Capítulo 12
El Nereida levó anclas poco después del amanecer y reemprendió su sinuosa travesía río arriba. Sin embargo el barco se deslizaba tan suavemente que Nina no se despertó hasta que el aroma del desayuno se coló en su lujoso camarote.
Después de lavarse y vestirse, subió al puente, donde Kari, Chase y Pérez examinaban una fotografía en el portátil. Julio gobernaba la embarcación por los meandros del río.
—Buenos días —dijo Chase.
—Hola. ¿Qué hacéis?
—Nos han enviado las últimas fotografías aéreas de la zona de búsqueda —dijo Kari, que volvió el portátil hacia Nina. En la pantalla los recodos del río parecían aún más pronunciados, como si fueran los garabatos de un niño. En algunos tramos, los cambios de dirección del Tefé eran tan bruscos que creaba una especie de islas circulares rodeadas por un foso natural—. Hay cuatro zonas que son el emplazamiento más probable de la ciudad, basándonos en el terreno.
Nina examinó la imagen. El verde intenso de la bóveda que cubría la selva era más irregular en la nueva fotografía de alta resolución y mostraba algunos atisbos del mundo ensombrecido que se escondía debajo. Aumentó la imagen de una de las cuatro secciones hasta que se pixeló. Apareció una mancha gris entre los árboles.
—¿Podrían ser… ruinas lo que se ve ahí?
—Es posible —respondió Chase—. O podría ser una roca. En esta selva podrías esconder un portaaviones bajo los árboles y no lo verías desde el aire. La única forma de comprobarlo es ponerse las botas y saltar al barro.
Kari abrió un mapa en la pantalla.
—El capitán Pérez cree que podremos llegar con el Nereida hasta un punto situado a cinco kilómetros de la zona de búsqueda antes de que el río sea demasiado estrecho para seguir navegando.
—Eso es mucho más cerca de lo que creíamos —comentó Nina mientras examinaba el mapa—. ¿Cuánto tardaremos en llegar hasta ahí?
Pérez miró el panel de control.
—En este momento navegamos a una velocidad de doce nudos, pero no creo que podamos mantenerla durante mucho más. Dentro de quince kilómetros enfilaremos un afluente con meandros mucho más cerrados y tendremos que aminorar. Pero ayer seguimos un buen ritmo, así que… Si el río no nos lo impide, podríamos alcanzar nuestro destino dentro de cuatro horas.
—Mucho antes de que anochezca —dijo Nina—. ¿Cuál es el plan cuando lleguemos allí?
—Eso depende de ti —respondió Kari.
—¿De mí?
—Es tu expedición.
Nina negó con la cabeza.
—¡Ni hablar, Kari, es tu expedición! Yo solo soy, no sé, una asesora.
Kari sonrió.
—¡Entonces asesórame! ¿Qué deberíamos hacer cuando lleguemos? ¿Esperamos a mañana para tener un día entero para iniciar la exploración…?
Chase aplaudió.
—¡Me parece una idea fantástica! Julio cocina hoy otra vez, ¿verdad?
—¿O cogemos la Zodiac y empezamos a buscar la ciudad en cuanto lleguemos?
Todas las miradas se posaron en Nina.
—Esto… bueno… ¿cogemos la Zodiac? —propuso al final.
—Joder, ya estamos —se quejó Chase, en broma.
—De acuerdo —dijo Kari—. En tal caso, es mejor que nos vayamos preparando. No quiero perder tiempo. —Cerró el portátil y abandonó el puente.
—Eres una adicta al trabajo —le dijo Chase a Nina cuando Kari se fue—. ¡Podríamos haber disfrutado de otra agradable noche en el barco si no tuvierais tanta prisa por encontrar ese lugar! Hace diez mil años que está ahí, y mañana seguirá en el mismo sitio.
—Oh, admítelo —replicó ella—. ¡Tienes tanta curiosidad como yo!
—Bueno, quizá sí. Pero —adoptó un tono más serio— tienes que prometerme una cosa.
—¿Qué?
—Si encontramos ese lugar, y creo que lo conseguiremos… Está claro que eres consciente de lo que haces…
—Gracias.
—Entonces, quiero que me prometas que mantendrás la calma, ¿de acuerdo?
—¿A qué te refieres?
—Me refiero a que no quiero que te vuelvas medio loca, que eches a correr y te caigas en un foso o que te dé por tocar una roca gigante que empiece a rodar y te aplaste, o algo por el estilo.
—Has visto muchas películas —se burló Nina—. Como has dicho, esa ciudad lleva ahí más de diez mil años. Aunque esté llena de trampas, lo cual es muy improbable, los mecanismos no funcionarían después de tanto tiempo. Todas las partes móviles se habrán podrido o roto.
—Ya sabes a lo que me refiero —dijo Chase, algo exasperado—. Tan solo quiero que no te hagas daño, ¿de acuerdo?
—Vale, vale, te lo prometo. Si veo una trampa con lanzas, no dejaré que «me dé la luz».
—¿Me lo prometes?
—Te lo prometo.
—Muy bien. —Chase sonrió—. Por cierto, es la peor imitación de Harrison Ford del mundo.
—Ah, pues ya me gustaría ver la tuya —replicó Nina—. Con tu acento cockney.
—¡Cockney! —Chase hizo una mueca de exagerada indignación—. ¡Y un cuerno! ¡No soy de Londres, soy de Yorkshire! Debería tirarte al río por lo que me has dicho. Hum… —La miró pensativamente.
—Ni te atrevas —replicó Nina, mientras se alejaba.
—¡Es hora del baño, Doc!
Nina chilló y huyó, perseguida por Chase, que soltó una carcajada de maníaco.
Los motores del Nereida se callaron tras un último rugido.
—Ya no podemos avanzar más —dijo Pérez.
Según el GPS, estaban solo a cinco kilómetros de la zona de búsqueda; un poco más cerca de lo que había predicho el capitán, pero había acertado en lo referente a la navegabilidad del río. No solo eran muy estrechos los meandros para que el Predator pudiera salvarlos, sino que las aguas turbias estaban cada vez más sucias y llenas de desechos. A pesar de los esfuerzos de Pérez, varios árboles que flotaban en el agua habían chocado contra el casco.
Nina observaba la selva por la ventana del puente. Tenía la sensación de que era igual a la que habían visto desde el inicio de la travesía… pero ahora las orillas estaban tan cerca que parecían más altas. Eran más amenazadoras, como si fueran de otro planeta.
—Nos quedan cinco horas hasta la puesta de sol —dijo Chase—. Suficiente tiempo para acostumbrarnos al terreno. Y quién sabe, a lo mejor tenemos suerte y encontramos la ciudad a la primera.
—Eso estaría bien —dijo Nina. Se había pasado casi todo el día recluida en el camarote con el aire acondicionado encendido; el ambiente de fuera le resultaba más húmedo y agobiante que nunca.
—¿Está preparada la Zodiac, señor Chase? —preguntó Kari.
—Todo listo. Solo falta el agua.
Todos regresaron a los camarotes para coger las mochilas y el resto de los pertrechos. Nina decidió llevarse lo imprescindible, productos básicos como agua, comida y repelente de insecto ya que entre Chase, Castille y Di Salvo llevarían todo el equipo de supervivencia necesario para el grupo. Pero antes de coger la mochila se detuvo y se quedó mirando el sextante atlante, que estaba sobre el escritorio. Acarició el colgante que llevaba en el cuello, ensimismada en sus pensamientos.
—Qué demonios —se dijo, cogió la barra de metal y la envolvió en la funda.
Kari llamó a la puerta, que estaba medio abierta.
—¿Puedo entrar?
—¡Hola! Claro.
—¿Lo vas a llevar? —preguntó Kari mientras Nina guardaba el artefacto en la mochila—. Creía que querías dejarlo en la caja fuerte.
—Esa era mi intención, pero… —Se encogió de hombros, en un gesto vacilante—. No lo sé, de pronto me ha parecido que tal vez podría sernos útil. Si tenemos suerte y encontramos algo, quizá pueda comparar algún texto con las inscripciones del artefacto, para asegurarnos de que estamos en el lugar adecuado.
—Creo que lo estamos. Estoy convencida.
De pronto oyeron un silbido.
—¡Eh! ¡Doc! ¿Estás lista? —preguntó Chase desde fuera—. ¡Mueve el culo!
—¡Ya voy! —Ambas mujeres intercambiaron una mirada de condescendencia. Nina se echó la mochila al hombro y salió del camarote. Chase las estaba esperando.
—¿No vas a pasar calor con esa cosa? —preguntó Nina, que le tiró de la manga de la chaqueta de cuero.
—Eh, si Indiana Jones la lleva… Además, solo sudo cuando me veo en jaleos.
—¿Y te pasa muy a menudo?
—¡Desde que te conocí, mucho más!
La Zodiac estaba cargada y Pérez y Julio la estaban bajando. El agua estaba llena de algas y hojas muertas, por lo que la barca apenas salpicó al caer al río. Chase removió la superficie con un palo y apartó la vegetación para ver el color del agua.
—El consejo del día —le dijo al resto del grupo—: no os lancéis al agua. Y ni se os ocurra beberla.
—Pero ¿qué problema hay? —preguntó Hamilton, que se había enfundado una camiseta de color rojo chillón que destacaba mucho en comparación con los tonos ocre de los demás—. ¡Es agua de lluvia, sin contaminantes humanos!
—Bueno, si quieres mete una pajita y pruébala, pero cuando te entre la cagalera, ya lo limpiarás tú.
Hamilton parecía confuso.
—Pero ¿por qué iba a pasarme eso? No te entiendo.
Chase negó con la cabeza y lanzó un suspiro.
Se subieron a la Zodiac. Chase se sentó en la proa, mientras que Castille manejaba el motor fueraborda. Nina y Kari tomaron asiento una frente a otra, tras el inglés, en los costados hinchados de la barca. Di Salvo, Hamilton y Philby se acomodaron tras ellas. No había asientos, pero los fardos que contenían las tiendas y el resto del equipo —Chase se había preparado para cualquier eventualidad— sirvieron de sustitutos.
Sin embargo, nadie se sentó sobre uno de los fardos. A pesar de que estaba cerrado, saltaba a la vista, por los bultos angulosos, que se trataba de armas.
—¡Muy bien —dijo Chase cuando todos se sentaron—, pasajeros a bordo del Skylark! —Le hizo un gesto a Julio, que soltó las amarras. Castille encendió el motor, que hizo un ruido áspero y borboteó. Pasaron lentamente junto a la embarcación madre, luego aceleró el motor e iniciaron la travesía río arriba.
—Joder —murmuró Chase—. Esto es como Apocalypse Now. —Ya se encontraban dentro de la zona de destino, buscando algún lugar en el que atracar, pero la densa niebla se lo estaba poniendo difícil. A pesar de que el río apenas medía seis metros de ancho, la niebla era tan espesa que a veces no veían ni los árboles.
La temperatura había bajado mucho. Nina creía que se alegraría al dejar atrás el calor sofocante y bochornoso, pero, sin embargo, se sentía intranquila. Incluso los gritos y chillidos de los pájaros y demás animales se habían ido apagando.
Al parecer Di Salvo y Chase sentían lo mismo; ambos escudriñaban las orillas y su postura sugería que estaban preparados para la acción.
—¿Qué ocurre? —le preguntó Nina a Chase mientras la barca salvaba otro meandro.
—Creo que podríamos tener compañía. —Ni rastro de sus habituales bromas; estaba concentrado en su trabajo.
—Eddie —dijo Di Salvo, que señaló a la izquierda. Nina siguió la mirada de Chase, pero no vio nada.
—Sí, lo veo —contestó el inglés.
Lo único que veía Nina eran árboles.
—¿Qué?
Chase señaló el lugar.
—Una huella en el barro.
Nina no pudo distinguirla ni tan siquiera con su ayuda.
—Esto es fantástico —dijo Hamilton con su tono habitual, excesivamente alto, que le valió sendas miradas furiosas de Chase y Di Salvo—. ¡Esto es lo que deseaba! Seremos las primeras personas que encontraremos esta tribu, ¿verdad, Agnaldo?
—No, otros lo han hecho antes —replicó Di Salvo en voz baja y con un deje siniestro—. Lo que sucede es que no regresaron para contárselo a nadie.
—Hugo —murmuró Chase, que hizo el gesto de cortarse el cuello. Castille apagó el motor fueraborda de inmediato.
—¿Qué sucede? —susurró Nina. Chase señaló hacia delante.
Algo surgió entre la niebla mientras la Zodiac avanzaba lentamente. Eran unos objetos que parecían flotar en el agua… hasta que la niebla clareó y les permitió ver que estaban atados a unas cañas de bambú.
Sin embargo, no estaban atados. Sino atravesados.
Nina se encogió horrorizada al comprobar qué eran esos objetos. Cadáveres. Restos humanos con la carne podrida desde hacía mucho tiempo y consumida por los animales. Tan solo quedaban los huesos y jirones de ropa…
El morro de la barca chocó suavemente contra el primer poste de bambú. Chase le hizo un gesto a Di Salvo, que le dio un remo y luego cogió otro para sí.
—¿Cuánto crees que llevan aquí?
Di Salvo miró el esqueleto fijamente.
—Mucho tiempo. Años. La última vez que se denunció la desaparición de alguien en esta zona fue hace siete años.
—Pues parece que lo hemos encontrado. —Chase usó el remo para apartar la lancha, luego se puso a remar y dejó atrás los primeros postes. Pero enseguida aparecieron más.
—Es increíble —dijo Hamilton mientras observaba el primer cadáver con una expresión de sobrecogimiento y asco—. Una auténtica tribu perdida, completamente aislada de la civilización.
El rostro de Nina reflejaba asco.
—Tengo la sensación de que quieren que así sea durante mucho tiempo. Está claro que esto es una advertencia: «Prohibida la entrada».
—Solo tenemos que demostrarles que no somos una amenaza —musitó Hamilton—. Pensad en toda la información antropológica que podemos obtener gracias a ellos.
—Por eso prefiero la arqueología —murmuró Nina—. Todos mis hallazgos están muertos y no pueden empalarte. ¡Oh, Dios! —Se puso en pie de un salto que provocó que la lancha se balanceara y tiró de la chaqueta de Chase—. ¡Eddie! ¡Eddie! ¡Para la barca! ¡Párala!
Chase desenfundó la Wildey antes de darse cuenta de que Nina estaba emocionada, no asustada.
—Joder, casi me da un infarto —protestó mientras detenía la lancha con el remo—. ¿Qué ocurre?
—Ese cuerpo…
—¿Qué le pasa?
Señaló uno de los cadáveres. Estaba en peor estado que el primero que habían visto, le faltaba la mandíbula y un brazo, y el tejido conectivo había desaparecido. La ropa también estaba descompuesta, pero a pesar de toda la mugre y el moho acumulado durante décadas, aún destacaban unos destellos metálicos.
Una insignia.
En cuanto la vio, Nina se estremeció. Resultaba incomprensible que su impacto no se hubiera diluido con el paso del tiempo… pero su mera visión todavía causaba escalofríos. Era un icono del mal.
La insignia de la calavera de las Schutzstaffel. Las SS de Hitler.
—¿Qué demonios hace aquí? —se preguntó Chase en voz alta—. ¿Nazis? ¿Aquí?
—Debió de formar parte de una de las expediciones de la Ahnenerbe —respondió Nina—. Era la rama arqueológica de las SS —añadió en respuesta a la mirada de incomprensión de Chase—. Los nazis enviaron partidas por todo el mundo para buscar objetos relacionados con la mitología atlante, creían que la raza aria descendía de los antiguos gobernantes del mundo, que todos formaban parte de esa paparrucha de la «raza primigenia». Pero sus expediciones se centraron en Asia, no Sudamérica…
—Pues algo los trajo hasta aquí —añadió Kari. Señaló la mochila de Nina y el brazo del sextante que contenía—. Quizá lo mismo que a nosotros.
—No, eso no tiene sentido —terció Philby, con el ceño fruncido—. En la época de los nazis, se consideraba que las tablas glozel eran una falsificación, no tenían ningún crédito. No habrían sido capaces de traducir las inscripciones. Debe de haber sido otra cosa, algo que no hemos visto…
Kari examinó los demás cuerpos, con más curiosidad que asco.
—A juzgar por el estado de los demás cadáveres, parece que fallecieron en la misma época. ¿Pero solo hay cuatro? Me parece poco para tratarse de una expedición. La Ahnenerbe habría enviado docenas de hombres en una expedición así.
—Quizá estos se quedaron rezagados —dijo Chase, haciendo gala de su habitual humor negro—. ¿Qué vamos a hacer?
Sean quienes sean los que rondan por aquí, está claro que no quieren que andemos husmeando.
—Tenemos que seguir —dijo Kari, con decisión—. No hemos venido hasta aquí para permitir que una tribu de salvajes y sus… espantapájaros nos asusten.
—Ah, ah, ¿lo ves? —exclamó Hamilton, que la señaló con un gesto de admonición—. Con la elección de esas palabras has sacado a relucir tus prejuicios de cultura dominante. Esta gente lleva miles de años viviendo en perfecta armonía con su entorno, ¿acaso no es posible que, en comparación, seamos nosotros los verdaderos salvajes?
Nina nunca había visto tan furiosa a Kari.
—Cierra el pico, maldito listillo. —Di Salvo no pudo contener una risa al ver la cara de ofendido que puso Hamilton—. Señor Chase, ¿podemos desembarcar en algún lugar?
Chase escudriñó en la niebla.
—Es difícil… podríamos intentarlo en la orilla de estribor. —Empezó a remar de nuevo, ayudado por Di Salvo, para alejar la barca de los espeluznantes signos de advertencia.
Había un pequeño claro en la densa vegetación en la orilla, y al cabo de unos minutos la Zodiac ya estaba amarrada. Cuando todos bajaron a tierra firme, descargaron el equipo y repartieron las armas, lo que inquietó a Nina e indignó a Hamilton.
—¿De verdad queréis que establezcamos un primer contacto con esta gente a punta de pistola? —preguntó con su voz estridente mientras Chase les daba sus rifles automáticos y compactos a Castille y Di Salvo.
—A juzgar por el estado en que se encuentran esos cuerpos, diría que ellos salieron a su encuentro a punta de lanza, de modo que sí —contestó Chase. Quedaba otro rifle y, tras meditarlo un instante, se lo ofreció a Kari—. ¿Sabe cómo…?
Se lo quitó de las manos.
—Un fusil de asalto Colt Commando M4A1 5,56 milímetros, cargador de treinta balas, con un alcance efectivo máximo de trescientos sesenta metros. —Sin quitarle la vista de encima al fusil de Chase, le quitó el cargador al suyo, apretó la primera bala con el pulgar para comprobar que estaba lleno del todo, lo volvió a insertar y cargó la primera bala en la recámara, sin mirar ni una vez su arma.
Chase se quedó impresionado.
—Fantástico, tengo que añadir eso a la lista de cosas que me gustan de una mujer…
—¿Entonces ya no me quieres? Estoy desolada —le dijo Nina.
—Je, je. Bueno, nos quedan… —miró el reloj— tres horas y media hasta la puesta de sol, así que, da igual lo que ocurra, o lo que encontremos, volveremos aquí dentro de tres. Hasta que no averigüemos algo más sobre nuestros amigos, esos que se divierten empalando a la gente, no acamparemos. Agnaldo y yo iremos delante, Hugo, cúbrenos el trasero. Los demás, en medio. No os separéis pero tampoco os amontonéis. Nina, ve con la señorita Frost. Es gracioso, pero empiezo a pensar que podría labrarse una buena carrera como guardaespaldas. —Kari sonrió y adoptó una pose militar que hizo reír a Nina—. ¡En marcha! ¡Vayamos a encontrar la ciudad perdida!
—¿Qué ciudad perdida? —preguntó Hamilton, mientras los demás seguían a Chase y Di Salvo—. Un momento, aquí hay algo que no me habéis dicho, ¿verdad?
Tardaron casi una hora en alcanzar la primera de las cuatro posibles ubicaciones de la ciudad, y otros veinticinco minutos de exploración antes de convencerse de que no había nada. Lo que en las fotos aéreas parecían posibles rastros de una antigua civilización no eran, en realidad, más que rocas erosionadas, árboles caídos y espejismos causados por la luz.
—Bueno, no podíamos esperar acertar a la primera —le dijo Chase a Nina mientras consultaba la brújula y el mapa. Bajo los árboles era difícil que el GPS hallara cobertura—. Aún nos quedan tres.
—¿Está muy lejos el siguiente emplazamiento? —preguntó ella.
Chase señaló un lugar.
—A un kilómetro y medio, más o menos, en esa dirección. Si nos damos prisa, tal vez tengamos tiempo de llegar a la tercera antes de regresar a la lancha. O podríamos regresar ahora. Seguro que Julio tiene algo delicioso en el horno para nosotros…
Nina sonrió.
—Es tentador, pero no.
—En fin. ¡A ver —dijo, alzando la voz—, atención todos, nos vamos!
El grupo se reunió y se puso de nuevo en marcha, tras Di Salvo y Chase. El brasileño se echó el fusil al hombro y sacó un machete. Al cabo de unos diez minutos, la vegetación empezó a clarear. De vez en cuando alzaba el brazo para cortar alguna rama, pero, en general, la ruta estaba despejada y el grupo avanzaba más rápido que antes.
—Sí, esto es demasiado bueno para ser natural —le dijo Chase a Agnaldo.
—¿A qué te refieres? —preguntó Nina. Kari y ella los seguían a unos tres metros, haciendo caso de su consejo de que no se apelotonaran.
—Estamos siguiendo un sendero. Por eso no tenemos que cortar maleza. —Señaló la espesa vegetación que había a ambos lados.
Nina echó un vistazo alrededor, con cautela, en busca de señales de movimiento.
—Entonces, ¿podríamos cruzarnos con indios?
—Joder, espero que no. ¡No quiero perderme la cena!
Siguieron avanzando por la selva, agachándose por culpa de las ramas bajas. La niebla aún no se había disipado del todo, lo que les impedía ver algo más allá de quince metros, cuando no era la vegetación la que les dificultaba la visión. De repente Di Salvo se detuvo y alzó una mano para que todos hicieran lo mismo.
—Huella —dijo y se agachó.
Chase se puso en cuclillas junto a él.
—¿Reciente?
—Hace menos de un día. Sin duda, india.
—¿Cómo lo sabe? —preguntó Nina, que apenas podía distinguir el contorno de un pie descalzo en la tierra, entre las hojas caídas.
—Los dedos están muy abiertos por andar siempre descalzo. —Di Salvo se puso en pie y escudriñó la niebla—. Aunque no encontremos su ciudad perdida, hemos hallado otra tribu, aislada hasta ahora. Otro motivo para que me odien los leñadores y granjeros.
—¡No, esto es increíble! —dijo Hamilton, mientras se abría paso entre Nina y Kari—. ¡Vamos a ser los primeros que entremos en contacto con esta tribu! Cuando establezcamos una comunicación pacífica, habrá tantas cosas que podamos aprender de ellos…
Una lanza atravesó el pecho de Hamilton y su camiseta de color rojo chillón se tiñó de un color más oscuro por culpa de la sangre.
Nina gritó. Hamilton abrió los ojos de par en par, asustado, cayó de rodillas y luego al suelo. La lanza sobresalía más de un metro por la espalda.
Chase y Castille cogieron los fusiles y apuntaron en la dirección de la que había venido la flecha. Kari agarró a Nina y la tiró al suelo mientras ella cogía su fusil.
Una flecha le dio en el brazo derecho a Di Salvo, y la punta de obsidiana tallada se hundió en el bíceps del brasileño, que dejó caer el machete y profirió un grito de dolor. Se tambaleó y cayó sobre el cadáver de Hamilton.
Al mismo tiempo, algo atravesó el aire dando vueltas, golpeó a Chase en la cabeza y se envolvieron a su alrededor.
Unas boleadoras.
Chase se tambaleó y cayó al suelo, agarrando las cuerdas que se le hundían en la carne.
Nina oyó que, tras ella, Castille daba un grito ahogado. Otras boleadoras se aferraron a su garganta con la fuerza de un maníaco.
Philby se echó al suelo junto a Kari y Nina. Alguien disparó otra flecha, que pasó a tan solo treinta centímetros por encima de ellos.
Kari buscaba un objetivo desesperadamente, pero solo veía árboles y niebla.
Unas sombras fugaces saltaban de árbol en árbol. Movió el fusil, apuntando a una de las figuras fantasmales…
¡Crac!
Algo la golpeó en la parte posterior de la cabeza. No fueron unas boleadoras, ni tan siquiera una lanza. Fue la más burda de las armas, una piedra, pero lanzada con gran precisión y fuerza. No bastó para dejarla fuera de combate, pero la tiró al suelo embarrado, aturdida y desorientada.
Se le cayó el fusil de las manos. Nina lo miró un instante, paralizada por el miedo. Entonces intentó cogerlo.
Pero ya era demasiado tarde.
Allí donde un segundo antes solo había selva, ahora había personas, que aparecieron como si hubieran salido de la tierra.
Pelo oscuro, piel oscura, rostros furibundos tras sus armas primitivas pero mortíferas.
Todos la apuntaban.