Capítulo 20

Los sumergibles regresaron a la superficie. Subieron el Sharkdozer a bordo del Evenor, pero dejaron el Atragon en el agua y le conectaron un cable para que recargara las baterías.

Estaban preparando una segunda inmersión. Y esta vez, no iban a dejar la exploración del templo en manos de los robots.

—Ojalá pudiera ir con vosotros —dijo Nina. Kari, Chase y Castille estaban acabando de prepararse para iniciar el descenso.

—Seguro que te arrepientes de no haber traído tu certificado de natación, ¿verdad? —bromeó Chase, mientras un miembro de la tripulación lo ayudaba a ponerse el casco.

Los tres submarinistas llevaban unos trajes especiales, un dispositivo a medio camino entre los equipos de submarinismo tradicionales y las escafandras casi robóticas, semejantes a una armadura, utilizadas para las inmersiones largas y a gran profundidad. Los submarinistas llevaban las extremidades enfundadas en neopreno, pero la cabeza y el tronco estaban protegidos por una unidad rígida conectada con una serie de aros herméticos a los muslos y los brazos.

A una profundidad de doscientos cincuenta metros, próxima a los límites del submarinismo, el cuerpo de un submarinista estaba sometido a una presión de veinticinco atmósferas, lo que exigía un suministro de aire a la misma presión para que los pulmones pudieran expandirse a pesar de la fuerza aplastante que debían soportar. Sin embargo, el hecho de respirar un gas tan presurizado tenía un gran inconveniente: el gas comprimido que entraba en el torrente sanguíneo se expandía a medida que el submarinista ascendía y la presión exterior se reducía. Se formaban burbujas de nitrógeno en los vasos sanguíneos, que causaban un dolor atroz, daños en los tejidos e incluso la muerte…

Era la enfermedad de la descompresión. La enfermedad del buzo.

No obstante, los trajes que llevaban les permitían evitar todas estas dificultades. Puesto que el tronco se mantenía dentro de un armazón que podía soportar la presión externa, los submarinistas respiraban aire a solo una atmósfera y, al mismo tiempo, tenían gran libertad de movimiento en brazos y piernas, de modo que gozaban de una mayor maniobrabilidad bajo el agua que si llevaran una pesada escafandra. No dejaba de ser una solución intermedia —no podían girar ni doblar la cintura, y el hecho de que las extremidades estuvieran sometidas a la presión de las profundidades aún limitaba la duración de la inmersión—, pero reducía enormemente el riesgo de padecer la enfermedad del buzo.

—Nos podrás ver por vídeo —prometió Kari.

—No es lo mismo. Este descubrimiento es algo que hay que vivir en persona.

—Tranquila —le dijo Castille—. Te traeremos una Nereida de oro.

—¡No! ¡Por favor, dejadlo todo tal como lo encontréis! Y ya que estamos… —se volvió hacia Chase—, ¿es necesario que lleves explosivos?

—Si el conducto está bloqueado más adelante, tendremos que abrirnos paso. ¡Tranquila, no volaré el templo! Sé lo que hago.

—Eso espero. —Le dio un golpecito en el casco—. ¿Cómo se siente uno ahí dentro?

—Apretado. Por suerte no soy claustrofóbico.

—Qué afortunado —suspiró Castille. Miró el armazón amarillo que le cubría el tronco—. Me siento como si estuviera atrapado dentro de una pastilla de jabón gigante.

—O de un corsé —añadió Kari, que se puso una mano en la cintura del traje. Mientras que las unidades de Chase y Castille eran de un diseño genérico, se los habían ajustado moviendo los aros de sellado por las extremidades, el suyo estaba hecho a medida y se le ajustaba como un guante, por lo que aún resaltaba sus formas femeninas bajo aquel montón de acero y policarbonato—. ¡Así es como debían de sentirse las mujeres victorianas!

—Sí, mientras caían del Titanic —dijo Chase en broma.

—Esas fueron las eduardianas, no las victorianas —lo corrigió Nina.

—Malditos historiadores, me estropean todos los chistes… —Miró a sus compañeros mientras los miembros de la tripulación cerraban los trajes—. Bueno… ¿todos listos?

—Por supuesto —exclamó Kari con entusiasmo.

—¿Que si estoy listo para enfrentarme al peligro de nuevo? —preguntó Castille, más contenido—. Bueno, si no queda más remedio…

—Vamos, Hugo, si te encanta. —Chase sonrió—. Además, ahí abajo no tendrás que preocuparte por los helicópteros.

—Ya, ¿pero qué es un sumergible, sino un helicóptero submarino?

Chase le dio un manotazo en el casco.

—Sí, sí. ¡Deja de quejarte y métete en el agua!

Los tres submarinistas se agarraron a la jaula de acero y el Atragon fue engullido por el océano.

Nina los miró hasta que desaparecieron y se fue corriendo a la sala de control. El traje de Chase llevaba una videocámara incorporada en el hombro derecho que transmitía las imágenes mediante un cable de fibra óptica, mientras que el sumergible enviaba las imágenes a través del cable umbilical.

—Eh, Kari, te veo —dijo Nina, que se puso el auricular y el micrófono. La silueta que aparecía en pantalla la saludó.

—Submarinistas, ¿podéis probar los comunicadores? —preguntó Trulli desde la estación de seguimiento—. ¿Eddie?

—Alto y claro —respondió Chase con voz distorsionada, como si hablaran por teléfono.

—¿Kari?

Apenas pudieron oírla debido a las interferencias.

—Te oigo pero hay muchos parásitos.

—Lo mismo me pasa a mí —dijo Castille.

—¿Qué alcance tienen los transmisores? —preguntó Philby. Los sistemas de comunicación de Chase estaban conectados al sumergible mediante un cable, pero para evitar el riesgo de que los cables se enredaran, Kari y Castille usaban una conexión por radio submarina, y utilizaban a Chase como estación repetidora humana.

—Unos quince metros como máximo —respondió Trulli—. Depende de la salinidad del agua. Si es muy alta, la señal podría alcanzar tan solo dos o tres metros. A esa distancia casi es mejor gritar.

—Chicos —dijo Nina por el micrófono—, no os alejéis mucho unos de los otros, ¿de acuerdo? —Kari levantó un pulgar.

El descenso era más lento que el primero, pero el capitán Matthews había situado el Evenor justo encima del templo para que pudieran alcanzar antes su objetivo. La construcción no tardó en aparecer en el monitor LIDAR.

—Bueno, submarinistas —dijo Baillard—. Voy a situarme en el mismo lugar que antes, junto a la excavación.

Nina lo observó todo desde la cámara de Chase. El Atragon tenía menos focos que un sumergible convencional, por lo que el templo era apenas una sombra en la negrura casi absoluta del mar. Los propulsores del sumergible levantaron un pequeño remolino de arena al posarse sobre el lecho marino.

Evenor —comunicó Baillard—, hemos tomado posición y estamos a salvo. ¿Submarinistas? Buena suerte.

Chase soltó el parachoques tubular y saltó al lecho marino. Kari y Castille lo siguieron.

—Bueno, ya estamos. Comprobando radio.

—Le oigo —dijo Kari.

—Te recibo —confirmó Castille. Y añadió, en tono informal—: Siento un picor justo en medio de la espalda. Creo que volveré al barco para rascarme.

—Sí, hombre, ¿quieres perderte la divertida experiencia de recorrer un estrecho conducto de piedra del que, además, no sabes qué encontrarás al final? —Chase dio unos cuantos pasos y levantó una pequeña nube de cieno. A pesar de la sustentación que le proporcionaba el traje, no podía evitar caminar como un pato debido a su escasa flexibilidad. El pecho ancho y plano también ofreció una gran resistencia cuando intentó avanzar.

—Joder, caminando vamos a tardar una eternidad. Probemos los propulsores.

Dio un salto y se situó en posición horizontal. Castille y Kari lo imitaron y cuando lo atraparon, Chase levantó la mano izquierda para coger una barra flexible de control que sobresalía del peto del traje.

—Bueno, no os alejéis —les ordenó—. Si nos pasa algo o alguien tiene problemas de comunicación, regresad de inmediato al submarino y esperad a los demás. Adelante.

Apretó con el pulgar la rueda situada en el extremo de la barra. Los controles de los propulsores acoplados al traje eran sencillos: tres velocidades para avanzar, una para retroceder y si soltaba la rueda se detenían los motores de forma automática. Se puso en marcha a la velocidad más baja y se valió de los pies para ajustar la inclinación. En cuanto comprobó que tenía control absoluto de la situación, aumentó la velocidad hasta el segundo nivel. El cable de fibra óptica que lo unía con el sumergible serpenteaba tras él como el hilo de una araña.

Castillo lo alcanzó.

—¡Esto es muy fácil! —dijo con voz distorsionada a pesar de lo cerca que estaban—. ¡Y pensar que durante todos estos años he usado las piernas para nadar…!

—Intenta no empotrarte en la pared —le advirtió Chase en tono jocoso—. Kari, ¿todo bien?

La noruega pasó junto a él, dando vueltas sin esfuerzo aparente.

—¿Quién cree que ayudó a diseñar estos trajes? ¡Tengo otras pasiones además de la arqueología y la arquitectura!

—Me gusta tener una jefa apasionada —bromeó el inglés. Se aproximaron rápidamente al templo, que tomó color iluminado por las luces de los trajes—. Bueno, frenemos un poco.

—Eddie, solo veo el lecho marino —se quejó Nina por radio—. ¿Estáis muy cerca del templo?

Chase soltó el controlador, recuperó la posición vertical y enfocó la cámara del hombro hacia el edificio.

—Bastante. ¿Lo ves?

—Oh, ahora sí —respondió ella, sobrecogida.

El trío se detuvo a menos de tres metros de donde arrancaba el muro inclinado entre los sedimentos acumulados durante los años. Las láminas de oricalco resplandecían bajo sus focos. Los peces nadaban sobre la superficie del templo, ajenos al antiguo poder que representaba.

—¿Dónde está la entrada? —preguntó Chase.

—Unos seis metros a tu izquierda —dijo Baillard.

Los tres se dirigieron hacia la entrada. Chase y Kari encendieron unas potentes linternas además de las luces de su traje. El inglés miró hacia el Atragon. Aunque veía los focos claramente, así como el resplandor sobrenatural de los láseres, el submarino apenas era visible en la penumbra.

—¡Ahí está! —dijo Kari e iluminó la abertura con la linterna.

Chase se agachó todo lo que pudo y enfocó el interior. No estaba tan lejos del conducto vertical como creía; el efecto «ojo de pez» de la cámara del VCR había exagerado la distancia.

—De acuerdo, yo entraré primero. Hugo, engánchame. —Castille ató una cuerda de su cinturón a un anclaje de la espalda del traje de Chase—. Si no hay suficiente espacio para doblar la esquina, tendrás que sacarme.

Castille tiró de la cuerda para asegurarse de que estaba bien atada, luego se desplazó al extremo más alejado de la entrada para que la cuerda no se enredara con el cable de comunicaciones.

—Si comieras más fruta y menos filetes, no tendrías que preocuparte de quedarte atascado.

—Ya sabes dónde puedes meterte la fruta… Bueno, allá voy.

Kari y Castille lo ayudaron a ponerse en posición horizontal y acercarse hasta la entrada. Con la linterna en la mano derecha, Chase cogió el mando de control con la izquierda y se puso en marcha a la velocidad mínima. En circunstancias normales, no habría tenido problemas para recorrer un pasillo de un metro y veinte de ancho incluso bajo el agua, pero a causa de la rigidez del traje debía ser más precavido.

No tardaría mucho en llegar al final del pasillo. Se puso de espaldas para mirar hacia arriba, al conducto, que ascendía y se perdía en la oscuridad.

—Estoy en el hueco. ¡Va a ser un ascenso muy empinado! ¡Ja, empinado! ¿Lo pillas? —Nina gruñó—. Voy a intentar el ascenso.

La esquina era muy estrecha, rozaba con el casco en la pared, pero logró ponerse derecho sin demasiadas dificultades.

—¡He pasado! —anunció, aliviado—. A ver qué hay por aquí arriba.

Activó los propulsores de nuevo, que emitieron un leve zumbido. El hueco medía, como mínimo, unos nueve metros de alto, en una ascensión vertical. Alzó la vista y vio el cuadrado oscuro en el que había tenido que detenerse Mighty Jack, el lugar donde estaba la burbuja de aire. Estaba solo a un metro de él, sesenta centímetros, treinta…

Salió a la superficie, con el casco chorreando de agua. Iluminó el conducto con la linterna y vio que estaba a solo dos metros del final y que un vacío negro se extendía sobre él.

Ningún problema. Sujetó la linterna al cinturón y cogió otro de los artilugios: una pistola lanzagarfios. Sin dejar de balancearse como un tapón de corcho gigante, apuntó a la cima de la pared sur y disparó.

La detonación sorda de la pistola de gas resonó en el conducto mientras el rezón salía disparado por el aire. Al cabo de unos segundos se oyó el ruido metálico que hizo al chocar contra la piedra. Chase empezó a recoger el cable y tras una tensa espera, el gancho se aferró a algo. Tiró unas cuantas veces de la cuerda para asegurarse de que se había fijado, entonces acopló de nuevo la pistola al traje e inició la escalada, tras el rugido inicial del motor como protesta a causa del peso que tenía que levantar.

Se encontraba tan solo a dos metros de la cima, que daba a…

—¡Mira eso! —exclamó Nina, que no apartaba la mirada de la pantalla, sin apenas parpadear. Las imágenes transmitidas por la cámara de Chase les mostraron la sala del altar, cuyas dimensiones parecían idénticas a las del templo de Brasil.

Sin embargo, le ganaba en cuanto a esplendor.

A pesar de la baja resolución de las imágenes de vídeo, Nina podía distinguir claramente el brillo rojo del oricalco, los destellos de oro y plata, el centelleo, como de ojos felinos, de las gemas engastadas en las paredes…

—Dios mío —murmuró Philby—, esto es increíble. ¡Las paredes de la sala están forradas de metales preciosos!

—No son solo decorativos —dijo Nina, que toqueteó el auricular—. ¿Eddie? Dime algo. ¿Qué ves?

—Veo… que si tuviera unos alicates y una palanca, podría retirarme con la pasta que sacaría de aquí.

—Muy gracioso. ¿Puedes acercarte más a alguna de las paredes?

—Joder, primero déjame ponerme en pie… —La imagen de vídeo dio varias sacudidas mientras Chase salía del hueco y se desenganchaba la pistola. Su respiración entrecortada llegó claramente al micrófono—. Bueno, tenías razón sobre el conducto, se encuentra en el mismo lugar que el que estaba obstruido en Brasil. Debieron de usar los mismos planos. Las paredes… Dios, han usado el metal ese como si fuera papel pintado. Las paredes están forradas de láminas de oricalco, y están todas grabadas.

—¡Déjame verlo! ¡Déjame verlo! —le pidió Nina, que dio saltos de emoción en la silla.

Chase se acercó e iluminó con la linterna una parte de la pared. Nina reconoció el alfabeto de inmediato: era glozel, aunque no había ninguno de los símbolos jeroglíficos del templo brasileño.

Philby se acarició el bigote mientras miraba la pantalla.

—Interesante. Quizá asimilaron la lengua de los indios… Debieron de tardar varios años, incluso generaciones, en construir el templo de Brasil. Seguro que transcurrió suficiente tiempo para que ambos sistemas se mezclaran…

—Eddie, muéstrame toda la sala, por favor. Lentamente.

Chase se alejó de la pared y, poco a poco, fue girando para abarcar todas las paredes.

—¡Alto! ¡Alto! —gritó Nina al ver algo—. Vuélvete un poco hacia la izquierda… ¡Ahí! ¡Ve ahí!

—Ahora ya sé cómo se siente Mighty Jack,—se quejó en broma mientras avanzaba por la sala—. ¿Qué has visto? Ahí no hay nada.

—¡Exacto! —Esa sección de la pared que había ante Chase estaba cubierta de oricalco como el resto de la sala, pero la inscripción finalizaba a la mitad—. La sala es una especie de archivo sobre la historia de la Atlántida, ¡pero ahí es donde acaba! ¡Lo cual significa que narra el final de la civilización atlante! ¡Acércate más, déjame leerlo! —Se apresuró a comprobar que el vídeo se estaba grabando.

—O también podrías dejar que me quitara esta cuerda del culo y la atara a algún lado para que Hugo y Kari pudieran subir hasta aquí —dijo Chase— ¿Recuerdas a Kari? ¿Una rubia atractiva y alta que tiene una cámara?

—Bueno, vale, no es una mala idea —contestó, algo desanimada, pero con unas ganas irreprimibles por ser la primera en leer lo que ponía en la pared.

Ser la primera. Nadie había posado los ojos en aquel texto desde hacía más de once mil años…

Esperó con impaciencia a que Chase lo organizara todo. Por fin le comunicó que Kari ya estaba en camino.

—Bueno, mientras esperamos, ¿podrías ir a donde acaba la inscripción?

—Qué mandona eres. Me gustan las mujeres mandonas… en según qué situaciones —bromeó mientras enfocaba la cámara hacia el texto.

Nina miró a Trulli.

—Matt, ¿hay alguna forma de congelar la imagen del vídeo?

—Por supuesto. El sistema de grabación es digital y tiene una capacidad de almacenamiento de un terabyte, por lo que seguirá grabando. ¿En qué pantalla lo quiere?

—En la grande.

—No será tridimensional.

—Me las apañaré. —Al cabo de unos segundos, la pantalla cobró vida con una imagen congelada de la última sección era algo borrosa y los colores estaban difuminados, pero aun así podía distinguir las letras. La miró fijamente, muy concentrada.

Un miembro de la tripulación entró corriendo en la sala de control.

—¿Capitán Matthews? Se aproxima un barco.

—¿Cómo? —le espetó Matthews—. ¿A qué distancia se encuentra?

—A unas cinco millas. Tenía rumbo a Lisboa cuando los vimos en el radar, pero hace unos minutos ha virado y se dirige hacia nosotros.

—¿Velocidad?

—Al menos doce nudos, señor.

—¿Es Qobras? —El nombre llamó la atención de Nina, que miró al capitán, preocupada.

—Es posible. El barco encaja con la descripción de uno de los que zarparon de Casablanca.

—¡Maldita sea! —Matthews se frotó la barbilla, pensativo—. De acuerdo, informe a toda la tripulación de que tenemos compañía y que vayan a sus puestos. Si se acercan a menos de dos millas, o lanzan alguna lancha, que no duden en usar las armas. Estaré en el puente.

—Sí, señor. —El tripulante y el capitán se fueron.

—Eddie, ¿has oído lo que hemos dicho? —preguntó Nina—. ¡Creen que Qobras se aproxima!

—¿Qué? ¡Mierda! —En uno de los monitores pequeños Nina vio cómo ayudaba a Kari a salir del conducto—. ¿Qué quieres hacer?

—Graba todo lo que puedas y cuanto antes. Cuando sepa algo más, te lo diré. Su barco aún está a cinco millas. El capitán Matthews nos mantendrá informados.

—¿Solo cinco millas? ¡No tenemos tiempo de regresar a la superficie y recuperar el submarino antes de que llegue!

—El sumergible es prescindible, podemos abandonarlo en caso de necesidad —dijo Kari, que no hizo caso del grito de «¿Cómo?», que profirió Baillard. Una vez fuera del agua se la oía mucho mejor—. Podemos construir otro, pero la información que hay aquí no tiene precio. Grabe todo lo que pueda y ya lo procesaremos luego para mejorar la calidad. Yo haré las fotografías.

—Hugo, ¿lo has oído? —preguntó Chase.

Apenas oyeron la respuesta a causa de las interferencias.

—Casi todo. ¿Qué quieres que haga?

—No tiene sentido que subas hasta aquí. Quédate en la entrada por si necesitamos ayuda.

—De acuerdo, mon ami. No tardéis mucho.

Nina observó a Chase mientras él se volvía hacia las paredes llenas de inscripciones, y luego se centró de nuevo en la imagen congelada que aparecía en la pantalla principal para intentar descifrar sus secretos.

Sin que ninguno de los tripulantes del Evenor la viera, una cabeza asomó en la superficie del océano bajo la popa del barco. Luego otra, y otra…

A diez metros bajo las suaves olas, varios submarinistas más soltaron sus deslizadores Manta, unos vehículos rápidos y estilizados de tres plazas. Los minisubmarinos abandonados se hundieron lentamente en la oscuridad mientras sus pasajeros se dirigían en silencio hacia la plataforma del atracadero de popa del Evenor. El barco estaba usando los propulsores para mantenerse en posición, por lo que las hélices estaban detenidas.

El primer hombre llegó a la escalera, subió y asomó la cabeza con cuidado. Uno de los tripulantes del Evenor se encontraba a unos seis metros, en el helipuerto, de espaldas. No había nadie más a la vista.

El hombre rana se agachó, cogió el arma, una Heckler & Koch MP-7, y le quitó el tapón rojo de goma del silenciador con un rápido movimiento del pulgar. Entonces, se encaramó de nuevo a la escalera y apuntó.

Apenas se oyó un ruido, salvo un repiqueteo metálico cuando el cerrojo giró y los casquillos de las balas de 4,6 milímetros saltaron a una bolsa de malla fijada al arma compacta para que no cayeran a la cubierta. Cuando cayó el miembro de la tripulación, el hombre rana ya estaba subiendo a cubierta. Se puso a cubierto junto a un mamparo para comprobar si oía alguna señal de alarma. Pero tan solo le llegó el rumor de las olas y los chillidos quejumbrosos de las gaviotas que volaban en círculos sobre el barco.

Otro de los hombres subió rápidamente al Evenor y se dirigió hacia el otro lado del barco. El primer hombre se quitó la máscara, que dejó al descubierto el parche negro que le cubría un ojo.

Jason Starkman.

—Tomad el barco —ordenó.

Chase siguió recorriendo la sala del altar para grabar los textos de las paredes. La videocámara del hombro estaba fija en una posición y la imposibilidad de inclinarse por culpa del traje convirtieron la tarea en un proceso incómodo.

Llegó a las escaleras. Si la estructura era la misma que la de Brasil, tenían que conducir a una gran sala principal. Enfocó la linterna en esa dirección. El agua reflejó el haz de luz, que titiló en las paredes y el techo.

—Por suerte no nos hemos quitado el casco —dijo, mientras cruzaba las escaleras de un salto para comprobar lo que había en la pared, al otro lado—. Si la presión del agua en el exterior es de veinticinco atmósferas, entonces la presión del aire aquí dentro y en el interior del templo será igual de alta.

—¿Cree que el templo no está inundado? —preguntó Kari.

—Solo en parte. El suelo de esta sala es más alto que el del resto del templo, pero el techo está a la misma altura. Ahí dentro también tiene que haber aire acumulado.

La voz de Kari se tiñó de frustración:

—¡Ojalá tuviéramos tiempo para investigar más! Es increíble que el templo sobreviviera a la inundación.

—Bueno, supongo que por entonces sí que construían los edificios para que duraran. ¿Qué tal va?

Otro fogonazo de la cámara.

—He hecho la mitad.

Castille estaba junto a la entrada, observando los leves movimientos del cable de fibra óptica mientras Chase se movía en el interior del templo. ¡Precisamente ahora tenía que hacer acto de presencia Qobras! Sin duda Chase tenía razón: alguien le había revelado su ubicación. ¿Pero quién?

A solo un metro de la pared de piedra, las luces de su traje engullían los haces de luz más potentes, pero difusos, del Atragon. Por lo que no se percató cuando el brillo se volvió más intenso, y a las luces del sumergible de Baillard se le unieron otras…

En el puente de mando del Evenor, Matthews observaba con unos prismáticos cómo se les aproximaba el barco. Se encontraba a tres millas y seguía avanzando hacia ellos.

Sin duda, se trataba de un barco de investigación submarina, con una grúa para sumergibles en la cubierta de proa, lo que significaba que, con toda probabilidad, era el de Qobras. De algún modo había averiguado la verdadera ubicación del descubrimiento de Nina Wilde y se había dirigido ahí a toda máquina. Al cabo de pocos minutos rebasaría el límite de las dos millas y él se vería obligado a considerarlo una amenaza.

No obstante, no había señal de que hubieran botado alguna barca, aunque un grupo de hombres a bordo de una Zodiac podía alcanzar el Evenor mucho antes que el propio barco. Parecía como si quisieran acercarse al máximo.

En tal caso, iban a llevarse una buena sorpresa. Las armas que les había proporcionado Kristian Frost —un subfusil P-90 para cada miembro de la tripulación, más un par de ametralladoras pesadas y varios lanzacohetes y granadas propulsadas por cohetes— les bastarían de sobra para ahuyentar a todo aquel que intentara abordar el barco.

No había ningún bote…

No habían botado ninguna lancha, ni tenían ninguna preparada para hacerlo.

¿Y si era la grúa para un sumergible… dónde demonios estaba?

Matthews se percató entonces de la importancia de ese hecho, pero ya era demasiado tarde para reaccionar ya que la puerta del puente de mando se abrió de golpe.

En la esfera de control del Atragon, Baillard tamborileaba una melodía con los dedos en uno de los paneles de control. En la pantalla tridimensional, podía ver a Castille de espaldas a él, observando la entrada del tiempo hundido.

Ese era uno de los inconvenientes del sistema LID AR, pensó. La falta de color hacía que todo resultara más aburrido cuando no sucedía nada. Alzó la mirada al monitor que mostraba las imágenes de la cámara principal del sumergible. En color no mejoraba mucho la cosa ya que el edificio quedaba oscurecido por culpa del agua, que impedía ver los detalles con claridad…

¿Qué demonios?

Acababa de ver algo por el rabillo del ojo, al otro lado del ojo de buey.

¿Un pez? No, era algo distinto…

De pronto se dio cuenta.

¡La luz había cambiado!

Baillard no había movido los focos exteriores y el submarino estaba detenido…

¡Evenor! —gritó por radio—. Evenor, hay otro sub…

Oyó un ruido de interferencia y luego silencio. Todos los indicadores LED de la consola de comunicaciones pasaron de verde a rojo.

¡Evenor! ¿Me reciben? ¿Qué sucede?

Obtuvo respuesta al cabo de poco. Algo golpeó la parte superior del casco con un ruido sordo. Un objeto largo y fino cayó frente a la torreta LIDAR.

El cable umbilical. Cortado.

Acto seguido el ojo de buey se inundó de luz cuando el atacante invisible hasta entonces se le acercó.

—¡Mierda! —Agarró los controles, puso los motores en marcha y despegó del lecho marino envuelto en una nube de sedimentos—. ¡Hugo! ¡Me atacan! ¡Sal de ahí!

Algo lo embistió por un costado y Baillard se golpeó contra la pared de acero.

Chase oyó un zumbido que lo hizo estremecer. El repetidor de su traje permitió que también lo oyera Kari, que dio un grito ahogado de sorpresa.

—¿Qué ha sido eso?

De repente, se fue la imagen de todas las pantallas del Evenor que mostraban lo que sucedía bajo el agua. En algunas aparecía la advertencia «NO HAY SEÑAL» sobre un fondo azul brillante.

—¿Qué ha sido eso? —preguntó Nina.

—Eso, doctora Wilde —dijo una voz tras ella—, ha sido el final de su expedición.

Nina se volvió.

—¡No!

Starkman la miró fríamente, flanqueado por dos de sus hombres. Los tres iban armados y apuntaban a todos los presentes en la sala.

—¿Les importaría reunirse con el resto de la tripulación en la cubierta de popa?

Castille se volvió al oír el grito por los auriculares ¡y vio un segundo submarino que se abalanzaba sobre el Atragon!

El sumergible de Baillard se había alzado apenas unos centímetros del lecho marino cuando el intruso, un submarino más pequeño y convencional, con una gruesa reja de acero que protegía la burbuja de cristal del puente de mando, lo embistió por un costado. El Atragon cayó súbitamente, envuelto en una nube de cieno.

Merde! —exclamó, antes de recuperar la calma—. ¡Edward! Edward, ¿me oyes? ¡Kari!

No hubo respuesta. El repetidor de radio del sumergible no funcionaba y lo había dejado incomunicado.

El atacante se alzó entre la nube de sedimentos y se volvió bruscamente, con los propulsores a máxima potencia, que provocaron varios remolinos de burbujas. Iluminó con los focos un objeto metálico de color naranja y blanco que se encontraba entre los sedimentos.

Castille pensó que iba a embestir de nuevo al Atragon, pero, en lugar de eso, extendió el brazo manipulador, que llevaba algo agarrado entre las pinzas: un paquete cuadrado, que depositó con sumo cuidado junto a la esfera de control…

Baillard sabía que estaba a punto de suceder algo malo cuando vio la sombra del brazo manipulador del otro submarino alrededor del ojo de buey. Al cabo de un segundo, oyó un ruido metálico junto a la esfera presurizada.

El LIDAR no funcionaba, de modo que estaba a ciegas, salvo lo que veía por los diminutos ojos de buey. Mientras con una mano se tapaba el profundo corte que se había hecho en la sien y trataba de no hiperventilar a causa del miedo, con la otra intentó activar los controles de propulsión.

No ocurrió nada. A pesar de que Trulli y él habían concebido unos submarinos robustos, no los habían diseñado para resistir un ataque deliberado. Además, se habían encendido varias luces de alarma del panel de control eléctrico.

Consideró rápidamente las opciones que tenía. Podía reiniciar los circuitos afectados e intentar restablecer el funcionamiento de los propulsores, o desconectar los electroimanes que fijaban las pesadas planchas de acero de lastre a la panza del submarino, un sistema de emergencia que lo devolvería a la superficie en menos de tres minutos.

Si se decantaba por esta última opción abandonaría a su suerte a los tres submarinistas. Pero si no podía verlos, tampoco podía ayudarlos, y el otro submarino aún estaba ahí fuera ya que sus focos arrojaban un rayo de luz amenazador por el ojo de buey del Atragon.

Tomó una decisión y tiró de la palanca roja que había junto al asiento.

Castille observó, horrorizado, cómo el Atragon se desprendía de las planchas de lastre, que cayeron como bombas en el lecho marino y levantaron otra nube de sedimentos. El estruendo amortiguado de su impacto fue tan fuerte que lo sintió a través del agua.

Liberado del peso, el sumergible salió disparado hacia arriba, con los focos parpadeantes. El cable de fibra óptica serpenteaba tras el submarino, como un látigo.

—¡No! —gritó en vano.

El sumergible enemigo se volvió hacia él. Parecía que había oído su grito. Los reflectores lo observaron como si fueran varios ojos compuestos. El brazo manipulador se dobló hacia atrás y cogió algo fijado al armazón de acero, antes de extenderse de nuevo.

Otro paquete, más grande que el primero.

Castille adivinó de qué se trataba.

¡Una bomba!

Baillard se esforzó en reactivar los sistemas de propulsión del Atragón mientras ascendían. Nada de lo que hacía surtió efecto alguno…

De pronto, se quedó paralizado al oír un sonido. El submarino crujía debido al cambio de la presión del agua, pero no fueron esos ruidos los que le llamaron la atención. Fue otra cosa.

Un ruido rítmico, mecánico, procedente del exterior de la esfera. Donde había impactado el brazo del otro sumergible.

Un tictac…

Ni tan siquiera tuvo tiempo de darse cuenta de lo horroroso de la situación antes de que la carga explosiva estallara y abriera una brecha de treinta centímetros en la esfera de acero presurizada. El agua lo embistió con la fuerza arrolladora de un tren y lo mató al instante.

A pesar del casco y del grosor de los muros del templo, Chase oyó el estruendo.

—¡Mierda!

—¿Qué ha sido ese ruido? —preguntó Kari.

—Una explosión.

—¿Está seguro?

—Sin duda —respondió él—. O alguien ha lanzado una bomba de quinientos kilos sobre el Evenor, o el submarino acaba de estallar. —Agachó la cabeza y se miró el traje—. Lo que significa… ¡Oh, mierda! ¡Mierda! ¡Corte el cable de comunicación! ¡Rápido!

—¡Pero nos quedaremos incomunicados!

—¡Ya lo estamos! ¡Hágalo!

Kari dejó la cámara y se dirigió rápidamente hacia Chase, mientras sacaba el cuchillo del cinturón. El cable de fibra óptica fijado a la espalda del traje de Chase estaba envuelto en un plástico protector. Kari lo agarró e intentó cortarlo.

—¡Vamos, vamos! —gritó Chase.

—¡Estoy en ello! —Al final logró seccionar el cable, y vio el punto azul que brillaba en el extremo fijado al traje de Chase. Al cabo de un instante, el otro extremo del cable se le escurrió de entre las manos y se perdió por el conducto—. ¿Qué demonios ha ocurrido?

—Si el submarino ha estallado, el lastre debió de caer en cuanto el sumergible se quedó sin energía. Eso significa que se dirige a la superficie como un puto cohete, y que habría intentado arrastrarme con él. —Se volvió hacia ella—. Gracias. Siento haberle gritado.

—No es necesario que se disculpe, dadas las circunstancias. —Miró hacia el conducto por el que habían subido—. Si el submarino ha quedado destruido, ¿qué vamos a hacer?

—Para empezar, salir de aquí. —Se acercó al hueco—. ¿Hugo? ¿Me oyes? ¿Hugo? ¡Mierda!

—Aún le recibo por la radio —dijo Kari.

—Sí pero se encuentra a metro y medio de mí y no estamos en el agua. Para que Hugo pueda recibirme, la señal tiene que atravesar no sé cuántos metros de piedra y agua. ¡Hugo!

Castille agarró la barra de control y puso en marcha los propulsores de su traje, a máxima potencia. Salió disparado hacia arriba, en una nube de burbujas, mientras el sumergible se lanzaba en picado sobre él. Pasó tan cerca que pudo ver la palabra Zeus pintada en la esfera de control, y al piloto tumbado boca abajo en el interior, con la cara ampliada y distorsionada por la burbuja de cristal.

El brazo manipulador se abalanzó sobre el belga, que dio la vuelta y usó las aletas para cambiar de dirección y esquivarlo. Miró atrás y vio que el piloto no había soltado el paquete explosivo, decidido a ponerlo en su sitio antes de encargarse de él.

Solo había un posible objetivo.

La entrada del templo.

—¡Edward! —gritó, a sabiendas de que era imposible que lo oyera—. ¡Sal de ahí! ¡Sal!

Los propulsores de los submarinos escupieron un torbellino de burbujas, y las hélices dieron marcha atrás para detener el sumergible a los pies del muro. El brazo se extendió y se adentró con cuidado en el estrecho pasillo antes de retraerse de nuevo.

La garra metálica resplandeciente estaba vacía.

Castille puso el pulgar en el control de los propulsores. Si llegaba a la entrada lo bastante rápido, tal vez tendría tiempo de quitar los explosivos.

Sin embargo, el piloto del sumergible no iba a ponérselo tan fácil. Con el brazo enhiesto como la cola de un escorpión, la nave se puso en marcha de nuevo para darle caza.

Los focos lo deslumbraron. Vio otro remolino de burbujas procedente del submarino, que no se detenía.

Iba directo hacia él.

—Bueno… —susurró. Soltó la barra de control y se llevó la mano al cinturón.

El sumergible aceleró, bajó el brazo y lo estiró como una lanza.

Castille esperó, inmóvil.

Entonces desenfundó la pistola y disparó a la burbuja de la cabina.

La punta de acero del garfio impactó en el cristal y apenas logró penetrar un centímetro antes de que la fuerza del agua que azotaba al sumergible lo arrancara. Cayó bajo el submarino, seguido del cable.

Castille ya había tirado la pistola, había puesto en marcha de nuevo los propulsores y se había vuelto para alzarse y esquivar el sumergible. El piloto, sobresaltado por el impacto, no pudo reaccionar a tiempo para agarrarlo con el brazo extendido.

Sin embargo, fue lo bastante rápido para virar el submarino de golpe y seguir con la persecución.

Castille sabía que su traje no tenía suficiente potencia para huir del sumergible. Tan solo esperaba no tener que hacerlo.

En el puente de mando, el piloto sonrió despiadadamente al ver el armazón amarillo del traje del belga. Aceleró a toda máquina, preparándose para embestirlo y darse a la fuga…

De repente, la pequeña marca que había dejado el rezón empezó a crecer y no se detuvo. Sus tentáculos se extendieron por la burbuja. El cristal de la burbuja se resquebrajó con un chirrido insoportable. La inmensa presión del océano ahondó en la mella del cristal, la expandió…

Tras un «bang» tan fuerte como un disparo de artillería, el puente de mando del sumergible implosionó. Los pedazos de cristal de siete centímetros de grosor impactaron en el piloto a la velocidad del sonido, y lo redujeron a una mancha roja que tiñó las burbujas de aire como si de una flor enorme y sangrienta se tratara. El morro del submarino se hundió en el lecho marino y levantó un enorme montón de arena.

Castille se volvió. Quizá aún tendría tiempo de llegar a los explosivos…

Pero ya era demasiado tarde.

La bomba estalló en el pasillo. Castille salió despedido por la onda expansiva, como si lo hubiera atropellado un coche, dando vueltas fuera de control, cegado por la inmensa nube de sedimentos.

Sin embargo, a pesar de que no veía nada, se dio cuenta de que las vibraciones atronadoras que lo sacudieron en el agua tras la explosión fueron causadas por las enormes rocas que cayeron en el túnel y lo sellaron para siempre.

En el interior de la sala del altar, Chase estaba a punto de ayudar a Kari a descender por el conducto cuando un géiser de agua entró en erupción bajo ellos y los tiró de espaldas. Les cayó encima una lluvia de escombros, que impactaron como un mazazo en sus trajes.

—¡Oh, Dios mío! —gritó Kari. Era la primera vez que Chase la veía al borde del ataque de pánico—. ¿Qué ha sido eso? ¿Qué ha ocurrido?

—Kari. ¡Kari! —La agarró por los brazos para intentar calmarla—. ¡Estamos bien, estamos bien! Déjeme comprobar su traje.

Se ayudaron mutuamente para ponerse en pie y examinaron el revestimiento de los trajes de inmersión. Ambos tenían algunos desperfectos, pero nada que pareciera que fuera a poner en peligro su integridad. Sin embargo, Chase se dio cuenta de que eso no importaba mucho.

—¿Qué ha sucedido? —preguntó Kari de nuevo.

Chase miró hacia el hueco.

—Han volado el túnel. Estamos atrapados.

Los hombres de Starkman habían obligado a los pasajeros del Evenor a reunirse en el helipuerto. Tras un rápido recuento de cabezas, Nina descubrió que había ocho bajas.

El otro barco se aproximó y la tripulación lanzó cabos para amarrar ambas embarcaciones. Los parachoques que colgaban en el costado de las cubiertas crujieron y chirriaron al entrar en contacto.

Un hombre alto subió a bordo del Evenor, acompañado por dos guardas armados. Cruzó la cubierta de popa e hizo un gesto a los hombres para que le llevaran a Nina. El capitán Matthews protestó, pero las armas que le mostraron lo hicieron callar.

Nina ya sabía frente a quien se encontraba. Había visto esos rasgos duros y angulosos antes.

—Doctora Wilde —dijo el hombre—. Por fin nos conocemos. Me llamo Giovanni Qobras.