda.

—¡Agh! ¡Ese cabrón, hijo de una puta sifilítica me ha disparado!

Castille sabía por propia experiencia que su amigo sobreviviría si recibía primeros auxilios pronto. Suponiendo que sobrevivieran a ese infierno…

—¿Aún puedes disparar?

Hafez cogió el rifle con una mano.

—¡Aún estoy vivo y me niego a morir hasta que no le haya reventado las pelotas a ese cabrón! ¡Ve a ayudar a Eddie!

Castille le dio una palmada en el hombro y abrió la puerta.

Chase oyó que había movimiento más adelante. Alguien se acercaba.

Se escondió en el compartimiento más cercano. Contuvo la respiración, esperó hasta oír los pasos y salió de golpe apuntando con el rifle.

Castille estaba a menos de tres metros, apuntándolo.

—¡Edward!

—¡Hugo! —Chase lanzó un suspiro de alivio—. ¡Típico, me tomo todas estas molestias para rescatarte, y me has hecho perder el tiempo!

—Ya me conoces, me he cansado de esperar a que…

—¡Alto! —les ordenó una voz por detrás de Chase.

Ambos se miraron a los ojos. El belga miró hacia abajo y Chase asintió con gesto de la cabeza apenas perceptible.

—Tirad las ar…

Chase se echó al suelo y Castille descargó un tiro que pasó a pocos centímetros de su cabeza. Oyeron un grito ahogado proveniente del extremo del vagón, seguido del golpe seco que hizo el cuerpo al caer al suelo. Chase se volvió y vio a un soldado tirado junto a una pared llena de agujeros de bala, con un rifle en su mano sin vida.

—Vienes a salvarme y al final resulta que tengo que salvarte yo a ti —dijo el belga con una sonrisa astuta.

—Bueno, digamos que hemos quedado en tablas. —Chase se levantó—. ¡No puedo creerme que se hubiera escondido en el retrete! ¿Dónde está Nina?

Castille adoptó un semblante grave.

—No lo sé, no la he visto. El capitán se la llevó a otro compartimiento. Y Hafez está herido, le han disparado.

—¿Dónde?

—En la pierna.

—¡No, que dónde está ella!

Castille se volvió y señaló hacia la parte delantera del tren.

—¡Por aquí, vamos!

Entraron en el primer vagón. Hafez aún estaba en el suelo, a cubierto.

—¡Eddie! —exclamó, con un gesto de dolor—. ¡Me alegro de verte! ¿Cómo…?

—¿Has oído todas esas explosiones?

—Sí.

—Pues ya lo sabes. ¿Dónde está Nina?

Hafez señaló con el rifle.

—Creo que está en el primer compartimiento, pero el pequeño cabrón que me ha hecho esto —se miró la herida de la pierna—, lo está cubriendo. Seguramente Mahyad también está ahí.

Chase se metió la mano en el bolsillo y sacó un pequeño espejo de acero para poder ver el otro extremo del pasillo. Tal como esperaba, el movimiento provocó un par de disparos, pero en el breve instante de tiempo del que dispuso antes de bajar la mano vio todo lo que necesitaba.

—Un tipo, en el último compartimiento, agachado. —Le hizo un gesto con la cabeza a Castille—. ¿Te apuntas?

—Me ocupo del extremo alejado.

—Ni hablar. Tú te has cargado al último malo. Yo me ocuparé del extremo alejado. —Chase se preparó para salir y tomar una posición de disparo junto a la pared exterior del pasillo. Tendría un mejor ángulo de disparo, pero también quedaría más descubierto.

—Mi psicología inversa vuelve a funcionar —dijo Castille. Levantó el rifle—. ¿Listo?

Chase hizo lo mismo.

—Hay que luchar hasta el final.

—Hay que luchar hasta el final —repitió el belga.

Chase alargó el brazo y tiró del cable de emergencia.

El tren entero dio una sacudida cuando los frenos de emergencia entraron en funcionamiento y las ruedas chirriaron en las vías. Chase se agarró a donde pudo y esperó a que se detuviera…

—¡Ahora!

Castille se asomó por la esquina y apuntó. El soldado, que aún estaba recuperándose del frenazo, lo vio y salió de su refugio para disparar. En el mismo instante Chase se lanzó contra la pared opuesta y llamó la atención de su presa.

Los rifles de ambos ex comandos rugieron al unísono. Antes de que tuviera tiempo de disparar, el soldado ya estaba muerto. Había caído dentro del compartimiento como un muñeco de trapo.

Chase oyó que Nina gritaba asustada.

—¡Vamos! —ordenó mientras corría por el pasillo. Castille le siguió.

Junto a la puerta abierta se encontraba el cuerpo del soldado. Chase no paró de correr, sino que se lanzó y aterrizó con una voltereta perfecta. Un disparo de pistola hizo un agujero en la ventana, tan solo unos cuantos centímetros por encima de su cabeza.

Había echado un vistazo al interior del compartimiento al pasar volando frente a él, y le hizo un gesto con una mano a Castille cuando recuperó el equilibrio. Un rehén, uno de los malos, de pie. A la de tres, dos, uno…

Ambos hombres se echaron al suelo y apuntaron con sus rifles al iraní.

Mahyad estaba de pie con Nina ante él. Con el brazo izquierdo la agarraba por la cintura y apuntaba torpemente hacia la puerta con su pistola de reglamento. En la derecha tenía la Wildey de Chase y apuntaba a Nina en la sien.

Nina temblaba de miedo.

—¡Eddie!

—¡Tirad las armas! —gritó Mahyad—. Voy a contar hasta tres. Si no tiráis las armas…

Chase y Castille intercambiaron una mirada fugaz.

—¡Tres! —gritó Chase.

Las dos balas alcanzaron a Mahyad en la frente, separadas por apenas un centímetro.

Le estalló la parte posterior del cráneo y la luz del compartimiento adquirió de inmediato un matiz escarlata cuando la ventana quedó salpicada de sangre. El cadáver cayó de rodillas, luego hacia atrás y golpeó la pared con un ruido seco.

—Solo hablan los aficionados —dijo Chase, que recibió un gesto de asentimiento de su compañero a modo de respuesta, antes de volverse hacia Nina, que no había reaccionado de ningún modo a los disparos. Sencillamente se había quedado allí clavada, lo cual resultaba preocupante—. ¿Doctora Wilde? —Ella lo miró, ausente—. ¡Nina!

Parpadeó.

—¿Qué?

—Nina —repitió—, no dejes de mirarme, ¿de acuerdo? Ten la vista fija en mí y da un paso adelante.

—Vale… —respondió medio atontada, y dio el paso. Empezó a recuperar el color de la cara, pero sin un atisbo de miedo o impacto. Parecía como si estuviera desconcertada—. ¿Por qué tengo que mirarte?

—¿Por qué lo preguntas? ¿Qué le pasa a mi cara?

Dio otro paso.

—Bueno, esto…

Chase hizo un mohín.

—¡Vale, gracias!

—¡Nada! ¡No te pasa nada en la cara! —Agitó las manos para disculparse—. Solo quería saber…, ¿por qué quieres que siga mirándote?

Le cogió las manos y la sacó rápidamente del compartimiento. Pasaron por encima del cadáver del soldado.

—No quería que vieras al tipo ese que le falta media cabeza, ¡eso es todo!

Nina miró al soldado muerto. Una de sus piernas salía al pasillo.

—Claro. ¿En cambio no importa que vea a este tipo que tiene el pecho abierto y que ha muerto delante de mí?

Chase negó con la cabeza.

—Algunas personas nunca están satisfechas…

—¡Cielo santo! —exclamó de pronto, cuando el impacto de todo lo que había sucedido hizo mella en ella—. ¡Le has disparado mientras me apuntaba a la cabeza! ¿Y si te hubiera temblado el dedo? ¡Podrías haberme matado!

Castille salió del compartimiento y le dio a Chase su Wildey antes de quitarle las esposas a Nina.

—De hecho, eso no ocurre casi nunca.

—No si les das en la cabeza —añadió Chase—. Si les disparas en el cuerpo ya es otra historia. Un choque hidrostático, espasmos musculares… Pero con un tiro limpio en la cabeza, casi nunca. No…

¡Bang!

Nina chilló.

—Ah —exclamó Castille, disculpándose, y miró hacia el compartimiento para ver el humo que salía del cañón de la pistola de Mahyad—, resulta que era de los que tiene tembleques. ¿Debería haberle quitado su pistola también, n’est-ce pas?

Nina fulminó a Chase con la mirada.

—He dicho «casi» nunca —se quejó, mientras comprobaba su pistola y se la guardaba en la funda, bajo la chaqueta—. Además, para apretar el gatillo de una Wildey hay que hacer mucha más fuerza que con esa pistolita china que tenía… ¿y por qué estamos hablando de esto? ¡Tenemos que salir de aquí!

—¿Cómo? —preguntó Nina, mientras se frotaba las muñecas, doloridas—. ¡Estamos atrapados en medio de Irán! ¿Y qué pasa con Kari?

—Estoy en ello. —Chase miró al soldado muerto—. ¿Es el tipo que tenía todas nuestras cosas?

Castille asintió y le arrancó una cartera.

—Toma.

Chase hurgó en ella y sacó un teléfono móvil.

—¡Aquí está! Espero haberme acordado de recargarle la batería.

—¿Qué vas a hacer? —preguntó Nina.

Chase sonrió.

—Voy a llamar a un amigo.