Capítulo 16

¿Pero dónde diablos está?

Sax echó un vistazo alrededor de su concurrido hogar.

- Vuelvo a la ciudad y me encuentro con que mi nombre se vocifera en todas las esquinas: ¡El escándalo de Saxonhurst! ¡Hombre asesinado en su cama!

El conde abrió la gaceta de las noticias y empezó a leer:

«Aproximadamente a las diez de la mañana, el ama de llaves de la residencia de un caballero en Bingham Street se encontró con una terrible escena. Su señor, sir A. J., yacía entre las sábanas ensangrentadas con la garganta cercenada, junto a una joven doncella de la casa, asesinada también de la misma manera. Según se ha podido saber, la última persona que vio con vida al caballero fue una dama de alta alcurnia, la condesa de S.»

Tiró con rabia al suelo el papel impreso.

- Por desgracia, los vendedores de periódicos no son tan discretos y dan los nombres completos. ¿Dónde diablos estará mi esposa?

Se acercó entonces el mayordomo, algo apocado, aunque con su elegante aspecto de siempre.

- La señora salió esta mañana de casa acompañada de Mono.

- ¿Adónde iba?

- No lo dijo, señor y no quiso que le preparáramos el carruaje.

Por primera vez en su vida, Sax deseó que los criados no estuvieran allí. Hubiera preferido ocuparse de todo aquello en privado, pero ya era demasiado tarde. El mundo entero estaba al corriente de todo.

La plaza Marlborough estaba abarrotada de curiosos pendientes de cualquier acontecimiento jugoso.

¿Lo había hecho ella? El instinto le llevaba a pensar que no; pero, ¿qué sabía él de su esposa, salvo que tenía secretos? ¿Secretos mortales?

- Mandad una nota a Bow Street y a lord. Sidmouth del ministerio del Interior. Que me tengan informado de cualquier nueva noticia relacionada con mi esposa. Avisad también a la guardia del barrio. A todos los policías, y que los militares se encarguen de controlar a la muchedumbre que está ahí fuera. ¿Dónde está el señor Chancellor?

- Ha salido, señor -contestó Pringle, que ya se estaba ocupando de mandar a los criados adonde el amo había indicado.

- ¿Y dónde está Mono?

- No ha vuelto todavía, señor.

- Ruego a Dios que…-Sax se interrumpió al ver a Mono, que subía por las escaleras de la servidumbre-. ¿Dónde diablos has estado?.

- Lo siento, señor -contestó Mono jadeante, mientras intentaba recuperar el aliento.

- ¿Cómo que lo sientes? ¿Qué le ha pasado a lady Saxonhurst? ¿Y cómo demonios se ha metido en este embrollo?

Mono empezó a hablar sin resuello.

- La señora…quiso ir a visitar a un viejo amigo, señor…

- ¿En el otro extremo de Londres y sin carruaje?. Tú sabías perfectamente que se traía algo entre manos. Deberías haberle hecho cambiar de opinión. A menos que -añadió, al tiempo que los demonios se desataban de nuevo en su mente- estés aliado con ella; tú y Susie, los dos.

- ¿Aliados, señor? -repitió Mono, con tono de asombro-. ¿Para qué?

Susie se acercó hacia él, con ojos de susto y la mano en la boca. ¿Culpabilidad o sólo sorpresa?

Sax intentaba interpretar la expresión en los semblantes de los dos criados. ¿Sería todo un complot? La duquesa, Susie, Mono, Minerva…

- Supongo que la llevaste a casa de sir Arthur Jakes. ¿Por qué?

- Porque era donde ella quería ir, señor. No creo que fuera mi obligación impedírselo.

- Ya veo yo que tu obligación es hacer lo que te da la gana.

Sax intentó mantener la cordura. No podía haber ninguna conexión entre ese tal Jakes y la duquesa.

- Cuéntame lo que ocurrió. Todo.

Mono tomó aire para empezar a hablar.

- La señora quiso ir allí y prefirió que no lleváramos ningún coche. No sé por qué, señor. Fuimos en un carruaje de alquiler. Cuando estábamos cerca, prefirió que nos bajáramos a cierta distancia de la casa y me dijo que la esperara mientras ella entraba allí sola. Yo protesté, señor, se lo juro, pero, ¿qué más podía hacer?

Sax le puso amistosamente la mano en el cuello. Conocía a Mono desde hacía ocho años, cuando no era más que un muchacho esmirriado que dejó de crecer demasiado pronto. ¿Por qué iba a haberse convertido en un traidor?

- Nada, supongo que nada. Así que la condesa entró en la casa.

- Sí, señor. Yo me quedé en la calzada, silbando y haciendo tiempo hasta que ella saliera, sin dejar de vigilar la casa como un águila. Me dio un buen susto cuando apareció por detrás, con la cara de haber visto un fantasma.

Maldición.

- ¿O tal vez un hombre muerto, crees tú?

Mono negó con la cabeza.

- Ella no lo hizo, señor. Apostaría mi alma.

- ¡Qué conmovedor! -dijo Sax, al tiempo que levantaba del suelo la gaceta y comprobaba los detalles-. ¿Tenía el vestido manchado de sangre?

- No, que yo recuerde, señor.

- Vaya, eso es algo. ¿Y después, qué?

- Después oímos el griterío. Alguien de la casa donde acababa de estar la señora, empezó a dar gritos sobre un asesinato. No quise quedarme allí para preguntar nada, cogí a la señora y empezamos a andar con paso rápido. La turba se arremolinó en la calle y, de repente, alguien señaló a lady Saxonhurst diciendo que ella era la asesina. Echamos a correr pero, si he de ser sincero, señor, la dama no es muy rápida que digamos.

- ¿La cogieron?

Sax sintió como si el aire gélido del invierno le atravesara la garganta, arrebatándole el aliento. ¿La turba ávida de sangre habría hecho pedazos a su esposa?

- Vive Dios que no, señor. ¿Creéis que habría vuelto en ese caso? Me habría rebanado el pescuezo y me habría arrojado al río. La empujé dentro de un callejón, me puse su capa, le di mi chaqueta y salí corriendo calle abajo. Os juro por mi vida que todos me siguieron a mí, pero no pude darme la vuelta hasta estar ya muy lejos y haber despistado a la chusma. Cuando quise ver dónde estaba la dama, había desaparecido. He estado buscándola por las calles desde hace horas, pero ni rastro de ella.

- El periódico dice que todo ocurrió alrededor de las diez. ¿Tanto has tardado?, ¿tres horas?

- Pues eso será, señor.

- Bien hecho, Mono -Sax le pasó la mano por el rostro. Al menos, su esposa se había librado de la turba, pero ¿qué habría ocurrido después? Estaba enfadado con ella, sí. Y tenía sus sospechas. Pero, sobre todo, le aterrorizaba pensar en las muchas desgracias que le pueden ocurrir a una joven indefensa perdida en Londres.

Había decidido volver a casa pronto, avergonzado en cierto modo por haberse ido tan temprano. Si no se hubiera marchado, nada de todo aquello habría ocurrido.

- ¿Qué más podía yo haber hecho, señor?

- Podías haberla vigilado más de cerca. -Pero, tras decir esto, Sax ladeó la cabeza. El pobre Mono estaba a punto de llorar y, después de todo, había actuado con inteligencia en una situación tan apurada-. Hiciste lo mejor que se podía hacer, Mono, y probablemente le habrás salvado la vida. La chusma exaltada puede ser muy peligrosa. Pero ¿por qué no habrá vuelto todavía? Le puede haber pasado… -No quiso seguir para no expresar sus miedos con palabras.

- La señora sabe lo que se hace, señor -dijo Susie, reprimiendo las lágrimas-, y está habituada a Londres.

- Parece que la conoces muy bien ¿eh, Susie? -apuntó Sax irónicamente, mientras volvían a dominarlo las fantasías siniestras.

La criada empalideció.

- ¡No, señor!

Saxonhurst intentó serenarse, recapacitando sobre la falta de lógica de sus sospechas.

- Está habituada a la parte de Londres que conoce, que se restringe a ciertos barrios respetables, pero no a los peligros de la urbe. ¡Maldita sea! Ojalá estuviera en las mazmorras de Roundhouse o incluso en los calabozos de Fleet Street, podría sacarla de allí al instante. ¿Por qué no habrá vuelto a casa todavía?

- Con su permiso, señor -intervino Pringle-, hace unas horas han venido a preguntar por el paradero de la señora. Un caballero de Bow Street. Por su p uesto y o no le he dicho nada.

- Menos mal. Pero ¿qué quiere decir eso de nada?

- Creo estar seguro de que mucha gente de la que está en la plaza espera atentamente la llegada de su esposa.

- Todos, maldita sea.

- Con la intención de arrestarla, señor.

- Dispararé contra cualquiera que se atreva a ponerle la mano encima a mi esposa.

- Pero lady Saxonhurst tal vez no sea consciente de ello, señor. Tened en cuenta que…bueno…para ella su nueva condición es muy reciente. Y la buscan por asesinato.

- ¿Quieres decir que tal vez tenga miedo de volver aquí?

- Pudiera ser, señor.

- ¿Primo Sax…?

El conde se dio la vuelta y vio a Laura, que permanecía de pie en el rellano de la escalera, con el rostro empalidecido y los mellizos apostados junto a ella.

- ¿Le ha… le ha ocurrido algo a Meg?

Meg.

Ni siquiera le había dicho su verdadero nombre. Recordaba vagamente que los mellizos, la habían llamado así el día anterior, pero apenas prestó atención, absorto como estaba por el deseo.

¿Sería realmente una mujer honrada?

Apartó ese pensamiento de su mente. Fuera como fuese, era su esposa, y nadie le haría ningún daño. Además, aquellos muchachos no tenían culpa de nada.

- A decir verdad, querida, no lo se. Acabo de llegar a casa.

Se preguntó en aquel momento si Laura podría arrojar alguna luz sobre todos aquellos misterios. Seguramente estaría enterada de los asuntos de su hermana.

- Venid todos al estudio, y hablaremos sobre lo ocurrido. - Y, dirigiéndose a los sirvientes, añadió-: Vosotros no. Salid a la calle y buscad a mi esposa por todos los rincones.

Tan pronto como los criados se hubieron dispersado, el conde se marchó con los niños al estudio, tomando conciencia de golpe de su enorme responsabilidad para con aquellos seres indefensos y prácticamente desconocidos. Si algo le ocurriera a la hermana mayor, él no podría deshacerse de ellos, ni tan siquiera encomendárselos a otra persona. Ya habrían sufrido demasiadas pérdidas.

Él los tomaría a su cargo. Y solo.

Definitivamente, era imprescindible recuperar a la hermana mayor.

¿Y dónde demonios estaría Owain?

Les mandó a todos que tomaran asiento, mientras pensaba en la mejor manera de exponer la situación.

Laura se sentó en una silla, con la espalda bien recta y las manos cogidas sobre el regazo.

- Hemos oído decir algo de…un asesinato.

- Una acusación absurda -contestó Sax, con la intención de aliviarla-. Por desgracia, por lo visto vuestra hermana acababa de estar en la casa en la que se cometió un asesinato. -Vaciló unos momentos antes de continuar, pero era preciso que lo supieran-. Me temo que han asesinado a sir Arthur Jakes.

- ¡Sir Arthur! -exclamaron los dos mellizos al unísono, con más asombro que disgusto.

Laura se llevó la mano al pecho y se puso, quizá, aún más pálida. Definitivamente la joven sabía algo.

- No creo que nada de esto -dijo Sax, dirigiéndose a los mellizos- sea muy interesante para vosotros. Os prometo que me encargaré de que Minerva, quiero decir, Meg, vuelva sana y salva. ¿Por qué no os vais a la cocina para ver si Cook tiene algún pastel para vosotros?

Los dos niños se levantaron, con la mirada seria. Sabían perfectamente que los mandaban salir porque iba a haber una conversación «de mayores».

- ¿Había mucha sangre en el lugar del crimen, señor? -preguntó Richard.

- No lo sé, pequeño monstruillo -contestó Sax, mientras los guiaba suavemente hacia la puerta.

- ¿Y por qué alguien ha matado a sir Arthur? -preguntó Rachel…

- Tampoco lo sé. Lo sabremos a su debido tiempo. Abrió la puerta y los empujó suavemente hacia fuera.

- Pero…

- Pero vuestra hermana no tiene ningún motivo para matar a nadie, así que no os preocupéis.

Sax se preguntó de repente si aquellos dos muchachos de diez años serían capaces de lanzarse a la calle a buscar a su hermana o ir directamente a la escena del crimen. Sabía Dios lo que pasaría por la mente de aquellas dos criaturas.

- Clarence -dijo Sax, dirigiéndose al criado rengo-, lleva a la cocina al señorito Richard ya la señorita Rachel para que les den unos pasteles. y -añadió, bajando el tono de voz-, no los pierdas de vista.

El renqueante criado asintió, guiñando un ojo.

Sax cerró la puerta, consciente de la cantidad de personas de las que tenía que ocuparse a la vez, cuando sólo estaba acostumbrado a pensar en sí mismo. ¿Dónde demonios estaría Owain?. Al adentrarse de nuevo en la habitación, vio a Laura levantada, como si también quisiera marcharse.

- Siéntate, Laura. Tenemos que hablar.

Con un suspiro, la joven obedeció, bajando la mirada.

- Tú sabes porque tu hermana fue a casa de sir Arthur.

Laura asintió con la cabeza.

- Tienes que decírmelo.

La joven levantó la vista, y su rostro, aun atribulado por el temor y la confusión, tenía la belleza suficiente para distraer a cualquier hombre; a cualquier hombre que no estuviera ya atraído por su exasperante hermana.

- Pero es que es un secreto, señor.

- Para mí no. Soy el marido de tu hermana.

- Especialmente para vos.

Como un arma cargada, los demonios se dispararon en el interior de Sax, pero se esforzó por dominarlos. Su esposa estaba en peligro. No había tiempo que perder. Aunque estuviera compinchada con su abuela él la salvaría por el honor de su apellido. Después, se las entendería con ella.

Sax se sentó frente a su adorable cuñada, intentando a toda costa transmitirle tranquilidad y sosiego.

- Laura, tu lealtad es admirable, pero debes contármelo todo. Minerva puede estar en peligro, y yo no podré ayudarla si no conozco los hechos.

La joven se mordió el labio inferior.

- Meg pensó…estaba segura de que si os enterabais, no querríais ayudarla…

- Te prometo que -dijo él, con seriedad- sea lo que sea lo que haya hecho, la ayudaré.

Laura no paraba de mover los dedos sobre el regazo y de mirar nerviosamente alrededor, mordiéndose con ahínco el labio, como si esperara que la sabiduría apareciera de repente en alguna de las paredes paneladas. Al final, se decidió a hablar.

- Anoche… en el teatro… sir Arthur le dijo a Meg que tenía una cosa nuestra. Algo que nos dejamos en la casa. Le dijo que tendría que ir a visitarle para recuperarla.

¿Alguna prueba del complot? ¿Una carta de su abuela?

- ¿Qué cosa?

Era una pregunta sencilla, pero la joven se sumió en la confusión. Se tapó la boca con la mano como si estuviera a punto de gritar, y el temor brillaba en sus ojos como el aceite en llamas.

- Vamos, Laura. ¿A qué viene tanto secreto?

Ella 1o miró, con los ojos llenos de lágrimas.

- Es una estatuilla mágica.

- ¿Qué?

Como la joven tenía la mano en la boca, lo que dijo fue como un murmullo y él no había oído bien.

Laura se puso de pie.

- Sabía perfectamente que no me creeríais. Y si me creyerais, sería aún peor.

La muchacha rompió a llorar desconsoladamente.

Reprimiendo las blasfemias, Sax le pasó un brazo por los hombros y le dio un pañuelo. La llevó suavemente hacia el sofá para que estuviera más cómoda y se sentó a su lado.

- Vamos, vamos, Laura. No puede ser para tanto. Cálmate y explícamelo todo.

¿Había dicho realmente «estatuilla mágica»? ¿Y qué tendría que ver todo aquello con las maquinaciones de su abuela?

La joven se sonó la nariz con el pañuelo de lino, mientras el azul de sus ojos parecía derretirse entre las lágrimas, sin el menor enrojecimiento. No había duda de que aquella damisela volvería loco a más de uno algún día.

- No vais a creerme. Ni siquiera yo me lo creo del todo. Pero es que conmigo no funciona ¿sabéis?

Se sonó la nariz una vez más y volvió a mirarlo.

- Esa estatuilla es de nuestra familia, señor. Es una piedra de los deseos. La persona que tenga el poder de dominarla puede pedirle cualquier deseo, y siempre los concede.

Sax se esforzó por detectar si se trataba de una broma o de una mentira, aunque sabía que Laura no estaba mintiendo. No, más bien la pobrecilla se habría tragado la mentira de su hermana.

- Estás en lo cierto, Laura. No te creo. Por una sencilla razón, una familia que poseyera un tesoro así no se encontraría nunca en la más absoluta pobreza, ¿no crees?

- Pero Meg no quería utilizarla ¿entendéis? Ella tiene el don, pero no le gusta. Dice que la piedra es malvada y que los deseos que concede siempre tienen una contrapartida. ¡Y es verdad! -exclamó, mientras volvía a hundir el rostro en el pañuelo-. ¡Mirad lo que le ha ocurrido a ella!

- Laura, por Dios, cálmate.

Cuando la muchacha se hubo serenado un poco, el conde siguió hablando.

- A Meg todavía no le ha ocurrido nada. -o al menos eso esperaba él-. Y, piensa un poco, si tu hermana no ha utilizado nunca la estatuilla, lo que pasa ahora no es ninguna consecuencia de la magia.

Aquellas palabras, en lugar de consolar a la joven intensificaron su llanto y sus sollozos.

Tentado de darle una bofetada, Sax se contuvo y optó por esperar. Tampoco era un inexperto en tratar a jovencitas con desarreglos emocionales. Pero el tiempo se iba, y su esposa podía estar en peligro. Por fin, cesaron los sollozos y Laura volvió a prestarle atención.

- Vamos a ver, Laura -dijo él-, ¿debo entender que sí ha utilizado la estatuilla? ¿Recientemente?

Laura asintió con la cabeza.

- ¿Y cuál fue su deseo?

El silencio se prolongó durante algunos minutos, y Sax siguió reprimiendo sus ansias.

Finalmente, la joven susurró:

- Vos.

Ante la mirada de asombro del conde, Laura añadió:

- No vos, exactamente, señor. Alguna manera de salir de nuestra difícil situación. Pero el resultado…fuisteis vos.

Tras unos instantes de perplejidad, Sax no pudo contener la risa por más tiempo.

- ¡Por todos los santos! ¿Cómo puedes ser tan ingenua? Mi matrimonio con tu hermana responde a algo que ocurrió hace décadas. ¿Cómo le iba a afectar el deseo concedido por una piedra mágica?

- Pues puede ser, señor -dijo Laura, ahora completamente repuesta-. O al menos eso dicen. El tiempo no significa nada para la sheelagh.

- ¿La qué?

- Es una antigua estatuilla irlandesa. Se llama sheelagh-ma-ging o ma-gig, algo así.

El conde se levantó, incapaz de creer que ni siquiera Laura pudiera haberse tragado semejante tontería.

- Se llame como se llame, no tiene nada que ver con mi decisión de casarme con tu hermana. Pero, si tan valiosa es para ella, ¿por qué la dejó en vuestra antigua casa?

- No la dejó. -Laura lo miró con preocupación y, después, añadió-: Pero no quería que vos la vierais. Por eso volvió después a la casa…

Sax puso las manos en jarras.

- Por lo visto, pretendes que me crea que la disparatada de tu hermana dejó la estatua en vuestra antigua casa porque tenía miedo de que yo la viera, lo que significa que ella cree en esas bobadas.

Laura se puso de pie, despechada como una gatita enfadada.

- ¡Meg no es ninguna disparatada! Os aseguro que lo que os cuento, señor, es totalmente cierto.

Sax pasó por alto aquella airada expresión de fidelidad fraternal.

- Entonces, ¿cuando salió subrepticiamente de la casa, antes del amanecer, fue para ir a buscarla?

- Sí, señor.

- Es una mujer disparatada -volvió a repetir, haciendo caso omiso de la ira de la joven-. Pero, veamos, de momento aceptaré que vuestra hermana cree en esa idiotez y que su pretensión es recuperar la piedra mágica. Así que, ¿sir Arthur la había cogido?

- Supongo, señor.

- No te enfurruñes. ¿Y por qué lo hizo?

- No me enfurruño, es que estoy enfadada con vos. Ya os había dicho que no me creeríais.

- Y tenías razón, de eso puedes estar segura. Pero acepto que tú sí te lo crees, al igual que tu hermana.

Saxonhurst sentía ganas de reír en su interior, al comprobar que la razón de sus terribles sospechas fuera algo tan simple y tan ridículo.

- Entonces, dime, ¿por qué crees que sir Arthur robaría esa estatuilla de piedra? ¿Cómo es de grande?

- No muy grande. Es plana y está tallada; será como de unos treinta centímetros.

- ¿Cualquier persona puede cargar con ella fácilmente?

- Oh, sí, sí, yo puedo con ella, aunque pesa bastante.

El semblante de la joven había cambiado, y su ceño fruncido no parecía ahora de enfado, sino de reflexión.

- Seguramente, sir Arthur se enteraría de la sheelagh cuando nuestro padre estuvo enfermo. A lo mejor se creyó lo de los poderes mágicos y deseaba pedirle algún deseo. Aunque sólo funciona con mujeres, señor.

- Y, por lo visto, sólo con tu hermana.

Se esforzó por disimular el escepticismo, pero la joven volvió a mostrarse airada.

- Y con nuestra madre también. Si no me creéis señor, ¿cómo explicáis el que os casarais con una sencilla mujer a la que conocisteis en el altar?

El conde estiró las manos entrelazadas hasta que le crujieron los dedos.

- En primer lugar, tuve que casarme con prisas por una promesa que le hice a mi abuela hace años. En segundo lugar, elegí a tu hermana porque una de mis criadas es la hermana de una de vuestras antiguas doncellas, y me sugirió su nombre. En tercer lugar, preferí casarme con una mujer que tuviera que estarme agradecida, en vez de con otra a la que yo tuviera que estar agradecido. Como verás, todo es lógico y verosímil; no hace falta ninguna magia.

La joven se encogió de hombros.

- Debo admitir, señor, que lo que decís parece razonable.

- Claro que sí, tontina. Entonces, Meg…, ¿siempre la habéis llamado Meg?

Laura asintió con la cabeza.

- Meg fue a casa de sir Arthur a recuperar la estatuilla. Decidió ir sola porque tenía miedo de contármelo -se interrumpió, al tiempo que ladeaba la cabeza con estupefacción-, pues está convencida de que nuestro matrimonio se fraguó por la influencia de la estatuilla mágica. ¡Increíble! Y típico de una mujer que acaba envuelta en un asesinato.

- ¡No, eso es imposible! -exclamo la joven, recuperando el tono de estar ofendida-. Meg es la persona más sensata y calmada del mundo. Jamás se mete en líos ni corre ningún riesgo.

Sax levantó las cejas.

- ¿Estamos hablando de la misma Meg?

Laura se rió nerviosamente, tapándose la boca con la mano.

- Os lo aseguro, señor. Ya se que yo la quiero mucho pero de verdad que es…la sensatez hecha persona. Siempre ha sido práctica y formal. No le ha quedado otro remedio.

Sax recordó los bellos bordados de la ropa interior de su esposa y tuvo que reprimir una sonrisa. Pero al pensar en su sensata, práctica y disparatada esposa, empezó a sentir una erección. Deseaba tenerla a su lado. Continuar con el juego de la seducción que él mismo había echado a perder tan tontamente. Explorarla despacio, a ella, insensata y perdida por completo, totalmente disparatada y desnuda sobre el lecho. ¡Qué estúpido había sido la noche anterior al apartarse de su lado! ¿Cómo se le había podido pasar por la imaginación que ella formara parte de una farsa orquestada por su abuela?

- ¿Qué vamos a hacer, señor?

El conde volvió en sí, de sus cálidos pensamientos.

- Encontrarla. No te preocupes por lo del asesinato. No será difícil resolverlo.

Dio por sentado que su esposa no lo había hecho; estaba seguro de que ella no sería capaz de una cosa así, aunque a veces hasta el asesinato podía estar justificado. ¿La habría obligado sir Arthur a ir a su casa para violarla?

- Lo que me preocupa es que pueda andar vagabundeando sola por las calles. ¿Se te ocurre dónde habrá ido?

Laura negó con la cabeza.

Sax sentía el impulso de lanzarse también él a las calles, pero decidió calmarse; no tenía sentido sin saber adónde ir.

- ¿Dónde irías tú en su situación? -preguntó, andando nerviosamente por la habitación-. Imagínate, Laura, que la chusma te persigue, ¿dónde te ocultarías?

Pero Laura volvió a negar con la cabeza y la mirada perdida.

- No lo sé. No sé qué haría. ¿Volver aquí, tal vez?

- No, eso sería una estupidez, están los guardias ahí fuera y la turba al acecho. ¿A qué otro sitio?

- Quizá a casa del reverendo Bilston. O a la del señor Pierce, el mentor de Jeremy.

Sax salió al vestíbulo y ordenó a los criados que enviaran mensajes a los dos sitios, aunque no abrigaba demasiadas esperanzas. Si su esposa hubiera ido allí, alguien les habría enviado una nota.

¿Por qué no habría enviado ninguna nota?

¿Dónde podría estar para no mandar tan siquiera una nota?

¿Estaría herida?

¿Muerta?

Seguía aún en el vestíbulo pensando qué hacer, cuando alguien llamó a la puerta principal, con urgencia, aunque sin mucha firmeza. Esperanzado, se lanzó hacia la puerta sin esperar al mayordomo, y la abrió dispuesto a encontrarse de frente con la anhelada condesa de Saxonhurst.

Y en cambio, vino a encontrarse, cara a cara, con su prima Daphne.

- Oh, la que faltaba. -Y estuvo a punto de cerrarle la puerta en las narices, cuando algo en la expresión de la joven lo detuvo. ¿Miedo? La volvió a abrir-. Pasa. Pero si tú estás también acusada de asesinato, dejaré que te ahorquen.

Daphne entró en la casa.

- Saxonhurst, eres un indeseable y te detesto. No me casaría contigo ni aunque fueras el último hombre sobre la tierra.

Él cerró la puerta a la vista de la chusma curiosa y expectante.

- Mucho mejor, así es posible que nos llevemos bien, pero te advierto que yo ya estoy casado.

- No por mucho tiempo.

- ¿Cómo?

Ella miró alrededor.

- Tal vez a ti no te importe hablar de tus asuntos delante de la servidumbre, pero a mí sí. ¿Dónde podemos conversar?

Sax la guió rápidamente hacia el estudio.

- ¿Una ramera en tu propia casa? -preguntó Daphne, tan pronto como él cerró la puerta de la habitación.

- Lo hacía habitualmente antes de casarme. Pero esta joven es la hermana de mi esposa. Supongo que ahora sobran las presentaciones. Dime, Daphne, ¿qué ocurre?

- Un verdadero escándalo, Saxonhurst; ya ves adónde te han llevado tus locuras. Esa…esa chusma de ahí fuera…se han abalanzado sobre el carruaje como si quisieran devorarme.

- No sufras. Es a mi esposa a la que quieren devorar, y no saben como es. De hecho -añadió-, has tenido suerte de que no te tomaran por ella. Pero, por Dios, Daphne, como te desmayes soy capaz de darte una bofetada.

Daphne se mantuvo erguida en el asiento.

- Eres realmente despre…

- Dejemos eso ahora, y dime qué…

El repiqueteo a la puerta lo interrumpió. Entró Pringle, con una bandeja de plata en la que había un trozo de papel doblado.

- Un mensaje para vos, milord.

Sax lo cogió y lo desdobló rápidamente. Tras leerlo a toda velocidad, el corazón empezó a latirle con esperanza y ganas de actuar.

- ¿Quién lo ha traído?

- Un chico del hotel Quiller. Lo he retenido, señor.

- Bien hecho. Enseguida estoy con vosotros.

Tan pronto como se cerró la puerta, Sax se volvió hacia Daphne.

- Habla.

Ella, sin embargo, se quedó pensativa sobre la silla como si acabara de convertirse en una estatua de sal.

- Ha conseguido enviar un mensaje.

- ¿Estropea eso tus planes?

Ella lo miró y Sax volvió a reconocer el miedo en sus ojos.

- Supongo que no me creerás, pero he venido aquí para ayudarte.

- ¿Por qué?

Los labios de Daphne temblaban entre la desaprobación y la ansiedad.

- Porque lo que está ocurriendo es excesivo. Ya no sé de lo que puede ser capaz la duquesa. Pero me temo que desea ver a tu esposa ahorcada.

Aquello confirmaba los miedos de Sax, pero mantuvo la calma.

- Una buena forma de acabar con un matrimonio.

- Pero piensa en el tremendo escándalo, Saxonhurst.

Aquella mujer era patética, pero no pudo evitar sentir lástima por ella. Se había pasado la vida en las garras de la dragonesa, sin fuerzas para rebelarse. Su situación era aún peor que la de él. Por primera vez en toda su existencia, Sax reparó en que siempre había sabido que llegaría el momento de su liberación. Cuando alcanzara la mayoría de edad sería dueño de su fortuna y de sus movimientos. Pero para Daphne la sentencia sería de por vida a menos que se casara.

Tras aquellos pensamientos, decidió mostrarse amable al contestar.

- Te agradezco tan amables esfuerzos, aunque sean por una extraña causa. ¿Necesitas un coche para volver?

Daphne hizo un aspaviento de alarma.

- No me puedes enviar de nuevo.con ella. ¡Por favor Saxonhurst! -la joven se mordió con fuerza los labios antes de continuar-. Creí que si yo te ayudaba, tú me devolverías el favor. Estábamos prometidos desde la cuna. Estás en deuda conmigo.

Estuvo a punto de arrojarla fuera de su casa, pero algo en el rostro de Laura, una piedad ineludible, le obligó a actuar de otra manera.

Se acercó a ella y la tomó de la mano, que llevaba como siempre enguantada. Reparó en que, en toda su vida, jamás le había tocado directamente la piel. Daphne llevaba guantes hasta en el cuarto de estudio.

- Daphne, cálmate. Te ayudaré porque somos primos. Nunca me he negado a ayudarte en esos términos. No tendrás que volver con ella. ¿De acuerdo?

La joven asintió con la cabeza, pero el mohín de enfado permaneció en su rostro. Nunca se transformaría en una persona dulce y amable. Tal vez no fuera culpa suya, pero ya era demasiado tarde. La soltó, y ella se llevó la mano instintivamente a cubrírsela con la otra.

- Ahora tengo que salir para arreglar los asuntos de mi esposa, pero Laura te preparará una habitación.

- ¡Pero ella no es nadie!

- Ella vive aquí. Tú no. -Sonrió a Laura, quien parecía en esos momentos extremadamente joven e insegura-. Si no te importa, querida hermana…

Laura se sonrojó levemente, mas de inmediato recobró las fuerzas.

- Por supuesto que no…hermano.

Sax le guiñó un ojo y se volvió otra vez hacia su prima.

- ¿Hay algo especial que yo deba saber?

- Creo que no. La abuela está rodeada de un montón de criados, como siempre, y hay también un hombre del que yo no me fío demasiado. Es el administrador de Crickstone, pero a veces ella lo utiliza como escolta. Es un hombre muy corpulento.

- Mejor. Tengo ganas de pegarme con alguien.