me gustan las tetas.
No siento pudor. Ellos sí.
Duli Martínez
Tengo veinticinco años.
A los doce le conté a mi mejor amiga un secreto guardado.
Y lo compartíamos.
Lo hicimos crecer,
hasta que este nos hizo pequeñas y traidoras propias como cucarachas.
No fuimos invencibles.
Años después perdí la virginidad con alguien que,
años después,
murió.
Y no me puso triste su muerte,
sino que me dejase sola en este lugar
del que ya jamás me sacarían sus manos.
En ese momento supe que sería vulnerable a mostrarme
toda la vida.
El tiempo pasó,
aunque las cosas siempre se quedan escondidas en algún órgano muy interno.
A día de hoy: escribo.
Y lo enseño.
Enseño los días que no duermo y que no he dormido.
Enseño mi enfermedad,
mi angustia,
mi rencor,
mi rabia,
mi tristeza,
mi alegría,
mi cosquilleo.
Enseño el dolor que me causé,
el que me causaron,
el que causé a otros.
Expongo una intimidad que a veces me hiere
como gusanos bajo la piel que quieren salir.
Ando en bragas por mi casa,
esperaría el día que fuese lícito hacerlo por la calle
si no fuese por los vestidos de flores.
Creo que nunca he pisado el mar ocultando mis tetas.
Tampoco tapo mis manos
ni mis ojos
ni mis cicatrices
ni mis uñas recién mordidas y mal pintadas.
Tengo veinticinco años.
Mis tetas no son las que fueron,
yo no soy la que fui
ni la que seré,
pero que no os quepa duda:
me gustan mis tetas.
Y las vuestras.
Y las de vuestras madres,
hermanas,
tías,
amigas,
abuelas.
Y esas fotos preciosas en las que de niños nos hacían de leche con ellas.