Capítulo 21
Meg contó a Sax la historia entera de su visita a la casa de sir Arthur. Intentó encontrar alguna manera de decirle indirectamente lo del látigo, pero al final, lo soltó sin preámbulos.
Él le acarició el hombro.
- Es una lástima que esté muerto.
- Me sentí sucia por todo aquello -susurró Meg. -Ya me imagino.
- Yo no sabía que…
- No.
Aunque el roce de su esposo era leve y casi impersonal, la comprensión y simpatía que mostraba hacia ella le hacían sentir aún más calidez, como si se tratara de una manta más, una manta que le abrigara el alma.
- ¿Alguna vez habéis…? No, qué tontería.
Tras unos momentos de silencio, Sax dijo:
- La verdad es que sí, una vez, querida. He hecho prácticamente de todo una sola vez. Me parece una lástima no probar. Pero la flagelación, ya sea dar o recibir, no me produjo ninguna sensación especial, salvo dolor.
Meg se quedó perpleja, intentando asimilar lo que acababa de oír. Sabía que él se había dado la vuelta para mirarla de frente, aunque en aquella oscuridad no podían verse.
- ¿Estáis disgustada? -preguntó él.
- No. Sí. No sé. Me resulta muy extraño. Entiendo que uno quiera probar experiencias diferentes. Pero… hay algunas cosas que me parecen impensables. ¿No os cortaríais una mano para probar, verdad?
- Creo que no. Evito todo lo que pueda causar un daño permanente y por raro que os parezca, para algunas personas es un juego muy erótico y no tiene por qué ser demasiado doloroso. Hay quienes lo viven como una necesidad, como vuestro sir Arthur.
- ¿Necesidad?
- ¿No lo comprendisteis, verdad? Algunas personas no pueden sentir placer sin dolor. Hay hombres que no son capaces de ponerse a tono sin la flagelación, ya sea dando o recibiendo.
- Realmente, ¡qué más da!
Se hizo el silencio; a continuación, Sax dijo:
- Quizá no os haya dado tanto placer como yo creía. Santo cielo, le había ofendido.
- Sí, por supuesto que sí, yo…
Él le tapó la boca con la mano.
- Sin mentiras. Quizá haya sido porque erais virgen. Pero el sexo, aun en el mejor de los casos, compensa ciertos sacrificios.
Meg movió la cabeza para soltarse.
- ¿Hasta el punto de llegar a hacer daño a otros?
- No. Pero puedo entender la tentación si no se alcanza placer de otra manera. -Le acarició el cuello-. Quizá debamos esclarecer cuál es el atractivo de hacer el amor antes de seguir hablando.
En una parte de su ser, Meg se sentía inclinada hacia él y el placer que le ofrecía. ¿Por qué había entendido que para ella no había sido especial? Aunque sólo fuera físicamente, le había hecho sentir un éxtasis absoluto.
- No. No creo que ahora sea adecuado. Más tarde, quizá.
Sax se rió y dejó de acariciarla.
- Pues más tarde hablaremos. Os gustan las anticipaciones, ¿no es cierto? El reloj dio lasonce hace un rato, ¿no? Cuando den las doce, empezaré a instruiros en la belleza inconmensurable del amor sexual.
- No estoy muy segura de…
- Seguid con vuestra historia -insistió él con una sonrisa en la voz-. No tenemos mucho tiempo. Cuando sir Arthur se retiró para fornicar con la criadilla ¿qué hicisteis?
Meg reparó en que estaba otra vez derritiéndose de excitación. Aquel hombre imposible se lo había vuelto a hacer. La había excitado con tan solo rozarla y algunas palabras, iniciando así un proceso que concluiría ella lo sabía bien, a medianoche.
- Decidí ponerme a buscar la sheelagh -dijo con toda la firmeza y frialdad de que fue capaz-. Normalmente percibo si se encuentra cerca. Una extraña sensación me recorre toda la piel, si es que podéis entender a lo que me refiero.
- Oh, sí, sí. Como ocurre ahora, que siento un cosquilleo debajo de la piel. ¿La encontrasteis?
Meg tragó saliva.
- No. Y eso que recorrí todas las habitaciones salvo el dormitorio. E incluso allí habría notado su presencia si hubiera estado.
- Y después os fuisteis. ¿Por la puerta de atrás?
- Sí.
- ¿Quién os vio?
- Algunos criados que estaban sentados en la cocina, perdiendo el tiempo. No puede decirse que fuera una casa bien gobernada. -Al momento, añadió-:Y el hombre que estaba con el ama de llaves.
- ¿Qué?
Meg se alegró de que la oscuridad le ocultara el rubor. -Ya os he dicho que comprobé todas las habitaciones. Eso incluía la del ama de llaves. Al principio, creí que sólo estaba sentada a horcajadas en las rodillas de un hombre, lo que ya era bastante raro. Pero después me di cuenta de que…
- ¿Sí? -preguntó él, haciéndose el sorprendido, aunque Meg no cayó en su trampa esta vez.
- Malvado. Sabéis perfectamente lo que quiero decir.
- Hummm. Y os gustó. Así que, el ama de llaves estaba cabalgando sobre uno de los criados, y él os vio pero ella no.
- Ella estaba de espaldas a la puerta.
- Y el hombre, ¿hizo algo?
- En un primer momento, me miró sorprendido, pero después empezó a subir y bajar las cejas de un modo extraño -y añadió-: Bastante desagradable.
- Seguro que sería un hombre desagradable. ¿Qué pasó después?
- En aquel momento, deseé con todas mis fuerzas salir de la casa. Seguramente no miré en todos los cuartos; me dejaría algunas despensas. Pero no notaba la presencia de la sheelagh por ninguna parte y ya no soportaba más.
- Así que salisteis despavorida entre los criados, que os vieron en tal estado. Eso no obra en vuestro favor.
- Ya lo sé.
La tomó entre sus brazos, con la única intención de consolarla.
- Al menos, no ibais cubierta de sangre.
- No, por supuesto que no.
- Estoy seguro de que cualquiera que acabara de rebanarle el pescuezo a dos personas estaría completamente ensangrentado. Me pregunto si Mono guardaría vuestra capa. Sería mala suerte que no lo hubiera hecho. ¿Os vio alguien fuera?
- No, que yo me diera cuenta. A continuación, me encontré con Mono, y justo cuando nos marchábamos comenzó el griterío.
Al cabo de un momento, Sax preguntó:
- ¿Cómo ocurrió exactamente?
- ¿Cómo?
- Sí, cuando alguien se encuentra de repente con dos cuerpos, lo previsible es que sienta cierta confusión ¿no creéis? Por lo que me contó Mono, fueron detrás de vosotros casi de inmediato.
Meg se quedó pensativa, recordando.
- Debió de ser uno de los criados que estaban en la cocina el que me señaló entre la multitud. -Se encogió de hombros en un gesto de desesperación-. Se nos echaron encima como una jauría de perros hambrientos.
Sax la apretó contra sí.
- Menos mal que Mono pensó con rapidez.
- Pero volverán a acorralarme en cuanto salga otra vez a la calle.
- Bobadas. Pero -dijo él, mordisqueándole la oreja-, siempre podríamos quedarnos aquí para el resto de nuestra vida.
- Eso es físicamente imposible.
- Una lástima.
La volvió a besar, pero después se separó de ella de repente. Meg sintió cómo levantaba las mantas para salir de la cama, y se colaba el aire frío de la habitación.
- ¿Qué estáis haciendo?
- Estoy buscando mi reloj de bolsillo.
- Pero si está totalmente oscuro.
Sax no dijo nada. Regresó junto al lecho y levantó los cobertores para meterse dentro.
- Hace un frío de mil demonios.
- Y no parece que vaya a cambiar.
- ¿Queréis decir que no va a venir ningún criado a encendernos el fuego? Que se vayan al infierno todos. Nos quedaremos en la cama hasta que Owain arregle las cosas.
Meg se sobresaltó al oír una campanada.
- ¿Qué es eso?
- Mi reloj. Da la hora, aun en la oscuridad. Escuchad.
Se oyeron once campanadas, después un breve tintineo, y luego otra.
- Las once y media -dijo él, pero el reloj siguió sonando en un tono más bajo. Sax contó los distintos golpes. Cuando dejaron de oírse, dijo-: Tenéis exactamente dieciocho minutos para acabar vuestra historia. Proseguid.
Meg se sentía otra vez excitada y tenía el impulso irrefrenable de pellizcarlo. No sabía muy bien por que, probablemente, porque se estaba poniendo presuntuoso de nuevo. Ella no sabía que existieran relojes como aquél y estaba segura de que serian carísimos.
- Supongo que será una pieza cuidadosamente esmaltada y con incrustaciones de piedras preciosas -murmuró.
- En absoluto. No es más que una sencilla caja de plata -deslizó la mano hacia ella y se entretuvo jugando con su pelo.
- Sois un misterio para mí, Sax.
- Al igual que vos para mí. Pero tenemos toda una vida por delante. Así que, ¿cómo acabasteis en la guarida de la dragonesa?
- ¿La dragonesa? -repitió ella, intentando comprender-. ¿Os referís a la duquesa viuda?. Pensé que estaría dispuesta a ayudarme para evitar el escándalo. Y en un principio parecía que iba a hacerlo. -Meg se giró hacia su esposo-. ¿Por que cambiaría de opinión.
Sax le acarició la cabeza varias veces, como haciendo tiempo.
- Creo que eso se relaciona con mi historia. Me parece que debería haber hecho caso a Owain y haberos contado todo sobre la duquesa. ¿Qué os dijo él?
Meg confió en que sus palabras no fueran a crearle ningún problema al señor Chancellor.
- Me contó lo del matrimonio de vuestros padres y su muerte. Me dijo que era del domino público.
- Es cierto. Yo tenía diez años -se separó abruptamente, dejando unos cuantos centímetros entre ellos.
- Recuerdo que me sentía mal. A mi padre acababan de darle el título de conde, y aquello cambió nuestras vidas. Tuvimos que marcharnos de Bankside, que era el único hogar que yo había conocido hasta entonces, y mudarnos a Haverhall, una mansión realmente preciosa, pero enorme. Como era el segundo hijo, mi padre nunca había esperado que él acabara ostentando el título, y tampoco era algo que le agradara en absoluto. Además, se sentía muy unido a mi tío, por lo que estaba muy disgustado, aun cuando hubieron pasado varios meses. Lo recuerdo perfectamente. Todo el mundo estaba triste. Por alguna razón, siento que hubiera preferido perderlos cuando las cosas marchaban bien. Aunque tal vez no.
- No creo que hubiera habido una gran diferencia -Meg deseó abrazarlo, pero prefirió no atosigarlo.
- Yo estaba malo. Era sólo un resfriado, pero mis padres insistieron en que me quedara en casa. Era la primera vez que veníamos a nuestra residencia de Londres, mi primera visita a Londres, así que me sentía muy mal quedándome solo sin ellos. Eso es lo que más me martiriza. El que les guardara rencor cuando los despedí a la puerta de la casa. Después, vino aquel extraño -fue al obispo de Londres al que le encomendaron tan desagradable misión- a decirme que toda mi familia había muerto y que a partir de ese momento yo sería el conde de Saxonhurst. En aquella época, no había ninguna otra persona apropiada para el título entre los Torrance, y mi padre no había nombrado ningún tutor, según se sabía en mi familia materna.
Meg se acercó a él, para ofrecerle al menos su proximidad.
- ¿Cómo murieron?
Él se desplazó un poco hacia ella.
- Iban a visitar a una tía, a la madre de Daphne para ser más exactos, que tenía una casa en Kensington. Al parecer, los sorprendió un salteador de caminos.
- ¿Tan cerca de la ciudad?
- Aún hoy, los alrededores de Hyde Park están muy desolados, aunque los militares se ocupan de mantener el orden por allí. Pero hace quince años -Meg sintió que él se estremecía-, supongo que sería una zona muy apartada. Nadie supo muy bien cómo ocurrió. Lo único cierto es que a mi padre le dispararon. Él mismo conducía el faetón; con el ruido del disparo, los caballos debieron de asustarse y el coche volcó. Maldito descuido…
Meg intentaba comprender aquella última puntualización cuando, débilmente, el alejado reloj de la iglesia dio los tres cuartos. Su esposo deslizó una mano hasta colocarla sobre su pecho izquierdo.
- Y los perdisteis a todos de ese modo -dijo ella, acercándose un poco más-. Siendo vos tan joven y estando completamente solo. Mis padres tampoco fueron previsores. Y tenían menos excusas, porque mi padre llevaba enfermo mucho tiempo. Pero no creo que mi madre supiera que iba a morir. En cualquier caso, sabían perfectamente que yo me ocuparía de todos…
Estuvo tentada de contarle sus temores acerca de la sheelagh y la muerte de sus padres. Pero él seguía sin creerla y, además, estaba contándole su historia.
Sax se acercó aún más y se encontró con los labios de su dama.
- Cuando salgamos de ésta, recordad me que nos ocupemos de nuestros asuntos siempre con suficiente antelación.
- Así lo haré.
Ella podía notar la resistencia de él, la resistencia a contárselo todo, pero sabía que lo necesitaba. Le acarició la abundante cabellera sedosa.
- Entonces, os llevaron a vivir con los duques de Daingerfield.
Meg creyó que Sax no iba a responder, pero, al cabo de unos instantes, dijo:
- En un primer momento, no me importó. Estaba completamente ausente. Sin embargo, recuerdo lo mal que me parecía todo. Incluso mi nombre…-su voz se quebró y, por unos instantes, apretó la cabeza contra el cuello de su dama.
Después, prosiguió.
- Durante muy poco tiempo, yo había sido lord Ireford. Pero mis padres le habían dicho a todo el mundo que me siguieran llamando «señorito Frederick». Tras su muerte, la gente empezó a llamarme lord Saxonhurst. Aquel era mi abuelo, mi tío o mi padre; pero no yo. La duquesa insistió en que me llamaran así. Fue como si el señorito Frederick Torrance hubiera desaparecido para siempre.
Meg cerró los ojos, abrumada por la imagen de un pobre niño con la vida destrozada, más o menos a la misma edad que Richard, rodeado de extraños en una casa ajena. Después de conocer a la duquesa, podía imaginarse perfectamente lo fría y desagradable que debía de ser, aunque también estaría destrozada por la muerte de su hija.
- Al fin y al cabo, era vuestro título -le dijo ella, con suavidad-. No hubiera estado bien que os llamaran de otro modo. -Al ver que no respondía nada, preguntó-: ¿Y cómo os acabaron llamando Sax?
Él cambió de postura, apartándose un poco de ella.
- Después, cuando empecé a recuperarme. Yo mismo no quería seguir siendo Frederick. Aquella persona había muerto. Entonces empecé a decirles a todos que me llamaran Sax. Sobre todo a Owain.
- ¿Ya os conocíais?
- Era el hijo de mi preceptor. Owain podía asistir a las clases con Cobham y conmigo.
- ¿Cobham?
- Otro primo. El siguiente en la línea de sucesión del ducado. Un ser estirado y pomposo. Bastante tonto además. Los intentos del profesor Chancellor por inculcarle ciertos conocimientos básicos nos hicieron pasar a Owain y a mí muy buenos ratos, siempre que la duquesa no se enterara de nuestros juegos. Algunos criados eran aliados nuestros. Pero nos esforzábamos por no poner sus puestos en peligro, aunque no siempre lo conseguíamos… -Tras unos instantes, siguió hablando-. Cuando alcancé la mayoría de edad, yo mismo contraté a los que más me gustaban: a Pringle, a…Cook…Clarence se quedó con una asignación miserable cuando le pasó lo de la pierna, aunque fue el mismo duque el que lo atropelló.
Meg empezó a comprenderlo todo, aunque el cuadro se iba completando en su mente como una mariposa saliendo de la crisálida. Frágil, como si la palabra incorrecta, el mínimo movimiento erróneo pudiera destrozarla.
- Por lo que me contáis, comprendo que debió de ser una época terrible para vos, y que la duquesa seria muy rígida, pero no creo que sea suficiente para que la odiéis. ¿Tan cruel era?.
- ¿Cruel? -pronunció la palabra como deleitándose en ella cual si fuera un sorbo de coñac-. Físicamente, no. Me pegaban cuando me portaba mal, pero no con crueldad. Algunos castigos me parecían injustos, pero no fue por eso por lo que llegué a odiarla se quedó callado unos momentos, y después añadió-: Intentó arrasar mi vida.
- ¿Intentó mataros?
- No. Mi vida anterior. Ya sabéis que odiaba a mi padre. Lo detestaba profundamente porque le había arrebatado a su hija favorita. No podía aceptar que mi madre la hubiera abandonado sólo porque ella odiara a mi padre. Por eso, prefirió convencerse de que mi padre había raptado a mi madre. Intentó primero acabar con su matrimonio. Como no lo consiguió, se propuso arruinar la imagen de él ante la sociedad. Eso no le resultó difícil, puesto que él era un Torrance y había sido bastante juerguista de joven. Pero no consiguió separarlos, y eso la martirizaba. Y siguió martirizándola incluso después de muertos ellos dos. Mandó que rompieran todas las imágenes de mi padre. Yo no tengo ninguna. Me prohibió que hablara de él. Estaba autorizado para hablar de mi madre y de mi hermana, pero no de mi padre.
Meg empezó casi a temblar ante el horror de aquella historia.
- ¿Cómo os lo impedía? ¿Con castigos?
- Cuando hacía algo mal, me pegaban, pero cuando transgredía aquella norma, no me pegaban a mí, sino a Owain. Es una mujer muy astuta. Yo la respondí con la misma moneda, no volviendo a hablar nunca más ni de mi madre ni de mi hermana. Empecé a actuar como si mi vida anterior nunca hubiera existido. Y sólo una vez al año hacía una excepción. El día del aniversario de la muerte de mis padres, daba siempre un discurso en recuerdo de ellos, y Owain recibía una paliza.
Meg se quedó pensativa, intentando imaginar cómo se sentiría un niño de diez años al que le prohibieran hablar de sus seres queridos y le arrebataran todo recuerdo de su padre muerto. El horror de aquellos años. No era extraño que Sax se comportara de modo tan irracional respecto a todo aquello. Lo sorprendente era la moderación con la que el señor Chancellor se había referido a la duquesa.
- Pero, de todos modos -dijo Meg, y se detuvo para tragar saliva-, eso pertenece al pasado. ¿No podéis olvidarlo para siempre?
- Quizá ya lo he hecho, y demasiado bien.
También aquel comentario era extraño.
- La duquesa estaba obligada a dejar de controlarme cuando cumpliera los veintiún años -prosiguió Sax-, pero nunca ha cejado en su propósito.
- ¿Qué queréis decir? A mí me parece que ya no puede controlaros de ninguna manera.
- Hasta que descanse en paz.
- Sax -dijo Meg, volviéndose hacia él-, la venganza no os hará ningún bien.
- ¿Y qué me decís de la justicia?
- ¿La justicia? Tal vez ya se haya hecho justicia. Es una mujer desgraciada.
- Eso es verdad, y me complace sobremanera en los momentos más amargos.
Sin embargo, él seguía teniendo muchos de esos momentos. Meg suspiró. Ahora entendía mejor las cosas, aunque seguía pensando que, con tanto odio, se hacía más daño a sí mismo que a su abuela. Ya no le preocupaba transformarlo o curarle la herida. Lo acarició con suavidad.
- Al menos, ya no puede haceros daño.
Sax hizo un movimiento de reproche.
- Meg, me está atacando a través de vos.
- Sólo porque tenía planeado casaros con Daphne. ¿Sabíais que vuestra prima tenía un traje de novia preparado?
- Pobre Daphne, la compadezco. Vino a verme ¿sabéis?, para salvaros.
- Ese ha sido un buen gesto por su parte. Habrá necesitado armarse de valor. A mí me parece que está aterrorizada por la duquesa.
- Tiene buenos motivos para ello. Podría ponerla en la calle en uno de sus ataques de mal humor. O arrojarla al Támesis. Aunque más bien mandaría a otro que lo hiciera. Una duquesa no se mancha nunca las manos.
La mano de él, que seguía aún sobre su pecho, le estaba produciendo un verdadero tormento, pero Meg intentó hacer caso omiso.
- ¿No podríais ocuparos de ella?
- ¿De Daphne? Tal vez. En cierto modo tiene razón en lo de que estábamos comprometidos desde niños. Su madre era la hermana mayor de mi madre, y las dos mantenían el contacto, aun desafiando a la duquesa. Como éramos casi de la misma edad, las dos hablaban de que nos casaríamos y, por lo visto, compartíamos la misma niñera y hasta la misma cuna, a veces para entretenimiento de los adultos, que nos veían acariciándonos los dedos de los pies y cosas así. Pero, al menos por parte de mis padres, los planes de matrimonio eran completamente en broma.
- Sin embargo la duquesa se lo tomó en serio. Cuando tuve que trasladarme a la corte de Daingerfield, empezó a traer a Daphne con frecuencia, para que pasáramos largas temporadas juntos y siempre tratándola como mi futura esposa. Si yo hubiese querido, nos habría llevado al altar a los dieciséis años. Cuando me opuse, se le ocurrió un chantaje de lo más tentador. Si yo estaba dispuesto a aceptar mi destino, ella reconocería la unión de mis padres. Decía que mi matrimonio con Daphne había sido el mayor anhelo de mis padres y que yo debía estar dispuesto a complacerlos. Si me casaba con Daphne, podría volver a hablar de mi padre siempre que quisiera. Incluso sacó un retrato familiar que yo no había visto en mucho tiempo.
- Y aun así, ¿os seguisteis oponiendo?
- Y ella me obligó a que viera cómo lo quemaban.
Meg se mordió el labio, intentando contener las lágrimas que se le agolpaban en los ojos.
- Después trajo a Daphne a vivir permanentemente con nosotros y la obligó a llevar un anillo de compromiso.
- El anillo -repitió Meg.
- El anillo de compromiso de los Torrance. El que siempre llevó en vida mi madre.
Meg pasó por alto el hecho de que habría sido necesario sacárselo primero a la madre muerta. Sería algo habitual en familias con tan valiosos tesoros, pero se hacía una idea del inmenso dolor que produciría en Sax ver aquel anillo todos los días en la mano de Daphne.
- ¿Y Daphne no se opuso?
- Hace falta un toque de locura para plantearle batalla a la duquesa, me parece a mí. Y a Daphne le entusiasmaba la idea de llegar a ser condesa. Además, la obediencia era el precio que estaba obligada a pagar para librarse de un padre enfermo, hundido siempre en la bebida y en el vicio.
- ¿No os parece que sois demasiado cruel con ella? Ha sido tan víctima como vos.
- ¿Cruel? -Sax se rió con cierta amargura-. Era la guerra, Meg. Incluso intentó seducirme una o dos veces, pero gracias a su férrea virtud, lo hizo bastante mal. A diferencia de lo que ocurrió con muchas otras.
- ¿Otras? -Meg no quería oír hablar de sus conquistas de juventud, pero estaba dispuesta a escuchar todo lo que él quisiera contarle.
- Estábamos en lucha permanente, pero dejé que la duquesa me buscara una virgen.
- ¿Ella…?
- Ella se encargó de encontrarme algunos especimenes bastante tentadores, sí. Sobre todo para un joven, fuerte y saludable, con el cuerpo ávido de nuevas experiencias-y, rodeándole suavemente el pezón con un dedo, añadió-: Pero eso os lo contaré más adelante.
- Mejor será -Meg tomó aliento, para prepararse a hablar con mas claridad-. Pero ¿por qué? Hubiera pensado que la duquesa se mantendría en la más estricta moralidad. ¿Por qué intentó corromperos?
- Para debilitarme. -Introdujo la cabeza bajo las mantas y le rozó el pecho con los labios-. Es algo que debilita bastante ¿verdad?
- Bastante.
- Por eso vamos a esperar hasta medianoche.
Sax se separó y su extraño reloj empezó a sonar.
- Cuatro minutos, Meg.
Ella se contuvo para no abalanzarse sobre él y hacer caso omiso de aquellos interminables cuatro minutos.
- Sigamos. ¿De qué manera vuestro matrimonio con Daphne habría servido para los propósitos de la duquesa?
- Es su obsesión. Daphne era el instrumento modelado a su imagen y semejanza y bajo su control. Mi matrimonio con Daphne enmendaría la insumisión de mi madre y su funesto matrimonio con mi padre. Confiaba en que seguiría controlando a Daphne el resto de su vida, de modo que nuestros hijos estarían también bajo su yugo y ella se encargaría de educarlos de la manera apropiada, no de la forma caótica que, según la dragonesa, habían seguido mis padres. No es más que la insistencia maniática de una tirana en seguir ejerciendo el control.
- Pero al final, se ha quedado sola. ¿Es que no se daba cuenta de lo que estaba haciendo?
- Por lo visto, no. Ella siempre tiene razón, sus actos siempre son los correctos y, si las cosas se tuercen la culpa es indefectiblemente de los demás.
- Pero…
A lo lejos, el reloj de la iglesia empezó a dar las doce y, al unísono, se oyeron en la habitación las campanadas del pequeño reloj de bolsillo…
- Abandonad toda esperanza, mi querida esposa. Vuestro tiempo de libertad ha concluido.
Meg estuvo tentada de protestar, aunque sólo por las formas; en vez de hacerlo, se pegó al cuerpo de él.
- Y también el vuestro, milord.