Capítulo 19
Golfo de Cádiz
—¡Ahí está! —dijo Kari, que señaló un poco más adelante, a través del parabrisas del helicóptero. Ante ellos se extendía el azul intenso del golfo de Cádiz, en cuya superficie centelleaban los rayos del sol. Estaban a noventa millas de la costa portuguesa, a cien de Gibraltar, y su destino se adentraba en el Atlántico a una velocidad constante de doce nudos. El RV Evenor destacaba en el azul infinito como un destello blanco, una embarcación de reconocimiento oceanográfico de ochenta metros de eslora, lo último en cuanto a exploración submarina. Tal como hacía con todos sus otros asuntos, Kristian Frost no había reparado en gastos.
—¡Ah, por fin! —dijo Castille. El belga se había mostrado muy nervioso durante todo el viaje, para diversión de los demás pasajeros—. Qué ganas tengo de volver a poner los pies en tierra firme —dijo—. En cubierta firme. O en cubierta mecida por las olas. ¡Me da igual mientras no sea un helicóptero!
—¿Tienes idea de lo difícil que es hacer aterrizar un helicóptero en un barco en marcha? —le preguntó Chase con malicia.
Castille lo fulminó con la mirada, se sacó una manzana verde del bolsillo y le dio un buen mordisco.
—Eso no será un problema, señor —le aseguró el piloto mientras el Bell 407 iniciaba el descenso—. He hecho esta maniobra cien veces.
—Es la ciento uno la que me preocupa —murmuró Castille mientras daba buena cuenta de la manzana. Incluso Philby se unió al jolgorio general.
Nina miró por encima del hombro de Kari mientras se aproximaban al Evenor. El barco de investigación tenía un diseño ultramoderno y, según los ojos inexpertos de Nina, algo extraño. El casco era normal, pero la superestructura parecía inestable ya que se trataba de un bloque alto y estrecho, metido en la sección central del barco, rematado con un mástil de radar.
El motivo de ese diseño tan fuera de lo corriente se hizo obvio cuando se aproximaron. En la popa, por encima de las hélices y el timón, sobresalía una plataforma para helicópteros, mientras que gran parte de la zona de cubierta de proa la ocupaban las grúas y cabestrantes que sostenían los dos sumergibles del Evenor. La gente tenía que apretujarse entre las máquinas.
—Solo tiene un año —dijo Kari cuando estaban a punto de aterrizar—. Tres mil doscientas toneladas métricas, cinco oficiales, diecinueve personas de tripulación y con capacidad para alojar hasta treinta científicos durante dos meses. La niña de los ojos de mi padre.
—Después de ti, espero —dijo Nina.
—Mmm… a veces hasta yo me lo pregunto —replicó Kari, en broma.
Tal como había prometido el piloto, el aterrizaje fue rápido y sin percances. Castille casi saltó de la cabina cuando el personal del barco fijó el aparato a la plataforma.
—¡Por fin a salvo! —exclamó.
—No levante los brazos de alegría —le dijo Nina, señalando las aspas del rotor, que aún giraban—. ¡Recuerde lo que le pasó a Hayyar!
—Como mínimo aquí abajo estarás a salvo de los helicópteros —le dijo Chase, mientras miraba al agua. El mar estaba en calma, las suaves olas eran el escondite perfecto para lo que ocultaban varios metros más abajo.
Kari condujo el grupo a la superestructura y hasta el puente del mando, donde los recibió el capitán Leo Matthews, un canadiense alto ataviado con un uniforme blanco inmaculado. Una vez hechas las presentaciones, los informó acerca de la situación.
—Alcanzaremos el objetivo dentro de unas tres horas. ¿Está segura de que quiere sumergir ambos submarinos en el primer descenso, señora? —le preguntó a Kari—. Tal vez sería mejor enviar al Atragon para que inspeccionara el lecho marino antes.
Kari negó con la cabeza.
—Me temo que el tiempo es un factor decisivo. Qobras ya tiene un barco en alta mar; está buscando en el lugar equivocado, pero a estas alturas ya debe de saber que hemos zarpado. Tarde o temprano empezará a investigar, y sospecho que será más bien temprano.
—¿Le preocupa que nos ataquen?
—No sería la primera vez —señaló Chase.
Matthews sonrió.
—Bueno, tal vez el Evenor no sea un barco de guerra, pero… digamos que podemos cuidar de nosotros mismos. —Se volvió hacia Kari—. Su padre ha enviado, esto, un equipo especial. Estamos dispuestos para cualquier contingencia, señora.
—Gracias, capitán.
Matthews ordenó a uno de sus hombres que acompañara a los recién llegados a sus camarotes. A pesar de que se lo ofrecieron a Nina, puesto que era ella quien merecía el título, al final fue Kari quien se quedó con el camarote de Científico Jefe, bajo el puente de mando, mientras que Nina ocupó uno junto al de Chase, en la cubierta inferior.
—Excelente —exclamó mientras asomaba la cabeza por la puerta del camarote de Nina—. Tengo una habitación para mí solo. Esta vez no voy a tener que compartirla con Hugo.
—¿Ronca?
—Hace algo mucho peor. —Para alivio de Nina, no entró en detalles—. No es tan lujoso como el Nereida, pero les costará mucho más hacerlo volar por los aires.
—No lo digas ni en broma.
—No bromeaba. —Chase entró en el camarote—. Como dijo Kari, Qobras debe de saber que estamos aquí. Ya sé que cree que toda la tripulación es fiel, pero todo el mundo tiene un precio.
—¿Crees que Qobras tiene un espía a bordo? —Nina se sentó en la cama, preocupada.
—Me apostaría lo que fuera. Además… —Se calló.
—¿Qué?
Se sentó junto a ella y bajó la voz.
—En Brasil Starkman nos encontró muy rápido. Esos helicópteros no pudieron seguirnos río arriba ya que avanzábamos muy lentamente y se habrían quedado sin combustible. Lo que significa que, cuando partieron, ya sabían dónde estábamos. O nos habían puesto un localizador en el barco, lo cual es posible… o alguien de a bordo les dijo nuestra posición.
A pesar del calor que hacía en el camarote, Nina se estremeció.
—¿Quién?
—No pudo ser ese capullo abraza árboles; nadie le dijo por qué íbamos ahí. No me gusta hablar mal de los muertos, pero tengo al capitán Pérez y a Julio en mi lista.
—Pero los mataron cuando estalló el Nereida. Tú mismo viste los cuerpos.
—Quizá Starkman los mató para no dejar cabos sueltos. De modo que es una posibilidad que hay que tener en cuenta. En cuanto a Kari, estoy casi convencido de que no está intentando vender a su propio padre… —Sonrió ante su exceso de celo—. Y tú, bueno, eres intachable.
Nina sonrió.
—Me alegro de que pienses eso.
—El problema es que eso no deja muchos sospechosos. Está Agnaldo, el profesor… y, bueno, Hugo y yo.
—No puede haber sido Jonathan —dijo Nina de inmediato—. Lo conozco desde hace años. Jamás me haría daño.
—Muy bien —replicó Chase, que enarcó una ceja—, confío en Agnaldo y, joder, a Hugo le confiaría hasta mi vida. Lo que nos deja… vaya, hay que joderse. He sido yo desde el principio, ¿no? Mierda.
Nina se rió.
—Creo que podemos descartarte.
—Eso espero. No me gustaría tener que darme una paliza. —Sonrió de nuevo y negó con la cabeza—. No lo sé. Cualquiera de los tripulantes del Nereida podría haber escondido un teléfono por satélite entre sus objetos personales. Solo registré lo que subimos a bordo en Tefé. Y en cuanto a este barco… —Lanzó un suspiro—. La única solución es mantenerse alerta y estar atentos a cualquier cosa rara.
—¿Qué harás si descubres a alguien? —le preguntó Nina.
Chase se puso en pie.
—Echar a ese cabrón por la borda. —Estaba claro que no bromeaba.
Nina dedicó un rato a familiarizarse con el Evenor, y al final se dirigió a la cubierta de proa para ver los dos sumergibles. Kari ya estaba allí, hablando con dos jóvenes cuyos pantalones cortos desaliñados y estridentes camisas hawaianas desabrochadas sobrepasaban lo que podría definirse como estilo informal playero, y les confería un aspecto de vagabundos de playa.
—Nina —dijo Kari—, te presento a los pilotos de nuestros sumergibles. Y también sus diseñadores.
—Jim Baillard —dijo el más alto, canadiense como Matthews, pero con una forma de hablar más pausada. Nina le estrechó la mano, que tintineó con el ruido de las conchas que colgaban de su pulsera—. Así que cree que ha encontrado la Atlántida, ¿eh? Genial.
—¿Quiere desenterrarla? Nosotros lo haremos —añadió el bajito, más rechoncho. Un australiano muy bronceado con el pelo rubio y de punta—. Matt Trulli. Si está bajo el agua, lo encontraremos.
—Un placer conoceros —dijo Nina, que miró los sumergibles—. ¿Así que estos son los submarinos? No son como yo esperaba. —Parecían más bien excavadoras u otro tipo de maquinaria industrial, en lugar de submarinos.
—Creía que tendrían una gran burbuja delante, ¿verdad? —preguntó Trulli, entusiasmado—. ¿Para qué quiere eso? Una grieta y ¡chof! Bueno, quizá quiera una si lo único que va a hacer es tomar fotos de peces o presumir de haber visto el Titanic, pero estas bellezas las hemos construido para trabajar. Ya verá lo resistentes que son.
—No se le puede hacer un agujero a un casco concebido para soportar una gran presión —añadió Baillard, que retomó el hilo de su compañero, como si fueran la misma persona. Señaló la gran esfera metálica de color naranja y blanco que había en la parte frontal del submarino más pequeño, donde destacaba el nombre Atragon pintado con una elegante caligrafía—. Si se hace de una sola pieza es mucho más resistente y se puede descender a mayores profundidades.
—¿Y cómo veis el exterior? —Nina vio un ojo de buey en el costado de la esfera, pero solo medía unos pocos centímetros de diámetro.
—Usamos un sistema de imagen virtual LIDAR, es como un radar pero usa unos láseres azul y verde. La armada de Estados Unidos lo diseñó como sistema de comunicaciones para transmitir órdenes a los misiles de los submarinos. Funciona con una longitud de onda que no está bloqueada por el agua del mar.
—Dos láseres —añadió Trulli—, uno para cada ojo. ¡Un sistema estereoscópico de verdad! Los láseres hacen veinte barridos por segundo, y toda la luz que se refleja, la vemos en la gran pantalla, en una imagen tridimensional. Así, no consumimos las baterías con unos focos que tienen un alcance máximo de seis metros. ¡Nosotros podemos ver más allá de un kilómetro y medio de distancia!
—Y como tenemos un campo de visión mucho más amplio que si usáramos una burbuja, podemos trabajar mucho más rápido con los brazos —terció Baillard, que levantó una mano y le dio unas palmaditas a los imponentes manipuladores de acero—. Es un diseño revolucionario.
—¡Tú lo has dicho! —Trulli chocó la mano en alto con su socio—. Es demasiado revolucionario. Tanto que nadie quiso arriesgarse a financiarnos el desarrollo. ¿Pero el padre de Kari? ¡Bam! En cuanto le explicamos lo que teníamos en mente, cerramos el trato.
—Y ahora, no solo podréis poner a prueba vuestro diseño —dijo Kari—, sino que formaréis parte del mayor descubrimiento arqueológico de todos los tiempos.
—Como he dicho —Baillard asintió—, genial.
—Tope —exclamó Trulli. Nina sonrió al verlos chocar las manos en alto de nuevo.
—¿Y qué hacen? —preguntó—. O sea, me imagino que el Atragon es como un submarino normal, ¿pero y el otro? —Señaló el sumergible más grande, un gigante amarillo con algo semejante a la boca de una aspiradora enorme, bajo la esfera de la tripulación, y conectada a ella mediante una tubería ancha; en la parte posterior había una segunda tubería flexible de acordeón que parecía un brazo extensible, y que se acoplaba a un segundo compartimiento que, por lo que vio Nina, podía separarse del sumergible. Sin embargo, de la popa colgaba otro brazo extensible como si fuera una cola. Y en el costado de la esfera vio el lema «¡GRANDES TRABAJOS!» pintado al estilo graffiti.
—¿Ese? —dijo Trulli, orgulloso—. Es el Sharkdozer. Ya sabe, como un bulldozer, pero como no hay toros bajo el agua, lo hemos llamado tiburón.
Nina sonrió.
—Creo que lo pillo.
—Es una excavadora submarina autónoma —le dijo Baillard, señalando los dos grandes brazos. En lugar de garras como el submarino pequeño, este tenía unas palas—. Los brazos pueden mover grandes depósitos de roca y la bomba aspiradora —señaló las fauces que había bajo la esfera— elimina el cieno y los sedimentos…
—Y como el módulo de la bomba principal puede separarse del submarino —lo interrumpió Trulli, que señaló el «remolque» de la nave—, podemos alejarlo del lugar de trabajo para que la suciedad no le afecte y le reste visibilidad.
Nina estaba impresionada.
—¿Cuánto tardaréis en limpiar los sedimentos que cubren el yacimiento?
—Si son cinco metros —dijo Baillard—, muy poco. Como mínimo para ver si hay algo debajo.
—De hecho, dragaremos lo imprescindible para ver lo que hay… —Trulli se encogió de hombros—. Depende de lo grande que sea el agujero que quiere que excavemos. ¿Cuánto medirá, sesenta metros de ancho? Si solo hay sedimentos, podríamos limpiar uno de los extremos en un par de horas.
—Luego, si hay algo ahí abajo, o usamos los brazos manipuladores del Atragon o enviamos a Mighty Jack.
—¿A quién? —preguntó Nina.
Baillard señaló una pequeña jaula sujeta al Atragon, en cuyo interior había un objeto cuadrado de azul intenso, que resultó ser una pequeña embarcación.
—Mighty Jack es nuestro VCR, Vehículo de Control Remoto. En esencia, es un robot, un BB-101 de Cameron Systems. Está conectado al Atragon mediante un cable de fibra óptica y le hemos acoplado una cámara estereoscópica para poder manejarlo desde el submarino. Incluso tiene su propio brazo.
Nina sonrió al ver la antropomorfización que hizo Baillard del robot.
—¿Y será la primera vez que los uséis?
—Los hemos probado, pero sí, es la primera vez que lo hacemos en una operación de verdad en toda regla —respondió Trulli—. ¡Me muero de ganas por ver lo que encontramos!
—Yo también. —Kari miró hacia el horizonte—. Deberíamos alcanzar nuestro destino dentro de dos horas. ¿Cuánto tardaréis en sumergiros?
—Podemos hacer los preparativos previos a la inmersión en marcha. Para todo lo demás… tardaremos una hora —dijo Baillard.
—Ya hemos instalado los monitores en el laboratorio principal —le dijo Trulli a Nina—. Podrá ver lo mismo que nosotros, al mismo tiempo, ¡y en 3-D! No está mal, ¿eh?
—Suena fantástico. —Nina sintió un arrebato de emoción expectante, presentía que estaban a punto de hacer un gran descubrimiento. Sin embargo, también estaba sometida a un gran estrés y tensión. Si al final resultaba que no había nada ahí abajo…
Kari se percató de su desasosiego.
—¿Estás bien?
—Aún no me he acostumbrado a estar en alta mar —murmuró Nina—. Creo que voy a acostarme un rato. ¿Me avisarás cuando lleguemos?
Kari adoptó un semblante inexpresivo.
—No, quería dejar que te perdieras el momento del descubrimiento de la Atlántida.
—No empieces —dijo Nina, y Kari esbozó una sonrisa—. ¡No soporto tener dos amigos sarcásticos!
Nina regresó al camarote y se tumbó un rato en la cama. Intentó no pensar en la ingente cantidad de dinero y recursos humanos que los Frost habían invertido en sus deducciones, pero enseguida se dio cuenta de que no lo conseguiría. De modo que mientras seguía dándole vueltas a la cabeza, se acordó de los «amigos sarcásticos», se levantó y llamó a la puerta de Chase. El inglés la invitó a pasar y ella se sorprendió al ver que estaba en la cama, leyendo un libro; y se sorprendió aún más al ver la cubierta.
—¿Los diálogos de Platón? —le preguntó.
—Sí —respondió Chase, que se incorporó—. ¡No pongas esa cara! Me gusta leer. Novela negra, sobre todo, pero… En fin, que como no parabas de hablar de ellos, se me ha ocurrido ir a las fuentes originales. Por cierto, que el tipo este no dedica mucho tiempo a la Atlántida.
Nina se sentó a su lado.
—Es verdad.
—O sea, en Timeo hay ¿qué? ¿Tres párrafos sobre la Atlántida? Lo demás es como si un estudiante fumado se hubiera dedicado a escribir chorradas sobre el significado del universo.
Nina se rió.
—No es la descripción académica habitual… pero sí, tienes razón.
—Y el otro, Cridas, tarda unas cinco páginas en empezar a hablar de la Atlántida. Y cuando lo hace… es interesante. —Lo dijo con un tono pensativo que llamó la atención a Nina.
—¿En qué sentido?
—No me refiero únicamente a la descripción del lugar y a la precisión con la que habla del templo. Me refiero a la gente, a los gobernantes. No tiene sentido.
—¿A qué te refieres?
—Me refiero a que, según estas notas, algunos estudiosos piensan que en Cridas Platón establece el paradigma de una sociedad perfecta, ¿verdad? Pero no es así. Si lees con atención lo que dice, verás que los atlantes eran de lo peor. Eran unos conquistadores que invadían otros países y esclavizaban a su gente, eran una sociedad totalmente militarizada, los reyes disponían a su antojo de la vida de sus súbditos, no existía la democracia… —Chase pasó las páginas—. Y entonces llegas al final, justo antes de la parte que nunca acabó: «La naturaleza humana se impuso. Y luego, al ser incapaz de soportar su fortuna, se comportaron de un modo impropio, y todo aquel que tenía ojos, se envileció». De modo que Zeus convoca a todos los dioses para castigarlos. Glug, glug, glug. No me parece que fueran una gente tan especial. De hecho, creo que el mundo fue un lugar mejor sin ellos.
—Estoy impresionada —dijo Nina—. Ha sido un análisis muy bueno.
—No se me daban bien las mates y la historia, pero siempre me fue bien en lengua y literatura. —Dejó el libro y se acercó a la doctora—. No es que quiera hacerme el gracioso ni nada por el estilo, pero mientras leía esto me preguntaba por qué tenías tantas ganas de encontrar a esta gente.
Nina se sintió extrañamente incómoda, casi como si la estuvieran acusando de algo. ¿Le había contado Kari lo de los marcadores atlantes en el ADN? Le pareció poco probable. Intentó quitarse de la cabeza esa sensación y contestó:
—Es un tema que me ha fascinado toda la vida. Y a mis padres también. Recorrí el mundo entero con ellos, intentando encontrar algo que nos permitiera averiguar dónde estaba la Atlántida. —Le mostró el colgante, que llevaba oculto bajo la camiseta, y lo puso a la luz del ojo de buey—. Lo irónico es que, durante años, he llevado conmigo una pista, y no me he dado cuenta.
—¿Llegaron a encontrar alguna cosa tus padres?
Dejó caer el colgante sobre el pecho.
—Es… No lo sé, la verdad. Ellos creían que sí, pero nunca vi a qué se referían. El año en que, hum, murieron… —Se le hizo un nudo en la garganta.
—Lo siento, no quería… —dijo Chase.
Ella negó con la cabeza.
—No pasa nada. Es que no hablo muy a menudo sobre ello, listaban en el Tíbet mientras yo hacía los exámenes de acceso a la universidad…
—¿En el Tíbet? —preguntó Chase—. Eso está muy lejos del Atlántico.
—Es un lugar relacionado con la leyenda de la Atlántida desde hace mucho tiempo. Los nazis mandaron varias expediciones al Himalaya, incluso durante la guerra.
—Los nazis otra vez —murmuró Chase—. Esos cabrones llegaron a todas partes. Entonces encontraron el templo en Brasil y robaron la pieza del sextante… Pero debieron de encontrar algo más, algo que los hizo viajar hasta el Tíbet.
—Quizá el mapa o las inscripciones nos habrían revelado algo; había señales de que los atlantes estuvieron en Asia, pero no tuve tiempo de comprobarlo.
—¿Por qué fueron tus padres hasta el Tíbet?
—No lo sé. Encontraron algo, pero no me dijeron de qué se trataba. —Frunció el ceño—. Lo cual es algo extraño porque siempre me hacían partícipe de todo.
—Quizá no querían distraerte de los exámenes.
—Quizá. —Nina no dejó de fruncir el ceño—. Pero las últimas noticias que recibí de ellos me llegaron por una postal, aunque no te lo creas. Mandada desde el Tíbet. De hecho, aún la conservo.
—¿Qué decía?
—No mucho, solo que estaban a punto de partir de una aldea del Himalaya llamada Xulaodang. Tenían planeado pasar una semana fuera, pero…
Chase le puso una mano en el hombro.
—Eh, no tenemos que hablar de esto si no quieres.
—No, no pasa nada. Pero es curioso, ni tan siquiera se me había pasado por la cabeza la conexión nazi hasta ahora. Y eso que mi padre fue a Alemania un año antes… Quizá tenían algo de las expediciones de la Ahnenerbe. Algo que los llevó hasta el Tíbet. ¿Pero por qué no me lo dijeron?
—¿Porque no querían que supieras que estaban usando algo de los nazis? —sugirió Chase.
—Supongo. —Se enderezó y lanzó un suspiro triste—. Aunque no habría importado. Murieron a causa de una avalancha en algún lugar al sur de Xulaodang y no sobrevivió casi ningún miembro de la expedición. Nunca encontraron los cuerpos, por lo que se perdió todo lo que llevaban con ellos.
Chase enarcó una ceja.
—¿Casi ningún miembro? ¿Quién sobrevivió?
—Jonathan.
—¿Jonathan? ¿Te refieres a Philby? ¿Al profesor?
—Sí, por supuesto. Creía que lo sabías. Formaba parte de la expedición. Por eso mantenemos una relación tan estrecha. Aunque estoy convencida de que no pudo hacer nada, me dijo que se sentía responsable de no haber podido salvarlos. Desde entonces siempre ha cuidado de mí.
Chase se reclinó en la cama.
—Philby, ¿eh?
—¿Qué?
Apartó la mirada.
—Nada. Es que no sabía de qué os conocíais.
—Trabajó con mis padres durante años, eran amigos.
—Hum. —Parecía que Chase rumiaba algo, pero antes de que Nina se lo pudiera preguntar, alguien llamó a la puerta de su camarote.
—¡Estoy aquí!
Kari se asomó con precaución.
—Espero no interrumpir nada.
Chase respondió en tono burlón:
—¡Ya me gustaría!
—Solo quería informaros de que ya casi hemos llegado a las coordenadas. El capitán Matthews usará los propulsores para mantener la posición en lugar de echar el ancla ya que no queremos arriesgarnos a dañar algo de lo que hay ahí abajo. Luego bajaremos los submarinos. Creía que querríais verlo.
—No me lo perdería por nada del mundo —dijo Nina, que se puso en pie—. ¿Vienes, Eddie?
—Dentro de unos minutos. Estaréis en la cubierta de submarinos, ¿no?
—Sí.
—De acuerdo, pues nos vemos ahí.
Kari y Nina salieron. Chase las miró de un modo enigmático.
—Philby… —dijo en voz baja.
A causa del diseño del Evenor había pocos lugares al aire libre en los que uno no pudiera ser visto desde la cubierta de proa o popa. Pero tras una ardua exploración, Jonathan Philby encontró una pequeña pasarela en la segunda cubierta que estaba abierta al mar por un lado.
Miró a su alrededor, hecho un manojo de nervios. Ante él vio las extremidades de la grúa que ponían el mayor de los dos sumergibles en posición. Para que su GPS funcionara, la antena del aparato debía encontrarse al aire libre, pero si se asomaba por un costado del barco para buscar cobertura, corría peligro de que lo vieran.
No tenía elección. Tenía que hacer la llamada.
El teléfono por satélite compacto había sido su compañero inseparable desde que había informado a Qobras de que los Frost se habían puesto en contacto con él. El mero hecho de sacarlo de su escondite, entre sus pertenencias, lo sumía en un estado de gran nerviosismo; si alguno de sus compañeros lo veía, aunque fuera Nina, empezarían a sospechar y todo se iría al garete. En Gibraltar no le había costado demasiado encontrar el momento ideal para enviar el destino aproximado del Evenor, pero cuando tuvo que enviar la posición final del Nereida en Brasil sin que lo descubrieran, casi le dio un ataque de pánico.
La situación ahora no era mucho mejor. Las puertas en ambos extremos de la pasarela no tenían ventanas. En cualquier momento podía entrar alguien. Esperó con ansiedad a que se estableciera la comunicación…
—¿Sí? —dijo una voz. Starkman.
—Soy Philby. No tengo mucho tiempo. Casi hemos alcanzado nuestro destino. Estas son mis coordenadas actuales. —Leyó los datos de su unidad GPS—. La posición final del Evenor será a unas cuantas millas al oeste de aquí.
—La posición final del Evenor será a doscientos cincuenta metros bajo el agua —dijo Starkman—. Ya estamos en camino. Buen trabajo, Jack. Recibirás tu recompensa.
—La única recompensa que quiero es olvidarme de todo esto. —Philby se frotó el sudor de la frente—. Se habrá acabado todo, ¿verdad?
—Oh, sí —respondió Starkman con voz firme—. La búsqueda de la Atlántida acaba ahí.
Los dos sumergibles se encontraban en el agua, uno a cada lado del Evenor. Los pilotos ya estaban dentro; los «vaqueros», miembros de la tripulación con trajes de neopreno que se encontraban sobre ambos submarinos, comprobaban que los sistemas estuvieran en orden y que los cables de comunicación estuvieran bien conectados, antes de soltarlos de las grúas. Después de realizar todas las comprobaciones, los sumergibles cayeron sin más ceremonias al agua. Los vaqueros fueron recogidos por una Zodiac, que los devolvió al pequeño embarcadero de popa.
Tardaron menos de diez minutos en descender los doscientos cincuenta metros. Nina ocupaba un lugar de honor en el laboratorio, frente a los monitores, con Kari sentada al lado. Philby, Chase y Castille lo observaban desde detrás, acompañados por unos cuantos hombres del Evenor.
Todo aquel montaje desorientó a Nina. Cada una de las dos grandes pantallas que tenía ante ella mostraba lo mismo que veían los pilotos en el interior de sus esferas presurizadas, gracias a un monitor LCD autoestereoscópico que proporcionaba una imagen tridimensional y que no requería del uso de gafas especiales. Durante gran parte del descenso, la ilusión de profundidad apenas fue perceptible, pero de vez en cuando pasaba un pez frente a los láseres de los sumergibles, y aparecía de pronto en la pantalla como una visión fantasmal verde.
—Doscientos veinte metros —dijo Trulli por el intercomunicador—. Nos aproximamos al objetivo. Reduciendo velocidad.
—Evenor, por favor confirme rumbo —pidió Baillard.
—Atragon, vire a dos-cero-cero grados —le dijo Kari por el micrófono—. Está muy cerca. Sbarkdozer, mantenga la posición hasta que se confirme el contacto.
—Ya deberíamos poder verlo —se quejó Trulli. El lecho marino adquirió relieve dimensional frente a Nina mientras el australiano giraba lentamente el sumergible e inclinaba el morro para que los láseres apuntaran hacia abajo. La resolución era tan alta que podía ver los cangrejos que correteaban entre los sedimentos.
Dirigió la atención a las imágenes que transmitía el sumergible de Baillard, que avanzaba a un ritmo muy lento, a unos seis metros del lecho marino. Una pantalla más pequeña mostraba la visión iluminada de una videocámara normal, pero la imagen UDAR alcanzaba mucho más allá.
El lecho marino se alzó ante el sumergible del canadiense.
—Evenor, tengo algo —informó Baillard—. Recibo una señal de sonar muy fuerte… no son sedimentos. Es algo sólido procedente de arriba y es grande. Podrían ser los restos de un naufragio…
—No es un barco —susurró Nina cuando la mole apareció en la pantalla tridimensional. Reconoció la forma al instante. Era la misma que tenía la réplica del templo de Poseidón que hallaron en la selva brasileña.
Y, a diferencia de aquella estructura en ruinas, esta se encontraba intacta.
—Joder —murmuró Chase, que se inclinó sobre el hombro de la doctora.
—Dios. Evenor, ¿lo ven? —preguntó Baillard.
—Lo vemos —confirmó Kari, que le entregó los auriculares y el micrófono a Nina—. Ahora estás tú al mando.
—¿Yo? ¡Pero si no sé nada de submarinos!
—No es necesario. Tan solo diles qué quieres ver y él lo hará.
—De acuerdo… —respondió Nina, hecha un manojo de nervios y aterrorizada por la idea de que el sumergible tuviera un accidente por su culpa. Se puso los auriculares y toqueteó el micrófono—. Jim, aquí Nina. ¿Me oyes?
—Alto y claro —respondió el canadiense—. Estoy a ciento cincuenta metros. ¿Puede ver con claridad?
—Oh, sí. —La parte inferior de los muros del templo estaba hundida bajo un montón de sedimentos, pero el extremo superior de su techo curvo se alzaba unos diez metros sobre el lecho oceánico. La luz láser refulgía con fuerza en aquellos lugares en los que las cubiertas de metales preciosos habían permanecido intactas a pesar del hundimiento—. No me puedo creer que aún se tenga en pie.
Philby se acercó a la pantalla, al parecer tenía problemas con el efecto estereoscópico y lo solucionaba cerrando un ojo.
—El diseño debió de ser sumamente preciso para que todos los bloques aguantaran su propio peso. Eso evitó que el templo se desmoronara a pesar de que todo lo demás se derrumbó cuando la isla se hundió. ¡Increíble!
—¿Qué corriente hay? —preguntó Kari.
Trulli lo comprobó.
—Medio nudo dirección noreste.
—No me extraña que no quedara sepultado por completo —dijo Baillard—. Si esa es la corriente habitual, arrastrará gran parte de los sedimentos hacia la costa española.
—¿Hay algo más en la superficie? —preguntó Nina.
La imagen tridimensional dio una sacudida; el Atragon no había cambiado el curso, pero había redirigido los escáneres láser para mirar hacia un lado.
—Veo unos cuantos montículos que podrían indicar la existencia de algo más bajo la superficie, pero nada que sobresalga. ¿Cuánto mide de alto esta cosa?
—Si tiene el tamaño que creemos, medirá casi veinte metros, dieciocho, para ser exactos.
—En tal caso, creo que podremos ver la mitad. Hay mucho cieno amontonado alrededor. —Volvió a mostrar la imagen del templo.
—Sharkdozer, acérquese —le ordenó Kari—. Diríjase a la cara norte y manténgase alejado del Atragon.
—Oído —dijo Trulli. Siguieron su avance por otro monitor.
—¿Jim? —preguntó Nina—. ¿Puedes dar la vuelta al edificio? Quiero ver qué aspecto tiene desde el otro lado.
Baillard obedeció. Tardó un par de minutos en hacer la maniobra y les mostró una imagen muy parecida a la del templo brasileño. La parte posterior curva, sepultada parcialmente bajo sedimentos, le recordaba a Nina el caparazón de una tortuga.
—Eh, Evenor —dijo Trulli, emocionado—, estoy en el extremo norte y la capa de sedimentos es más baja. Debe de ser gracias a la corriente. Veo mejor el muro.
Nina dirigió de inmediato la atención a la pantalla del Sharkdozer. Había una pequeña depresión, en forma de cuenco, en el extremo norte del templo, como si alguien hubiera usado una cuchara enorme para limpiar los sedimentos.
—¿Puedes acercarte un poco más?
—Sin problemas. Un segundo.
Tardó algo más de un segundo, pero al cabo de unos minutos, Trulli detuvo el gran sumergible a poca distancia del muro del templo.
—Voy a hacer una lectura de sónar —anunció—. Un momento.
Uno de los monitores mostró un gráfico irregular. Nina no lo entendió, pero el piloto del sumergible lo interpretó tan fácilmente como si fuera una fotografía.
—Hay algo bajo los sedimentos o, más bien, hay algo que no está bajo los sedimentos. Podría ser un agujero en el muro.
—¿Hay espacio para que pase Mighty Jack? —preguntó Baillard.
—Quizá. Evenor, ¿tengo permiso para limpiar los sedimentos?
Kari miró a Nina, que asintió emocionada. ¡El templo tenía una entrada!
—Adelante, Sharkdozer.
La operación fue frustrantemente lenta. Nina tuvo que contenerse para no clavar las uñas en el ordenador mientras Trulli alejaba el submarino del templo. Con gran cuidado, bajó el módulo de bombeo hasta la superficie, a unos cien metros al noreste, acto seguido extendió la «cola» en la misma dirección de la corriente y regresó al templo. La pantalla LIDAR del Atragon mostró cómo el tubo de conexión se estiraba entre el módulo de bombeo y la nave nodriza, mientras el Sharkdozer regresaba a su posición, por encima de la base del muro norte. El proceso tardó más de veinte minutos en llevarse a cabo.
—Listo para empezar, Evenor —dijo Trulli al final.
—Solo necesito confirmación.
—¡Adelante! —gritó Nina, lo que provocó risas generalizadas.
La bomba entró en funcionamiento.
Como si de la mayor aspiradora del mundo se tratara, el Sharkdozer empezó a succionar el cieno con sus fauces. La diferencia de presión creada por la bomba no era enorme, pero bastaba de sobra para atraer las capas de sedimentos hasta la tubería y el módulo separado de la nave nodriza para escupirlos cien metros más lejos. La corriente actual arrastraba la nube de partículas en suspensión y las alejaba del templo. Nina se dio cuenta entonces de la suma importancia de una técnica que, en un principio, le había parecido excesivamente rebuscada; si hubieran excavado los sedimentos in situ, se habrían quedado sin visibilidad al cabo de unos pocos segundos.
Pasaron diez minutos más con una lentitud desesperante. El Atragon proporcionaba una imagen óptima del Sharkdozer mientras este barría de un lado a otro el muro y, a cada pasada, eliminaba una capa de sedimentos. Entonces…
—¡Creo que he encontrado algo! —exclamó el australiano. Dirigió la videocámara al lugar concreto. El cieno en suspensión enturbió la imagen, lo que no evitó que a Nina le diera un vuelco el corazón cuando vio lo que habían encontrado—. Parece una entrada.
En la pantalla había un pasillo que desaparecía en la oscuridad. Resultaba difícil calcular el tamaño, pero si el templo se había construido del mismo modo que la réplica brasileña, la abertura debía de medir poco más de un metro y veinte centímetros.
—Usaré la aspiradora secundaria para limpiarlo —dijo Trulli—. Solo necesito unos minutos. —El Sharkdozer extendió uno de los brazos, pero en lugar de usar la gran pala para abrir paso, desplegó un estrecho tubo metálico que se introdujo en el hueco y succionó los sedimentos.
Chase se inclinó sobre el hombro de Nina para examinar el monitor tridimensional y casi le rozó la mejilla con la suya.
—Si este templo tiene la misma disposición que el de Brasil, ese pasillo podría conducir directamente a la sala del altar. Había un hueco al fondo, pero lo habían llenado con rocas.
Nina le dirigió una mirada acusatoria.
—¿Que había un hueco? ¿Por qué no me lo dijiste?
—¡No tuve tiempo! Como estaba a punto de palmarla…
—Un escondite para los sacerdotes —dijo Kari pensativamente—. Una salida secreta.
Trulli prosiguió varios minutos con la limpieza antes de retirar el brazo.
—He limpiado todo lo que he podido. ¡Jimbo, empieza a calentar a Mighty Jack!
Mientras Trulli apartaba el Sharkdozer, Baillard acercó su sumergible y lo detuvo junto a la depresión del muro norte. Una vez en posición, anunció:
—Evenor, voy a soltar el VCR… ahora.
Todas las miradas se centraron en el monitor tridimensional del Atragon, que pasó del monocromo fantasmal del sistema LIDAR a una imagen en vídeo a todo color cuando el Mighty Jack abandonó la jaula y enfiló hacia el templo. El pequeño robot no estaba equipado con el sistema de imagen láser de su nave nodriza, pero tenía cámaras estereoscópicas. Al entrar en la abertura, los estrechos límites del pasillo transmitieron una vertiginosa sensación de velocidad.
—Dios, es como atacar la Estrella de la Muerte —observó Chase.
El Mighty Jack siguió avanzando por el conducto. Aún quedaban algunos terrones de sedimentos, pero Trulli se había empleado a conciencia, por lo que el VCR podía pasar sin problemas. La tensión de la sala de control aumentaba mientras el robot seguía su camino hasta que encontró…
Una pared.
—¡No! —exclamó Nina, decepcionada—. ¡No tiene salida!
El VCR se volvió a la izquierda, luego a la derecha pero solo había piedra maciza.
—¿Qué quiere que haga? —preguntó Baillard.
Nina estuvo a punto de decirle que hiciera retroceder al robot cuando Chase la interrumpió y se acercó a ella para hablar por su micrófono.
—Jim, soy Eddie. ¿Ese bicho puede subir?
—Sí, claro. Pero…
—Pues hazlo.
Tras unos momentos de duda, el VCR se alzó con gran cautela hacia el techo…
Y siguió ascendiendo.
—¡Uauh! —exclamó Baillard, que hizo rotar a Mighty Jack para examinar las paredes laterales mientras el robot subía—. ¿Cómo lo has sabido?
—Ha sido un presentimiento —respondió Chase, que le lanzó una sonrisa a Nina—. Pero ve con cuidado, podría haber trampas.
Nina le dio unas palmaditas para apartarlo del micrófono.
—Eddie, dudo mucho que alguien se haya encargado del mantenimiento de este templo durante los últimos once mil años.
—No lo sé, las sirenas pueden ser muy cabronas…
Nina sonrió y volvió a centrar la atención en la pantalla. Baillard enfocó la cámara hacia arriba, tanto como dio de sí, para, observar el conducto, que iba tomando forma.
—Veo algo —anunció. Apareció una línea oscura en la pared y la imagen se distorsionó…
De repente la imagen se giró y una de las paredes de piedra inundó la pantalla.
—¡Jim! —gritó Nina—. ¿Qué ha pasado? ¿Has chocado con algo?
—Un segundo… —El robot se volvió lentamente, pero la imagen aún temblaba. Solo se veían paredes—. Bueno, creo que Mighty Jack solo puede llegar hasta aquí.
—¿A qué te refieres? —preguntó Kari—. ¿Está atascado o algo así? ¿Hemos perdido el VCR?
Baillard casi se rió.
—Nada de eso. Lo que ocurre es que… bueno, Mighty Jack fue concebido como robot acuático, así que tendrá que buscar otra forma de explorar a partir de este punto.
—¿Por qué? —preguntó Nina.
—Porque se ha acabado el agua. Mighty Jack está flotando en la superficie. Hay aire en el interior del templo.