castigada de cara al mundo (o de espaldas a la pared).
No quiero saber por qué lo hiciste, pero por qué lo hiciste.
Víctor González
No te he perdonado
porque no pusiste las manos al caer del columpio
y años después te abriste la cicatriz de la barbilla.
No te he perdonado
porque te comiste tu propio vómito,
porque sangraste por la nariz
y cuando tu pulso paró
no gritaste.
No te he perdonado
porque me dejaste en los huesos
y no quisiste adoptar un perro
que te los lamiese a tu lado.
No te he perdonado
porque fuiste una virgen llorando semen
cuando las niñas jugaban con muñecas,
las tuyas ya eran las de una abuela cuyos nietos murieron en la guerra.
No te he perdonado
porque te dejaste mentir,
sabiendo que no te decían la verdad.
Porque creíste en el amor
y te llamaste
mentirosa,
mentirosa, mentirosa.
No te he perdonado
porque tus golpes me dolieron más que el resto,
porque cruzaste sin mirar,
porque te has jurado una vida nueva cada vez que te apuñalabas dormida
y has limpiado la sangre sólo para no intentarlo.
No te he perdonado porque no te quieres,
porque no me has querido,
porque has vuelto a por todo el mundo
y yo sigo esperándote en esta gasolinera.
No te he perdonado
porque Valentina nunca creerá que puede cambiar el mundo
escuchando a Dylan en un taxi.
No te he perdonado
porque has sido más madre que puta
y aun así has consentido que te llamen los segundo.
No te he perdonado
porque no dejaste que los ángeles te besasen
y acariciaste la barba de los demonios sumisa,
pero sobre todo
no te he perdonado porque estos poemas nunca pagarán
todos los espejos has roto
con estas manos que sollozan sus cristales.